Hombres como niños

En los bares, también en otras situaciones, me he dado cuenta de que “nada puede crecer y nada puede hundirse tan [rápida y] profundamente como el hombre” (F. Holderlin). El bar, en un pueblo “es la sala de la casa común del pueblo”, me escribió M. J. Porteiro. En algún bar he encontrado con fanfarrones vomitando fanfarronadas más densas que las nieblas otoñales; con hombres potentes y fuertes como robles, que habían perdido la fe en sí mismos, hablar y lloriquear como niños cariñosos, convertidos en el más frágil de los hombres, viviendo una noche oscura sin ninguna estrella que derramaba ni pizca de luz; con hombres buenos, delicados, convertidos en escarnio del resto de los presentes. También me he encontrado, en los bares, con hombres, remansos de paz, como hondas umbrías en tardes ardientes, que ensanchaban los pulmones
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