La teología crítica (200-07)

Hoy escribe Antonio Piñero


Seguimos con nuestra breve historia de la investigación del Nuevo Testamento


El estudio crítico de la religión o teología crítica


El deísmo inglés, cuyas figuras más señeras son John Locke (+ en 1704), John Toland (+ en 1722) y Mathew Tindal (+ en 1733), supuso un considerable impulso hacia una consideración histórica del Nuevo Testamento, no sólo religiosa.

El deísmo postulaba la vuelta a una “religión natural”, y deseaba superar por medio de una crítica racional el bochornoso espectáculo de la pluralidad de confesiones cristianas. Abría así indirectamente el camino a un estudio del Nuevo Testamento libre de todo compro¬miso dogmático, considerando a estos escritos sólo como testigos del desarrollo ideológico de la humanidad.

A finales del siglo XVIII, en 1778 (publicado póstumamente -¿miedo de Reimarus a represalias?- por G. E. Lessing), Hermann Samuel Reimarus (1694-1768), personaje muy conocido por los lectores de este blog, fue el primero en plantearse críticamente una de las cuestiones más candentes del cristianismo primitivo. En su escrito Sobre la finalidad de Jesús y la de sus discípulos postulaba que debía separarse radicalmente la predicación de Jesús, netamente judía, de la teología de los apóstoles, diferente de la de su maestro. Entusiasmados con él –afirma Reimarus— los discípulos forjaron la imagen nueva de un redentor-mesías que padece y expía no sólo por los judíos, sino por todo el género humano. Con esta distinción se planteaba para generaciones venideras la posible diferen¬cia entre el Jesús histórico y la interpretación que de él ofrecían sus continuadores, el luego llamado Cristo de la fe.

A comienzos del siglo XIX comienza a abrirse camino el estudio histórico y por separado de la teología de cada autor del Nuevo Testamento. Esta perspectiva historicista influyó rápidamente en la exégesis del Nuevo Testamento y su fundamentación metódica, la hermenéutica.

Ya a finales del s. XVIII, Karl August Keil (1754-1818), había formulado en su obra, Sobre la interpretación histórica de los libros y sobre su necesidad, la tesis de que para todos los escritos antiguos, y naturalmente también para la Biblia, no existe más que un método único de interpretación, el gramático-histórico; es decir, no vale guiarse por las opiniones de la tradición.

Este método se apoya en el estudio de la lengua y del contexto histórico e investiga lo que cada autor ha querido expresar en su momento, y no la aplicación de sus ideas a la vida de los lectores de épocas posteriores. En la exposición de los escritos antiguos, sostenía, debe prescindirse del hecho de la inspiración, y el exegeta sólo debe aclararlos sin plantearse la cuestión de si el texto que explica tiene o no razón.

Sólo medio siglo después aparecen ya las obras que llevan a sus últimas consecuencias la consideración puramente histórica del Nuevo Testamento: las de David Friedrich Strauss (1808-1874) y Ferdinand Christian Baur (1792-1860). Sus trabajos, a pesar de sus evidentes exageraciones, marcaron una pauta y modelaron un talante de investigación del que somos herederos hoy día.

Strauss se había propuesto esclarecer los fundamentos históricos de la fe en Cristo por medio de la investigación crítica de la tradición recibida sobre Jesús. El resultado fue su muy famosa Vida de Jesús elaborada críticamente (1835-1836: ¡tenía poco más de 27 años!). Su crítica radical fundamentó la aplicación del criterio de “mito” para caracterizar ciertas historias contenidas en los Evangelios.

Strauss explicaba que la mayor parte de la tradición de estos escritos son una construcción mental de los seguidores de Jesús, que tenía su punto de partida en el AT y en las esperanzas mesiánicas del pueblo judío. Quizás más importante que su crítica fue la fundamentación de la separación insalvable entre los tres primeros evangelios y el Cuarto respecto a la valora¬ción histórica de Jesús.

Strauss sostenía que el autor del último evangelio aplicaba conscientemente su propio lenguaje a Juan Bautista y a Jesús, es decir, ponía en boca de estos personajes no palabras históricas, sino las suyas, y que el producto de todo ello representaba una construcción teológica deliberada sobre Cristo, no una historia verdadera. Ello podía verse especialmente, afirmaba, en las claras contradicciones que se perciben entre los relatos de la pasión de Mt, Mc y Lc y el discurso de despedida de Jesús en el Cuarto Evangelio.

Ferdinand Christian Baur –que fue por dos veces maestro de Strauss- intentó con su obra crítica una reconstrucción de la historia del cristianismo primitivo y de su teología. Gracias al análisis de las fuentes (el Nuevo Testamento y otros escritos cristianos primitivos), descubre en esa historia tres tendencias fundamentales y opuestas entre sí: la petrina, judaizante y conservadora; la paulina, liberal, innovadora y abierta a los paganos; y una tercera, la de Lucas, “irenista” o pacífica, con ánimo de concordia, que intenta fundir las dos primeras.

Baur acepta una visión hegeliana de la historia, según la cual el cristianismo petrino sería la “tesis”; la “antítesis”, el paulino; y la “síntesis” o conjunción, el cristianismo postapostólico de Lucas-Hechos, irenista o pacífico. Cada escrito del Nuevo Testamento puede encuadrarse en una de estas tres directrices por medio del estudio de las “tendencias” (ideología) que muestran.

Una aplicación concreta: en el caso de Pablo, esta “crítica de las tendencias” sirve para distinguir entre epístolas auténticamente paulinas y el resto, que se encuadran en el momento sintético posterior. Otro ejemplo: estudiando la tendencia de Lucas en los Hechos de los apóstoles, se puede distinguir entre la imagen que Pablo da de sí mismo y la que ofrece Lucas, muy condicionada por sus tesis acerca de cómo debía de ser la iglesia primitiva.

Sostenía así Baur que el cristianismo primitivo, como cualquier otra historia humana, se movía determinado por el enfrentamiento de posturas encontradas. Indirectamente, Baur llegaba también a caer en la cuenta de la existencia de fuentes primarias y secundarias dentro del Nuevo Testamento para la historia del cristianismo. La valoración de cada fuente o escrito no puede efectuarse sin determinar antes claramente, gracias al análisis crítico, el propósito de la obra en cuestión. Baur intenta así buscar una metodología para situar cada escrito del Nuevo Testamento dentro de un proceso humano de evolución histórica, en concreto de la teología.

Un poco más tarde, a comienzos del siglo XX, publicó Adolf von Harnack (1851-1930) su Esencia del Cristianismo (Leipzig 1900). Su tesis es la siguiente: se debe distinguir claramente entre el mensaje evangélico -puramente judío- y el dogma posterior, que en su concepción y estructura es una obra del espíritu griego sobre el suelo del evangelio.

Sostuvo Harnack que el cristianismo más primitivo, que procede directamente de Jesús, es un fenómeno aislado en su entorno histórico, ya que el Nazareno no había sufrido influencia notable ni del judaísmo ni del helenismo contemporáneo. La figura de Jesús está transida de la esperanza de una próxima llegada del reino de Dios como una realidad puramente interna, en el corazón del hombre. Sin embargo, esta idea absolutamente central en Jesús fue pronto sustituida por sus discípulos, que la cambiaron por una esperanza en un reino de Dios concretado en acontecimientos futuros, del final de los tiempos.

Mientras Harnack preconizaba una aislamiento casi total del cristianismo más primitivo como fenómeno ideológico, otros investigadores de la misma época realzaban los puntos de contacto del movimiento cristiano y del Nuevo Testamento con el judaísmo y helenismo contemporáneos.

Seguiremos.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com

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En el otro blog “Cristianismo e historia”, el tema de hoy es el siguiente:

Corintios B, metida dentro del conglomerado llamado 1ª Corintios”

Saludos de nuevo.
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