Virtudes públicas en J. Ortega y Gasset

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Virtudes públicas o laicas
en José Ortega y Gasset


Capítulo Tercero
La Política

(Cont., viene del día 7)

3. Estado supranacional europeo

Todos estos términos de Estado, Nación, Sociedad, Nacionalidad y la distinción o relación entre ellos, a que nos venimos refiriendo, y que hoy está presente en nuestros pueblos con motivo de los estatutos de las autonomías, Ortega la atribuye a que al toparse los europeos con los grandes conflictos públicos del tiempo presente, Occidente tenía una visión muy arcaica de nociones tales como Estado, sociedad, colectividad, individuo, usos, ley, justicia, revolución etc.

(No perdamos de vista que Ortega escribía sobre esto en los años veinte del pasado siglo). Pero los pueblos europeos son desde hace mucho más tiempo una Sociedad, una colectividad, en el mismo sentido que tienen estas palabras aplicadas a cada una de las naciones que componen Europa. Aunque todos estos fenómenos se dan en distinto grado en cada una de las naciones, según la evolución que haya tenido cada una. Esta sociedad europea tiene todos los atributos necesarios para ser tal: costumbres y usos europeos, derecho y poder público europeos etc. Existe una opinión pública europea y hasta una técnica para influir en ella.

Ortega tenía claro ya en su día que Europa iba a ser pronto un único Estado, el gran Estado que necesita para hacer frente a los grandes problemas que ella en su conjunto tiene. El habla de los Estados Unidos de Europa, porque considera improbable que una sociedad tan madura como la que forman los pueblos europeos no estuviera cerca de crear un Estado para formalizar el ejercicio del poder público europeo de hecho existente.

Y aclara que ha descubierto la unidad de Europa no mediante una fantasía propensa al idealismo, contra el que se ha rebelado siempre, sino que ha sido el realismo histórico quien le ha enseñado a ver que "la unidad de Europa como sociedad no es un ideal, sino un hecho de muy vieja cotidianeidad". Y visto esto, se impone necesariamente la probabilidad de un Estado general europeo.

La figura de este Estado supranacional será bien distinta al Estado nacional o al Estado-ciudad de tiempos antiguos. Pero se hará con el tiempo, porque niega que el poder público actuante en cada una de las naciones europeas consista exclusivamente en su poder público interior o nacional. Desde hace muchos siglos, y con conciencia clara desde hace cuatro, viven todos los pueblos de Europa sometidos a un mismo poder público.

La unidad de Europa, insiste, no es una fantasía, sino que es la realidad misma; la fantasía es creer que Francia, Alemania, Italia o España son realidades sustantivas e independientes. Este carácter unitario de la relidad europea llevó a Montesquieu a decir: L'Europe n'est qu'une nation composé de plusieurs" (Europa no es otra cosa que una nación compuesta de varias) (La rebelión de las masas. Prólogo para franceses IV, 118-121).

Si hoy hiciéramos balance de todo nuestro bagaje mental y cultural, observaríamos que en gran parte no le viene al frencés de Francia ni al español de España, sino del fondo común europeo. Los europeos no saben vivir si no van unidos en una empresa común. Cada nación se ha vuelto provincia, pero en la nación de naciones en que se ha convertido Europa, no puede ni debe desaparecer la pluralidad actual.

Mientras que el Estado antiguo excluía las diferencias, la idea nacional más dinámica exige la permanencia activa de la pluralidad, que ha caracterizado a la vida de Occidente. El nacionalismo de fronteras en que los conservadores se atrincheran es un callejón sin salida y va en dirección opuesta al verdadero principio nacionalizador (¿Quien manda en el mundo? IV, 271-273).

Pero el carácter nacional no es un don innato, sino que se va haciendo y rehaciendo en la historia. De la misma manera la nación no nace, sino que se hace. "Es una empresa que sale bien o mal, que se inicia tras un período de ensayos, que se desarrolla, que se corrige...y tiene que volver a empezar o al menos reanudar".

El cosmopolitivismo de Fergusson, de Herder o de Goethe, constata Ortega en La rebelión de las masas, es lo contrario del actual internacionalismo. No se nutre de la exclusión de las diferencias, sino del entusiasmo hacia ellas. Busca la pluralidad de formas vitales con vistas a su integración. Su lema furon estas palabras de Goethe: "Solo todos los hombres viven lo humano".

Europa debe escuchar, pues, el eco de estos hombres clarividentes, que, con un cierto halo profético, han ido atisbando su destino con anticipación. Es cierto que siempre será el político quien gobierne, pero conviene al destino de la humanidad que los políticos oigan lo que estos profetas laicos insinúan. Las mejores épocas de la historia han nacido de la colaboración entre estos dos tipos de hombres (La rebelión de las masas. Epílogo para ingleses IV, 282-285 y 291).

Ver: Francisco G-Margallo: Teología de J. Ortega y Gasset. Evolución del cristianismo, Madrid 2012
También Virtudes públicas en Ortega.
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