Aceptar la cruz, para ganar la Vida

Vivo en Jueves Santo. Desde hace meses, mi vida es un continuo Getsemaní, un "aparta de mí este cáliz" seguido de un "que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Las lágrimas de sangre de Cristo en el Huerto de los Olivos son las de todo el sufrimiento humano. La espera de la muerte, el sufrimiento sobrevenido, la injusticia, la traición de los amigos, la nostalgia de un futuro que ya no vendrá... se hacen mías, se hacen nuestras, en estos días en los que todo el viento sopla en tu dirección. Y que no estás.

En el día de su mayor sufrimiento, cuando ya sí que no hay marcha atrás, cuando comprueba la amargura del beso de Judas, la negación de Pedro, la huída de todos sus cómplices, aún en ese momento, Jesús se sobrepone, y tiene palabras de amor y vida para todos. Hoy es el Día del Amor Fraterno, porque Jesús se abraza con los suyos (y con ellos, con toda la Humanidad), les lava los pies, reza con ellos, les pide que se amen los unos a los otros "como yo os he amado", reparte el pan y bebe con ellos el vino, desde ese momento su cuerpo y su sangre. Hasta cura la oreja del soldado romano que le prende. En la noche en la que llora sangre, Jesús acepta su muerte en la cruz.

De la celebración al dolor. Del sufrimiento y la muerte a la Vida. La clave, supongo, está en saber ponerse en manos de Dios. Que se haga su voluntad, y no la mía, y no la nuestra, o la que el tiempo, los malos espíritus o la tristeza nos imponen. Aceptar la cruz para ganar la vida. Y ganarla para todos. Y recogerlos en un inmenso abrazo, compartiendo la mesa y la amistad. Asumiendo que allá donde dos o más nos reunamos en su nombre -porque siempre está-, allá habrá Iglesia. Allá estará él.

Y aunque tú no estás, también.

baronrampante@hotmail.es
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