Elogio suculento

Hay personas que me dan "yuyu" porque repelen, la gente raja y se escucha eso de "no, si es muy buena gente, es que hay que conocerlo"... ¡saaape! Hay gente que es al revés: personas capaces de concitar espontáneamente la simpatía de la mayor parte del respetable. Isabel González, la alcaldesa saliente de mi pueblo (a la que ya dediqué un post aquí), es de esa raza: así, de entrada, te cae bien; directamente; luego, al irla conociendo más, supongo que se le verán defectos, manías... como a todo el mundo.

Las personas "públicas" no hacemos las cosas para agradar, para generar hooligans. Recordemos aquello de "¡ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros, porque así trataron a los profetas" (Lc 6, 26). Pero claro, ¿no es mejor lo de "los cristianos eran queridos por todo el pueblo" (Hch 2, 47)? Tenía razón San Pablo: no hay que hacer caso ni cuando te ponen por las nubes ni cuando te despellejan, porque sólo Dios nos conoce hasta el tuétano. Pero es más agradable y positivo que el común de mártires te aprecie, a mi que me dejen de tonterías.

Isabel lo ha conseguido, y no es fácil. En dos años se ha ganado a la gente del pueblo, seguramente por su cercanía, por su capacidad inagotable para dialogar con todos, para atender a cada persona con dedicación. Isabel da una gran impresión de calidad personal y de autenticidad. Lo han sabido apreciar los vecinos de todos los pelajes, y lo han expresado los trabajadores del ayuntamiento organizando una fiesta sorpresa. Algo tan hermoso y sencillo que merecía un hueco en este diario.

La llevaron diciéndole que en El Palancar (el sitio del evento) había acampado un grupo de gente, ¡jajajaja! La cara que puso cuando nos vio allí, aquel zurriburri variopinto, fue para enmarcar. El reconocimiento se concretó singularmente llevando cada cual su especialidad, el plato que prepara mejor; fuimos compartiendo entre sonrisas las más deliciosas empanadas, filetes, ensaladillas y unas tartas de tres chocolates despampanantes. Comíamos lo cocinado con agradecimiento, y la admiración a nuestra alcaldesa se adueñaba de nosotros; elogios sonoramente suculentos, reconocimiento sin palabras, a base de dulzura y sonrisas, alimentos para el corazón.

Ella aguantó el tipo bastante bien, pero cuando llegó el momento del regalo y de las flores, las lágrimas la asaltaron. Un momento precioso pero agridulce; una fiesta exquisita aunque forzada por las circunstancias. Y yo allí, orgulloso de que me hubieran invitado; pero afligido por quienes no han querido reconocer la valía de esta mujer y han precipitado su marcha.

Las cosas que han venido después mejor no mencionarlas. Me lo han estado contando esta mañana, y también que Isabel lo está pasando mal. ¡Animo, Isa! Te queremos y sabemos apreciarte. La vida es larga y yo se que no vas a dejar de trabajar por tu pueblo, al que amas profundamente. No olvides el sabor de las tortillas y el mousse de aquella noche: son el gusto del cariño que te tienen tus vecinos. Ya lo regaremos con una copita de Limoncello. El tiempo coloca a cada uno en su lugar.

César L. Caro
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