Otro Gobierno del Mundo es posible

Las cumbres que se han celebrado recientemente en la sede de Naciones Unidas en Nueva York y Pitsbourgh respectivamente, han puesto de manifiesto que el gobierno del mundo no puede seguir en poder del G-8, los ocho países más ricos del mundo.

A partir del 2012 va ser el G-20, es decir, un gobierno multinacional, en el que están presentes también países del Tercer Mundo como Brasil o la India (países emergentes). Esto va significar un giro notable en la distribución de la riqueza, que no va a beneficiar casi en exclusiva a los intereses del capital, como hasta ahora. Un poco tarde, pero, como dice el refrán, más vale tarde que nunca.

Desde que en el siglo XVIII la burguesía acaparó el dominio de la sociedad y se aferró al liberalismo económico, éste se sirvió del poder político para imponerse, aunque no diera la cara abiertamente. Comenzó a hablarse de poderes fácticos o de poder en la sombra, que se fue abriendo paso bajo el lema rimbonbante de "la liberación de la economía".

Los efectos del neoliberasmo salvaje están presentes en países enteros sumidos en una gran pobreza en el Tercer Mundo, pero sus efectos dañinos han alcanzado asimismo a sectorews importantes del Primer Mundo.

El mensaje que este sistema económico nos ha dado es falso, porque viola el principio fundamental de la economía, que es satisfacer las necesidades de todos los hombres, como sostiene la doctrina del concilio Vaticano II (GS 63). El crecimiento económico que el neoliberalismo pone en primer término y como fin en sí mismo, niega los más elementales derechos humanos.

Esto desde un planteamiento humanista cristiano es inaceptable, por lo que no se puede consentir que sea él quien arbitre la política en los pueblos. En este sentido el obispo Pedro Casaldáliga se consideraba políticamente subversivo.

El mismo Papa Juan Pablo II se manifestó también muy crítico en este sentido, como puede verse en algunas de sus encíclicas. Y también Benedicto XVI en su reciente viaje a la república Checa se ha referido a la ética que debe acompañar siempre al desarrollo económico, a la vez que el científico, al que la Iglesia se opuso en el pasado y sigue oponiéndose en el presente, haciendo oídos sordos al Vaticano II.
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