Agar, santa musulmana

1. Judaísmo
La historia de Agar y de su hijo Ismael forma una pequeña unidad dentro del contexto general de los orígenes de Israel. Es, sin duda, una historia etiológica (que quiere explicar los comienzos de un pueblo) y está escrita desde la perspectiva israelita (para exaltar la memoria de Sará y de Isaac, la otra mujer y el otro hijo de Abraham; pero está narrada con gran simpatía hacia Agar y nos permite entender desde otra perspectiva el trasfondo de la misma Biblia.
1. Agar, mujer utilizada, madre creyente (Gen 16, 1-16).
El texto empieza diciendo que Agar es una esclava “egipcia” (es decir, impura) de Sara (la mujer “pura” de Abraham), que parece incapaz de darle hijos. Pues bien, la misma Sara utiliza a Agar como “madre nodriza”, entregándola en manos de Abraham su marido, para tener por medio de ella “hijos legales”. Tanto Agar como sus hijos seguirán siendo esclavos de Sara (no de Abraham). Eso significa que Sará quiere tener su propia descendencia, a través de su esclava sometida (cf. 16, 2).
Pero Agar es esclava, pero no es una mujer sumisa, sino que mantiene y desarrolla su propia independencia, especialmente cuando se descubre embarazada. Ella aparece así como “superior” frente a Sara, que quiere someterla y humillarla, como puro objeto a su servicio (cf. 16, 6). Pero Agar no se deja humillar, sino que huye al desierto, al lugar donde vivirá su descendencia, para encontrarse allí con el Dios que le mira, no para humillarse como Sará (ni para utilizarla como parece que ha hecho el mismo Abraham), sino para ponerla al servicio de su misma bendición divina (¡multiplicaré tu descendencia!: Gen 16, 6).
Estamos ante uno de los casos más significativos de “descendencia matrilineal” de un conjunto de tribus, de un pueblo numeroso de “hijos de Ismael” que se llamarán y serán, en verdad, “hijos de Agar”. Será ella, y no Abraham, la verdadera madre de Ismael, de manera que le pondrá su nombre (Ismael, Dios escucha) y le hará heredero de su experiencia, en el santuario de Beer-lajai-roí del Pozo de Aquel que me ve (del Viviente que me ve). Ella ha visto a Dios, ella le ha escuchado, ella la fundadora de un culto verdadero, en la línea de Abraham, del culto de un pueblo que adora al Dios verdadero en el Pozo de la Visión.
Dios le pregunta “por qué viene” y ella le responde que huye de la faz de su señora. Es una esclava fugitiva, sin derechos. Podría ser condenada a muerte. Pero Dios no le reprocha nada, no le acusa de haber abandonado a su señora, sino todo lo contrario. Le dice que vuelva, pero que no se preocupa. Que vuelva y se someta (16, 9); pero que no tenga miedo. Ella, la esclava, será madre de un pueblo numeroso, protegido por el mismo Dios. Sará, su señora, podrá afligirla. Pero Dios ha escuchado su aflicción, el mismo Dios de Israel (Yahvé: cf. 16, 11), de manera que él (¡Dios!) vendrá a presentarse como “padre” (protector, guía) del hijo de Agar (¡Ismael!: Dios ha escuchado) y de todos sus descendientes.
De esa manera, los hijos de Agar estarán bajo la protección “del Dios que ha escuchado” el lamento de una esclava utilizada y oprimida. Ella, la esclava, viene a presentarse así como el signo mayor de Dios, del Dios que escucha y protege a los afligidos. Con esta certeza, como mujer de fe, ella vuelve y realiza lo más difícil: se somete de nuevo bajo el poder de Sara, sometiéndose en realidad bajo el poder de Dios, como dirá con todo rigor la tradición musulmana.
2. Agar, una mujer expulsada (Gen 21, 8-20).
Agar volvió y dio a luz a su hijo Ismael. Más tarde, también Sara concibió y dio a luz un hijo, a quien llamó Isaac, que significa, de algún modo “risa o juego”. Pues bien, tras la fiesta del destete, cuando Isaac podía ya valerse por sí mismo, Sara vio que Ismael, el hijo de su esclava, se reía o jugaba con su hijo y no pudo soportarlo y exigió que Abraham los expulsara, precisamente allí, en el borde del desierto de Berseba, al sur de Palestina. Abraham, padre de los dos niños, no pudo evitarlo.
Ésta es una de las historias más enigmáticas de la Biblia Israelita, una historia cuyos ecos resuenan todavía en aquella tierra. Por razón de una mujer (Sara), Abraham tiene que ver cómo sus hijos se separan (¡y siguen separados de algún modo hasta el día de hoy!). Sara no quiere que los dos hijos (que ahora están jugando) puedan heredar juntos la tierra; quiere que la tierra sea sólo para Isaac. Pero Dios mira más alto y mira las cosas desde una perspectiva más profunda, descubriendo que es mejor que (¿por ahora?) los caminos sigan separados, pues de esa manera podrá haber dos pueblos que llevan el nombre de Abraham, siendo ambos numerosos (cf. 16, 12-13).
De esa manera, por exigencia de Sara, Abraham tiene que expulsar a la “otra” mujer y a su hijo, con un poco de pan y un odre de agua, en el desierto. El texto supone que Abraham puso a su propio hijo Ismael bajo el cuidado de su madre, destacando así de nuevo el carácter “matrilineal” de las tribus que descienden de Agar y de Ismael (cf. Gen 25, 12-18; 1 Cron 1, 28-31). Agar aparece así como “mujer expulsada” y sola, que tiene que valerse por sí misma, cuidando de su vida y de la vida de su hijo, conforma a la palabra de Dios en la que ha creído.
Pero la fe es dura en esas circunstancias y, acabada el agua del odre, ella deja a su hijo a la sombra un arbusto, incapaz de verle morir, sin más poder ni palabra que el llanto (cf. Gen 21, 16). Ella es el signo de millones de mujeres abandonadas, expulsadas, que apenas tienen fuerzas para cuidar a sus hijos y, sin embargo, lo hacen, Significativamente, el texto dice que la que llora en alta voz es ella, pero añade que “Dios ha escuchado la voz del muchacho”, el llanto del niño unido al de la madre (Gen 21, 16-17). La misma voz de Dios abre sus ojos y le permite ver un pozo de agua, de manera que ambos beben el agua de la bendición de Dios y pueden vivir y mantenerse en el desierto.
El texto no dice cómo, pero supone que la madre cuidó al niño hasta que se hizo grande, de manera que pudo engendrar un conjunto de clanes y tribus que mantuvieron la memoria del Dios de Abraham o, mejor dicho, del Dios de Agar en los bordes del desierto. Más aún, el mismo relato bíblico supone que Agar mantuvo la memoria de Abraham, de manera que su hijo Ismael se mantuvo al lado de su padre en los últimos momentos, viniendo a sepultarle, con Isaac, su hermano, en la cueva de Macuela, junto a Hebrón. (Gen 25, 9).
2. Cristianismo
La historia de Agar ha recibido en el cristianismo dos interpretaciones, que parecen opuestas (y lo son, en un plano), pero que en otro pueden completarse.
La interpretación de Pablo se conserva en un “midrash” de origen judío, donde las dos figuras (Agar y Sara) se interpretan alegóricamente. «Estas mujeres son dos pactos: Agar es el pacto del monte Sinaí que engendró hijos para la esclavitud. Porque Agar representa al Sinaí, montaña que está en Arabia y corresponde a la Jerusalén actual, la cual es esclava juntamente con sus hijos. Pero la Jerusalén de arriba, la cual es nuestra madre, es libre» (Gal 4, 24-25). El judaísmo que sigue sometido a la ley es un judaísmo de esclavitud, vinculado a las obras de este mundo, sin fe profunda, un judaísmo que, al final, queda fuera de la alianza de Abraham.
Esa interpretación de Pablo tiene sus valores (si se toma como pura alegoría, para destacar la importancia de la fe), pero ella resulta limitada y corre el riesgo de pasar por alto “la fe de la esclava”, que es Agar. En esa línea, retomando la inspiración más honda de Jesús (¡amigo de esclavos, despreciados y expulsados!), podemos y debemos retomar cristianamente la figura de Agar, como está haciendo la teología feminista de la actualidad (cf. D. L. Hayes, Hagar's Daughters: Womanist Ways of Being in the World, Paulist, New York 1995).
En la línea de lo que hemos dicho en nuestro comentario anterior, Hagar aparece en el Génesis como verdadera creyente; como una mujer oprimida que, desde su misma opresión, es capaz de mantenerse a la escucha de la Palabra de Dios, al servicio de la Vida. Ciertamente, Agar pertenece a la historia de la Biblia Hebrea; pero ella desborda los límites de Israelí puede presentarse como símbolo de mujer cristiana, por lo menos, tanto como Sara. De esa manera podemos y debemos completar (¿invertir?) la alegoría de Pablo en Gal 4, 24-25, reescribiendo la historia de Sara, desde la perspectiva de las mujeres de la primitiva historia cristiana (→ Magdalena, María la Madre de Jesús).