Año paulino. Corinto, una iglesia con problemas (Carlos)


La correspondencia con Corinto
Uno de los hechos más importantes de la larga residencia de Pablo en Éfeso fue su nutrida correspondencia con Corinto, de la que nos quedan dos grandes Epístolas, de las más importantes en el itinerario del pensamiento paulino.
A través de una lectura atenta de ambas “cartas” deducimos que fueron cuatro las que Pablo envió desde Efeso a la comunidad cristiana de la capital de Acaya. Los acontecimientos se desenvuelven así:
Año 55, al final: Pablo escribe una carta, hoy perdida (1 Cor5, 9), y anterior unos meses a la que hoy llamamos “primera a los Corintios”. Recibe malas noticias y envía allá a Timoteo (1 Cor1, 11; 4, 17; 16, 10).
Año 56: Poco antes de Pentecostés empieza a escribir la segunda “carta”, que es nuestra “Primera a los Corintios”.Durante la redacción viene una comisión de Corinto, que no trae buenas noticias (16, 15-17) y quizá es portadora de una carta de los Corintios pidiendo normas concretas sobre diversos asuntos.
Año 56, verano-otoño: vuelve Timoteo desalentado, trayendo malas noticias del resultado de la “Primera a los Corintios”. Pablo se traslada a Corintio en una visita brevísima (2 Cor 12, 14; 13, 1-2),
Año 56, final: Pablo retarda por misericordia su vuelta a Corinto para castigar a los culpables (2 Cor 1, 15). Les escribe una carta severísima escrita “con muchas lágrimas” (2 Cor 2, 4; 7, 8), no conservada, tercera en orden cronológico.
Año 57, mayo: el suceso de los plateros obliga a Pablo a abandonar Efeso; en Troas no encuentra a Tito, al que se le une en Macedonia y recibe bastantes buenas noticias (2 Cor7, 5-7).
Por tanto, las dos “Cartas a los Corintios” corresponden realmente a la segunda y a la cuarta de las que de hecho dirigió Pablo a aquella comunidad.
LA PRIMERA CARTA A LOS Corintios
Lo único que constituye la unidad de la “Carta” es la situación de la comunidad de Corinto: la variedad de tono se explica por la diversidad de problemas tratados, por los momentos sucesivos de la composición y probablemente por las noticias recibidas en el curso de la redacción.
La “ Carta “ está claramente dividida en dos grandes partes:
1.ª Caps. 1-6: Divisiones y escándalos.
2.ª Caps. 7-15: solución de problemas.
Pablo empieza irrumpiendo valientemente contra un peligroso conato de convertirse en “sectas” que amenazaba a la unidad compacta de la comunidad corintia.
A este efecto, hace alusión a cuatro partidos incipientes:
1.º el del propio Pablo, fundador de la comunidad de Corintio;
2.º el de Apolo, el elocuente predicador alejandrino, remitido desde Efeso;
3.º el de Cefas (o Pedro), que, sin haber visitado a Corinto, era, no obstante considerado ya como la primera figura de las comunidades cristianas en general;
4.º el de Cristo, formado indudablemente por algunos cristianos de origen palestinense, que habían conocido personalmente a Jesús y que, fundados en esta veteranía, se consideraban superiores y separados del resto de la comunidad corintia y toma pie de aquí para exponer el único módulo de la sabiduría cristiana, toda ella concentrada en “la necedad de la cruz”, frente a las orgullosas pretensiones de la sabiduría helénica y el complejo de superioridad mostrado por los judíos.
Sin embargo, Pablo, al oponerse a esta sabiduría griega, no se muestra anti intelectualista, ni mucho menos. Al contrario, deja entrever que él, como pregonero del Evangelio, lleva el secreto de la sabiduría, de una “sabiduría para los maduros” (2, 6). El contenido de esta sabiduría es nada menos que el plan de Dios sobre la Historia, plan que no ha sido revelado a los que en este mundo dirigen –más bien caprichosamente- los destinos de la humanidad (2, 6). Se trata, pues, de una cosa tremendamente seria. Por eso a Pablo aquel inicio de fraccionamiento de la comunidad cristiana le parece un juego de niños, que no son conscientes de la gran tarea que, como cristianos, les incumbe frente al futuro acontecer de la Historia (3, 1-3).
Los cristianos no pueden jugar a las sectas: tienen que unirse en un apretado haz para llevar adelante una ingente tarea de construcción. Más adelante expondrá su idea de “convivencia democrática”, que haga posible incluso la permanencia de integristas y progresistas dentro de la misma institución, que para ello tiene que adquirir una enorme
flexibilidad.
Desde el momento inicial de la primera predicación evangélica hasta el “Día de la consumación”, los cristianos no podrán perder puntada. Aquí vuelve a insistir en su idea prmigenia –expuesta a los de Tesalonica- de que la consumación final no es algo que vendrá porque sí, bajo del cielo, en absoluta discontinuidad con este esfuerzo que realiza el hombre en los limites de su vida humana.
Para desarrollar esta idea pablo mezcla dos metáforas: “construcción y “siembra”:
“Yo planté Apolo regó, pero ha sido Dios el que ha hecho crecer: y así, lo que cuenta no es el que planta ni el que riega, sino el que hace crecer. Dios.
El que planta y el que riega es lo mismo; eso sí, cada uno recibirá su salario a la medida de su trabajo. Porque somos compañeros de trabajo al sevicio de Dios. Vosotros sois la granja de Dios, la construcción de Dios” (3, 6-9).
No obstante, no crean los corintios que este esfuerzo evangelizador, que tiene mucho que ver con esta realidad mundana evolutiva, basta que se realice con buena voluntad, suficiente para obtener un salario por el esfuerzo realizado. Ni mucho menos. Hace falta “construir” seria y objetivamente. La labor cristiana en el seno de la Historia tiene que producir una realidad final “escatológica”, que sea algo estable.
Se trata de la segunda edición de la humanidad. En el último capítulo de su “carta”, Pablo describirá todo esto con pelos y señales, refiriéndose a la resurrección final, a la “parusía” de Cristo y ala inauguración del reino de Dios.
De todo este trabajo, realizado en el seno de la Historia, Habrá un examen final, o sea cuando la Historia se convierta en reino de Dios. Este examen final es llamado por Pablo el “Día del Señor”. En este examen final se atenderá primariamente a la consistencia objetiva de la obra realizada. Será dice Pablo como el fuego, que, al sobrevenir inesperadamente a algún edificio, pone de manifiesto su solidez:
“ Con la gracia que Dios me ha dado, yo, sabio arquitecto, he echado el cimiento: y otro es el que construye encima. Pero ¡atención a cómo cada cual construye por encima! Cimiento, nadie puede ya poner otro que el puesto: Jesucristo. Y si sobre este cimiento se construye a base de oro, plata, piedras preciosas, madera, heno o caña, la obra de cada uno quedará al descubierto; pues el día del juicio la pondrá en evidencia, porque se manifestará en forma de fuego, y el fuego mismo verificará la calidad de la obra de cada uno. Si la obra construida por uno subsiste, éste recibirá el salario; si la obra de alguno se quema, se quedará sin ella; él, sí se salvará, pero como entre llamas (3, 10-15)
He aquí un cuadro claro. Todo creyente comienza a levantar su edificio sobre Jesucristo, el fundamento, cuando lo recibe como Señor y Salvador. Los materiales para su edificio toman forma de sus actividades, de sus actitudes, preferencias, prioridades, madurez, carnalidad, carácter cristiano o falta del mismo, cosas que hace que afectan a Dios y a él mismo, doctrina, uso de sus finanzas, mayordomía de sus bienes y de su tiempo, palabras, hábitos, motivaciones, calidad de su servicio a sus semejantes etcétera.
La lista parece interminable. Todos los días escogemos materiales y añadimos a la estructura. Pero llegará para nosotros el momento de la inspección. El examen de lo que hemos edificado será tan severo que el apóstol lo compara como con fuego.
Toda construcción inútil, descuidada, desemejante a Cristo, egoísta y carnal será rápidamente consumida. Algunos creyentes hacen uso tal de sus vidas, que cuando sus obras sean probadas, nada quedará. Sus obras serán sin recompensa. Será como si nunca hubiesen edificado sobre su salvación. Otros experimentaran pérdida pero hallarán que el fuego es impotente para consumir lo que permanece de auténticas obras. Esos serán recompensados. ¡Y qué mejor recompensa que saber que edificamos sabiamente sobre el fundamento que nuestro bendito Señor proveyó para nosotros a costa de su propia vida!
A decir verdad, toda porción de las Sagradas Escrituras que explica cómo desea Dios que viva el creyente, formará parte de la evidencia cuando comparezcamos ante el tribunal de Cristo. Así lo indican pasajes tales como Colosenses3, Romanos 14y 1 Corintios 4:1-5. Y es probable que nos preguntemos: ¿Y esto, dónde me coloca a mí? ¿qué debiera hacer yo?.
En primer lugar, no debe sorprendernos que una tan costosa salvación confiada en manos del hombre exija hacer cuentas. Leamos las parábolas del Señor y pensemos en ellas.¿cuántas de ellas se refieren a siervos a quienes se les encomendaron responsabilidades, y eventualmente se presentaron al Señor para rendir cuentas? Debemos plantearnos la siguiente pregunta: Esta reseña escritural del tribunal de Cristo, ¿ nos hace más conscientes de nuestra responsabilidad por haber recibido una salvación tan grande?
En segundo lugar, se infiere claramente de las Sagradas Escrituras, que el creyente que tiene clara conciencia del futuro tribunal de Cristo, puede efectuar cambios en las prioridades de su vida, que harán que el “examen” le sea más favorable. Por ejemplo, consideremos cuidadosamente el mensaje en Corintios 11: 31, 32: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; más siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo”.
Podemos examinar nuestras vidas en preparación para el futuro juicio. Podemos cambiar actitudes, revisar motivaciones, y dirigir nuestras energías hacia las cosas que importan mucho a los ojos de Dios. Y sobre todas las cosas, podemos permanecer abiertos al Espíritu Santo, que nos guiara a una vida de servicio fructífera y espiritual.
En una palabra no basta la “buena intención”. Es necesaria la eficacia objetiva: Si al final de la Historia todos los “constructores” hubieran sido únicamente hombres de buena fe, pero objetivamente equivocados, la Historia nunca se convertiría en reino de Dios. El hecho de que el “constructor” de caña o de heno se le “salve” personalmente, teniendo en cuente su “buena fe”, no quiere decir que él haya contribuido a la madurez parusíaca del acontecer evolutivo de la humanidad en el mundo.
Desgraciadamente, una cierta “moral” cristiana, de ámbito casi puramente intimista, ha subrayado tanto la supremacía de la buena intención, que ha hecho posible el que los cristianos no se preocupen por la eficacia objetiva de los acontecimientos que van tejiendo la trama de la Historia, y que sólo hayan dedicado a examinar su propia “buena fe”. Esto ha hecho posible la monstruosidad de la convivencia pacífica de una Iglesia espiritualista con las más duras estructuras opresivas y represivas: al cristiano le basta con la “buena intención”: ¡allá los que se dedican a la cosa pública!
En una palabra: según esta concepción, el cristiano es en cierto sentido responsable de la marcha del contexto cósmico, del que ha emergido y en el que se desenvuelve la vida:
“Todo es vuestro: Pablo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro. Todo es vuestro. Eso sí, vosotros sois de Cristo; y Cristo de Dios” (3, 21-23)
Así pues la vida contemplativa y de oración no puede nunca ser un pretexto para estar completamente desinformado de la realidad histórica que rodea al contemplativo y al orante.
Los escándalos (caps. 5-6)
Un cristiano de corinto había cometido un grave pecado de incesto, uniéndose con la viuda de su padre. La comunidad no lo había dado de baja, con grave peligro de corrupción interna y con escándalo de los propios paganos.
Pablo en su calidad de pastor de la comunidad, exige que, en el caso de no arrepentirse, se le considere como no perteneciente a la comunidad.
Esta “excomunión” apostólica hay que entenderla plenamente según el propio contexto. En primer lugar, se trata de dar de baja entre los participantes de la vida sacramental y espiritual. Pablo no quiere decir que los cristianos dejen de convivir en la vida ordinaria con toda clase de pecadores.
“entonces –comenta él mismo irónicamente- tendríais que saliros del mundo” (5-10). Se trata del caso de que uno que, “llamándose hermano”. (5-11), lleva públicamente una vida inmoral. Con este tal no se pueden reunir los demás fieles en la misma Asamblea, haciéndolo participe de todos los bienes espirituales. Aún más ni siquiera habría que admitirlo a la primera parte del rito litúrgico que era un simple “comer juntos” (5-11).
Para que hoy modernamente comprendamos mejor lo que entonces significaba una “excomunión”, es necesario que recordemos que más tarde, cuando la iglesia se alió con el poder civil o ella misma se convirtió en tal poder, la excomunión tenía efectos civiles tremendos: era como una proscripción y marginación de la vida normal.
Lógicamente en tiempos de Pablo, esto era inconcebible: las comunidades cristianas estaban lejísimos del poder, incluso frente del poder; por eso, solamente tenía efectos intraeclesiales aquel modesto expediente, por el cual se da de baja de la institución a uno que se resiste a cumplir las más elementales reglas del juego convenidas.
En segundo lugar esta “excomunión” era medicinal y caritativa: “entregar a ese hombre a Satanás para que se destruya la carne y pueda así salvarse el espíritu en el tribunal del Señor (5-5)
El cristiano “excomulgado”, al verse solo en la calle, al sentir en sí el vacío de aquella plenitud religiosa que se respiraba en las asambleas, tendrá conciencia de su insuficiencia y pensará, como el hijo pródigo, volver a la casa paterna.
El segundo escándalo se refiere al hecho de que los cristianos se atrevían a litigar ante los tribunales paganos, con el consiguiente descrédito para la Iglesia, siendo así que, según el derecho y usanza romanos, podían tener sus propios tribunales, ya que aún eran considerados ante la autoridad del Imperio como una pura secta judía. Más adelante, cuando Pablo escribe a la comunidad cristiana de Roma (Rom 13), piensa que ha llegado el tiempo de renunciar también a este privilegio, para quedar frente al poder como puros ciudadanos y no caer en la tentación fácil del chantaje, de la que podrían ser objeto por parte del poder.
Finalmente Pablo insiste en la necesidad de eliminar el fango que aun salpicaba a la comunidad cristiana desde aquel ambiente corrompido de la ciudad de Venus. En su exhortación el apóstol se eleva a la majestad de la nueva motivación de la moral: el cuerpo del cristiano es templo del espíritu, y no se puede profanar con la lujuria.
Los problemas (caps.7-15)
*Matrimonio y virginidad (7: 1, 16)
Pablo empieza por afirmar la superioridad moral, en la nueva situación religiosa, de la virginidad consagrada sobre el matrimonio. Sin embargo, esta consagración virginal es un carisma que se concede a muy pocos. Incluso aquellos que actualmente son célibes no deben permanecer en este estado si ven que no pueden guardar continencia. Se trata, pues, de un punto de partida tremendamente realista.
Con respecto a la continencia en el matrimonio Pablo se muestra muy reservado: “No os neguéis uno a otro, sino de común acuerdo por breve tiempo, para dedicarse a la oración. Pero volved de nuevo a lo mismo, para que satanás no os tiente por vuestra incontinencia”(7, 5).
*Contra las comunidades “ monocolores” (7, 17-24)“
Por lo demás, que cada uno viva según el lote que Dios le ha asignado, Y según le acogido la llamada de Dios. Esto es lo que prescribo en todas las comunidades. ¿Qué uno ha recibido la vocación cristiana, ya circuncidado? Que no intente reconstruir el prepucio. ¿Qué otro ha recibido en estado de incircuncisión? Que no se circuncide. La circucisión no supone nada, lo mismo que la incircuncisión, sino el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Cada uno quédese en la comunidad, en la que ha recibido la vocación cristiana. ¿La recibiste siendo esclavo? No te preocupes; aunque, la verdad, si puedes obtener la libertad, no dejes pasar la ocasión, el esclavo que ha recibido la vocación cristiana es un liberto del Señor; e igualmente el libre, llamado al cristianismo, es un siervo de Cristo. Caro habéis costado: no os hagáis esclavos de los hombres. Cada uno, hermano, permanezca en la comunidad, en la que ha recibido la vocación cristiana, tomando a Cristo como punto de referencia” (7:17-24).
Este es uno de los textos paulinos de los que se ha abusado injustamente para hacerle decir a Pablo una cosa tan lejana a su pensamiento como sería está: Que el cristianismo, al sobrevenir en una determinada convivencia social, deja las cosas como están y sólo se refiere a una relación - individual y solitaria- del hombre con Dios.
Sobre todo, se ha utilizado este texto para justificar el inmovilismo social de ciertos grupos cristianos. Pablo, en este caso, recomendaría a los esclavos el permanecer en la esclavitud: la fe sería solamente algo que modificaría la pura referencia del alma con Dios.
Sin embargo, el texto Paulino hay que interpretarlo según todo el contexto del epistolario del apóstol. Si hay algo que Pablo ha subrayado con más energía es el hecho de que en el cristianismo se borran las diferencias entre judíos y paganos. Nos basta recordar todo el tema del concilio de Jerusalén.
Ahora bien, de interpretar el pasaje en este sentido de inmovilismo social, resultaría que Pablo exhorta aquí a los judeocristianos a permanecer, dentro del cristianismo, en una postura especifica, determinada, contradistinta de los paganocristianos. Si no ¿qué significaría la exhortación a un judío converso a seguir siendo judío en la nueva situación cristiana?
Igualmente dura sería la exhortación al esclavo cristiano a permanecer en la esclavitud. Según ello, la entrada en la Iglesia sería un freno atenazador que inmovilizaría la vida social. Pero Pablo no piensa así, ni mucho menos; de otra manera no se explicaría la inmediata exhortación: “si puedes obtener la libertad, no dejes pasar la oportunidad”.
En una palabra: la insistente exhortación paulina a borrar, en la nueva situación cristiana, toda diferencia entre judío y pagano, siervo y libre, mal se casaría con esta supuesta exhortación a que judíos y paganos, libres y esclavos, sigan acentuando esta propia condición en el nuevo estado de fe.
La solución está en el sentido de la palabra “vocación” klesis que, como otras muchas en Pablo (caridad, fe, perfección) tiene un significado que podríamos llamar comunitario. Y en este caso la misma Iglesia, la comunidad de los creyentes, sería llamada la “sociedad del amor, de la fe, de la perfección, de la plenitud, de la vocación, o más simplemente: amor, perfección, fe, plenitud, vocación.
Así, pues la “klesis” sería la reunión, la asamblea, la comunidad como espacio de convocación, como lugar donde se ha recibido la llamada divina.
En Corinto, como en las demás comunidades formados por Pablo, había ya muchos grupos de cristianos que se reunían en distintos sitios y celebraban allí habitualmente la asamblea cultural. Cada catecúmeno o neocristiano empezaba a frecuentar una reunión determinada. Si se trataba, por ejemplo de un judío, y la reunión por él frecuentada estaba compuesta por una mayoría de paganos, es lógico que se sintiera incómodo y procurara buscar otra reunión en que predominaran los procedentes del judaísmo.
Lo mismo diríamos de un esclavo que empezara su vida cristiana en el seno de una reunión con predominio de libres.
Esta actitud presentaba un grave riesgo, contra el que Pablo había luchado radicalmente desde el principio de su apostolado: la formación de comunidades monocolores. La oportunidad de esta recomendación, hecha precisamente a los corintios, se pone en evidencia con sólo echar una ojeada al estado psicológico de aquella comunidad, tal como se desprende de la misma lectura de la “primera a los Corintios”
Ya desde el principio saca Pablo el tema de los “cismas” y “banderías” (1, 10-17). Pero más gravedad presenta aún el peligro de ruptura en la celebración de la asamblea, como dirá más adelante (11, 2.22). Pablo pues exhorta a los fieles a no cambiar de reunión o de asamblea por motivos diferenciales (judaísmo-paganismo, esclavitud-libertad), ya que estos deben quedar superados y fundidos en la unidad de la fraternidad cristiana. Cada uno debe continuar en la vocación o convocación, en la reunión en que empezó la vida cristiana, y no debe preocuparse de su situación mundana previa a su fe, ya que en la nueva situación sólo hay una motivación de unidad: la fe en cristo.
Esta insistencia de Pablo de crear comunidades heterogéneas lleva consigo un germen revolucionario, aunque a primera vista no lo parezca. Efectivamente, en la historia de las instituciones religiosas se ha insistido mucho en la división de parcelas: templos para libres y templos para esclavos; templos para blancos y templos para negros; hermandades o confraternidades de determinadas clases (patronos, empleados, obreros etc.). Este interés por parcelar la religiosidad según criterios de diferencias de clases es más visible cuando se trata de una institución viva, o sea, donde cada miembro es corresponsable de las soluciones finales.
Lógicamente, una comunidad donde hay esclavos, explotadores y explotados, tenderá infaliblemente a la superación de estas chocantes diferencias: el interclasismo no podrá mantenerse por mucho tiempo, como de hecho ocurrió en las comunidades cristianas fundadas por Pablo.
Pablo era consciente de este germen revolucionario del cristianismo; y por eso exhortaba a los nuevos cristianos a que no se parcelaran: griegos con griegos, judíos con judíos, esclavos con esclavos, libres con libres, etc., ya que así ocurrirían dos cosas: o el cristianismo quedaba reducido a una clase o sector determinado, o se convertiría en una formalidad puramente aparente.
Por eso, la formación de comunidades excesivamente homogéneas desde el punto de vista social, político y económico corre el peligro de suprimir la capacidad conflictiva que lleva consigo inevitablemente la proclamación del Evangelio.
El celibato apostólico (7.25-40)
Aquí Pablo no se refiere al matrimonio en general, sino al grupo apostólico de Pablo; al equipo reducido de sus colaboradores. Estos eran jóvenes cristianos, de ambos sexos, que rodean más íntimamente al Apóstol y constituían su estado mayor en la evangelización de Corinto. Como es natural había entre ellos relaciones con miras al matrimonio y, en vista de la predicación de Pablo se llegaron a preguntar si no sería mejor quedarse célibes como era su jefe de equipo.
Pablo les contesta que, en rigor, no hay un precepto del Señor disponiendo que los miembros militantes de la iglesia, guarden la virginidad. No obstante, dado caso de que ha empezado la ultima fase de la historia, lo más conveniente es que el estado mayor de la iglesia lo deje todo, aún lo lícito y se consagre plenamente a la lucha por el reino de Dios. Sin embargo, si alguno no puede decentemente guardar el celibato, casese enhorabuena, sabiendo incluso que podrá continuar en la plana mayor del ejercito, aunque lógicamente su dedicación al reino de Dios estará mediatizada por las ineludibles obligaciones del matrimonio y del hogar.
Para la lectura correcta de este importante texto paulino, hay que tener en cuenta los siguientes tecnicismos:
La palabra “tribulación” tiene en Pablo una fuerte carga de dedicación apostólica, el apóstol – el militante- debe pasar por un número determinado de “tribulaciones” para construir la Iglesia. Por eso cuando Pablo exhorta a sus “auxiliares” a quedarse célibes, les dice:
“ No obstante, si te casas, no pecas; y si una soltera se casa tampoco peca; aunque, por otra parte, esos tales tendrán sus luchas en la vida. Yo, desde luego, no les culpo de nada”.
En una palabra, la exhortación al celibato está imperada por motivos “apostólicos”: es muy conveniente que haya unos “profesionales del apostolado que, libres de toda atadura, puedan llevar una vida de “perpetuo riesgo” (1 Cor15, 30)
Por consiguiente para Pablo la razón profunda del celibato en los “profesionales “ del apostolado es la necesidad de vivir “en perpetuo estado de riesgo”, ya que la predicación del Evangelio es una aventura difícil, para cuya realización se requiere la soltura del hombre no comprometido en la vida familiar. Por eso, el pueblo cristiano suele tener fuertes dosis de razón cuando critica el celibato de unos profesionales apostólicos cuya vida esta montada en la comodidad burguesa de una “ascética” que han sabido tapar cuidadosamente, con una casuística farisaica, todos los huecos de la vida, para que en ella no irrumpa el soplo huracanado del viento del desierto, donde siempre vivieron y vivirán los verdaderos profetas.
• PROGRESISTAS E INTEGRISTAS
Pablo admite que el cristiano sea un “gnóstico” en el más alto sentido de la palabra: posee un conocimiento perfecto, no sólo especulativo, sino práctico-moral. Esta gnosis le permite tener un juicio certero y exacto sobre las cosas, con mucha mayor solidez que el gnóstico de la filosofa helenística. En virtud de esta gnosis superior, el cristiano formado, el “fuerte”, el “espiritual”, sabía que ciertas prescripciones alimenticias, tanto del judaísmo como del paganismo, no obligaban ya a la conciencia. Y así, era lícito comer de las viandas sacrificadas a los ídolos, dejar la observancia de ciertas fiestas judías etc.
Pablo, por el contrario, trae una novedad cristiana: el gnóstico cristiano no es un individuo aislado y solitario: para la actitud de su obrar no basta que su gnosis sea perfecta en sí, sino que, sepa ensamblarse con la gnosis del prójimo, aún cuando ésta sea imperfecta.
“y, siendo un hombre libre respecto a todos, me he hecho esclavo de todos, para ganar a todos los que pueda. Con los judíos me he hecho judío, para ganar judíos; con los súbditos de la ley, me he hecho súbdito de la ley(no siéndolo en realidad)para ganar a los súbditos de la ley. Con los desvinculados de la ley me he hecho un desvinculado de la ley (no siendo un desvinculado de la ley de Dios, sino un súbdito de la ley de Cristo) para ganar a los desvinculados de la ley. Con los débiles he hecho el débil para ganar a los débiles (9:19, 23).
Esta exhortación a los gnósticos o fuertes de encarnarse en los débiles, de adaptarse a ellos, podría entenderse como si los gnósticos fueran seres blindados e invulnerables.
Pablo, por el contrario, les recuerda que ellos mismos no están lejos del peligro idolatra; “por tanto el que se sienta seguro tenga cuidado de no caer”(10-12).
Podríamos decir que aquí San Pablo está descubriendo inicialmente el fenómeno psicológicamente inevitable, de la existencia de “progresistas” e “integristas” en el seno de la propia iglesia.
El consejo del apóstol es que ningún tipo pretenda suprimir al otro. Los “progresistas sepan comprender hasta lo inverosímil de la estrechez mental de los “integristas”, y éstos últimos no vayan tan deprisa en su proclividad a condenar a los otros como bordeando los límites de lo heterodoxo. EL AMOR debe no suprimir, sino superar esa inevitable diferenciación de la psicología humana.
En una palabra: la Iglesia tiene que contar con la existencia del conflicto en su propio seno, sin tender a crear monopolísticamente ni una iglesia del trigo ni de la zizaña.
*ASPIRACIONES FEMINISTAS.
Uno de los eslóganes más repetidos por Pablo en la proclamación de su Evangelio era el referente a la absoluta igualdad de ambos sexos: Los bienes divinos que aporta el Evangelio lo mismo pueden ser poseídos por el varón como por la hembra: “Todos los que por el bautismo habéis sido incorporados a Cristo, os habéis revestido de Cristo, ya no hay judío ni griego, ya no hay varón ni hembra pues todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 27-28). En una palabra: en la valoración religiosa del hombre no cuentan ya para nada aquellos antiguos criterios diferenciales: la meta de la “cristificación “ es asequible a todos los hombres, y no se establecen restricciones atendiendo a la condición social o al sexo de cada uno.
LA CENA DEL SEÑOR ¿OPIO O ESTIMULO?
Los creyente se reunían en “asamblea” para celebrar el rito de la cena del Señor. Estas reuniones iban de mal en peor (11-17). El objetivo de la recriminación del Apóstol es la falta de caridad y de unidad comunitaria que reinaba en aquellas asambleas: había escisiones y ranchos aparte, cosas que harían esencialmente la constitución de una asamblea comunitaria.
Efectivamente, al reunirse los corintios, ya no se podía decir que aquello fuera la “cena del Señor”, pues cada cual se adelantaba a comerse su propia cena. En lugar de esperar unos por los otros y que los alimentos fueran distribuídos equitativamente los más favorecidos se apresuraban a comer su parte sin esperar por los pobres que lógicamente habían sido retenidos más tiempo por sus ocupaciones.
Una iglesia, en cuyo seno menudean las asambleas y en las que, a pesar de ello, siguen subsistiendo diferencias económico-sociales entre sus miembros, “se está comiendo y bebiendo su propio castigo por no valorar el cuerpo y la sangre del Señor el valor que tiene de aglutinar realmente a los que de ellos participan”.
EL ABUSO DE LOS CARISMAS
Pablo quiere que los corintios no sigan viviendo en la ignorancia acerca de los dones del Espíritu (12, 1). No cualquier fenómeno de transporte o arrebato místico es de suyo auténtico. Habrá, por tanto, que recurrir a otros criterios más objetivos y racionales, como es, sobre todo, EL ANÁLISIS DEL MENSAJE. Por eso lo interesante es averiguar si el carismático es un creyente auténtico (12.2, 3) .
Pablo sigue la tradición sinóptica, según la cual la fe no es el resultado de los “signos” o “prodigios” sino lo contrario: para que un “signo” pueda realizarse es necesario que previamente haya un clima de fe.(Mc8, 13:9, 2; 9, 22.29; 15, 22; 212, 21.22)
A Pablo no le preocupaba si ciertos “signos” extraños pudieran ser explicados racionalmente o no, sino si estos “signos” concordaban con lo sustancial del MENSAJE DEL EVANGELIO.
Estos “carismas” o “dones provienen de un solo Espíritu y, por tanto, no pueden ser motivo de ruptura o disensiones entre los usuarios.
Esta unidad en la diversidad es tan necesaria a la Iglesia como la unidad de los órganos en un organismo.
Para ello Pablo recoge la fábula del cuerpo y de los miembros, según está nueva perspectiva paulina, los miembros “superiores del cuerpo no pueden prescindir de la colaboración de los considerados de menor categoría, sino todo lo contrario: los miembros que parecen más débiles son igualmente necesarios (12, 21-22). Por consiguiente los dirigentes de la comunidad no son unos meros distribuidores de energía vital, sino que están obligados a buscar en los inferiores el enriquecimiento y la plenitud del propio ser. Con ello Pablo condena absolutamente la tiranía e incluso el paternalismo, que no es más que una tiranía disfrazada.
A pesar de todo lo expuesto, Pablo reconoce que los carismas son bienes relativos y aun caducos frente a la absolutez y solidez del único carisma que merece plenamente este nombre EL AMOR; EL AMOR AL PROJÍMO.
Finalmente, la profecía es más atrayente que la glosolalia: cuando el catecúmeno entra en una asamblea, la glosolalia le daría una desagradable impresión de anarquía. Sin embargo, la profecía le removerá la conciencia y lo incitara a cambiar de conducta (14, 23-25)
*LA RESURRECCIÓN
La doctrina de la resurrección es como clave de bóveda del edificio del pensamiento de Pablo.
Pablo alude a una fórmula catequetica: “Cristo murío por nuestros pecados según las escrituras; que fue sepultado, y al tercer día resucito según las escrituras” (15:3, 4). El inciso “según las escrituras” probablemente no se refiere a ningún texto concreto sino a la idea general de que en la resurrección de Cristo se realizan los viejos planes de Dios sobre la salvación de los hombres, o sea la resurrección de Cristo, que arrastra consigo la nuestra.
Pablo empieza por aducir un argumento absurdo: los corintos de hecho negaban la resurrección de los muertos, llevados de la poderosa influencia de la filosofía griega, que despreciaba el cuerpo y sólo creía en el espíritu como constitutivo del hombre. Por tanto, si éste era el motivo de la negación de la resurrección, también habría que negar la de Cristo.
Pablo añade aquí algunas apariciones de Cristo resucitado que no se mencionaban en los evangelios.
Es impresionante la aparición a quinientos cristianos, muchos de los cuales vivían en la época temprana a la redacción de la carta.
En resumen: “Si nuestra esperanza en Cristo se reduce sólo a los límites de esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres”(15:19).
*EL MODO DE RESURRECCIÓN
Pablo toma un ejemplo de la vegetación. A lo que se ve a simple vista, el grano de trigo parece que muere al ser sembrado y después resurge convertido en lozana espiga. Aquí interviene el poder divino. Sin embargo, hay que notar que cada germen corresponde a un cuerpo determinado: hay diversidad de cuerpos (hombres, animales, pájaros, peces) igualmente en la resurrección: a cada germen “muerto” en el surco corresponde un cuerpo glorioso determinado.
¿cómo debe uno imaginarse la resucitación? Respuesta: ¡De ninguna manera! “Resucitación” y “Resurrección” son dos términos metafóricos, figurados, tomados del “despertar” y “”levantarse” del sueño. Sólo que en el despertar y levantarse de la muerte no se trata de un retorno al anterior estado de vigilia de la vida cotidiana, sino una radical transformación a un nuevo estado completamente distinto, inusitadamente nuevo, definitivo: la vida eterna. Y ahí no hay nada que imaginar, , representar objetivar, No sería una vida completamente distinta, si pudiéramos representarla con conceptos e imágenes de nuestra vida diaria, algo así como la ampliación y superación de los deseos y anhelos de cada día un cielo de tonos paradisíacos. “lo que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado” (1 Cor 2, 9). De nada nos sirven aquí nuestros ojos y oídos, ni nuestra fantasía, que sólo puede extraviarnos. La nueva vida es para nosotros susceptible de esperanza, pero enteramente inaccesible a la intuición y a la representación.
De la misma manera que el físico intenta describir la invisible naturaleza de la luz en el campo atómico y subatómico con conceptos contrapuestos con imágenes como onda y corpúsculo y con fórmulas y modelos matemáticos abstractos, también nosotros podemos intentar describir esta vida completamente distinta con imágenes, metáforas, símbolos o también conceptos contradictorios o paradojas, capaces de conciliar para esa otra vida lo que en está vida nunca dejará de ser contradictorio. También el nuevo testamento recurre en los relatos de las apariciones a esas paradojas, llegando al extremo de lo imaginable: no es un fantasma, pero tampoco algo aprehensible; es algo visible-invisible, reconocible-irreconocible, palpable-impalpable, material-inmaterial. Inmanente-trascendente en el orden espacio temporal. Especialmente cautas son las afirmaciones de Pablo, quien para describir la realidad de la resurrección emplea, con suma discreción, términos paradójicos, que apuntan al límite de lo expresable: un imperecedero “cuerpo espiritual (1 Cor15, 44), un cuerpo de gloria (1 Cor 15, 43), nacido del pasajero cuerpo de carne mediante una radical “transmutación” (1 Cor 15, 22) y tan diferente de el como la planta a la semilla(1 Cor15, 22).
Pablo, al hablar de la resurrección, no refleja la mentalidad griega ni se refiere a la inmortalidad de un alma que deba liberarse de la cárcel del cuerpo mortal. En general, el problema alma-cuerpo, visto desde una teología bíblica, debe recibir un enjuiciamiento extremadamente crítico. Con razón el teólogo evangélico Paul Althaus, en su libro, “Las últimas cosas recomienda que la fe cristiana en general “no habla de inmortalidad del alma, sino. Simplemente de la “inmortalidad”, de la irrevocabilidad de la relación personal con Dios; pues está relación afecta al hombre en la totalidad de su existencia anímico-corporal. No se trata del “alma”, sino de la persona en cuanto unidad viva del ser corpóreo-espiritual, unidad fundamentada en la llamada de Dios.
El teólogo evangélico Wolfarht Pannemberg llama insistentemente la atención sobre el hecho de la moderna antropología, concretamente el estudio del comportamiento, Ya hace mucho tiempo que ha desistido de describir al hombre “como compuesto de dos materiales completamente distintos”: Emplea una terminología que intencionadamente deja atrás la diferencia de lo corporal y lo anímico, hablando más bien del “comportamiento” así de los animales como del hombre. Todo modo de comportamiento encierra rasgos que antes se dividían en corporales y espirituales.