"La fe no se mide por la capacidad intelectual, sino por la hondura del amor" La fe que no discrimina: lección desde Benacazón

Noelia, la joven a la que el cura de Benecazón impedía ser madrina de bautizo
Noelia, la joven a la que el cura de Benecazón impedía ser madrina de bautizo Change.org

"En tiempos donde muchos se bautizan por tradición o costumbre, quizás la mirada limpia de una joven con síndrome de Down sea la catequesis más pura sobre lo que significa creer"

"Esa doble moral duele más que cualquier escándalo. Porque no hay nada más contrario al Evangelio que una Iglesia que predica amor, pero olvida la compasión"

En Benacazón (Sevilla), un pequeño pueblo de poco más de 7.000 habitantes, ha sucedido algo que trasciende lo local. Una joven con síndrome de Down, Noelia Vega, vio cómo el párroco de su localidad le negaba ser madrina del bautizo de un familiar. La razón: no supo responder con precisión a la pregunta de qué significaba el bautismo. El hecho, más allá del gesto pastoral, abrió una herida profunda en la comunidad. Más de 3.000 vecinos se movilizaron, firmaron una petición para pedir la destitución del párroco y reclamaron algo tan básico como la igualdad y la dignidad humana dentro de la Iglesia.

Dos semanas después, el Arzobispado de Sevilla corrigió la decisión. En un comunicado oficial, la diócesis autorizó que el bautizo se celebrara con los padrinos “inicialmente elegidos” y recordó que la Iglesia contempla adaptaciones catequéticas que favorecen la inclusión de todas las personas en la comunidad eclesial, basadas en el acompañamiento y la prudencia pastoral”. La rectificación fue acogida con alivio. Pero deja tras de sí una reflexión necesaria sobre la fe, la inclusión y la coherencia eclesial.

Creemos. Crecemos. Contigo

El teólogo José María Castillo explicaba que “el verdadero sentido del bautismo es aprender a discernir el bien del mal, vivir una vida comprometida con el amor y la justicia”. Si se entiende así, el papel del padrino no consiste tanto en recitar respuestas doctrinales, sino en acompañar con el ejemplo de vida. ¿Quién puede afirmar que todos los padrinos de hoy comprenden la profundidad del sacramento? ¿Cuántos son escogidos solo por amistad o compromiso social? La práctica pastoral muestra que, en muchos casos, el bautismo se ha convertido en un rito social más que en una experiencia de fe, algo que el propio José María Castillo denunciaba como una “fe domesticada por la costumbre”.

Resulta contradictorio que a Noelia —una joven creyente, integrada en su comunidad, símbolo de ternura y sencillez evangélica— se le niegue lo que otros obtienen por pura conveniencia. La discriminación teológica o pastoral es incompatible con el mensaje de Jesús, quien nunca exigió un examen doctrinal para amar o incluir.

Autores como Juan José Tamayo han insistido en que la Iglesia necesita “una teología de la inclusión radical”, donde la diferencia no sea obstáculo, sino expresión del rostro múltiple de Dios. En esa línea, el caso de Benacazón revela que la pastoral eclesial sigue arrastrando actitudes excluyentes amparadas en la literalidad de las normas, olvidando su espíritu.

El arzobispo José Ángel Sáiz Meneses ha actuado con prudencia al corregir la decisión del párroco. Sin embargo, el episodio muestra cómo, en demasiadas ocasiones, la Iglesia reacciona a remolque de los escándalos y no desde la iniciativa profética. Cuando el pueblo creyente —el pueblo de Dios, en expresión del Concilio Vaticano II— levanta la voz contra la injusticia, entonces se produce el cambio.

El teólogo Xabier Pikaza lo resume con claridad: “Dios no se deja encerrar en normas ni sacramentos, sino que se revela en los pequeños, los débiles, los que aman con pureza de corazón”Si algo enseña este suceso, es que la fe no se mide por la capacidad intelectual, sino por la hondura del amor.

La selectividad moral —ser rígidos con unos y tolerantes con otros— daña la credibilidad de la Iglesia más que cualquier polémica pública

Muchos fieles, al conocer el caso, recordaron situaciones similares donde las normas se flexibilizan según la relación personal con el sacerdote. Padrinos no confirmados, parejas no casadas por la Iglesia… y, sin embargo, aceptadas sin mayor problema “por amistad”. La selectividad moral —ser rígidos con unos y tolerantes con otros— daña la credibilidad de la Iglesia más que cualquier polémica pública. Si la misericordia se aplica solo a conveniencia, deja de ser evangélica.

El propio papa Francisco ha pedido repetidamente que la Iglesia sea “casa de puertas abiertas, no aduana de la gracia”. En este sentido, el caso de Noelia Vega interpela directamente al corazón pastoral de los sacerdotes y comunidades: ¿queremos una Iglesia de exámenes o una Iglesia de abrazos?

La familia de Noelia lo expresó con sencillez: “A nosotros nos sentó mal que el cura le hiciera una entrevista; a nadie más se la hace”. Lo que para algunos fue un acto de prudencia pastoral, para el pueblo entero fue una herida de discriminación. Noelia, como tantos jóvenes con discapacidad, tiene una capacidad inmensa para amar, para alabar, para transmitir alegría.

Recuerdo el testimonio de unos padres evangélicos con un niño con síndrome de Down. Decían, con los ojos humedecidos, que su hijo “tiene un corazón que late al ritmo del Espíritu de Cristo”. Durante los cultos, cuando suenan los cantos de alabanza, el pequeño levanta las manos, sonríe y canta con toda su alma. No hay cálculo, no hay vergüenza: solo amor. La gente en la iglesia se detiene, lo mira, y el silencio se llena de ternura. Algunos lloran al ver cómo ese niño, con su inocencia y su alegría, alaba a Dios como si lo abrazara con la mirada. Sus padres, emocionados, dicen que en esos momentos sienten que “su hijo entiende a Dios mejor que nosotros”, porque lo siente, lo vive y lo contagia con un cariño que desarma. Es imposible presenciarlo sin que algo dentro del alma se conmueva profundamente.

Tal vez ahí esté el secreto de la verdadera fe: no en saber definir a Dios, sino en saber amarlo.

El caso de Benacazón no es solo una anécdota, sino una llamada al alma de la Iglesia. Recordar que los sacramentos son signos de amor, no pruebas de ortodoxia. Que el Evangelio se encarna en la fragilidad humana, no en la perfección doctrinal. Noelia ya ha ganado mucho más que un derecho: ha evangelizado a toda una comunidad. Con su ejemplo, ha recordado que la fe cristiana —si es auténtica— no excluye, no discrimina y no examina. Solo abraza.

En tiempos donde muchos se bautizan por tradición o costumbre, quizás la mirada limpia de una joven con síndrome de Down sea la catequesis más pura sobre lo que significa creer.

Y, sin embargo, esta historia deja al descubierto una herida profunda en la conciencia eclesial: una Iglesia que a menudo actúa solo cuando la presión pública la obliga, que decide sin escuchar, que impone sin dialogar, que se siente dueña del poder espiritual. No son pocos los casos —silenciados y desplazados— de sacerdotes que, tras tener hijos, fueron enviados a otras parroquias, mientras las madres quedaron solas, con su fe herida y un niño en brazos. Esa doble moral duele más que cualquier escándalo. Porque no hay nada más contrario al Evangelio que una Iglesia que predica amor, pero olvida la compasión.

Volver arriba