Los "pecados" del padre Ángel

Me permitirán una licencia desde el corazón, porque el personaje lo merece. Tengo el honor de conocer, de querer, y de ser "correspondido" en ese cariño, al padre Ángel García. Como periodista, como biógrafo, pero sobre todo como hombre de Dios. Como un buen amigo. Y, sin que se enfade don Higinio, como un segundo padre. Se suele decir que a las personas se las conoce cuando se es familia, hermano de la familia, o cuando has viajado con él. Y yo he viajado, y mucho, con el padre Ángel.

Ojalá quienes hoy le critican -sin tener ni la más remota idea, como siempre, de separar el grano de la paja, o de leer, o escuchar, íntegramente lo que se dice- hubieran hecho (hubiéramos hecho) la milésima parte de lo que este hombre ha hecho, y sigue haciendo, en todo el mundo. Entonces reconocerían lo profundamente injusto de sus acusaciones, tan fáciles de escribir, y que pueden causar dolor en quienes queremos a este hombre santo. Y pena por quienes las pronuncian.

Yo le he visto meterse de lleno en un basural, en Argentina, para sacar a niños que se dejaban morir por la hambruna en Tucumán. Le he visto mancharse las manos en incendios en El Salvador para sacar a Josué de una muerte segura. Le he visto pelearse con los soldados turkos en Erbil porque no le dejaban pasar a curar a un niño, y conseguirlo. Le he visto recoger a niños abandonados por sus madres a las puertas de colegios, parroquias o en su sede. Le he visto recorrerse 10.000 kilómetros en un avión porque uno de sus niños había enfermado y podía morir. Le he visto hablar con mujeres embarazadas que no querían seguir adelante, y convencerlas, y procurarles un hogar y un trabajo. Le he visto sacar, casi a escondidas, a niños esclavos de las canteras de Benín, y darles una vida digna.

Muchos de esos niños, hoy, son personas de bien. Muchas de esas madres indecisas, hoy, trabajadores de Mensajeros de la Paz. Y, en varias ocasiones, saltándose el criterio de los que se dicen sus pastores, que no querían "ruido" ni "problemas" y preferían una solución "en privado", por utilizar un eufemismo.

Tal vez el único pecado del padre Ángel es que se coloca en el lugar del otro antes de opinar, que se baja de la atalaya que le podría dar un Príncipe de Asturias, una asociación con miles de trabajadores en casi medio centenar de países del mundo. Que no da el portazo o el silencio como respuesta. Y, cuando abres una puerta o das una declaración, corres el riesgo de que te partan la cara.

Incluso de decir una palabra inconveniente, que -como es el caso-, se magnifica de forma profundamente injusta. Pero Ángel está más que curtido. Las heridas de miles de niños sufrientes, de mujeres maltratadas, de ancianos abandonados, de embarazadas a quienes nadie, sólo él, quiso ayudar, le acompañan en el rostro. Son esas vidas las que, sin duda, le siguen dibujando esa sonrisa perenne en la cara. Y las que le impulsan a seguir caminando.

Gracias por dejarnos acompañarte en el camino, amigo Ángel.

baronrampante@hotmail.es
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