Para que este hecho deje de ser el sempiterno campo de batalla ideológico Carta a los políticos con motivo del recuerdo – conmemoración de los 50 años del fallecimiento de Franco

La noticia de la muerte de dictador hace 50 años
La noticia de la muerte de dictador hace 50 años

Nuestro escaso recorrido de años como democracia lleva impresa una delicada posibilidad de bien que está dispuesta a revelarse a quien acepta la fatiga de esta aventura, de este viaje: el valor mismo de la democracia. Pero es necesario para ello querer abrazar este esfuerzo, volver a tomar conciencia de aquella verdad por la que existe la democracia. 

Si los políticos y la ciudadanía sabemos aceptar este reto, el recuerdo o la conmemoración de los 50 años del fallecimiento de Francisco Franco dejarán de ser el sempiterno campo de batalla ideológico y quizá hasta pueda ser una cita ineludible con el bien y el valor de la democracia por más que sea susceptible de mejora

Cada vez que se habla de recordar, conmemorar… los 50 años del fallecimiento de Francisco Franco asistimos a un alboroto que nos impide ver la realidad, la verdad que tenemos delante. Me imagino que lo mismo ocurre, mutatis mutandis, en las fechas del 1 de mayo (Día del Trabajador), 6 de diciembre (Día de la Constitución), etc. 

No estoy seguro de que la memoria compartida sea lo que necesite un país. Al contrario, perseguir esta quimera puede ser arriesgado, porque cuando se quiere construir una supuesta memoria compartida, se asume que cada parte tiene la misma dignidad en la reconstrucción histórica, el mismo derecho a ser recordada con significados positivos o al menos neutros. 

Creemos. Crecemos. Contigo

Y así, la memoria compartida perseguida a toda costa se convierte en la síntesis de memorias inevitablemente diferentes, mediadas por las fuerzas políticas contemporáneas y sus equilibrios, pero no basadas en la verdad histórica. Esa memoria compartida poco o nada tiene que ver, pues, con la historia: simplemente es una interpretación

La historia y la memoria compartida van en direcciones opuestas. La una explora y relata el pasado, la otra lo borra y sobre el olvido graba una aparente herencia común, tonificante,…, y falsa. 

Me temo que lo que necesitamos no es la búsqueda a la baja de una memoria que convenga a todos, sino el respeto de la verdad histórica y el juicio que conlleva. La urgencia no es zanjar los conflictos, sino no olvidar. El riesgo está ahí: cuántas falsedades circulan sobre la guerra civil española (como sobre las masacres nazi-fascistas o como la Shoah por poner solamente dos ejemplos), cuántos intentos de negar responsabilidades.

Los obispos que apoyaron a Franco
Los obispos que apoyaron a Franco

Pero la historia es clara: victimarios y víctimas son distintos. ¿Realmente podemos hablar del recuerdo, de una memoria compartida, de una memoria no filtrada por interpretaciones, sino escrita con el rigor del conocimiento histórico? 

Si no podemos, ni debemos, intentar escribir una memoria a la medida de todos… sí podemos y debemos fijar los valores de nuestra democracia que aún sigue siendo susceptible de mejora democrática… 

Sentirse ciudadano de este país no significa compartir interpretaciones equidistantes, neutrales… sino otro tipo de valores. Esa puede ser nuestra identidad: esos valores nos hacen ciudadanos más allá del lugar de nacimiento, del color de la piel, de la afiliación ideológica y de la pasión política. 

Una transición compleja

El recuerdo, la conmemoración… de los 50 años del fallecimiento de Francisco Franco, que supuso el comienzo de una transición compleja, e incluso difícil, de una dictadura hacia una democracia, debiera centrarse más en el valor de la libertad y en el sentido de una democracia que se está aún conquistando a sí misma, y no levantar tanto alboroto innecesario e instrumental que aliena y divide

Sánchez y Abascal en el Congreso
Sánchez y Abascal en el Congreso EFE

Hoy, cuando el espectro político de derecha a izquierda, y viceversa, no está sino muy polarizado, no sé si podemos legítima y razonablemente esperar tener una oportunidad privilegiada de asentar el valor de la democracia sin convertir el mencionado recuerdo o conmemoración en otro terreno más de pueriles batallas ideológicas.

Y esas batallitas ideológicas son una grande pena, una enorme tristeza, porque el recuerdo y la conmemoración debería ser una oportunidad de todos los que nos reconocemos en el valor y en los valores de una democracia. 

Y, sin embargo, lo que me temo que vencerá corre el riesgo de ser una vez más el revisionismo partidista y polarizado de la derecha y el de la izquierda (y viceversa). Todos intentarán instrumentalizar ese aniversario en cuestión utilizándolo como garrote contra los adversarios políticos. El revisionismo de derechas y de izquierdas (y viceversa) hará su propio discurso. 

Y alguien dirá que se cometieron atrocidades en todos los bandos durante la guerra civil española y su posguerra. Y la conclusión será, por tanto, que no habría habido un bando correcto y un bando equivocado: habría sido una matanza fratricida, en la que habría habido errores y atrocidades en ambos bandos. Y esto es por lo menos simplista y, por lo tanto, erróneo y falaz. 

Otros dirán, desde más revisionismo pero de otro signo, que hubo héroes sin tacha que, enarbolando banderas rojas y de otros colores, habrían luchado con total conciencia de su propia acción histórica. Y tampoco esa narrativa responde a la verdad histórica: están los hechos y están los mitos. Los mitos, de derechas y de izquierdas (y viceversa) sólo enaltecen a los amantes de los cuentos de hadas. ¿Cómo salir de los mitos? 

En primer lugar, ¿cabría ser más claros? 

¿Qué forma realmente parte del patrimonio histórico que nunca debe olvidarse y que fundamenta nuestro estar juntos? Para liberarnos de las estrecheces de los revisionismos opuestos, habría que escuchar a los testigos de la época. En sus páginas podríamos redescubrir qué es fundamental para cada uno de nosotros para nuestro presente y nuestro futuro, y cómo puede ser un patrimonio vivo para todos, especialmente para los jóvenes que nos heredarán. 

Franco, con Isidro Gomá, brazo en alto
Franco, con Isidro Gomá, brazo en alto Agencias

¿Qué se propone al recordar o conmemorar el fallecimiento de Francisco Franco? ¿Qué significó liberarse de la dictadura y hacer una transición a la democracia que nos ha traído hasta hoy? ¿Qué es lo que verdaderamente nos libera hoy y nos liberará mañana de la dictadura? 

Está claro que un trabajo de este tipo es cualquier cosa menos simplista: representa la más alta contribución que una persona puede hacer al bien común, se erige como una poderosa sugerencia de un camino a seguir para todos aquellos que buscan liberarse de todas y cada una de las dictaduras de la existencia. 

La política y la sociedad debieran garantizar las mejores condiciones para que la experiencia de la democracia fuera buena, fructífera, positiva… aunque fuera incluso susceptible de ser mejor, es decir, más democrática. 

Lo que falta hoy no son las circunstancias para seguir viviendo en democracia. Lo que sí falta hoy es un compromiso concreto de una buena parte de la política que nos representa a los ciudadanos con los valores auténticamente democráticos, con las oportunidades que tiene la sociedad para profundizar en la conciencia del valor de la democracia y en la urgencia de seguir aprendiendo el arte de vivir junto en clave democrática. 

De lo contrario, acabaremos como siempre: todo finalizará en una dialéctica estéril y polarizada en la que ya desde hace tiempo hemos comenzado a no creer y que nos está hastiando. Está claro que un compromiso de este tipo hasta nos puede cambiar la vida, cambiar la mentalidad, hasta no permitirnos aferrarnos a las certezas que hemos madurado y a los mitos que hemos alimentado, sino que nos abre un camino en el que podamos seguir creciendo y madurando como democracia. 

Congreso de los Diputados
Congreso de los Diputados

Nuestro escaso recorrido de años como democracia lleva impresa una delicada posibilidad de bien que está dispuesta a revelarse a quien acepta la fatiga de esta aventura, de este viaje: el valor mismo de la democracia. Pero es necesario para ello querer abrazar este esfuerzo, volver a tomar conciencia de aquella verdad por la que existe la democracia

Si los políticos y la ciudadanía sabemos aceptar este reto, el recuerdo o la conmemoración de los 50 años del fallecimiento de Francisco Franco dejarán de ser el sempiterno campo de batalla ideológico y quizá hasta pueda ser una cita ineludible con el bien y el valor de la democracia por más que sea susceptible de mejora. 

Tengámoslo presente ahora ante este 20 de noviembre, fecha en la que murió Francisco Franco, y evitemos que otro enfrentamiento más nos polarice, nos divida, nos enfrente olvidando el bien mayor que es el valor de la democracia que tenemos y que aún hoy está por ser construida. Probablemente también mañana.  

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