“¿Qué tenemos que hacer los misioneros?”. Ver, escuchar, conversar, amar La maloka y la capilla

Fernando Flórez IMC en Puerto Refugio (Alto Putumayo)
Fernando Flórez IMC en Puerto Refugio (Alto Putumayo) César Caro

En los pueblos indígenes hay una correspondencia entre vivir plenamente la propia identidad cultural y la espiritualidad, con el buen vivir. ¿Qué hacemos los misioneros? Escuchamos, estamos con ellos, sumamos, nos apuntamos a lo suyo, lo valoramos… Sin querer introducir con fórceps algo extraño, como ortopédico; tan solo dejando mirar lo nuestro como propuesta positiva, sin renunciar al anuncio pero sin "hacer la competencia” a sus prácticas ancestrales de vínculo con la trascendencia.

Venimos no para cambiarles o para enseñarles; venimos para ser sus aliados en la navegación hacia ser plenamente ellos mismos, con su cosmovisión y con su espiritualidad. Como la sal, que hace que cada alimento sepa como tiene que saber.

Una de las experiencias más interesantes que tengo como misionero en estos años en la Amazonía es el encuentro con los indígenas murui del alto Putumayo, con Fernando Flórez como facilitador. Cada visita a Soplín disfruto de la oportunidad de ir a mambear, es decir, compartir su espacio de encuentro comunitario, aprendizaje y contacto con el mundo espiritual. La última vez, las conversaciones en la comunidad de Puerto Refugio me hicieron cuestionarme y profundizar los cimientos y los métodos de la misión.

En el trasfondo de estos planteamientos hay muchos diálogos en los que Fernando y yo diferimos en maneras de ver los paradigmas de la inculturación y la interculturalidad, aunque siempre convergemos hacia la pregunta fundamental: ¿para qué la misión? ¿qué hacemos acá? ¿por qué hemos venido? No solo estar, sino cómo estar. Los murui me dieron luz.

Escuchándolos vi claro que la recuperación de la cultura y la espiritualidad propias es un motor que hace que estos pueblos vivan mejor. Tiempo atrás la raspa (cosechar hojas de coca para vender a los narcos) solventaba al momento la economía. Dinero fácil y rápido que se iba también al toque y que a cambio traía los problemas típicos: violencia, alcoholismo, división, muerte… Me contaron que desde hace unos años han dicho no a los cultivos ilícitos y están implementando su plan de vida.

Se trata de un proyecto comunitario hecho por ellos mismos, donde todos están implicados. Sus pilares: desarrollo sostenible (reutilización de chacras), generación de recursos propios, limpieza comunal, manejo sostenible del bosque (caza, pesca…), apuesta por la educación (internado, colegio bilingüe), atención a la salud (nueva posta), gobernabilidad, reglamento, guardia indígena, papel de la mujer, cuidado de las semillas, iniciación de los jóvenes, control de la violencia y el alcoholismo, veneración a los abuelos, que son bibliotecas vivientes, rescate y potenciación de las expresiones culturales (danza, etc.) y por supuesto de su lengua y su espiritualidad.

Recuerdo otras experiencias, como los yagua de Remanso en el Amazonas, por ejemplo: el mundo al revés. Están dedicándose a la raspa y a la vez perdiendo su cultura y olvidando su idioma; resultado: la comunidad está hecha un desastre, como ya conté acá. El alcohol y sus estragos, educación pésima, no hay atención sanitaria, los niños se ven abandonados, mala alimentación, violencia, suciedad, desorganización…

En Refugio, con todas las debilidades porque no hay nada perfecto, se puede palpar una cierta armonía fruto de saberse y sentirse unidos, corresponsables, dueños de su destino. Y el vórtice de este proceso es la maloka, y en ella el mambeadero. Allí es donde se aprenden y transmiten los valores tradicionales y la cultura se in-corpora; donde amanece la Palabra y se medita cómo seguir la senda del Bien y del respeto, guiados por el tabaco y la coca, plantas sagradas.

Los murui tienen una espiritualidad sólida, y todo confluye y tiene su fuente acá. Hay una correspondencia entre vivir plenamente la propia identidad cultural y la espiritualidad, con el buen vivir. Muy cerca de la maloka, a un costadito nomás, está la capilla, como se aprecia en la imagen. ¿Tiene sentido? ¿Qué pasaría si no hubiera? ¿Hay que crear una “misa murui” que “haga la competencia” a sus prácticas ancestrales de vínculo con la trascendencia, a quien llaman Mó?

Me cuentan también que en otra época los evangélicos trataron de quitar el mambe, enseñaron que es cosa del diablo, había que derrumbar la maloka. ¿La inculturación llevada al extremo no sería lo mismo en el fondo? Pero para ellos la hostia y el vino son su coca y el ambil. Así disciernen, oran, se fortalecen para ser un pueblo. ¿El objetivo es sustituir esos elementos? ¿O más bien bajamos la capilla? “No padre, no. Ustedes tienen que seguir con la misa, es algo bueno, hay gente que descubre a Dios ahí y le ayuda”.

La inculturación no es una estrategia para que ellos cambien, seríamos como lobos con piel de cordero. Encuentran en Fernando un amigo, que forma parte de ellos, porque se va también a mambear: la inculturación es un proceso por el que los misioneros cambiamos, experimentamos lo suyo (que les ayuda a vivir mejor), aprendemos su camino para llegar a Dios, hallamos al Verbo de Dios completo (no solo las semillas), aceptamos su síntesis, su manera de situar la capilla junto a la maloka y elaborar esa coexistencia. Así la Iglesia queda enriquecida, y ellos también. No botan la capilla, valoran y agradecen su presencia, es siempre una propuesta válida, algo complementario, positivo, que les aporta.

Por tanto, quizá ya no hay que inventar una Eucaristía murui (¡qué peso me quita de encima!), o sí, siempre que los católicos murui lleguen a esa claridad, y ellos la plasmen, con la compañía de los misioneros, con los que han de “ser uno” en expresión del Papa. Y dependerá de cada caso, porque he visto que incluso en dos comunidades igualmente murui hay diferencias en el devenir de la Iglesia.

¿Entonces qué hacemos? Escuchamos, estamos con ellos, sumamos, nos apuntamos a lo suyo, lo valoramos… Sin querer introducir con fórceps algo extraño, como ortopédico; tan solo dejando mirar lo nuestro como propuesta positiva, sin renunciar al anuncio pero sabiendo que si la capilla se cae no va a pasar nada grave. Venimos no para cambiarles o para enseñarles; venimos para ser sus aliados en la navegación hacia ser plenamente ellos mismos, con su cosmovisión y con su espiritualidad. Como la sal, que hace que cada alimento sepa como tiene que saber.

Estábamos sentados tranquilos un buen rato con el curaka hablando de estas cosas, y le pregunté: “¿Qué tenemos que hacer pues los misioneros?”. Contestó con una sonrisa pícara: “Justo lo que estamos haciendo ahora: conversar”. Feliz fiesta del DOMUND.

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