Teología de J. Ortega y Gasset.



Evolución del cristianismo

Capítulo II

Cultura laica judía

Judaísmo originario:
La historia como revelación de Dios


Laicidad del cristianismo primitivo



En el estudio del profesor Pikaza que vengo siguiendo en este tema, el judaísmo sinagogal que nace a la vez que el cristianismo del siglo I al III, se ha estructurado en comunidades autónomas que comparten, desde distintos lugares y formas de vida, una misma tradición y una fe básica. Pero la religión se expresa en la misma existencia laica del pueblo, no en una estructura especial de sacralidad.

Por lo que hay que concluir que el cristianismo primero muy pegado al judaísmo comenzó siendo también laico o secular, incluso en los primeros años de expansión eclesial: no tenía sacerdotes ni sacrificios cultuales. Jesús fue laico y sus primeros seguidores tenían una vinculación comunitaria de tipo espiritual, en línea laico-secular (Jn 4, 21; Rom 12, 1) sin templos ni ceremonias separados de la vida, hasta el punto de que los antiguos romanos los consideraban ateos por no tener culto oficial externo.

Sus signos (bautismo, eucaristía) se expresaban en el despligue normal de la vida, por lo que se consideraban seculares. La experiencia del evangelio no necesita templos, ni sacrificios para expiación de los pecados, ni funcionarios separados del pueblo. Jesús ofreció el don de Dios de manera secular a los pobres y excluidos del templo y de las instituciones del sistema. Su comunidad se funda en la Palabra que es para todos y rechaza a los escribas conocedores del Libro, que se consideran por eso superiores a los demás fieles.

"El signo de pertenencia mesiánica de los seguidores de Jesús es el pan compartido en su nombre, no de modo sagrado o elitista, sino en un gesto secularizado de comunicación económica y alimenticia, que se celebra en pleno campo entre todos los que acuden" (Mc 6, 30-44; 8, 1-8). El evangelio se esfuerza por situarnos en el centro de la vida, en la creación (Gn 1), fuera del templo y sus funciones especiales, de las purificaciones de la ley que fomentaban muchos judíos sacrales de aquel tiempo (v.g. el monasterio de Qumrán).

Jesús ha derribado con su vida y muerte el muro que separaba lo profano y lo sagrado, este mundo y el otro, para descubrir a Dios en la realidad profana donde se produce el encuentro con los excluidos del sistema sacro (Ef 2, 14-21).

Conocedor de todo esto, el modernista Loisy dijo: Jesús anunció el reino de Dios y en su lugar apareció la Iglesia. Es decir, la novedad del judío Jesús duró poco, porque la Iglesia posterior se sacralizó e interpretó su mensaje en un contexto dualista, separando nuevamente lo que él había unido en su experienccia secular del evangelio.

Desde entonces los cristianos hemos separado comida real y simbólica, convirtiendo el cuerpo-sangre de Cristo (eucaristía) en puro rito, alejado de la vida concreta de los pobres y excluidos por los que había entragado su vida.

Continuamente ha habido movimientos reformistas en la Iglesia a lo largo de los siglos que han intentado recuperar la unidad sagrado-profano del judaísmo puro alentado por Jesús. De los monjes a los mendicantes, de Lutero a los curas obreros y a la teología de la liberación no han faltado deseos de recuparar esta unidad esencial en el cristianismo.

Es posible que el proceso de separación se viera normal en el contexto griego de los siglos II-III d.C., pero hoy vemos claro que ha sido una equivocación, porque atenta contra el principio fundamental del cristianismo que es su encarnación en el mundo. Por tanto es preciso volver al evangelio donde el amor de Dios se expresa en el amor humano y la sacralidad en la realidad profana. Hay que recuperar la novedad evangélica en los sacramentos, fundamentalmente el bautismo y la eucaristía.

El bautismo celebra la experiencia secular primera de la vida. La persona no nace por pura función biológica, sino por la palabra y el amor de una comunidad humana que la recibe. Asimismo su bautismo no es un mero rito sacral, sino un gesto de inmersión en la realidad social de Cristo vivo en la comunidad. La eucaristía despliega también una experiencia secular: los hombres crean comunión por la Palabra y la comida que comparten y se abren al diálogo y al compromiso por la justicia social en el mundo.

Estos dos grandes signos cristianos han perdido en la Iglesia su valor secular. Ellos en sí mismos no niegan, sino que asumen y desarrollan los grandes momentos de la realidad humana. En su más honda raíz son profanos: consagran una experiencia integral que Jesús descubrió y ratificó, para ofrecer a los hombres una vida superior de hijos de Dios y compartir con ellos la vida y la esperanza.

Evidentemente, los ministros aptos de la celebración del bautismo y la eucaristía no son personas separadas (consagradas) del resto de los hombres, sino hombres y mujeres seculares que asumen la tarea de expresar la presencia de Dios actuante en la historia de hoy, que, no olvidemos, también es historia de salvación.

Los ritos más sagrados de la Iglesia son los más profanos, los más seculares: ambos se refieren a la existencia humana de un modo muy carnal en el nacer supra-biológico, el bautismo, y el comer supra-materialista, la eucaristía. Es cierto que seguimos siendo un cuerpo biológico, porque nacemos de un proceso genético; somos materia, comemos pan y vino, pero somos encarnación personal y social de la Palabra de Dios.

Como hemos dicho, el principal signo sagrado del judaísmo es la vida secular del pueblo, por tanto, el sacramento de Dios es el pueblo judío, nación santa y comunidad sacerdotal. El pueblo como tal es lo sagrado. De ahí que los grandes profetas, entre ellos Jesús, no fueran sacerdotes, sino laicos que abrieron un camino de presencia divina y comunión humana en su entorno social.

Las religiones bíblicas, en lugar de sacralizar el cosmos con oficios sagrados son instituciones sociales llamadas a difundir su experiencia de comunión, de cohesión social diríamos hoy. Las religiones místicas de Oriente no tienen un programa de transformación del mundo. Las monoteístas sí tienen una utopía y un proyecto social nuevo para el mundo, basado en la justicia y la libertad. No obstante, la unidad profano-sagrado ha desaparecido. Lo que Jesús unió ha vuelto a dividirse .

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