Más allá del Papa

Acabó la ceremonia del domingo en el estadio de la Alegría, y Benedicto XVI tomó el papamóvil –por cierto, traído a Benin por un Hércules de las Fuerzas Armadas españolas- de vuelta a la Nunciatura. Por el camino, miles de motos y de hombres y mujeres a pie le saludaban sin cesar. Aplaudían y cantaban, todo aquello que no pudieron hacer en su plenitud en la misa. El Papa, no tan cansado como el día anterior, saludaba a todos. Lo hacía, pese al inmenso calor, con las ventanas bajadas. Pocos segundos después de la marcha del pontífice, todo Cotonou volvía a ser un hervidero de tiendas, ruido y color. La vida sigue.

O tal vez no tanto. Porque el Papa ya descansa, sí, en sus apartamentos pontificios. Pero el eco de su presencia en África resonará durante mucho tiempo en este pequeño país, y en los países vecinos. Probablemente los hermanos del Norte olvidemos muy pronto esta realidad doliente, pero ellos tardarán en dejar de lado el recuerdo de la visita del que, nos guste o no, es probablemente el principal símbolo de la sociedad globalizada. El único líder a escala mundial que nos queda.

Benedicto XVI habló de salud, de explotación infantil, echó un rapapolvo a los obispos africanos que a veces se olvidan de su deber de servicio y se dejan atrapar por el poder (un mensaje, por otro lado, muy actual en todo el episcopado, también en el nuestro). Dijo cosas, fue mucho más allá de lo que algunos pensábamos en la denuncia del hambre y la injusticia, probablemente abusó de lo políticamente correcto en lo tocante al sida, y a lo ortodoxo en lo referente a la sexualidad.

Pero más allá de las palabras del Papa, su presencia en África, su magnífico gesto para asumir que este gran continente es el de la esperanza para el mundo, el deseo de colocar, siquiera durante unos días, a esta zona del mundo en el mapa, no caerán en saco roto. Soy testigo, pues hasta el martes continuaremos en Benin, de la alegría que la visita papal ha despertado en un pueblo necesitado de esperanza.

Así que, más allá de lo que dijera, o de lo que obviara Benedicto XVI, el mero hecho de su visita, y de la tranquilidad en la que ésta se produjo, pese a algunos caos organizativos, resulta todo un éxito y una llamada de atención al mundo rico. Señores, que la vida no se acaba en África. Ni en América del sur. Ni en Asia. Que el futuro está naciendo a cada instante. Que somos 7.000 millones de seres humanos en la Tierra, y todos tenemos el mismo derecho a vivir, sentir, amar, sufrir, gozar y opinar. Y a construir se ha dicho. Y este Papa viejo, avejentado, cansado y aparentemente tan alejado de la mística africana, ha conseguido dejar un poso que será difícil de olvidar. Luego veremos en qué queda.

Pero hoy, la sonrisa de tantos niños, el sudor de tantas personas, el color y la vida de un pequeño país olvidado por el mundo, lastrado por la pobreza, la esclavitud y la infancia sin futuro, nos presenta un horizonte por el que trabajar.

Qué magnífica palabra. “Horizonte”. Allí está Cristo. Allí está la vida. Allí está la lucha por la reconciliación, la justicia y la paz, que rezaba el lema de esta visita. Hacia allí tenemos que remar todos. Por un mundo que ya está naciendo en cualquier rincón del planeta azul. También en África. También, cómo no, al otro lado del ordenador.

baronrampante@hotmail.es
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