Domingo:Evangelio y Liberación

Misa de la Tierra Sin Males

Apertura


En nombre del Padre de todos los Pueblos,
Maira de todo,
Excelso Tupá.

En nombre del Hijo
Que a todos los hombres nos hace hermanos.
En la Sangre mezclada con todas las sangres.
En nombre de la Alianza de la Liberación.

En nombre de la Luz de toda Cultura.
En nombre del Amor que está en todo amor.

En nombre de la tierra-sin males,
Perdida en el lucro, ganada en el dolor.
En nombre de la Muerte vencida,
En nombre de la Vida, cantamos, Señor.

Memoria Penitencial

Blancos
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Herederos de un Imperio de exterminio,
Hijos de secular dominación,
Queremos reparar nuestro pecado,
Venimos a celebrar la nueva opción,
Resurrección:
_en la Cena de la Muerte y de la Vida,
La antigua memoria perdida;

La muerte de los Pueblos del pasado,
En la Fiesta del Pueblo esperado:
Resurrección;
_La Historia de América entera,
En esta memoria de Liberación;

_en la Pascua del Resucitado,
La Pascua Amerindia
Todavía sin Resurrección…Resurrección…
Sin Resurrección.

_La Historia de América entera,
En esta memoria de Liberación;

_En la Pascua del Resucitado,
La Pascua de Amerindia
Todavía sin Resurrección…Resurrección…
Sin resurrección.

Solo
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Yo soy América,
Soy el Pueblo de la Tierra,
De la Tierra-sin-males
El pueblo de los Andes,
El Pueblo de las Selvas,
El Pueblo de las Pampas,
El Pueblo del Mar…

Del Colorado
Del Tenochitian,
Del Machu-Pichu,
De la Patagonia,
Del Amazonas,
De los Siete Pueblos del Río Grande…

-Yo soy Apache.
-Yo soy Azteca.
-Yo soy Aymara.
-Yo soy Araucano.
- Yo soy Maya.
- Yo soy Inca.
-Yo soy Tupí.
-Yo soy Tucano.
-Yo soy Yanomami.
-Yo soy Aymoré.
-Yo soy Irantxe
-Yo soy Karajá.
-Yo soy Tapirapé.
-Yo soy Terena.
-Yo soy Xavante.
-Yo soy Kaingang.
-Yo, Guaraní.
Y con canto Guaraní
Todo el Resto del Continente,
Todos los pueblos de mi Pueblo,
Cantan ahora su lamento.
-Hermanos, venidos de fuera,
Si queréis ser hermanos,
Escuchad mi canto…


Reflexión de Pedro Casaldáliga, obispo

Porque estamos aquí, en la Amazonia. Aquí debemos comprometernos. Claramente. Hasta el fin. Yo, como obispo, en esta hora de mi consagración, recibo como dirigidas a mí las palabras de Pablo a Timoteo:
“No te avergüences del testimonio de Nuestro Señor, ni de mí su prisionero, sino, sufre conmigo por el Evangelio, fortificado por el poder de Dios” (II Tim 1, 8).

No queremos parecer héroes ni originales. Ni pretendemos dar lecciones a nadie. Pedimos solamente la comprensión comprometida de los que comparten con nosotros la misma Esperanza.

Miramos con mucho amor la tierra y los hombres de la prelatura. Nada de esta tierra o de estos hombres nos es indiferente. Denunciamos hechos vividos y documentados. Quien piense que nuestra actitud es infantil, torcida, imprudente, agresiva, dramatizante o publicitaria, que entre en su conciencia y lea con simplicidad el Evangelio; y que venga a morir aquí, en este “sertao” tres años, con un mínimo de sensibilidad humana y de responsabilidad pastoral.

El Vaticano II, Medellín, el Sínodo, la voz de las Conferencias Episcopales del Tercer Mundo; el Evangelio, antes y siempre, no justifican, sino que también exigen esa acción abiertamente comprometida. Ya pasó la hora de las palabras (no, ciertamente la hora de la Palabra), de las connivencias y de las esperas conciliatorias. (¿Será que alguna vez fue esa hora?). “Quien no está conmigo está contra mí; quien no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11, 23).

“No basta reflexionar, obtener mayor claridad y hablar. Es preciso actuar . Esta nuestra no ha dejado de ser la hora de la palabra, pero se ha transformado, con dramática urgencia, en la hora de la acción” (Medellín, introducción).

P. Casaldáliga
Al acecho del Reino
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