Los misioneros, en el alto río Napo, en la Amazonía peruana, comparten su vida sencillamente con los indígenas kichwa Locos de Dios

Misioneros en Angoteros
Misioneros en Angoteros Clara Elena Miranda

¿Qué hacen en medio de esta selva estos cuatro locos que vengo a visitar? Se trata de estar, contemplar, escuchar, aprender, permanecer, compartir. Solo hay que estar, dejarse llevar, no empujar, saludar, reír, mirar a los ojos, hacer bromas, bailar, tomar aswa... Todo fluye con naturalidad y facilidad con esta gente desprovista de solemnidad y abundante en humor y sencillez.

De nuevo en este fin del mundo tan querido: lejano, distinto y añorado. Amanece en el país kichwa lentamente, jirones de niebla van desvelando las ondas del río sereno, que apenas acaricia la playa emergente frente a mis ojos. La humedad es frondosa, como la calma; un colibrí suspendido a menos de dos metros rubrica el gozo que siento. Realmente es un fin del mundo de belleza deslumbrante.

Y a la vez es un confín duro, desafiante, dificultoso. Nada más llegar ayer, una víbora se cruzó en nuestro camino: verde, serpenteante, brillante, peligrosa. En mi conciencia los ecos del reciente libro de Javier Cercas, que quiere hablar del Papa Francisco, pero termina hablando de los misioneros, esos dementes, esos perturbados… pero ¿qué hacen en medio de esta selva estos cuatro locos que vengo a visitar?

Viven en una casa como las de la gente, de madera, techo de hoja y emponado. Solo tienen un baño y bromean acerca de quién demora más gestionando necesidades y limpiezas. Traen el agua potable en baldes que deben subir desde un manantial junto a la orilla del Napo. Racionan las baterías de los celulares porque en este pueblo solo hay cuatro horas de luz, en la noche; a duras penas conservan alimentos en un arcón y luchan sin ventiladores para combatir el calor, insoportable especialmente a las 2 de la tarde bajo el techo metálico de la capilla, donde se celebra la tantarina, el encuentro de agentes pastorales kuyllur runakuna, lideresas warmis y apus (jefes) de las comunidades.

También yo estoy ahí, sudando, abanicándome y espantando moscas que sé que provienen de la carne de majás ahumada que están preparando en la maloka que hay al costadito. Como no tienen cuarto de invitados, han separado con cortinas una parte de la sala y colocado una cama, pero la lluvia de la madrugada reveló un agujero en el irapay del tejado justo sobre mi cabeza, de modo que la gotera me despertó y tuve que emigrar. ¿Seré yo asimismo uno de estos lunáticos de Dios? En tal caso, ¿qué hacemos acá?

Durante el encuentro paso horas escuchando hablar en kichwa, tratando de seguir el hilo de las intervenciones gracias a algunas palabras que, al no existir en la lengua, surgen en castellano incrustadas dentro de ese discurso incomprensible, como resquicios o balizas de significado. En esta frontera cultural me cuentan que se trata de estar, contemplar, escuchar, aprender, permanecer, compartir. Eso es todo. No sé si satisface la profundidad indagatoria de la pregunta, pero es la respuesta de estos chiflados acerca de qué diantres pintan acá.

Son para mí días primos hermanos de las vacaciones: tranquilidad, silencio, muchas horas de sueño profundo… Como si Angoteros por sí solo pudiera exorcizar los enredos pastorales y personales, los desencuentros comunitarios, y dejar a años luz laberintos administrativos y socavones financieros que me suelen amedrentar y hasta afligir, sobre todo desde que estoy en tareas de coordinación. Cuando estoy más perdido, nada hay más efectivo como navegar dos días y “salir de la vida”, para hallarme.

Esta tantarina es especialmente deliciosa porque todo lo hacen ellos, y no me refiero a los chalados, sino a los naporunas. Ricson, Florentino, Alipio… líderes de largo recorrido y capacidad contrastada son los que llevan la voz cantante; y voz enteramente en kichwa, incluso la misa. ¿Qué hacemos acá, pues? Solo tengo que estar, dejarme llevar, no empujar, saludar, reír, mirar a los ojos.

Hacer bromas. Sale el tema de que hay kuyllur varones que no dejan participar a las mujeres en los encuentros de la misión porque son celosos; me dedico el resto de los días ya a llamar celosos a todos sin piedad. Quieren que salga en la noche cultural y les cuento una historia: el marido celoso que compró un guacamayo para que vigilase a su mujer. Las carcajadas retumban. Hablo y mi traductor, Rodil, se las ve y se las desea para encontrar las palabras y expresiones, y las risas arrecian. Eso hacemos.

También bailar. Y tomar aswa, por supuesto. Incluso durante la oración, que esta vez han preparado mientras el pate de masato pasa de mano en mano, y por tanto consiste en compartir, unidos a Pachayaya. Todo fluye con naturalidad y facilidad con esta gente desprovista de solemnidad y abundante en humor y sencillez. ¿Qué hacemos en este fin del mundo los locos de Dios, si es que yo soy uno de ellos? Fluir, ser nosotros, ser otros, respirar. Vivir.

Feliz día del DOMUND.

Equipo de Angoteros

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