La incógnita saducea, perpetuada

La velocidad con la que un santo llega a los altares -supuestos los méritos del propio individuo- es materia que depende de los engranajes del Vaticano. El propio Juan Pablo II ha alcanzado la beatitud en un tiempo récord, después de haber sido el Pontífice que más reformó y aceleró los procesos de beatificación y canonización de su tiempo. El resultado fueron los 483 santos y 1.345 beatos de su pontificado, cifras equivalentes a lo que la Iglesia había elevado a los altares durante los cuatrocientos años anteriores. Mas aún: su propia causa estaba llamada a ser velocísima desde el momento en el que su sucesor, Benedicto XVI, impulsa el proceso sin esperar a los cinco años de moratoria que señala el Código de Derecho Canónico. Benedicto XVI, que era «el último teólogo del Concilio» -confesó Juan Pablo II a un amigo cuando lo nombró en 1981 prefecto de la Doctrina de la Fe, según narra Slawomir Oder en el libro «Por qué es santo»-, puso en marcha el proceso de beatificación de Wojtyla con plena confianza en la persona con la que había colaborado íntimamente durante 24 años. A la inversa, Juan Pablo II había reconocido que «el perfil teológico de su pontificado fue esencialmente forjado con la participación de Ratzinger», recoge Oder en su libro.
Pero hubo otros pilares del Papa Wojtyla en la Santa Sede, particularmente el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano y a cuya sombra siempre figuró Marcial Maciel Degollado, fundador de la Legión de Cristo. Varios testimonios recogen precisamente las discrepancias entre Ratzinger y Sodano acerca del proceso canónico iniciado contra Maciel a finales de los años noventa y a raíz de la denuncia de ocho ex legionarios que en su adolescencia y juventud habían sufrido abusos del fundador mexicano.
Entrado ya en materia el proceso de Wojtyla, el prefecto de la Doctrina de la Fe, William Joseph Levada, respondió en noviembre de 2007 a una solicitud de la Congregación para los Santos sobre el «caso Maciel» y Juan Pablo II. Levada admitía que existen «algunas cartas y súplicas dirigidas a Juan Pablo II de parte de los denunciantes», pero de ello «no resulta alguna involucración personal del Siervo de Dios Juan Pablo II en el procedimiento contra el padre Marcial Maciel». Este documento, ciertamente poco claro, está recogido en el libro italiano «Ataque a Ratzinger. Acusaciones y escándalos, profecías y complots contra Benedicto XVI», de los vaticanistas Andrea Tornielli y Paolo Rodari. Por su parte, los denunciantes de Maciel habían escuchado en 1998 de boca de su abogada, la canonista austriaca Martha Wegan, que Maciel estaba demasiado cerca del corazón del Papa como para que su demanda prosperara. No obstante, la causa se reactivó en diciembre 2004, por orden del cardenal Ratzinger, y Maciel fue apartado del mundo en 2006.
Semanas antes de la beatificación, Slawomir Oder, autor del libro citado y postulador de la causa de Wojtyla, respondió taxativamente en una comparecencia pública que «Juan Pablo II no conoció los casos de abusos cometidos por Maciel». La pregunta era sin duda saducea: responder que sí los conoció (pero no los combatió) significaba dinamitar el proceso; pero responder que «no los conoció» choca frontalmente con la estricta estructura jerárquica y piramidal de la Iglesia. La cuestión saducea sobre Maciel y Juan Pablo II se ha convertido ya en perenne, aunque la única atenuante es una afirmación del referido vaticanista Tornielli: «La canonización de un Papa no es la canonización de un pontificado».
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