Democracia cristiana europea
Los primeros atisbos democráticos de los católicos surgieron en Europa a mediados del siglo XIX, con el noble intento de conciliar los principios de la Iglesia con las libertades modernas. Las tendencias doctrinales en tal sentido se desarrollaron a partir de la encíclica Rerum Navarum de León XIII.
Después de la I Guerra Mundial Benedicto XV y Pío XI alentaron la formación de partidos políticos. El sacerdote italiano de Sicilia, Luigi Starzo fue el teórico más relevante de la democracia cristiana. Se opuso a la usurpación del poder del Estado, propugnó la representación proporcional de los partidos y el respeto del pluralismo en todas sus formas.
No olvidemos que democracia viene de la palabra griega demos, que significa pueblo, de donde se deduce que el pueblo ha de tener mucho protagonismo en la vida pública. La democracia cristiana, pues, significó en su día un gran avance político.
Hoy las cosas han cambiado mucho y la democracia cristiana o cualquier otro partido confesional, no tienen cabida en la comunidad política secularizada o laica en que vivimos. Por cierto, laico palabra griega viene de "laos" que significa también pueblo simplemente, sin que lleve adjunto nada peyorativo. Sólo quiere decir que el protagonismo no puede tenerlo ninguna confesión religiosa sino el pueblo en su conjunto. Así piensan personas tan cualificadas como Pedro Casaldáliga. Para él, la política es en sí misma una virtud pública y no necesita adjetivación religiosa alguna.
La secularización actual del mundo no se considera ya un factor negativo, sino todo lo contrario, puesto que permite al mundo ser verdaderamente mundo sin hipoteca de ninguna clase. En materia política, los cristianos se identifican con los demás ciudadanos, creyentes o no, que cumplen con sus deberes cívicos.
Es más, dado que la vida de la comunidad política se basa en la responsabilidad y en la dedicación al bien común, no hay duda que los cristianos, sin tener que hacer valer su confesionalidad, están llamados a ser un ejemplo vivo de ciudadanos con buena conducta. Esto es, han de estar activos en la comunidad política, atentos siempre al bien común y a la paz social precisamente por ser cristianos.
Contrariamente a lo que sucedía en tiempos de la doctrina del Kempis, la actitud de la comunidad cristiana ante el mundo no es de huida o rechazo, sino de inserción en él. Entre los mismos cristianos hay opiniones diferentes e incluso opuestas, lo cual es legítímo. Pero, por eso mismo, estos deben respetar a los que defiendan opiniones opuestas a las suyas; cosa muy loable en una sociedad pluralista como la actual. Lo importante es que prevalezca el bien común de la sociedad por encima de todo.
El C. Vaticano II reconoce el derecho de los partidos a existir y a defender su visión particular del bien común, lo que representa un avance respecto a documentos eclesiales anteriores (GS 75, 5). El documento conciliar pone un énfasis especial en lo siguiente: "Aunque los partidos defiendan una interpretación propia del bien común, no deben convertirse en defensores de los intereses de una sola clase social, con detrimento de las restantes".
Lo que equivale a decir que no deben prefirir su propio interés ni el de su partido o el de su clase al interés general o bien común. Aun siendo los partidos expresión de grupos o categorías particulares, se les exige la capacidad de elevarse a un plano universal, esto es, han de mirar por el bien de toda la comunidad.
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Mañana martes toca el curso sobre la obra de J.
Ortega y Gasset. El tema que corresponde versa
sobre el Estado supranacional europeo tal como
el lo intuyó ya en 1920 y que es de suma actua
lidad. Me gustaría que participárais con vues-
tra opinión.
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www.porunmundomasjusto
Después de la I Guerra Mundial Benedicto XV y Pío XI alentaron la formación de partidos políticos. El sacerdote italiano de Sicilia, Luigi Starzo fue el teórico más relevante de la democracia cristiana. Se opuso a la usurpación del poder del Estado, propugnó la representación proporcional de los partidos y el respeto del pluralismo en todas sus formas.
No olvidemos que democracia viene de la palabra griega demos, que significa pueblo, de donde se deduce que el pueblo ha de tener mucho protagonismo en la vida pública. La democracia cristiana, pues, significó en su día un gran avance político.
Hoy las cosas han cambiado mucho y la democracia cristiana o cualquier otro partido confesional, no tienen cabida en la comunidad política secularizada o laica en que vivimos. Por cierto, laico palabra griega viene de "laos" que significa también pueblo simplemente, sin que lleve adjunto nada peyorativo. Sólo quiere decir que el protagonismo no puede tenerlo ninguna confesión religiosa sino el pueblo en su conjunto. Así piensan personas tan cualificadas como Pedro Casaldáliga. Para él, la política es en sí misma una virtud pública y no necesita adjetivación religiosa alguna.
La secularización actual del mundo no se considera ya un factor negativo, sino todo lo contrario, puesto que permite al mundo ser verdaderamente mundo sin hipoteca de ninguna clase. En materia política, los cristianos se identifican con los demás ciudadanos, creyentes o no, que cumplen con sus deberes cívicos.
Es más, dado que la vida de la comunidad política se basa en la responsabilidad y en la dedicación al bien común, no hay duda que los cristianos, sin tener que hacer valer su confesionalidad, están llamados a ser un ejemplo vivo de ciudadanos con buena conducta. Esto es, han de estar activos en la comunidad política, atentos siempre al bien común y a la paz social precisamente por ser cristianos.
Contrariamente a lo que sucedía en tiempos de la doctrina del Kempis, la actitud de la comunidad cristiana ante el mundo no es de huida o rechazo, sino de inserción en él. Entre los mismos cristianos hay opiniones diferentes e incluso opuestas, lo cual es legítímo. Pero, por eso mismo, estos deben respetar a los que defiendan opiniones opuestas a las suyas; cosa muy loable en una sociedad pluralista como la actual. Lo importante es que prevalezca el bien común de la sociedad por encima de todo.
El C. Vaticano II reconoce el derecho de los partidos a existir y a defender su visión particular del bien común, lo que representa un avance respecto a documentos eclesiales anteriores (GS 75, 5). El documento conciliar pone un énfasis especial en lo siguiente: "Aunque los partidos defiendan una interpretación propia del bien común, no deben convertirse en defensores de los intereses de una sola clase social, con detrimento de las restantes".
Lo que equivale a decir que no deben prefirir su propio interés ni el de su partido o el de su clase al interés general o bien común. Aun siendo los partidos expresión de grupos o categorías particulares, se les exige la capacidad de elevarse a un plano universal, esto es, han de mirar por el bien de toda la comunidad.
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Mañana martes toca el curso sobre la obra de J.
Ortega y Gasset. El tema que corresponde versa
sobre el Estado supranacional europeo tal como
el lo intuyó ya en 1920 y que es de suma actua
lidad. Me gustaría que participárais con vues-
tra opinión.
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