E. Arens: Jesús de Nazaret, según J. Ratzinter. Comentarios al prólogo


Introducción
Este es el primer libro sobre Jesús de Nazaret escrito por un Papa. Eso ya es en sí una novedad. Pero, lo hace en su calidad de creyente, a título personal, no en su calidad de Papa (Por esta razón, y no por restarle respeto, me referiré a él como (Joseph) Ratzinger, o simplemente 'el autor', y no como 'el Papa') . Quiere compartir con otros su apreciación personal de Jesús, producto de "un largo camino interior" (p.10, 23). No es una encíclica ni un escrito adscrito al Magisterio. El mismo pone por delante la advertencia de evitar la tentación de tomarlo como una obra del Magisterio –como cuando habló en la famosa conferencia de Ratisbona, como un profesor emérito dirigiéndose a sus "queridos colegas" [[En una reciente conversación con el Prof. Peter Hünermann (Tubinga), éste me compartía su preocupación, con justa razón, de que el libro de J. Ratzinger sea tomado por los sectores conservadores y tradicionalistas como la única Cristología válida, a partir de la cual juzgar y permitirse censurar, cualquier otra que difiera de esta. Cierto. Por eso es de agradecer la advertencia explícita del Papa que su libro "no es de modo alguno un acto Magisterial" sino producto de su búsqueda personal de entrar en el misterio de Jesucristo que quiere compartir con todas las personas de buena voluntad. Esta advertencia está resaltada en la contratapa de la edición alemana]].
En consideración al lector, Ratzinger escribió un largo prólogo (14 págs) en el que explica el enfoque y la naturaleza de su libro. Los prólogos (como la palabra indica) son importantes, pues allí se anticipan motivos, enfoques, y otras particularidades de la obra prologada. Lo notorio es que la mayor parte de su prólogo lo dedicó Ratzinger a explicar su enfoque, que no es el de la exégesis histórico-crítica, sino que, presuponiéndola, quiere ir más allá de ella. Por eso, como biblista, y asumiendo su propia notificación que "cada quien es libre de contradecirme", pues "no es de modo alguno (in keiner Weise) un acto Magisterial sino expresión de mi búsqueda personal 'del rostro del Señor'" (p.22), me atrevo a compartir mis apreciaciones del prólogo. Me detengo allí porque no he tenido el tiempo aún para leer todo el libro, y por lo mismo no pretendo prejuzgarlo [[ Agradezco a P.Dr. Tomas Begovic y a Mons. Norberto Strotmann por los comentarios que me alcanzaron al borrador de estas páginas ]]. Lo que he leído me ha fascinado, aunque no concuerde en todo con él. Lo que me anima a escribir estas líneas es invitar a la lectura del libro, pero también a aclarar sus alcances y sus limitaciones, de las que el autor mismo está consciente y nos pone en autos, razón para su extenso prólogo, para no hacerle decir ni exigirle lo que no pretendió.
Mis comentarios se basan en el texto alemán pues, conociendo a Ratzinger, hay que leer entre líneas, o mejor dicho, detrás de ellas percibir el ánimo que lo mueve, y ese se capta en la lengua original [[Ed. Herder, Friburgo/Br. abril 2007. Además de haber leído varios de sus escritos y haberlo escuchado en un par de conferencias, he tenido la suerte de haber compartido en la mesa con J. Ratzinger en dos ocasiones, y he admirado su sencillez y honestidad, pero también su curiosidad y capacidad de escucha. Su presentación del documento de 1993 de la Pontificia Comisión Bíblica leída en alemán refleja matices sobre el grado de normatividad que, según él, tiene el documento, que la traducción castellana no ha podido preservar]].
Una obra personal, no magisterial
Joseph Ratzinger, escribe en su calidad de hombre de fe, más que de teólogo. Pero es producto de lecturas, investigación, disquisiciones, o sea de teólogo (vea la bibliografía y la lista de referencias en el índice onomástico). De hecho, polemiza con el método exegético histórico-crítico. Fe y razón, su fe y su teología, están entretejidos, como hizo por ejemplo G. Lüdemann en Der Spiegel. Es la lectura de los evangelios por un eminente teólogo creyente. Más ampliamente, desde el inicio está claro que este libro es un diálogo de un teólogo con el mundo académico de los biblistas.
Escribe como Joseph Ratzinger, no como Benedicto XVI. Esta distinción es teórica, por cierto, pues es una y la misma persona. Sin embargo, él mismo nos advierte que es su reflexión y apreciación personal, y es a título estrictamente personal que escribe; prueba de ello es que expresamente indica que "cada quien es libre de contradecirme" (p.22). A pesar de su talante teológico, que bien conoce, es humilde y reconoce sus limitaciones y sus condicionamientos. Se somete al juicio de otros. No les pone por delante la autoridad con la que está investido, que exija aceptación dócil y silenciosa, aun cuando se discrepe. Es un admirable ejemplo para muchos: a no creernos la autoridad última, incuestionable e infalible –no, no hay infalibilidad en su libro-. Como todo ser humano, es falible, y todo juicio humano es provisorio y limitado. Someterse voluntariamente a la crítica de los lectores permite aprender, corregir, profundizar, reforzar, enriquecer. Y Ratzinger es un hombre que prefiere escuchar, más que hablar.
Una segunda lección es que pide que no se prejuzgue su obra sin antes haberla leído, con un mínimo de "simpatía" por delante, es decir de apertura. En otras palabras, Ratzinger pide que se juzgue el libro por su contenido, independientemente de su autor, sino "no hay modo de entenderse". No ha faltado quien descalificó de arranque la obra precisamente en base a su autor, el que fuera Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y autor de la Dominus Jesus. Tiene toda la razón Ratzinger en pedir que se juzgue la obra en sí misma y por sí misma, y no se la descalifique por anticipado. Esta es otra lección, pues no pocas veces tendemos a descalificar una obra (o ideas) basados en quién es su autor, y no en el contenido de la obra en sí misma.
Por cierto, como en toda obra humana, ésta también está marcada por la particular teología del autor. No puede ser de otra manera. No es neutra: él mismo recalca que es su particular apreciación de Jesús. La suya. Y esa, obviamente es vista a través del lente de su teología, con sus particulares apreciaciones y acentuaciones –marcadamente agustiniana, primordialmente trinitaria, eminentemente teocéntrica, europea, etc. No dudo que el autor ha hecho todo el esfuerzo que podía de ser imparcial, pero eso no evita que sea personal y, como toda obra personal, 'sesgada' por los factores que distinguen y caracterizan su pensamiento. Una presentación objetiva de Jesús es imposible y, al igual que toda Cristología, es subjetiva –por no mencionar que es europea.
Una tercera lección es que pone todas las cartas sobre la mesa: explica, y ampliamente, su enfoque y su propósito. De hecho, desde el inicio queda claro en qué pone el acento: la divinidad de Jesús de Nazaret.
Añadiría una cuarta lección: esta es su segunda gran publicación, después de su encíclica, y ambas se han alimentado profusamente de la lectura asidua y meditativa de la Biblia. ¡Es un Papa de la Biblia! Anotemos que ha fijado como tema para el siguiente sínodo de obispos en Roma "la Palabra de Dios en la Iglesia". Pero también, ambas publicaciones, ponen en el centro de la atención a la persona de Jesús de Nazaret, no la Iglesia u otra realidad.
Jesús visto desde el estudio histórico-crítico
Ratzinger destaca el libro de Rudolf Schnackenburg, La persona de Jesucristo reflejada en los cuatro evangelios (Barcelona 1998, orig. 1993), -donde este maestro de exegetas expuso su apreciación de Jesús después de más de medio siglo de estudios. Ratzinger prepondera las limitaciones del método histórico-crítico y advierte que él, Joseph Ratzinger, se propone ir "más allá que Schnackenburg" (p.13) que, supuestamente está limitado por su sujeción a los estudios histórico-críticos. El teólogo se propone sobrepasar al exegeta –y en él a los exegetas en general (p.22) [[Schnackenburg es el único exegeta con el que discurre en el prólogo, y le dedica nada menos que dos páginas desde el inicio. Sorprende que no dialogara más bien con exegetas católicos de más calado en la cuestión de Jesucristo, como los 'colegas' Heinz Schürmann y Anton Vögtle, a quienes ni siquiera menciona, por no aludir a exegetas actuales del calibre de John Meier]]. Para eso nos invita a ver a Jesús como personaje histórico, tomando los evangelios como crónicas.
Es notorio que Ratzinger se detiene ampliamente en consideraciones sobre la validez y la legitimidad del método histórico crítico –que nos recuerda la conferencia de 1989 en Nueva York [["Biblical interpretation in crisis", Nueva York 1989. (Trad. castellana en L. Sánchez N, ed., Escritura e interpretación, Madrid 2003, cap. 1]]-. Lo considera reduccionista, asociado con el nombre de Rudolf Bultmann y más ampliamente con el racionalismo. Sin embargo… desde los años 80 estamos ya en la llamada "tercera búsqueda del Jesús histórico" que es más bien constructivista y pone tierra firme bajo los pies, pero Ratzinger parece desconocerla. Esta ha logrado un mayor consenso entre los biblistas que antes en torno a la figura de Jesús de Nazaret [Vea la síntesis hecha ya hace una década por Ben Witherington, The Jesus Quest, Illinois 1995, y por cierto la obra erudita de John Meier, Un judío marginal (Estella)]]. Como sea, él quiere seguridades y certezas, fin de discusiones y dudas. Sin embargo, es inevitable que en exégesis --como en cualquier interpretación de documentos históricos, y cuanto más viejos y con pocas o ningunas pruebas complementarias--, se discuta más intensamente la historicidad y haya discrepancias. Sucede en todos los ramos de la vida, no solo con respecto a Jesús y los evangelios. Es el caso con la historia del Perú. Pensemos en la historia de los Incas según Gracilazo de la Vega en contraste con Guamán Poma de Ayala y otros, y las críticas modernas (vea los estudios de María Rostorovsky y de Franklin Pease, entre otros). No hay fin a las incertidumbres y las discusiones mientras no se tengan pruebas fehacientes y conclusivas de la época, sin mencionar las interpretaciones de las mismas.
Ratzinger reconoce expresamente que la exégesis histórico-crítica "es una dimensión indispensable del trabajo exegético" (p.14.15). En eso es enfático y reiterativo el documento de la Pontificia Comisión Bíblica (PCB) de 1993 sobre "La interpretación de la Biblia en la Iglesia", y él mismo lo repite. Es fundamental el hecho histórico acaecido (facticidad). Pero, de inmediato saca a relucir objeciones: el método es limitado porque, (1) como tal, se circunscribe –y esa es su finalidad- a poner de relieve el acontecimiento del pasado, y allí debe dejarlo, sin relacionarlo con la actualidad (p.15). (2) En cuanto a las palabras, las considera como humanas, y como método histórico no puede ver el sentido trascendental de esas palabras (p.15s). Es limitado también por cuanto, (3) se circunscribe al estudio de libros aislados, pero no todos en conjunto como 'Biblia' (p.16). En otras palabras, es un método necesario, pero se limita a poner de relieve los datos del pasado, y la historia del texto y de sus contenidos. Y sus resultados son hipotéticos, pues no es posible traer el pasado al presente. Todo eso es cierto, pero no por eso es ilegítimo ni incapaz de darnos datos seguros. De hecho, hay mucho que tenemos prácticamente como seguro sobre la vida de Jesús, como para poder hacer un perfil [[Vea a modo de referencia las presentaciones de Jesús por E.P. Sanders, N.T. Wright, J.D.G. Dunn, K. Berger, G. Theissen, P. Grelot, además de J. Meier, que representan al grueso de los biblistas neotestamentarios, y coinciden en lo sustancial. A modo de síntesis: O. Betz, Was wissen wir von Jesus? Wuppertal 1999, y L.E. Keck, Who is Jesus? Columbia 2000]].
No podremos hacer un cuadro seguro de Jesús, pero sí un perfil, y eso ya es bastante. Por otro lado, es cierto el dictum de Albert Schweitzer, observado también por Ratzinger, que el Jesús que nos han estado presentando no es otro que una proyección de la idea del presentador; eso se ha dado también en las vidas escritas por Karl Adam, Romano Guardini, y otros que el autor venera: un revolucionario presenta a un Jesús revolucionario, un moralista a un Jesús moralista, y un teólogo a un Jesús maestro de doctrinas. El método histórico-crítico, aplicado a cualquier texto histórico, es un camino científico, el mejor que conocemos, para conocer lo más que se pueda de Jesús de Nazaret de los años 30, aunque es aproximativo y provisorio. Esto sucede en todas las ciencias, como nos recuerda Karl Popper.
Desde hace décadas los exegetas estamos conscientes de esas y otras limitaciones del estudio histórico-crítico, y estudiamos nuestras fuentes con más información y desde otros enfoques complementarios, muchos de ellos destacados positivamente en el documento de 1993 de la PCB. Tenemos más confianza en el conocimiento adquirido sobre Jesús de Nazaret, y nos centramos más en su importancia como persona y maestro para la vida. Pero insistimos, en sintonía con los documentos del Magisterio, que es indispensable tomar en serio el factor histórico, base para cualquier disquisición posterior.
La larga exposición del método histórico-crítico que hace Ratzinger no obedece a ningún otro propósito que el de explicar porqué irá "más allá", o "detrás" en su lectura e interpretación de los evangelios. Si admite los resultados firmes [[Estos han sido expuestos en muchas ocasiones, no por último fundamentados por los casi exhaustivos estudios de John P. Meier, Un judío marginal, que Ratzinger menciona en la bibliografía pero nunca cita en la obra (cf. índice de nombres)]].de los estudios histórico-críticos es algo que habrá que determinar leyendo el libro mismo .
La exégesis canónica
Ratzinger concede particular importancia a la llamada 'exégesis canónica', la lectura de textos dentro del contexto de todos los escritos canónicos, es decir la Biblia como unidad. Esto le permite una lectura en clave más bien teológica. No es pues una lectura histórica; es, como dice, una 'exégesis teológica' (p.17), similar a la que se practicaba en la Iglesia primitiva, que indudablemente es válida –pero, ¿es siempre legítima? En efecto, esa se presta a una lectura eisegética, es decir a leer en el texto sentidos que en sí no tiene y hacer afirmaciones historizantes, al proyectar sentidos externos hacia el texto –p. ej. sobre la conciencia mesiánica o divina de Jesús [[De aquí la importancia de conocer en la medida de lo posible tanto las ipsissima verba e ipsissima facta, y el contexto religioso-cultural. Me permito remitir a mi tesis doctoral que centra precisamente en ese tema, The Elthon-Sayings in the Synoptic Tradition, Friburgo-Gotinga 1976]]
. Se aproxima sigilosamente a la lectura fundamentalista, en nombre del dogma de la inspiración divina, que desencarna los textos por provenir de una suerte de dictado divino, que por lo tanto los inmuniza de la necesidad de una lectura contextualizada y un reconocimiento de sus limitaciones conceptuales. ¿Cuánto de los hechos históricos de la vida de Jesús, por ejemplo, sabía Marcos, que no fue discípulo de primera hora? ¿Cómo podía determinar si los relatos que llegaron a su conocimiento correspondían a hechos fácticos pasados o eran más bien relatos acerca de Jesús (más seriamente con respecto a los dichos en boca de Jesús), eso si no fueron inclusive proyecciones piadosas con fines catequéticos o afines (p. ej. la maldición de la higuera, o la caminata sobre las aguas)? Que Ratzinger está consciente de ese riesgo se desvela en su afirmación "Espero que al lector le quede claro que este libro no ha sido escrito contra la exégesis moderna, sino con gran gratitud por lo mucho que nos ha obsequiado…" (p.22).
Ahora bien, una cosa es la exégesis histórico-crítica que va tras los bruta facta, es decir que se orienta al origen de los textos y los posibles hechos subyacentes, y otra es la exégesis que parte del texto final tal como lo hemos heredado para la reflexión teológica. Pero, cuando se trata de hablar de Jesús de Nazaret, en su historicidad pretérita, es cuestionable la legitimidad del recurso a la exégesis canónica pues esta se basa en las interpretaciones teológicas posteriores, no en los datos per se. En teología es legítimo hacerlo; de hecho, se puede hablar de una teología bíblica y se han publicado algunas, aunque con justa razón cada vez más son los que resaltan que tal empresa solo es posible 'aplanando los textos', pues la Biblia contiene muchas y muy variadas teologías (la de Pablo no es asimilable a la de Marcos, ni la de Marcos a la de Juan, p. ej., sin mencionar al Antiguo testamento en contraste con el Nuevo) [[Cf. J. Barr, The Concept of Biblical Theology, Londres 1999; H. Räisanen, Neutestamentliche Theologie?, Stuttgart 2000; H.T.C. Sun, ed., Problems in Biblical Theology, Grand Rapids 1997; H. Hübner, Biblische Theologie des Neuen Testaments, Gotinga 1990; T. Söding, Einheit der Heiligen Schrift? Zur Theologie des biblischen Kanons, Friburgo/Br. 2005]].
. El principio al que se suele recurrir para justificar una teología bíblica in toto es que se trata de la palabra inspirada de Dios, del mismo y único Dios (o su Espíritu), por tanto constituye un todo indivisible. Es el sentido de DV 12, tan frecuentemente citado: " la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió", frase ambigua que se ha prestado a múltiples posibles comprensiones. La riqueza de la Biblia está, entre otros, precisamente en su pluralidad teológica, y el desarrollo que atestigua y es observable en las múltiples relecturas, como bien menciona Ratzinger (p.17).
El Jesús que se intuye del prólogo que Ratzinger presenta y se observa en sus primeras páginas, es aquel visto desde una lectura teológica, no tanto bíblica, sino más bien post-bíblica. Es estrictamente una Cristología, o más precisamente, una Teología. Como bien dice el autor, eso supone partir de una "decisión de fe" (Glaubensentscheid, p.18), a partir de la cual lee la Biblia. Ratzinger afirma respetar los datos de la exégesis histórico-crítica. Sin embargo, uno puede preguntarse si tiene algún sentido preocuparse de la exégesis histórico-crítica si al final de cuentas la lectura será más bien teológica con miras a presentar una cristología –por eso dará peso a la patrística y la teología posterior. En qué medida toma en cuenta los resultados consensuados de la exégesis histórico-crítica, es algo que habrá que ver en la lectura del texto mismo.
La cuestión lingüística
Es notorio que Ratzinger se detiene en la cuestión lingüística (que era fundamental en la exégesis clásica) –pero no en la dimensión narrativa o la comunicativa-. Nos recuerda que el sentido original de las palabras no siempre corresponde al que le vemos o damos hoy. En consonancia con no pocos lingüistas y hermeneutas, afirma que hay un "más (surplus, dice Ricoeur)" en toda palabra que su emisor originalmente no podía prever. Cierto. Pero es igualmente cierto que los textos bíblicos –claramente en las cartas- fueron escritos con sentidos que sus destinatarios originales (para los cuales Dios inspiró al autor) podían comprender, pues era su léxico, y por tanto aplicaban a su mundo cultural. Decir que esas palabras hoy pueden tener un sentido "adicional o más profundo" no previsto por el autor, y que ése es válido para hoy, es abrir el abanico a cualquier interpretación, hasta deslizarse en la 'libre interpretación', aun basada en la historia de la tradición. Yo matizaría que no son las palabras, sino los conceptos y las apreciaciones que "fueron madurando en el proceso de la historia de la fe" (p.18). De lo contrario se corre el peligro de la eisegesis (proyectarle sentidos a las palabras que originalmente no tenían) y del acomodo a pre-conceptos [[Esto me recuerda el primer curso en exégesis que seguí de novato, con el ya venerable Prof. Ceslas Spicq, que se basaba fundamentalmente en la lexicografía, como era tradicional antaño. Entre tanto ha pasado mucha agua bajo el puente y vemos las cosas enriquecidos con estudios de las ciencias lingüísticas, entre otros. El otro extremo es afirmar que el texto habla por sí mismo, independientemente de la intencionalidad del autor y el sentido original de las palabras, es decir es "abierto" (Ricoeur, Gadamer). Incuestionable, pero eso se presta a la descontrolada subjetividad y acomodación (cf. E. Hirsch, The Validity of Interpretation, además de la exégesis histórico-crítica)]].
Aquí entra en juego el concepto de inspiración que maneja Ratzinger, que es el tradicional textual (p.19). Es así que menciona los famosos medievales "cuatro sentidos de la Escritura" (literal, analógico, moral y anagógico). En el fondo se conjuga un determinado concepto de la Biblia misma, de su origen, su naturaleza, sus alcances y sus limitaciones, que no corresponde exactamente al que la exégesis crítica nos ha obligado a ir refinando y corrigiendo.
A propósito de la dimensión lingüística, sorprende que Ratzinger no diga nada sobre consideración tan importante como es la de las formas y los géneros literarios. Esto constituyó una de las exigencias centrales planteadas inclusive desde el Magisterio para la correcta comprensión de la Biblia, con la encíclica "Divino afflante Spiritu" de Pío XII y retomado en la Dei Verbum (n.12; IBI I.A). Este aspecto es esencial en cualquier estudio o discusión sobre el Jesús de la historia a partir de los evangelios. ¿Son los relatos de las tres tentaciones y la transfiguración reportajes históricos (caps. 2, 9)? A esto podemos añadir que tampoco dice una palabra sobre "la cuestión sinóptica (Mc, Mt-Lc)", es decir la relación entre los evangelios, además de su diferencia con respecto al cuarto evangelio (Jn), que son las fuentes fundamentales sobre Jesús de Nazaret [[El de Marcos es el más antiguo que poseemos, y sirvió de base para la redacción de Mateo y Lucas. Juan por su parte es una obra eminentemente teológica, a diferencia de los otros que son más bien cristológicos y quieren afirmar las bases históricas de la vida de Jesús de Nazaret]].
Tiene razón Ratzinger en resaltar que los textos bíblicos no son simplemente literatura. Pero, no dejan de serlo también y esa es su puerta de entrada; sagrada, inspirada, sí, pero literatura, aunque provenga de "tres sujetos conjuntamente activos" (el escritor, el pueblo de Dios, Dios) (p.19s). También resalta certeramente que hay una interacción entre la Escritura y el pueblo de Dios: por un lado la Escritura es norma y fuerza orientadora para el pueblo, y por otro lado vive en el pueblo, de modo que el sujeto último es el pueblo de Dios.
Una tensión latente
Visto el conjunto, detrás de este extenso prólogo dedicado primordialmente a justificar su enfoque desde la exégesis "canónica" o más bien teológica, se siente una suerte de tensión o incomodidad de Ratzinger con la exégesis histórico-crítica que no puede obviar pero que por sí no avala –ni puede avalar, por su propia naturaleza- una lectura "post-histórico-crítica" que se refugie en la "exégesis canónica".
Después de todo, al margen de los consensos sobre el Jesús histórico que se van desprendiendo de los estudios histórico-críticos, Ratzinger confiesa: "confío en los evangelios", lo que equivale a que para él "el Jesús de los evangelios es el Jesús real (wirklichen), el 'Jesús histórico (historischen)' en el auténtico sentido (de la palabra)" (p.20). 'Histórico' no se reduce a aquel tal como fue percibido por la gente de su tiempo en los años 30, sino que es aquel cuya relevancia y esencia fue comprendida después de Pascua –que, en efecto, es aquel presentado por los evangelistas, que no pretendieron escribir biografías; no el Jesús de Nazaret sino ése como el Cristo de Dios. Lo que significa que Ratzinger nos presenta SU cristología de las cristologías de los evangelios y la tradición posterior, entretejida con su visión teológica personal. Eso no solo es legítimo, sino que puede bien ser fructífero, como él mismo espera, para entrar en la comunión con Dios vía la apreciación de Jesucristo. Si todos sus lectores estén de acuerdo en todo con sus apreciaciones es otro cantar, y él lo sabe. Pero lo cierto es que él está "convencido… que esta figura es mucho más lógica y también, desde el punto de vista histórico, más comprensible que las reconstrucciones con las cuales nos hemos visto confrontados en las últimas décadas" (p.20s)[[ Me imagino que las "reconstrucciones de las últimas décadas" a las que se refiere sean las presentaciones de Jesús hechas por exegetas que se basan en el estudio histórico-crítico de las fuentes. "Reconstrucciones" se pueden hacer solamente con datos firmes, o sea provenientes de un estudio histórico crítico! Esta frase revela que lamentablemente Ratzinger no parece estar al tanto de las Cristologías sólidamente fundamentadas en la exégesis en "las últimas décadas" que, matiz más o matiz menos, coinciden entre sí en su presentación de Jesús de Nazaret –por cierto hay radicales, agnósticos y desconstruccionistas en el gremio, pero no son las voces dominantes ni se puede generalizar como si no hubiera presentaciones de Jesús válidas y valiosas, justamente como las de Schnackenburg, Gnilka, Thüssing, Merklein, Meier, por mencionar católicos, entre muchos]].
La tensión con la exégesis crítica que mencionaba líneas arriba se ve reflejada en esa frase, con la que no me extrañaría que más de uno discrepará. Me temo que hay una confusión de enfoques, cada uno válido dentro de su esfera: el estudio histórico-crítico que busca desempolvar y presentar al Jesús de Nazaret cuya vida concluyó en la cruz, y el estudio teológico que presenta al Cristo de la fe cristiana, que por cierto es aquella del NT y de nuestra fe. La tensión inconsciente del autor es más evidente cuando al final aclara que "este libro no ha sido escrito contra la exégesis moderna" (p.22)[[ Casar exégesis crítica y teología dogmática es un ideal, pero difícil. La tensión no ha cesado, pues es cuestión de prioridades y de escucha. Aunque la Dei Verbum afirma que "la Escritura es el alma de la teología", la cuestión es la comprensión de la Escritura por parte del teólogo. Vea ya el artículo de K. Rahner "Exégesis y dogmática" en Idem. Estudios teológicos (original 1962), y la reciente colección de ponencias del encuentro sobre el tema en Colonia 2003: U. Busse (ed.), Die Bedeutung der Exegese für Theologie und Kirche, Friburgo/Br 2005 (QD 215)]].
Jesús histórico divino
El título del libro es simple y claro: Jesús de Nazaret. No "Jesucristo". No "Cristo nuestro hermano" (K. Adam), ni "El Señor" (R. Guardini). El énfasis está expresamente en el personaje histórico, o al menos así lo pretende el autor. De hecho, no deja de ser notorio que Ratzinger empiece por la figura y el mensaje de Jesús durante su misión pública. El mismo dice que sentía que, desconocedor del tiempo que Dios todavía le conceda, esta parte era más urgente para así "ayudar a que pueda crecer la relación viviente con él" (p.23). Y tiene razón en poner por delante la figura de Jesús de Nazaret, el hijo de María, por su anclaje histórico y su cercanía a los hombres –como antaño- en lugar de centrarse en la Segunda persona en comunión trinitaria. En el fondo está latente su confianza en que esa "relación viviente con él", Jesús de Nazaret, nos haga comprender que ser cristiano es ser su discípulo [[Ese fue el tema que impuso en la reciente reunión de obispos latinoamericanos en Aparecida (Brasil): "Discípulos y misioneros de Jesucristo".. De hecho, le dedica un capítulo a los discípulos (cap. 6)]].
La preocupación que Ratzinger deja entrever en su prólogo es más con la figura de Jesús que con su mensaje, en particular su relación con Dios. Quiere poner de relieve que a Jesús no se le puede entender si no es a partir del reconocimiento de su relación con Dios; él es uno con el Padre: "Este es el punto en base al cual he construido este mi libro: Ve a Jesús desde su comunión con el Padre, que es el verdadero centro de su personalidad, sin la cual nada se puede entender y desde la cual se hace presente también para nosotros hoy" (p.12). Es una lectura teológica, más que cristológica, que lee a Jesús desde la fe postpascual, más concretamente desde la dogmática conciliar. Estamos advertidos: la Cristología de Ratzinger es descendente –la divinidad se hace humana-, mientras que la de Schnackenburg, como la de todo exegeta crítico, es primordialmente ascendente –en la humanidad de Jesús, expuesta en los evangelios, se descubre la divinidad. Es un hecho evidente a través de sus múltiples publicaciones y entrevistas, que la figura de Jesús de Nazaret lo ha acompañado siempre, pero también es un hecho que siempre lo ha visto con una aureola, con un reflejo divino, no como lo vieron sus discípulos al caminar con él (Schillebeeckx), más como el "hijo de Dios" que como el "hijo del hombre (humano)" –que es, además, en quien los cristianos creemos, pues sino nos quedamos en el pasado histórico de los años galileos del 30.
El autor anticipa que se esmera en presentar lo que califica como "una figura históricamente significativa y coherente" (p.21), frente a la creciente incredulidad en la divinidad de Jesús . No le falta razón en querer destacar que el conocimiento de Jesús no puede reducirse a una pila de bruta facta, de datos fríos, sino que debe incluir la apreciación de su persona en su profundidad y en su trascendencia, que en este caso es inseparable de su relación con Dios, y que es esto lo que lo hace único y excepcional. Este quiere su aporte, y en esta dimensión por cierto no podemos menos que agradecerle, sabedores de que viene de su reflexión, su vivencia y su oración. El suyo es un Jesús viviente y "significativo". Por eso, es un aporte muy valioso para la apreciación y la fe en Jesucristo [[Esta preocupación ya la hizo pública en su documento "Dominus Jesus". La "coherencia" que invoca es cuestionable; sino no habría quaestionis disputatae hasta el día de hoy]].
La confesión de Jesús como divino -pregunta que el mismo Ratzinger plantea al final del prólogo y que le inquieta-, se debe a la apreciación de sus discípulos, a sus convicciones. Aquí entra en juego la cuestión epistemológica por un lado, y la de la fe por el otro; lo que se puede conocer con certeza y lo que se cree con convicción. En el fondo están, el viejo problema de la mitologización y desmitización, y el de los pre-conceptos y las pre-convicciones con las que se lee e interpretan textos y personajes. Como sea, al final de cuentas la confesión es una cuestión de fe, que ciertamente sobrepasa los límites de los métodos históricos, como Ratzinger claramente ha subrayado [[Vea sin embargo los minuciosos estudios del exegeta Larry Hurtado, Lord Jesus Christ. Devotion to Jesus in Earliest Christianity (Grand Rapids 2003), y How on Earth Did Jesus Become a God? Historical Questions about Earliest Devotion to Jesus (Grand Rapids 2005).. Pero, no deja de ser una seria tentación la de proyectar relatos y dichos que son productos de la fe post-pascual al Jesús pre-pascual o, dicho en otras palabras, el peligro de historizar lo no-histórico (no fáctico), p. ej. los relatos de las tres tentaciones de Jesús (cap. 2) o la transfiguración (cap. 9), y en base a ellas hacer afirmaciones dogmáticas [[Sobre todo esto vea la n. 10, y la primera parte del vol. I del estudio de John Meier, Un judío marginal (Estella), donde discute cuidadosamente la diferencia entre "histórico" y "real" y su importancia. La exégesis alemana distinguía entre Historie (bruta facta) y Geschichte (narración).]]
. La "realidad" post-pascual, como bien resalta Ratzinger, no puede ser objeto de estudio histórico-crítico porque, las respuestas a las preguntas cruciales que se hagan sobre esa "realidad", no son controlables ni certificables "científicamente" por pertenecer a otro nivel que el meramente cognitivo: el de la fe. Y la fe no es objetiva, sino subjetiva: es propia del creyente –nadie puede creer por mí. Y volvemos al núcleo del pensamiento teológico dominante en Ratzinger: "solo desde el misterio de Dios se le podía comprender" a Jesús como divino, y no como un producto de la "creatividad" de las comunidades (p.21, énfasis mío). Tiene razón Ratzinger en destacar que, en última instancia, el relevante no es el Jesús pre-pascual de la historia-crítica, sino el de la fe, el que nos interpela y guía, y en quien nos confiamos. Por eso ciertamente es loable su esfuerzo por demostrar la unidad que la exégesis crítica liberal había separado: el Jesús de la historia y el Cristo de la fe son una y la misma persona. Por eso se entiende que ponga el acento más en el aspecto de la fe, que había sido devaluado, que en el de la historia.
Esquema y estructura.
Como ya mencioné, es notorio que Ratzinger le dedica su atención primero al Jesús de la misión pública, no el de la infancia ni el de la 'semana santa'. En eso sigue la estructura de Marcos, aunque intercala bloques de los otros evangelios, primero de Mt-Lc (bienaventuranzas y oración), y luego las metáforas juánicas. Confieso que, aunque no lo he leído, viendo la tabla de contenidos, no me queda claro qué criterios ha utilizado para seleccionar los pasajes que ha tomado, y para omitir otros muchos: las múltiples controversias con las autoridades judías en torno a la Ley, los milagros, las parábolas no-lucanas, las cenas, etc. Por lo menos queda claro que lo que se perfila hasta aquí (habrá que esperar el segundo tomo) es una idea parcial, basada en una selección de pasajes de los evangelios, y esa, como toda selección, no creo que se casual. Una vez más, habrá que leer el libro.
El Contenido
Aquí me detengo. No he leído aún toda su presentación de Jesús. Y he leído someramente algunas recensiones, pero quiero formarme mi propia idea y seguir su pedido de no juzgarlo sin haberlo leído antes. Lo único que debo anticipar es que, para evaluar válidamente una obra como esta es necesario estar suficientemente bien formado o al menos informado en materia de exégesis bíblica, en particular del Nuevo Testamento, pues es una obra basada en la lectura que Ratzinger hace del Nuevo Testamento. Tan cierto es esto que le ha dedicado largos párrafos precisamente al estudio exegético histórico-crítico, y hace referencias al documento de la PCB de 1993, comisión de la que entonces era presidente. Viendo la bibliografía, y tras una mirada rápida aleatoria al contenido, Ratzinger hace frecuentes menciones de la exégesis y destaca nombres de conocidos exegetas. Eso, por cierto, no garantiza su comprensión.
En resumen, esta obra es la lectura de Joseph Ratzinger de los evangelios, con sus conocimientos bíblicos y con sus preconceptos teológicos. No basta con saber de teología en sí. Toda teología, como lo recalca la Dei Verbum y otros documentos después, debe tener como sustento la Escritura: la Escritura es "el alma de la teología", se ha repetido (DV 24; IBI III.C.2). Por eso tendrán mucho peso las recensiones hechas por biblistas, tanto o más que aquellas hechas por teólogos. Entre las que he visto se cubre toda la gama, desde las aduladoras que se dedican a cacarear viejos eslóganes y automáticamente echan incienso a la figura del Papa, sin dar muestras de tener criterios críticos sobre los contenidos, hasta las descalificaciones descarnadas por venir de Ratzinger, pasando por la acribia de algunos respetables exegetas y teólogos.
Es de agradecer al Papa Ratzinger que haya dedicado tantas páginas en su prólogo a aclararnos su particular enfoque y método (p.20). Así estamos advertidos sobre el alcance y la profundidad, pero también los límites de su libro –límites que se observan ya en la tabla de contenidos que presenta una selección de facetas, no un todo de la vida pública de Jesús. Sabemos qué esperar, y también qué no esperar. Lo que tenemos es la figura de Jesús tal como la entiende Joseph Ratzinger. Es su Jesús personal de su Cristología, que ocupará su lugar junto con las cristologías de eminentes teólogos y conocedores de la exégesis bíblica como K. Rahner, E. Schillebeeckx, W. Kasper, J.I. González Faus, J. Moingt, Ch. Duquoc, P. Hünermann, y muchos más, con el matiz que, a decir del prólogo, la suya no se presenta como dogmática sino kerigmática.
Estamos pues invitados a leer y dialogar con la visión y apreciación de Jesús de Nazaret por un profundo creyente, eminente teólogo y preocupado pastor, nadie menos que el Papa Ratzinger. ¡Un Papa que lee asiduamente la Biblia y le da su sitial de honor! Desde su amor por Jesucristo nos invita confiadamente a dejarnos seducir por ese Jesús, el "histórico".
Tubinga, 14 Junio 2007.