El pasado domingo, el obispo de Alcalá,
Juan Antonio Reig Plá, presidió una
misa por los mártires (no por los caídos del bando nacional) en Paracuellos del Jarama. En su homilía, Reig habló de este lugar como "la catedral
de mártires más importante del mundo". Y es cierto que en Paracuellos se asesinó a muchos por odio a la fe. También fue escenario de crueles batallas y de otros muertos, pero eso no viene al caso.
Reig tiene todo el derecho -incluso la obligación- de pronunciar responsos por los mártires de la fe, sea donde sea. Otra cosa, bien distinta, es que a su lado, durante la ceremonia, estuviera presente una
bandera preconstitucional. No es culpa de Reig, pero sí responsabilidad de quienes organizaron el acto. El propio obispo quiso quitar ayer hierro al asunto, señalando al Diario de Alcalá que "
fue una visita pastoral, oficié una eucaristía y un responso por los difuntos, sin ningún tipo de connotación adicional”. Su secretario,
Gabriel Alfajema, además, asegura que el prelado "ni se enteró, ni se dio cuenta de la presencia de la bandera.
Si alguien metió la pata, ese fui yo”. Pues sí, señor Alfajeme. Por eso, y por decir, refiriéndose al obispo, que
"cuando uno va a casa ajena no se pone a decir ‘quítame esto de aquí, quítame esto de allá”. Pues sí que se dice. Gestos como ese no contribuyen a ennoblecer la causa de los mártires, sino más bien a confundir al personal. Los mártires de la Iglesia murieron por odio a la fe, no por defender esa bandera, que sí es
símbolo de 40 años de dictadura y de muchas muertes. Estoy plenamente convencido de que monseñor Reig no se dio cuenta de la presencia de la bandera. Pero quienes le aconsejaron y organizaron el encuentro deberían ser inmediatamente reconvenidos. Porque esa
imagen, querido don Juan Antonio, es tan fácil de utilizar...baronrampante@hotmail.es