J. Arregi: ni clérigo ni laico, cristiano

De Joxe Arregi he tratado varias veces en este blog. No quiero volver a presentar los problemas que hay en el fondo de su decisión de ser simplemente cristianos, ni clérigo ni laico en el sentido usual de la palabra. Aquí me limito a presentarle tal como él se presenta, pero señalando que ahora empieza su nueva andadura teológica.

Sus amigos recibían cada jueves una breve nota de tipo teológico y humano, especialmente aquellos que habían crecido en sus comunidades. Esas notas se han hecho famosas, necesarias para muchos, el pan de cada jueves, y así han venido siendo publicadas en diversos medios.
Desde ahora, según él mismo me dice, esas “notas”, que seguirán recibiendo sus amigos por e-mail, aparecerán publicadas en los siguientes medios del grupo NOTICIAS:

Deia en Bizkaia,
Noticias de Gipuzkoa,
Noticias de Araba
y Diario de Noticias en Navarra

Aparecerán también en otros medios que conocen bien mis lectores:

Fe Adulta
Atrio
Religión Digital


Han querido silenciarle algunos, pero la Voz Clara no se puede acallar, ni el agua limpia se puede enturbiar. Desde esta semana, todos los que queráis escuchar una voz, comprad uno de esos periódicos, conectaros a uno de esos medios.

Ese será el gran reto de Arregi, ofrecer cada semana su palabra, su viva y libre voz cristiana. Aupe Joxe, te esperaremos, cada semana, para sentirte cerca. A los amigos de mi blog quiero decirles que desde hace tiempo pido a Joxe Arregi que traduzca y publique en castellano (y en otras lenguas) su famosa Cristología escrita en euskara (que lleva ya tres ediciones). Esperamos que desde su nuevo domicilio de A. Behea (en un pueblo querido) pueda tener tiempo para decir sus cosas, iluminarnos con su palabra. Y ahora, para os que quieran seguir leyendo ofrezco su “primera entrega”, que me mandó hace días, pero que no he querido publicar hasta hoy en mi blog, para que salga primero en sus “medios” naturales.

Como aclaración bibliográfica, quiero recordar que yo mismo publiqué hace más de 25 años un trabajo en el concordaba con las cosas que hoy dice J. Arregi. Yo las decía de un modo bíblico. Él las dice de un modo más personal y más hermoso, mucho más hondo. Si un día encuentro el texto on line de aquel trabajo lo publicaré en mi blog, para que pueda compararse con el de Arregi. El mío se titulaba: «La Espiritualidad laical. Su unidad básica y sus distintas perspectivas», en Revista de Espiritualidad 43 (1984), 39-58.

Para quienes quieran ver la postura de Arregi en este momento introduzco al final la entrevista que sale en Alandar.




J. Arregi. NI CLÉRIGO NI LAICO



Iba a titular esta página “Soy laico”. Ahora que, por motivo de doctrinas e interpretaciones que nunca debieron habernos traído hasta aquí, he iniciado el doble proceso de exclaustración (abandono de la “Vida religiosa”) y de secularización (abandono del sacerdocio), quería brindar por mi nuevo estado y decir: “Me honro de ser laico por la gracia de Dios. Me alegro de ser uno de vosotros, la inmensa mayoría eclesial”.

Pero debo corregirme en seguida. ¿Laico? No, realmente no soy laico ni quiero serlo, pues este término solo tiene sentido en contraposición a clérigo, y siempre lleva las de perder. No soy laico ni quiero serlo, porque ese nombre lo inventaron los clérigos –que nadie se extrañe: siempre han sido los poderosos quienes han impuesto su lenguaje– . No quiero ser laico, que es como decir cristiano raso y de segunda, cristiano subordinado.

El Derecho Canónico vigente da una extraña definición del término: “laico” es aquel que no es ni clérigo ordenado ni religioso con votos. No designa algo que es, sino algo que no es. Laico es el que, por definición canónica, carece en la Iglesia de identidad y de función, por haber sido despojado. Laico es el que no ha emitido los tres votos canónicos de pobreza, obediencia y castidad, aunque es casi seguro que habrá de cumplir esos votos, y otros varios, tanto o más que los religiosos instalados en su “estado de perfección”. Laico es el que no puede presidir la fracción del pan, la cena de Jesús, la memoria de la vida. Laico es el que no puede decir en nombre de Jesús de manera efectiva: “Hermano, hermana, no te aflijas, porque estás perdonado, y siempre lo estarás. Nadie te condena, no condenes a nadie. Vete en paz, vive en paz”. Laico es el que no puede decir a una pareja enamorada: “Yo bendigo vuestro amor. Vuestro amor, mientras dure, es sacramento de Dios”. Laico es el que no tiene en la Iglesia ningún poder, porque se lo han sustraído. Aquellos que se apoderaron de todos los poderes se llamaron clérigos, es decir, “los escogidos”. Habían sido escogidos por la comunidad, pero luego se escogieron a sí mismos y dijeron: “Somos los escogidos de Dios”.


No soy laico ni quiero serlo, porque no creo en una Iglesia tripartita de religiosos, clérigos y laicos, de cristianos con rango y cristianos de a pie, de clase dirigente y masa dirigida. Jesús no dispuso clases, sino que las anuló todas. Y nadie que conozca algo del Jesús histórico nos podrá decir que a los “Doce” –que luego fueron llamados ‘apóstoles’– los puso Jesús como dirigentes, menos aún como clase dirigente con derecho a sucesión. A lo sumo, y como judío que era, los designó como imagen del Israel soñado de las doce tribus, del pueblo reunido de todos los exilios, del pueblo fraterno, liberado de todos los señores. (Y, por lo demás, ¿qué hay de los “setenta y dos” que Jesús también escogió y envió a anunciar que otro mundo es posible? ¿Cómo es que ellos no tuvieron sucesores? A alguien debió de interesar que no los tuvieran, tal vez para que el poder no quedara repartido). Jesús no era sacerdote, pero no por ello se consideró laico y a nadie nos llamó con ese nombre. Es un nombre falaz.

Hace veinte años que así lo veo y lo digo. ¿Por qué, entonces, no he abandonado hasta ahora los votos y el sacerdocio? Simplemente, porque era lo bastante feliz con lo que vivía y hacía, y pensaba que no cambia nada importante por unos votos de más o unos cánones de menos. Y ahora que, por las circunstancias, dejo los votos y el sacerdocio, sigo pensando lo mismo: que “laico” es una denominación clerical y que, en la Iglesia de Jesús, es preciso dejar de hablar de clérigos y laicos, es decir, superar de raíz el clericalismo.
Hablar de clérigos y laicos en la Iglesia es un fraude al Nuevo Testamento, pues esos términos no se utilizan ninguna sola vez ni en los evangelios, ni en las cartas de Pablo, ni en ningún otro escrito del Nuevo Testamento. Sí se utiliza el término griego laos (pueblo), del que se deriva ‘laico, pero laos designa a toda la Iglesia, no a una supuesta “base eclesial” informe e inculta. A toda la Iglesia nos llama el Nuevo Testamento “pueblo de Dios” (1 Pe 2,9-10), y a todos los creyentes nos llama “templo de Dios” (1 Pe 2,5; 1 Cor 3,16), “sacerdotes santos” (1 Pe 2,5), “escogidos” y, sobre todo, “hermanos”. Todo somos pueblo, templo, sacerdotes, elegidos, hermanos; lo somos sin otra distinción que la biografía misteriosa de cada uno con sus dones y sus llagas.

Hablar de clérigos y laicos es también un fraude a los primeros siglos de la Iglesia, pues esos términos no figuran en la literatura cristiana hasta el siglo III. Durante los dos primeros siglos no hubo “laicos” en la Iglesia, porque aún no existía “clero”. Luego la Iglesia se fue “sacerdotalizando”, “clericalizando”, y así surgió el laicado, que no es sino el despojo de lo que el clero se llevó. Nunca habría habido laicos en la Iglesia de no haber habido clérigos primero.

Más cerca aun de nosotros, hablar de clérigos y laicos es un fraude al sueño insinuado por el Concilio Vaticano II que, en la Constitución Lumen Gentium, invirtió el orden tradicional y trató primero sobre la Iglesia como pueblo de Dios y luego sobre los ministerios jerárquicos. Primero el pueblo, luego las funciones que el pueblo considere oportunas. Los obispos, presbíteros y diáconos nunca debieron constituirse en “jerarquía” (poder sagrado); no son sino funciones que derivan de la comunidad y han de ser reguladas por ella. Sólo representan a Dios si representan a la Iglesia, y no a la inversa.

Hablar de clérigos y laicos es, en definitiva, un fraude a Jesús, pues él rompió con la lógica y los mecanismos de quienes se habían atrincherado en la Ley y el Templo y se habían erigido a sí mismos como dueños absolutos de la verdad y del bien. Jesús les dijo: “Dios no quiere eso. Dios quiere que curemos las heridas y seamos hermanos”. Y por eso le condenaron.
Doce siglos después vino Francisco, que nunca se reveló de palabra contra el orden clerical ni quiso criticarlo, pero que por alguna otra poderosa razón además de la humildad rehusó ser clérigo y que, con la dulzura y la firmeza que le caracterizaban, impidió mientras pudo que se reprodujera en su fraternidad la división entre clérigos y laicos. Y, cuando ya no pudo impedirlo, su cuerpo y su alma se llagaron y murió a los 45 años. Una vez que él con algunos hermanos moraba de paso en un pobrecillo eremitorio, llegó en visita una importante Dama y pidió que le mostraran el oratorio, la sala capitular, el refectorio y el claustro. Francisco y sus hermanos la llevaron a una colina cercana y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar y le dijeron: “Éste es nuestro claustro, señora”. Que era como decir: “No queremos ser ni monjes ni religiosos ni seglares, ni clérigos ni laicos. Es otra cosa, Señora. Queremos vivir como Jesús”.

José Arregi



5 Octubre 2010
Arregi: “El actual funcionamiento del ministerio episcopal no responde a criterios democráticos”
José Luis Palacios

alandar

José Arregi, teólogo vasco, ha optado por desvincularse de la orden a la que pertenecía desde hacía 48 años, ante el enfrentamiento abierto con el recién nombrado obispo de su diócesis, la de San Sebastián, José Ignacio Munilla. “Agobiado” por el revuelo mediático, pero “tranquilo y bien”. Sin más miedo del necesario cuando uno cambia “el marco” de su vida, explica que ha dado este paso “para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo”.
–¿Cómo explica lo que le ha pasado?
- Adopté una posición muy crítica con el nombramiento del obispo Munilla, hice algunas declaraciones comprometedoras. No creo haber dicho ninguna mentira pero, a lo mejor, tenía que haber medido un poco más lo que dije. Esto desencadenó una cierta actitud de mayor control hacia mí. Antes de venir Munilla –en las vísperas de Navidad de 2009– a petición de instancias eclesiásticas superiores, el provincial me impuso el silenciamiento por un año, medidas que yo acepté porque no tenía otra alternativa y para evitar otras medidas peores. Unos meses más tarde, Munilla llamó a nuestro superior provincial y le exigió que me impusiera un silencio total en todos los campos. Entonces juzgué que las medidas primeras habían sido anuladas y me desligué de aquel voto de silencio que hice y así lo hice saber a mi superior franciscano. Al mismo tiempo, difundí un pequeño escrito titulado “Pido la palabra” en el que, de alguna forma, me declaraba en actitud de desobediencia eclesial, crítica, insumiso.
–¿Qué motivó esta decisión de insumisión?
- Lo hice por dos motivos: primero, porque quería que se aclarara mi situación cuanto antes, y, segundo, porque no quería colaborar con la estrategia de mi obispo de exigir al superior provincial que me impusieran un silencio para que al cabo de un tiempo él se sintiera autorizado a tomar personalmente esas medidas. Me situé en una posición muy delicada e insostenible: o creaba un grave conflicto a la fraternidad provincial o dejaba la orden. Opté, de acuerdo con mis superiores, por dejar la orden para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo.
–¿Cuáles son las principales líneas de pensamiento teológico que defiende?
- Me he situado en la frontera a sabiendas de que no todo lo que pensaba o expresaba era una opinión segura. Es preciso arriesgarse para responder a las cuestiones de siempre y a las de hoy, no con las fórmulas tradicionales, sino con un nuevo paradigma, con nuevas categorías. Mi intención y deseo profundo hoy, en nuestra sociedad y cultura, es encontrar una palabra y unos planteamientos nuevos que vayan hacia una renovación profunda de la institución de la Iglesia y una reinterpretación a fondo de los dogmas tradicionales de fe. Esto se plasma de manera especial en todo lo que tiene que ver especialmente con dos cuestiones fundamentales: quién tiene la última palabra en la Iglesia; y la diferencia entre la palabra humana y la palabra de Dios, la fe y el texto.
–¿Ha ido demasiado lejos o ha cambiado el clima en el que se venía desenvolviendo?
- El clima ha cambiado, no tanto la posición teológica o ideológica del Vaticano, pero sí el talante. El Concilio Vaticano II no alcanzó a hacer una expresión coherente en todos sus documentos de la nueva teología y eclesiología, sino que fue el fruto de los consensos y del equilibrio de las diversas fuerzas. En muchos casos hay dobles lenguajes y concepciones contradictorias que no acaban de armonizarse. No fue un paso muy decidido hacia la renovación de la teología y la Iglesia, pero sí abrió una nueva época de renovación, se podía soñar con nueva Iglesia y se podía arriesgar la palabra y la teología. Eso cambió en el pontificado de Juan Pablo II y con el nombramiento de Joseph Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se ha visto en todas las medidas jurídicas, disciplinares que se han tomado con muchos teólogos con más renombre que yo –la lista es muy larga– y de manera muy especial en el nombramiento de los obispos.
–¿Ha echado en falta mecanismos de mediación, mayor transparencia e incluso procedimientos jurídicos que eviten que la solución a este tipo de conflictos sea impuesta por la autoridad?
- He mantenido diversos encuentros con José Ignacio Munilla. Había buena voluntad de ambas partes, pero chocábamos siempre con dos escollos: ¿qué es lo que define la verdad o quién la define?, y ¿cuál es la medida para poder decir que esto entra o no dentro de la fe? El actual funcionamiento del ministerio episcopal no responde a criterios democráticos mínimos, tampoco se acepta el principio, que ya en 1943, una encíclica de Pío XII sobre la interpretación de la Biblia adoptó claramente al establecer que había géneros literarios y por tanto no se puede leer al pie de la letra, de que hay afirmaciones que no hay que entender al pie de la letra. Yo, a lo mejor, voy demasiado lejos, pero eso no me importa. En repetidas veces le he dicho a mi obispo que no pretendía tener la razón. Reivindico en la Iglesia un lugar amplio para poder expresar la propia opinión teológica sin que se le responda con el peso de la autoridad.
–¿Se siente más libre?
- Me siento más libre, pero mi propósito de fondo es el mismo de antes. Tengo muy claro que no debo pensar de ningún modo que mi postura es la buena. De la manera más responsable y respetuosa que pueda, con mi propio temperamento y contradicciones, siendo el que soy, quiero seguir prestando dentro de la comunidad eclesial y en esta sociedad, más allá de si uno es creyente o no creyente, heterodoxo o hereje, mi pequeño servicio como cristiano. Quiero ser seguidor de Jesús, y del espíritu de Francisco de Asís y caminar con mi comunidad. Llevaba tiempo trabajando en ámbitos no ligados a ninguna institución religiosa. La hipoteca a la que están sometidas todas las instituciones religiosas y todas las obras que dependen de ella nos llevan a renunciar a la libertad o a pagar un precio muy alto.
–¿Ve cerca el final del invierno eclesial y el resurgir de la primavera?
- No lo veo cerca, soy bastante pesimista, porque todos los hilos y mecanismos del poder están prácticamente monopolizados por un sector ultraconservador, lo que es muy visible en toda la Iglesia católica y más en la del Estado español. El futuro institucional va a ir cerrándose cada vez más y ofreciendo menos oportunidades a la renovación. Vamos hacia una Iglesia no sólo convertida en gueto, sino también en secta. La masa de la sociedad va a ir desertando más o menos silenciosamente, como viene pasando desde hace 30 años.
–Algún brote verde habrá, que por lo menos nos anuncie la llegada, más pronto o más tarde, de la primavera…
- No hay que esperar a que se produzca la implosión de la Iglesia institucional, que se va a producir tarde o temprano. Para mí es motivo de optimismo el creer en el Espíritu Santo, que es verdor, no ya un brote verde, sino que hace reverdecer todo, creo en el Espíritu que está presente y habita en todos los seres humanos. Y creo en el Espíritu activo en nuestra cultura. Muchas veces se manifiesta más en los márgenes y fuera de las fronteras de los ámbitos institucionales confesionales. Es importante crear espacios que respondan a esas demandas de espiritualidad, que trasciende fronteras, que es muy viva y que van más allá de todas las expresiones y límites institucionales de tipo religioso.
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