Dolor con Cristo doloroso

En estos días he terminado la Tercera Semana de los Ejercicios ignacianos: una experiencia que marcará mi vida. Lo que se contempla es la pasión de Jesús; la homilía del viernes santo está impregnada de mi reflexión en este misterio, no podía ser de otra manera. Por si sirve, ahí va.

“He visto el sufrimiento de mi pueblo”… y lo he hecho mío, he sufrido con él.

Este drama de la pasión es un retrato de la historia humana y de la historia de cada uno de nosotros.

Jesús sufre terriblemente y muere víctima de un sistema injusto; los poderosos lo percibieron como una amenaza para sus chiringuitos: los jefes religiosos temieron que este hombre, con las cosas que decía y que hacía, provocara un derrumbamiento de su conjunto de leyes y prácticas, que les permitía oprimir al pueblo y vivir como reyes; Pilato temió un levantamiento popular de los habitantes de Jerusalén si no cumplía su exigencia de ejecutar a Jesús, vio peligrar su sillón y miró para otro lado. A todos interesó esta muerte. Como siempre; como hoy: el mundo está lleno de sufrimiento, de víctimas del sistema injusto: la ambición, la vanidad y el egoísmo de los hombres generan enormes sufrimientos; la desigualdad institucionalizada produce lágrimas, dolor y muerte.

En el relato de la Pasión Dios es quien sufre y muere; en el drama de la vida real hoy, Dios está en quien padece, Dios sigue sufriendo en la humanidad crucificada. Jesús es víctima, está en las víctimas que sigue habiendo hoy por las mismas causas. Este sistema perverso en el que importa ante todo el interés propio, importa la imagen, el dinero, importa vender y consumir. Dios ha visto el sufrimiento de su pueblo… y lo ha hecho suyo, sufre con él y en él. Está en los hombres y mujeres destruidos, en las familias rotas, en los desechos humanos que vagan sin hogar, sin que los miremos; Dios vive en las chabolas, sufre y llora por los estragos de la droga y el alcohol, se pudre en la cárcel, se hunde Dios en la miseria de los muertos de hambre, en los que agonizan en el hospital, en los que no tienen ni dónde caerse muertos. En los de Haití, en los de Japón, en los de Libia, en los de España, en los de Santa Ana… En los parados, en los inmigrantes, en los deprimidos, en la tristeza y desamparo que provoca el cáncer Dios se esconde. Allí donde la humanidad es degradada, allí está Jesús; en la manipulación, la mentira, la violencia gratuita, la traición, la prostitución, el tráfico de armas y de personas, la explotación, la esclavitud… en la mujer maltratada está Jesús, en los abandonados y desgraciados. En cada ser humano, en cada uno de nosotros, cuando sufrimos y lloramos, está Dios.

Al “Dios como Dios manda”, que baja de la cruz o que envía un ejército de ángeles para destruir a sus enemigos, no se le ve por ningún lado. No está Él fuera del sufrimiento: ni “mandando el mal” ni “resolviendo” el mal. Está dentro: la divinidad de Dios habita en Jesús destrozado y aniquilado, Dios está en quien sufre, Dios se identifica con las víctimas: “tuve hambre y me disteis de comer”…

¿Qué significa hoy adorar la cruz? Cuando hagamos el gesto santo pidamos compasión:
• “Dolor con Cristo doloroso”: es implicarnos con los que sufren, sentir su dolor como algo nuestro; no sentir pena por lo mal que lo pasan, sino “sentir con” su mismo dolor, compartirlo…
• Es soportar, aguantar el sufrimiento. Como Jesús aguanta; como María, de pie. Soportar con valor, sin derrumbarnos. Y ayudar a soportar a quienes parece que no pueden más. Estar ahí; quizá sin palabras, pero junto a quien llora y se desespera.
• Compasión es afrontar; es no ser cómplices de la injusticia y luchar contra el mal que genera dolor. Es remediar, es vendar alguna herida, es abrazar un corazón desgarrado. Con discreción, sirviendo, lavando los pies, dando nuestro pan, comprometidos.

Cuando toquemos la cruz sintamos la mano de Dios tocando nuestra herida; cuando nos arrodillemos ante la cruz pongamos nuestras fuerzas a disposición de los cansados y vencidos, que no pueden con su peso; cuando besemos la cruz notemos el beso de Dios. Porque en nosotros Él se acerca al herido; porque cuando estamos derrotados es cuando está más cerca de nosotros, dándonos vida y esperanza.

Adoremos la cruz con agradecimiento al buen Dios… que ve el sufrimiento de su pueblo y lo hace suyo por amor.

César L. Caro
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