Apasionadamente con nosotros Amor que vive fuera de sí, una pasión

Pasión de Dios somos, pasión enamorada

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Te he hablado del amor como deseo, y me has dicho que tus amigos budistas no estarían de acuerdo con mi propuesta... Para ellos el deseo es siempre negativo, causa de, de forma que, para vencer el dolor debes superarlo. Sabes que admiro al budismo pero, en este aspecto, me parece insuficiente. Pero deja déjame que avance. En el fondo del deseo que se expresa en la relación del hombre con el mundo y en su apertura hacia los otros, se desvelan diversas realidades: El gozo del encuentro integral, que no es sólo del cuerpo, sino del ser entero (es decir, de la persona), la emoción de la cercanía, el anhelo de la presencia, el ensueño de la ausencia… En ese contexto quiero decir una palabra sobre la pasión... Sobre la pasiòn del hombre, que quizá es ver a Dios... y sobre la pasión de Dios que es darse en amor a los hombre[1].

Amor activo, amor pasivo.

El hombre es activo, pero también pasivo; así puede desear de una manera creadora, para hacer, para cambiar y relacionarse con los otros. Pero, al mismo tiempo, el hombre es un ser también pasivo: Se encuentra no sólo en manos de otros, que pueden influir en él, sino también en manos de sus propios poderes y mis miedos, como dice San Pablo:

  Porque no hago el bien que quiero; sino al contrario, el mal que no quiero, eso practico. Y si hago aquello que yo no quiero, no soy yo quien lo realizo, sino el pecado que mora en mí. Por lo tanto, hallo esta ley: Aunque quiero hacer el bien, hago el mal que está presente en mí. Porque según el hombre interior, me complazco en la ley de Dios; pero veo en mis miembros una ley diferente que combate contra la ley de mi mente y me encadena con la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Doy gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor! Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado (Rom 7, 19-25).

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 Pablo supone que el hombre está dividido entre tensiones y pasiones, y añade que ha encontrado (espera encontrar) el equilibrio por la gracia de Dios, en Jesucristo. De esa forma, desea (apetece) y padece (recibe), no sólo aquello que quisiera, sino también aquello que no quiere, y así sufre. Ya Aristóteles sabía que la acción y la pasión son aspectos o categorías primordiales de la realidad.

Santo Tomás (1225-1274) construyó un espléndido tratado de pasiones, suponiendo que ellas provienen del impulso de la naturaleza y se definen como respuesta del «apetito sensitivo» que sufre la atracción del bien y la repulsa de lo malo. A su juicio, las pasiones son un signo del poder del cuerpo que, de un modo casi autónomo, rompiendo la frontera racional, nos lleva a lo bueno (plano concupiscible) o nos retrae de lo malo (plano irascible). A través de la pasión, como seres del mundo, nos hallamos sometidos al impulso de unas fuerzas de atracción y repulsión que rigen el proceso de la vida. Esa visión de Santo Tomás ofrece análisis muy ricos, pero ofrece rasgos que deben superarse:

‒  Acción-pasión no son accidentes, sino que forman parte de la «esencia» de la vida humana. El hombre no es un ente quieto, un ser inmóvil al que luego se le añade el movimiento (acciones y pasiones), como accidentes, sino que es radicalmente fluencia (despliegue de vida), de tal forma que la acción y la pasión le pertenecen desde dentro y constituyen un aspecto de su esencia.

‒  Santo Tomas situaba las pasiones en un plano sensitivo, y así corría el riesgo de dividir al hombre en dos planos: en el plano superior, o del espíritu, sería dueño de sí mismo, como sujeto racional; en el plano inferior, de los sentidos, estaría sujeto a las pasiones, que provienen de su cuerpo. Según eso, los seres “superiores” (Dios, ángeles, las almas) de tipo espiritual carecerían de pasiones. En contra de eso, pienso acción y pasión pertenecen a todo el ser humano.

 Acción y pasión son consecuencias o, mejor dicho, momentos necesarios del proceso de la vida, que nosotros asumimos y recorremos sin identificarnos totalmente con ella. Por eso, en la medida en que la hacemos y guiamos somos sus agentes (e incluso sus actores). Pero allí donde la fuerza de la vida nos desborda, empezamos a ser, gracias a Dios, pacientes. Por eso, ser paciente no es algo negativo, sino positivo, en el sentido fuerte del término. La pasión está vinculada a la limitación del hombre, pero también a su receptividad, a su forma de ser en el mundo, y ha de relacionarse con los otros, en tres planos:

  1. Hay una pasión natural, que proviene de la misma naturaleza del mundo que se expresa en nuestra vida. Es evidente que no somos sus esclavos, pero tampoco podemos liberarnos de ella. La pasión del mundo estalla, y se expresa en nuestra vida, pues nosotros, emergiendo de este cosmos, nos hallamos inmersos en su fuerza.
  2. Hay una pasión relacionada a mi encuentro con los otros. En un plano soy activo, pues influyo en su existencia. Pero, al mismo tiempo, soy radicalmente pasivo: Estoy en manos de los otros, no sólo de los padres que me dieron vida, sino de muchos hombres y mujeres que me influyen, que me hacen, que despiertan en mi entraña fuerzas nuevas que no había barruntado. Las relaciones humanas abren un espacio pasional intenso.
  3. Puede haber una pasión religiosa, vinculada al deseo de Dios (o a la experiencia de Dios). Hay en nuestra un excedente, un plus de realidad a que nos lleva a buscar y sentir algo distinto de aquello que somos y buscamos. En manos de un poder más alto estamos, de manera que sólo desde fuera de nosotros podemos definirnos.

Según eso, el amor es acción: Algo que busco, proyecto y planeo; algo que emerge de la entraña de mi propia vida creadora. Pero, al mismo tiempo, el amor es experiencia y lugar donde se expresa un tipo de pasión originaria. El amor viene de atrás, como un río de vida que nos lleva. Por eso te sientes incapaz de reprimirlo, represarlo, dominarlo. Surge y brota desde el fondo de tu vida. Pero, al mismo tiempo, el amor se remansa y expresa en tu relación con los otros: Así lo descubres como presencia del amigo o recuerdo de la amada, como llama que os envuelve. No es tu voluntad la que forja la pasión; no eres tú quien la dispones y ordenas con tu mente. Ella te llega a través de otras personas que te influyen. De esa forma penetra en el fondo de ti misma y desde allí, desde la fuente de los ríos de tu vida, abre el caudal de tu existencia.

Pon una  pasión en tu vida... Dios ha puesto en su vida la pasión de los hombres...

En esta línea, de manera general, llamo pasión al interés originario de tu vida, un poder anterior a tu razón que, obligándote a salir de tus pequeñas “nichos”, te arrastra más allá de tus limites, haciéndote ver que formas parte de un todo que es mucho más grande que tú misma. El lugar de la pasión es aquel donde, siendo tú misma, te descubres más abierta a todo lo que existe, allí donde tu vida se vincula a los poderes naturales de la vida cósmica y “divina”. Santo Tomás decía que la pasión afecta a la vertiente sensitiva, allí donde el hombre es más “materia”. Pues bien, superando ese esquema, podemos añadir que, propiamente hablando, la pasión emerge y se desvela como humana allí donde superamos un nivel de materia (sin negarlo) y empezamos a buscar y sentir a Dios.

La pasión brota allí donde la vida nos sorprende y no la podemos encerrar en razones.  Ciertamente, somos libres, podemos encauzar los impulsos de la pasión, dirigirlos de algún modo, pero nunca controlarlos. Están allí nos recuerdan que no somos dueños de nosotros mismos. ¿Qué hacer? ¡Asumirla, asumirnos como pasión!  Por eso es necesario que aceptemos el reto de la vida y que busquemos su equilibrio en un proceso de apertura personal que es arriesgado, pero hermoso, superando dos riesgos.

  1. Claudicar ante la pasión cósmica, haciéndonos esclavos de su fuerza y retornando de esa forma al nivel de lo infrahumano.
  2. 2. Querer hacernos ángeles, lo cual es igualmente destructivo, pues nos lleva a negar lo que somos.

 Debes aceptar la pasión, pero sin quedarte meramente en ella, pues sabes que tu vida tiene otros plano y momentos que son también fundamentales. Yo me atrevería a dar un paso más y decirte que debes convertir la apertura pasional en principio y fuerza de un camino que lleva al encuentro con los otros, en dimensión de gracia. Si no hubiera pasión en tu existencia llegarías a perderte, olvidarías la grandeza del amor, acabarías ignorando a los demás, ahogada en tu verdad particular, separada de los otros. Por eso, tienes el deseo de afirmar: ¡Bendita la pasión que te permite vivir en inquietud de amor sobre la tierra! 

Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, / lento juego de luces, campana solitaria,crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca. / Caracola terrestre, en ti la tierra canta.En ti los ríos cantan y mi alma en ellos huye / como tú lo desees y hacia donde tú quieras…      (P.. Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Barcelona 1980, 15).

 Aquí hay pasión, monte y mar, luces y tierra que emergen como en un mar de vida. Hay recuerdos de campanas, camino de esperanza, cielo y agua. Desde ese fondo es importante que vincules la pasión y el sexo.  Recuerda los dos riesgos, que tú misma me decías:

El sexo sin pasión (y sin amor) se seca, perdiendo lo más hondo y bello de su vida. Los famosos amantes antiguos (siglos XII-XVII) buscaban por la amada el infinito, incluso el Don Juan de Tirso de Molina que perseguía en el sexo una pasión más alta. Pues bien, en nuestro tiempo, crece un nuevo tipo de sexo sin pasión y sin encuentro humano, un temblor de superficie, como una gimnasia corporal. Frente a una sociedad antigua, posiblemente represiva, se ha ganado en libertad, pero corremos el riesgo de perder no sólo la pasión de la vida, sino la capacidad de comunión con el otro

La pasión sin sexo nos separa del realismo de la vida, como en el amor cortés de ciertos poetas y caballeros provenzales del Medioevo, que cantaban a la dama idealizada, convertía en expresión de un absoluto. Ese amor excluía, al menos en principio, el contacto de los cuerpos, y se centraba en el eterno femenino de la dama. Era un amor “platónico”, una búsqueda del eterno femenino, una pasión de alma sin cuerpo ni encuentro personal de los amantes, una pasión que al fin se diluía en su propio fuego sin llama.

Aunque parezcan contrarias, esas dos actitudes (sexo sin pasión, pasión sin sexo) se complemente y, de algún modo, se exigen. Entre el sexo sin amor-pasión y el amor-pasión sin sexo existe una profunda conexión, un mismo desprecio por el cuerpo, reflejado, si quieres, de un modo especial por la mujer, como tú me decías. En un caso está la mujer sólo cuerpo, a la que se quiere sólo por satisfacción externa, sin dialogar con ella. En otro, la mujer es sólo alma, eterno femenino, la «dama-virgen» de belleza pura, más allá de la realidad concreta de hombres y mujeres que dialogan en un plano de alma y cuerpo, es decir, de persona.

Amor y pasión, realidades inseparables.

Entre la mujer-prostituta y el eterno-femenino hay una relación que ha marcado en parte la historia de occidente. Son muchos los hombres de tradición religiosa (falsamente cristiana), que siguen manteniendo un esquema de ese tipo, sintiéndose atraídos, al mismo tiempo, por la prostituta utilizada y la virgen soñada, cada una en su nivel. Pues bien, en contra de eso, pienso que se deben vincular ambos aspectos, tanto en perspectiva de varón como de mujer. Por eso, normalmente, sexo y pasión han de integrarse en un mismo amor, que vale igual para varones y mujeres y se expresa en el encuentro interhumano, lugar privilegiado (no único) donde el amor se hace realidad, donde se crea vida.

Desde ese fondo quiero añadir que el encuentro sexual es más que sexo, entendido en el sentido restrictivo; es el lugar donde se encienden y despliegan los deseos, pudiendo ser y siendo, al mismo tiempo, un espacio privilegiado de contacto personal: momento y lugar donde se alumbra la vida y dos vivientes, en general un hombre y una mujer, se comunican lo más hondo, su propia persona. Enigmáticamente, el hombre ha logrado alcanzar un nivel de la libertad y de razón, sobre el puro instinto. Pero, al mismo tiempo, desde su misma racionalidad, se descubre como ser apasionado. No ha dejado el mundo (evolución vital) para ser pura razón, sino para abrirse de manera apasionada hacia el sentido y tarea de su vida. Desde este fondo puedo concluir mi tema, condensando lo dicho en unos puntos:

  1. Origen. La pasión humana no es un simple resultado del proceso cósmico. No es posible que el conjunto de acción y reacción de los poderes instintivos de la vida haya suscitado, desde dentro, un estallido de pasión ilimitada como el nuestro. Pero tampoco puede ser invento o creación del hombre, pues ella (la pasión) le precede y, de alguna forma, le trasciende, siendo fundamento de su vida, haciéndole capaz de ser humano. Eso nos lleva a sospechar que en el fondo de nuestra pasión se está expresando un Ser más alto, apasionado, a quien algunos se atrevan (nos atrevemos) a llamar Dios.
  2. Sentido cristiano. En línea bíblica, la raíz de la pasión es Dios. Ciertamente, Dios es infinito y nunca podremos conocerle, pero, con palabras la Biblia, evocadas por A. Heschel (Los profetas I-III, Buenos Aires 1979), debemos afirmar que Dios mismo es pasión de amor. Así sale de sí mismo y crea vida en gesto impresionante de confianza y libertad, de riesgo y de esperanza; por eso se apasiona con los hombres, como podemos descubrir en Jesucristo. Apasionado fue su anuncio de reino, su amor hacia los hombres, su confianza hasta la muerte. Cualquiera que analice su conducta con medidas de lógica y razón analítica fracasa, pues en el fondo de ella aparece una gran pasión, relacionada con su amor al Padre, con su entrega por los hombres, a través de eso que llamamos la «pasión del Cristo», su muerte en cruz por los hombres.
  3. Sólo desde el Dios-pasión y desde el Cristo apasionado se entiende la apertura pasional del cristiano. En ese contexto podemos evocar el fuego de pasión de Teresa de Ávila, la llagas quemantes de Francisco de Asís y el cantar de tantos otros. El místico no niega los bienes del mundo, ni pretende deslizarse hacia horizontes ideales. Su pasión es, al contrario, una venida hacia la carne: Quiere compartir la herencia del camino de Jesús, su amor crucificado, en medio de una tierra duramente despiadada y dividida.

En ese contexto se entiende mejor la pasión de amor de los enamorados, que inventan el amor y que lo sufren, como testigos y protagonistas, agentes y actores de la inmensa pasión creadora de la Vida, cuya fuerza iremos evocando en la segunda parte de ese libro, que trata del Dios que es amor (siendo pasión creadora y salvadora).

[1] F. Alberoni,Lecciones de amor, Gedisa, Barcelona 2008; E. Amezúa, La erótica española en sus comienzos, Barcelona 1974, 73-92; L. Bonilla, El amor y su alcance histórico, Madrid 1964, 97-138; J. Cruz Cruz,  El éxtasis de la intimidad: ontología del amor humano en Tomás de Aquino, Rialp, Madrid 1999;M. C. D'Arcy, La double nuture de 1'umour, Paris 1948, 23-49; P. Eudokimov, Sacramento de amor, Barcelona 1966, 13-86; N. Luhmann, El amor como pasión: la codificación de la intimidad, Península, Barcelona 2008; J. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Madrid 1980; Stendahl, Sobre el amor, Madrid 1968; D. de Rougemont, El amor y occidente, Barcelona 1995; R. J. Sternberg,  El triángulo del amor: intimidad, pasión y compromiso, Paidós, Barcelona 1989. 

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