El poder de Rouco

A un obispo no lo nombra el Papa por su belleza, su voz fina o su magnetismo personal. Rouco ya era ronco, rocoso, correoso, inteligente, escurridizo, tímido y a veces irónico cuando Pablo VI lo nombró en 1976 obispo auxiliar de Santiago, a instancias del entonces titular de la sede compostelana, Ángel Suquía, su mentor y al que sucedería en 1994 como arzobispo de Madrid. Como tal, el capelo cardenalicio se lo entregó Juan Pablo II en 1998. Un año después, Rouco fue elegido presidente de la CEE, cargo en el que permaneció hasta 2005. Volvió a serlo en 2008 -tras el período de Ricardo Blázquez-, y ahora encara su cuarto trienio, el último, pues el próximo agosto cumplirá 75 años, edad canónica de jubilación.
Además de estos cargos españoles (en los que el cardenal tiene fama de elegir bien a sus segundos, como los auxiliares de Madrid: Franco, Herráez y el asturiano Martínez Camino), Rouco ha desempeñado en el Vaticano un número de tareas que probablemente ningún eclesiástico español ha acumulado: miembro de la Congregación para la Educación Católica (1994), de la de Obispos (1998) y de la del Clero (1998), e integrante del Pontificio Consejo para la Cultura (1998), del de Interpretación de los Textos Legislativos de la Iglesia (1998) y del Cor Unum (2000), así como miembro del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica (2004) y del Consejo de Cardenales para el estudio de asuntos organizativos y económicos de la Santa Sede (2004).
Un obispo que no viene a cuento le recomendaba hace tiempo a otro: «Tú déjate ver por Roma de vez en cuando». Rouco no sólo se ha dejado ver, sino que ha estado metido en la médula de la Santa Sede y particularmente en la poderosa Congregación para los Obispos, la que propone al Papa los futuros mitrados de cada diócesis.
Según muchos, este poder de Rouco para señalar qué mitras han de asignarse alcanzó el paroxismo cuando en 2007 fue nombrado titular de Orense su sobrino, Alfonso Carrasco Rouco. Según alguno, el cardenal español se había ausentado voluntariamente del plenario de la Congregación de Obispos que iba a designar a Carrasco Rouco. Y si detrás de todo ese poder existió una patente sintonía con los pontífices Juan Pablo II y Benedicto XVI, no hay que perder de vista el origen de todo ello.
Rouco tuvo nombre propio ante Roma a partir de 1989, año en el que Compostela fue sede de la cuarta Jornada Mundial del Juventud (JMJ), un acontecimiento que con sus 400.000 asistentes entusiasmó al Papa Wojtyla. Congregar multitudes de jóvenes fue la gran querencia de Juan Pablo II, temeroso de que éstos abandonaran definitivamente la Iglesia, como en el pasado lo habían hecho los trabajadores. Armado de jóvenes de los nuevos movimientos de la Iglesia -Kikos, Comunión y Liberación, etcétera-, o de movimientos ya veteranos -Opus Dei-, Rouco ha devuelto a las calles madrileñas esos fenómenos de multitudes -también de adultos- tan apreciados por Roma. La JMJ del próximo agosto, que además coincide con su cumpleaños, el día 20, será el colofón de su poder.
Jesús dice: Quien escucha mi palabra y la pone en práctica, es como aquel hombre que construyó su casa sobre roca (Mt 7,24-27)
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