"¿Cifras dice, señor arzobispo? ¡Si todavía hay personas en fosas y cunetas, hombre de Dios!" 'Aquel sapo Iscariote y ladrón'

Víctimas del franquismo
Víctimas del franquismo

El martes pasado, el presidente de los obispos españoles y arzobispo de Valladolid, Luis Javier Argüello, atacaba en un discurso oficial las leyes de memoria histórica y democrática. Cuánta miseria

De paso, volvía a poner sobre la mesa los muertos de su religión en lo que siguen llamando la mayor persecución religiosa de la historia. Esta es su cuenta: "Se estima que un total de 6.832 miembros del clero y religiosos fueron asesinados"

"Coincido con María Toca en el artículo 'El mismo odio, la misma memoria': los miles de desaparecidos en fosas viven en nosotros, esa batalla los genocidas la tienen perdida"

(eldiariocantabria).- Me pide Luis Barquín, el director, que les cuente qué hacía yo cuando murió el dictador Franco. Vamos con ello en unas pocas palabras. Apenas había cumplido 30 años, dirigía desde hacía dos meses un pequeño periódico en Santander y empezaba a tener muy desagradables problemas con las fuerzas vivas locales, con la fiscalía del Estado y hasta con la Iglesia romana. La dictadura sigue siendo brutal para los disidentes, pero se nota en el ambiente que algo va a pasar. España es un revoltijo de nervios, de miedos, de ilusiones. No hay partidos políticos. Mejor dicho, todos los que hay son ilegales. Algunos de sus dirigentes o militantes siguen en el exilio, en la clandestinidad o en la cárcel. Hay incluso condenas de muerte que el dictador ordena ejecutar sin piedad.

Pero se nota que algo va a pasar, aunque nadie sabe qué. Lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer.  Ya no había censura previa, pero persistían los poderes fácticos (así los llamábamos). Había multas. Se cerraban periódicos por decisión gubernativa. Nos ponían bombas. Quemaban nuestros coches. Ardían librerías. Corríamos riesgos. El Poder seguía creyéndose omnipotente. En las calles había atentados y  detenciones.

En medio de un panorama tan inquietante estoy yo, un recién llegado, pero un director con todo el poder (bueno, no era para tanto: como escribí un día: llegábamos cantando el no nos moverán, y no solo nos movieron, sino que nos molieron a palos). ¿Qué hacer con el cargo? ¿Qué hicimos? Muy sencillo: Hicimos periodismo. Empezamos a contar a la gente lo que le pasaba a la gente.  Sin censuras. Sin ataduras. Sin miedos.

Creemos. Crecemos. Contigo

"Franco mismo, en los primeros días de la rebelión, había explicado a un periodista americano que 'no dudaría en fusilar a media España si tal fuera el precio a pagar para pacificarla'"

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No diré más sobre mí. Coincido con Sartre: hay momentos en los que hablar de uno mismo resulta inmoral. Hoy toca hablar de Franco, “ese sapo Iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios...”. Lo escribió en el exilio mexicano nuestro gran León Felipe, farmacéutico en Santander antes de convertirse en uno de los mejores poetas patrios. Franco, vaya timo. Cuando murió, su España era la apestada de Europa. Él mismo lo fue durante 40 años. Nunca salió al extranjero, salvo para humillarse ante Hitler en Hendaya (1940) y hacer el ridículo con Mussolini en Bordighera (1941).

Su brutal dictadura fue cualquier cosa menos modernizante. Un régimen a quien respaldan principalmente la Iglesia romana y el Ejército no podía serlo. Los obispos lo llevaron bajo palio y bendijeron la guerra incivil como Cruzada. Fue una cruzada gamada, ciertamente, un ensayo criminal de los aviones, las bombas y el dinero de Hitler, y de los soldados y el dinero de Mussolini (el líder nazi y el jefe fascista ensayando la segunda Guerra Mundial en las tierras de España y contra los españoles).   

El martes pasado, el presidente de los obispos españoles y arzobispo de Valladolid, Luis Javier Argüello, atacaba en un discurso oficial las leyes de memoria histórica y democrática. Cuánta miseria. De paso, volvía a poner sobre la mesa los muertos de su religión en lo que siguen llamando la mayor persecución religiosa de la historia. Esta es su cuenta: “Se estima que un total de 6.832 miembros del clero y religiosos fueron asesinados”. Hoy se sabe que detrás del golpe de Estado militar que desató una larga guerra civil y una interminable dictadura estuvieron la inmensa mayoría de los obispos y gran parte de su clero, con el papa Pío XII a la cabeza (nuncio/embajador en Berlín muchos años, había hecho buenas migas con Hitler).

Las intenciones homicidas de los militares golpistas no dejaban la menor duda sobre sus intenciones. Franco mismo, en los primeros días de la rebelión, había explicado a un periodista americano que "no dudaría en fusilar a media España si tal fuera el precio a pagar para pacificarla". Miren la calaña del general Mola, con calle importante en Santander hasta hace poco: "Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo".

¿Cifras dice, señor arzobispo? ¡Si todavía hay personas en fosas y cunetas, hombre de Dios! Así se considera el monseñor, imagino. Pero, bueno: Vengan cifras. No hablaré de mí. No diré más sobre Franco. Basta y sobra con repasar las muertes y tragedias que ocasionó su golpe de Estado al pueblo español, de lado que fueran (víctimas de la guerra y la dictadura fue todo el pueblo, incluso los que se supusieron vencedores).

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Todas las víctimas

Sobre las víctimas eclesiásticas, se dan por buenos los datos del obispo Antonio Montero: 6.818 asesinados (12 obispos, 4.158 presbíteros, 2.365 religiosos y 283 monjas). Para la represión en la retaguardia, se acude a la obra colectiva coordinada en 1999 por Santos Juliá con el título Víctimas de la Guerra Civil50.000 asesinatos en zona republicana y 94.669 fusilados por militares sublevados y autoridades franquistas durante la guerra y la postguerra.

El juez Baltasar Garzón incrementa esta cifra hasta “alrededor de 120.000", y las asociaciones para la recuperación de la memoria histórica, también con la ayuda de Garzón antes de ser expulsado de la carrera judicial por el Tribunal Supremo, disponen ya de un listado de 133.708 asesinados, que puede incrementarse año tras año.

A estos números hay que sumar los civiles muertos a causa de bombardeos (10.000); soldados en el frente (95.000); y 50.000 personas por hambre y enfermedades. También se hace el recuento de exiliados (500.000) y de los muertos por hambre, enfermedad o encarcelamiento en la postguerra (150.000). Son medio millón en total, más un millón de damnificados, sobre un censo de población que en 1931 ascendía apenas a 23 millones de españoles.

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