Cañizares, comuniones y madurez en la Iglesia

Necesitaba estas vacaciones. Por descansar el cuerpo, distraer el alma y relajar los sentimientos. Para leer, disfrutar de la familia y los amigos. Pensé, en mi ignorancia, que todos sabrían aprovechar las vacaciones, pero un breve repaso a lo que ha ocurrido en estas dos semanas de ausencia me ha devuelto a la cruda realidad: muchos necesitarían vacaciones. Uno de ellos, mi querido -él sabe que es cierto- cardenal Antonio Cañizares, quien acaba de publicar una reflexión en L'Osservatore Romano apuntando a la posibilidad de adelantar la Primera Comunión a los menores de siete años. La razón que aduce el purpurado es, cuando menos, curiosa: cómo no permitir a los púberes el acceso a la comunión en mitad de un mundo anticristiano y con tantas amenazas contra la Iglesia y la fe.

Adelantar la comunión implica, ni más ni menos, que quitarle su relevancia. Se supone, o así nos lo enseñaban, que es a través del Bautismo por el que nos introducimos a la vida en comunidad. La Primera Comunión sería un segundo paso, el primero en el que, conscientemente, asumimos nuestra condición de cristianos. Con la mayoría de edad habría de venir la Confirmación de la fe. Tres sacramentos de incorporación a la vida cristiana. Si ahora queremos que los niños tomen la comunión sin ser plenamente conscientes de lo que significa, ¿no estaremos dejándoles "sin armas" de cara al futuro? Pues la Primera Comunión no sólo es el acto mediante el cual se accede al cuerpo y la sangre de Cristo, sino el final de un proceso de formación, en el que los niños aprenden a rezar y los primeros valores del Evangelio. Muchos mantenemos viva nuestra fe gracias al esfuerzo que, en su día, hicieron nuestros catequistas.

Pero es que, además, la propuesta de Cañizares deja caer el miedo de la Iglesia a que sus fieles sepan discernir el grano de la paja ante ese supuesto mundo anticristiano, olvida la función de escuela y familia en la formación de los niños como seguidores de Jesús y, sobre todo, da la sensación de que todo está perdido y sólo nos queda refugiarnos en la Eucaristía y la Penitencia. Algo incompatible con la construcción del Reino en este mundo.

Sospecho, además, que los vientos de la Santa Sede no van por ahí, pues si no no se entiende la creación de un dicasterio para la Nueva Evangelización. Si entendemos la fe como un proceso, ¿para qué adelantar los actos "públicos" de la misma? Todo tiene su tiempo, y su preparación. Más que nada para que los sacramentos no queden reducidos al folclore, y vacíos de contenido real. Y de eficacia.

Demasiado para el primer post tras las vacaciones... ¿no creen?

baronrampante@hotmail.es
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