Dios laico y virtudes públicas en Ortega

Curso sobre la teología de J.Ortega y Gasset V.

Importancia del lenguaje en teología

Ante la filosofía del lenguaje que nos ha dado Ortega, comprendemos mejor la crisis que la teología, o hablar de Dios, arrastra desde la Ilustración, por haber seguido utilizando hasta nuestros días el lenguaje de la Edad Media.

Lo que quiere decir que el emisor del mensaje religioso no ha tenido en cuenta al receptor moderno inmerso de lleno en una cultura laica o secularizada. El hombre medio que escucha hoy, y más los niños y los jóvenes, sienten gran dificultad para entender lo que está más allá y fuera del tiempo.

Es un hombre que se ha liberado de la tutela religiosa y de una concepción cerrada del mundo propia de la metafísica, y vive volcado sobre un mundo que se mueve exclusivamente por motivaciones económicas y mercantiles. La religión hace tiempo que se ha esfumado de la sociedad actual.

De ahí que el teólogo D. Bonhoeffer primero, y después Harvy Cox sintieran la necesidad de buscar un nuevo lenguaje para hablar de Dios al hombre laico o secularizado de hoy. Esto es lo que H. Cox se propone en su obra La ciudad secular. La idea que planea sobre el libro es la siguiente:

si el hombre tribal habló de Dios en un lenguaje mitológico y el de la Edad media lo hizo en términos metafísicos, el hombre tecnopolita de hoy sólo puede hacerlo en categorías políticas, porque la política ha sustituido a la metafísica como modo de captar la realidad.

Es preciso aclarar que hablar políticamente de Dios no significa hablar de política, sino de temas que afecten a la vida del hombre-mujer en el mundo, entre los que está también la política.

El mismo Cox nos saca de dudas al respecto diciendo: hablamos políticamente de Dios siempre que ayudamos al prójimo a que sea el responsable, el agente adulto, el hombre plenamente posburgués y postribal que Dios espera que sea hoy día. Y dando un paso más insiste:

Que se percate conscientemente de la trama de reciprocidad interhumana en que se desenvuelve su vida como hombre-mujer y como ciudadano, que arroje la ceguera de la adolescencia y participe en la creación de instrumentos de justicia humana y libertad de las que tanto carecemos.

No le hablamos de Dios intentando hacerle religioso, sino instándole a que llegue a la madurez como hombre y como mujer. En este hablar en términos políticos de Dios Cox argumenta con la misma palabra divina:

cuando Dios habla siempre ocurre algo, su palabra trae luz a las tinieblas, discierne, cura, corta, no se reduce a frases y sílabas, sino que viene a ser como pies y manos. La palabra de Dios al hombre-mujer es Jesús de Nazaret (H. Cox, La ciudad secular, Barcelona 1968, 271 y 177).

Ciertamente, este discurso sobre Dios no es siempre bien acogido, porque no es bien interpretado y, sobre todo, porque muchos tienen interés en que siga siendo oculto y misterioso. Sin embargo, en Jesús Dios ha hablado al hombre con toda claridad y le ha enseñado a valerse sin él, a hacerse maduro y libre de las dependencias infantiles en palabras de Bonhoeffer (D. Bonhieffer, Resistencia y sumisión, Salamanca 1973, 52ss).

Insistiendo en la importancia del lenguaje en la teología laica europea actual y con intención de disipar temores infundados en torno al término laicidad, digamos que los griegos llamaban al pueblo laos y a lo popular laicos (sustantivo el primero y adjetivo el segundo) y que el Dios bíblico es eminentemente popular, puesto que estaba junto a su pueblo a lo largo de su historia y como tal se manifestó en el Hijo.

Ahora bien, entre laico y eclesiástico se ha producido una fisura en el ser humano, por lo que pertenece a las iglesias cristianas y a la teología recomponer la unidad del hombre con el que Jesucristo se ha identificado, según la más genuina tradición judeocristiana.

En esta recomposición filosofico-teológica del ser del hombre, y muy particularmente del cristiano, el lenguaje desempeña un lugar insustituible. Ortega lo explica una vez más completando lo dicho en epígrafes anteriores, en el Prólogo para franceses de la Rebelión de las masas en los siguientes términos:

El lenguaje suele definirse como el medio que nos sirve para expresar nuestros pensamientos, aunque también se utiliza para ocultar lo que pensamos, para mentir. Pero de ordinario cuando el hombre se dispone a hablar lo hace porque cree que va a poder decir cuanto piensa, lo que no deja de ser una utopía, puesto que el lenguaje no da para tanto.

Y lo que es más importante: con frecuencia se olvida que todo auténtico decir no sólo dice algo, sino que dice algo a alguien. "En todo decir hay un emisor y un receptor, ninguno de los cuales son indiferentes al significado de las palabras...El lenguaje es por esencia diálogo y todas las otras formas de hablar disminuyen su eficacia".

Pero se ha abusado mucho de la palabra y como consecuencia ésta se ha desprestigiado. Se ha creído erróneamente que hablar era hablar urbi et orbi o, lo que es lo mismo, a todo el mundo. Los profesionales de la palabra han abusado de ella sin respeto ni precauciones y la palabra "es un sacramento de muy delicada administración". (Prólogo para franceces de La rebelión de las masas IV, 113-116).

Ahora Ortega da un paso más y afirma que el lenguaje, incluso los hombres, somos las ideas que tenemos. Y cita el viejo libro indio, Dhamapada, donde se lee: "Todo lo que somos es fruto de lo que hemos pensado; somos principalmente pensar, consistimos en pensamientos. Si un hombre, por tanto, habla u obra con impuros pensamientos, le irá siempre a la zaga el dolor como la rueda del carro sigue a la pezuña del buey".

En esa lógica, la fuente de las acciones de los pueblos es su ideario. Una raza de hombres es fruto de un conjunto cultural de ideas, sentimientos, acciones y sobre todo de una manera de pensar.
Consecuentemente el lenguaje es importante no sólo para recomponer la unidad filosófico-teológíca del ser del hombre, a que se ha referido Ortega más arriba, sino también para la recomposición de los pueblos.

Y cuando se dispone a afrontar el problema del origen de la diversidad de los pueblos Ortega se inspira en la Filosofía de la Mitología de Schelling, en donde el filósofo alemán sostiene que un pueblo es su mitología, su idea de la divinidad. Y, a la vez, se pregunta ¿cómo se disgregó la humanidad homogénea inicial? A lo que responde:

Si nos volvemos a la Biblia vemos que ella atribuye la división de los pueblos a la confusión de las lenguas. Lo que quiere decir que nada separa tanto a los pueblos como el idioma y sólo los pueblos que hablan idiomas diferentes están realmente separados. En definitiva, no se puede desligar el origen de los pueblos del origen de los idiomas.

Una vez más vuelve a preguntarse Schelling ¿pero de dónde vino la divergencia de idiomas? Y responde: dado que el lenguaje es el producto inmediato de la conciencia, los distintos idiomas son consecuencia de una crisis espiritual en lo íntimo del hombre.

El lenguaje es la manifestación de la comunidad más radical de los espíritus. Asimismo esta unidad originaria del lenguaje revela la unidad del pensamiento, y el pensamiento del hombre primitivo no se nutre de la aritmética o de la física, sino de la noción de Dios sobre el mundo y del mundo bajo Dios, del mito.

(Mito es todo lo que pensamos cuando no pensamos como especialistas, es decir, como médico, economista o pintor. Mito son todos nuestros pensamientos espontáneos y las ideas que respiramos cada día en la calle. Incluso es la base de nuestro edificio espiritual).

Según el razonamiento de Schelling, habrá que derivar la separación de los pueblos de una hendidura que se abrió en la concepción común de Dios. El Dios único se partió en dioses y la humanidad se disgregó separada por hondas grietas y cada aglomeración de hombres se sintió unificada por la creencia en uno de esos dioses y despegada de las que tenían otros dioses.

La duda del Dios común llevó a la invención de dioses particulares y en esta invención se hicieron los pueblos. Estas invenciones son los pueblos.-Es igual, comenta Ortega, si en lugar de Dios se pone la idea de mayor eficacia que contenga la mente de un pueblo y de la cual toman las demás su origen.

En este caso también dos colectividades que discrepen en aquella idea primaria no podrán vivir juntas porque no se entienden. "Rota la humanidad, los pueblos se educan trashumando, se hacen vagabundos. La historia es la historia de esa peregrinación en busca cada pueblo, cada nación, de su parte de mundo". Y todo esto es fruto del lenguaje (La guerra, los pueblos y los dioses I, 412ss).
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