Lo que hago es lo que me enseña lo que estoy buscando 1

En agosto pasado, en la última incursión por los lugares más al oriente de nuestra provincia, esas "tierras de nadie" remotas fronterizas con San Martín, entre pisada y pisada por el barro una idea surcó mi mente: ¿y si regresara yo solo y visitara toditos estos pueblos de una tacada?

Siempre hemos venido dos o tres curas y nos hemos repartido las rutas, pero yo descubrí que deseaba fuertemente recorrer todas las comunidades de nuestra selva mendocina. Demoré mes y medio en madurar el planteamiento y fraguarlo en un plan: se necesitarían dos semanas seguidas yendo de un sitio a otro (tres itinerarios, doce pueblos en total), contando con los desplazamientos en carro a Soritor y desde allí a las puntas de carretera donde se comienza a caminar. Luego hubo que encontrar las mejores fechas y pedir a mi compañero Baltazar que estuviera de acuerdo en quedarse en casa al cargo de todo en mi ausencia, pero no hubo problema.

Formando equipo con Jhony y Silver, agentes de pastoral de Longar, nos pusimos en marcha el 25 de noviembre, y recién llegamos a Mendoza el 8 de diciembre. Ha sido un viaje increíble, una aventura con mayúsculas, una experiencia sorprendente para mí, preciosa, nunca antes vivida.

Es un poco como el camino de Santiago: en quince días andando ocurre de todo: enormes barros, tremendas cuestas, jornadas de camino extenuantes, lluviones que nos han empapado hasta los huesos, confesiones, sol sofocante, noches en el suelo, bautizos, picaduras de zancudos, extraño frío nocturno, primeras comuniones, baños en la quebrada, cruzar el río de piedra en piedra, visitar enfermos, pasar por puentes que son palos colgantes, bendecir casas, comer arroz en absolutamente todas las comidas, vadear el río en calzoncillos con el agua por la cintura... Hasta celebrar la Confirmación de dos jóvenes (con permiso del obispo, claro). Anda, toma ya.

Ha sido especial porque para mí la primera impresión del Perú, de la misión, fue acá, en esta zona, en aquel verano (ver "Con Diosito por la selva", 14 de agosto de 2013). El escenario me ha hecho recordar y sonreír... ¡cuánto han cambiado las cosas! Aquella primera vez, totalmente inexperto para recorrer las seis horas hasta El Dorado, sin botas de jebe, sin bastón, asombrado por los desniveles y por la voracidad del barro, jaja. Me doy cuenta de hasta qué punto me he acostumbrado, ya conozco y me muevo con naturalidad, hecho a todo.

Es lindo escuchar tu nombre de boca de la gente, que te recuerda aunque hace meses ¡o años! que no pasas por el pueblo. Me fascina comprobar que las distancias me parecen cortas, no necesito ya medirlas, estoy habituado a las caminatas, las tengo en mis piernas, las he domado como al Paujil. Todo lo que hace dos años me preocupaba (la comida, el estreñimiento, la calidad del agua, el WC...) ahora ya ni lo pienso siquiera.

Estoy escribiendo y llega Yeyson que tiene 9 años: "Padre, que vengan ya para la merienda". Cae la tarde sobre Palmeras, es domingo y el pueblito está habitado por conversas, deporte, relax. Nos sentamos a la mesa con toda la familia Girón Rafael: Martín y Blanca y sus hijos Yeison, Luz, Iris, la gorda Rocío y la chinita Yuberly, que no tiene ni dos años. Hay cuy para cenar, nos ofrecen lo mejor que tienen; más tarde, cuando vayamos a la iglesia, habrá un arco de plantas y flores para recibirnos. Viviremos una Eucaristía hermosa, cantaremos, bailaremos y reiremos, y nadie tendrá ganas de irse. Y yo el que menos: quiero quedarme.

César L. Caro
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