Ascensión de Jesús ¿viaje celeste? Cábala y Cristianismo

He presentado ya dos temas sobre la Ascensión de Jesús, desde el apéndice canónico de Marcos y desde la tradición cristiana. Éste es un motivo que puede tener profundas conexiones con diversas tradiciones sacrales del templo de Jerusalén, con la apocalíptica antigua y con la cábala posterior del judaísmo (por no hablar de las visiones esotéricas del Ascenso/Escala de Muhammad desde Jerusalén al Cielo).

– Ese tema ha sido relacionado con un tipo de Teología Celeste, que se habría desarrollado en los últimos decenios del Templo de Jerusalén, antes de su destrucción (el 70 d. C.). En aquel templo, junto a los sacerdotes oficiales, expertos en leyes sacrificiales y de pureza externa, había grupos de sacerdotes que habrían desarrollado una mística de ascenso a lo divino.

Así lo ha puesto de relieve Margaret Barker (investigadora británica, de tradición metodista, nacida el año 1944), en una serie de libros dedicados a la mística del templo de Jerusalén: The Gate of Heaven (1991) • The Great Angel (1992) • The Risen Lord (1996) • The Great High Priest (2003) • Temple Theology (2004) The Hidden Tradition of the Kingdom (2007) • Temple Themes in Christian Worship (2008) • Temple Mysticism (2011). Conforme a esos libros, la Ascensión de Jesús no sería una experiencia pascual de la Iglesia, después de la muerte de Jesús, sino una expresión de la experiencia de ascenso al cielo que Jesús tuvo antes de haber. Jesús fue un místico, y fue a Jerusalén para “subir” al cielo, a través de una experiencia interior. Eso es lo enseñó a sus discípulos. Su muerte posterior fue secundaria.


–- Ese mismo tema del ascenso a lo divino ha sido desarrollado por numerosos apocalípticos judíos, entre ellos por 1 Henoc, donde se dice que el “patriarca antiguo”, prototipo de los auténticos judíos, realizó un viaje de ascenso al cielo más alto, superando todas las etapas intermedias (los siete cielo), para encontrar en la Altura al Señor de los Señores y dialogar con él (cf. 1 Hen 14). En esa línea, la Ascensión de Jesús no podría tomarse como una experiencia posterior (tras la muerte de Jesús), sino como una experiencia mística que Jesús y algunos de sus discípulos tuvieron. Entre ellos se contaría Pablo que “subió al tercer cielo” (cf. 2 Cor 12, 2) para escuchar allí palabras que no pueden contarse. La Ascensión seguiría siendo un fenómeno místico, propio de algunos elegidos, entre los que se halló más tarde Muhammad, de quien se dice que subió también en la noche desde Jerusalén al octavo cielo (cf. Corán sura 17, 1), contemplando los misterios divinos.

– Ese “ascenso divino” ha sido codificado por la Cábala, como ha mostrado de forma extraordinaria el libro de J. H. Laenen, La mística judía, Madrid 2006. Para situar el tema en clave mística quiero recoger algunos párrafos de ese libro, como verá quien siga leyendo este post.

Más adelante, otro día, si alguien quiere, puedo poner de relieve la singularidad de la experiencia cristiana de la Ascensión de Jesús, que no puede interpretarse desde la mística del templo de Jerusalén (en la línea de M. Barker), ni desde la especulación apocalíptica de 1 Henoc, ni desde visiones posteriores de la Cábala judía o del Islam, sino desde la misma historia y compromiso de Jesús, a favor del Reino de Dios.


1. Prerrequisitos y preparativos de la Ascensión mística de la Cábala

Había en el judaísmo del siglo V-VI d. C. escuelas en las que se iniciaba a los devotos, capacitándoles para realizar el gran viaje celeste. A fin de ser admitido en un grupo o escuela de este tipo, el aspirante debía cumplir ciertas condiciones. Para comenzar, un novicio tenía que satisfacer ciertos requisitos morales. Ante todo, tenía la obligación estricta de cumplir todos los mandamientos de la Halaká, las reglas de la vida diaria judía. Además de eso, debía someterse a un examen quiromántico (lectura de la palma de la mano) y metoposcópico (lectura del rostro). Conforme a ello, cualquiera que deseara ascender a través de los reinos celestiales debía poseer el carácter exigido que le hiciera capaz de completar con éxito un viaje de ese tipo.

Después que el novicio había sido admitido en el grupo místico, e iniciado en las tradiciones esotéricas y místicas, podía prepararse para realizar un viaje a través de los palacios de los siete cielos, hasta ascender al Trono de Dios. Cada explorador del cielo, fuera éste el primer viaje que emprendiera, o uno más entre otros muchos, tenía que prepararse con mucho cuidado para la travesía. Después de una extensa preparación, que era de tipo ascético – entre otras cosas debía ayunar por siete días –, el místico debía tomar en consideración lo que otros habían experimentado ya en sus viajes celestiales. Después, adoptaba la postura adecuada y se sentaba, poniendo la cabeza entre sus rodillas. En esta postura, recitaba plegarias e himnos extáticos, como en un susurro, lo que provocaba una suerte de auto-hipnosis. Absorbido en un estado de profundo olvido de sí, el místico veía con los ojos de su mente cómo aparecían los palacios celestiales, a través de los cuales podía comenzar la travesía.


2. Ascenso a través de los palacios celestiales

Los relatos de experiencias místicas en los diversos textos de los Hekalot (de la mística de los “patios” celestes) no son exactamente iguales por su contenido. Esto se debe no sólo al hecho de que cada místico experimentaba el itinerario celeste de un modo enteramente individual, sino también al hecho de que en los diversos periodos en los que estos grupos de místicos se mantuvieron en actividad se produjeron variaciones de contenido, mutaciones de énfasis y cambios de terminología.

Las descripciones de los místicos de la Merkabá (es decir, del Carro de Dios, que les lleva hasta el cielo) ofrecen una visión del ascenso que se realiza a través de unos cielos que están situados unos encima de otros. La marcha visionaria del místico le conduce a través de siete cielos, cada uno de los cuales contiene a su vez siete palacios. A través de su marcha, el místico no tiene más que una finalidad: contemplar la Figura Divina sobre su trono celestial glorioso. Esta marcha no carecía de peligros y, en la medida en que el recorrido iba progresando a través de las moradas celestiales, las dificultades se volvían mayores. Sin una minuciosa preparación, un viaje de este tipo estaba condenado al fracaso.

Para desplazarse de un palacio al otro, el místico tenía que pasar a través de puertas muy custodiadas. Los porteros (guardianes de las puertas) eran seres angélicos, encargados de impedir el paso o de maltratar a los viajeros. Ante cada palacio donde deseaba ser admitido, el explorador tenía que mostrar a los porteros-guardianes los sellos o contraseñas adecuadas (hotamoth). Estos sellos estaban compuestos por nombres divinos, fórmulas secretas o combinaciones arbitrarias de letras del alfabeto hebreo, que concedían al místico el poder de superar los peligros y de ascender a través de los mundos divinos. El factor decisivo era que el místico conociera los nombres de los ángeles que iba encontrando en el camino. A través del conocimiento del nombre del ángel respectivo, el explorador adquiría un cierto poder sobre ese ángel. Por otra parte, ese viajero celestial podía protegerse a sí mismo contra los grandes peligros cantando himnos en los cuales Dios era alabado o usando imágenes cargadas de poder mágico.

A medida que iba creciendo el grado de dificultad en esas fases del camino, crecía también el riesgo de que, en algún momento, el místico realizara algún gesto equivocado, de manera que los vigilantes o ángeles enemigos pudieran simplemente impedirle la entrada en un área más alta. Cuanto más alto estuviera, más difícil le resultaba ofrecer la información necesaria a los poderes celestiales para conseguir su ayuda. El viajero tenía que enfrentarse con visiones engañosas y debía entrar en relación con ángeles destructores, que intentaban confundirle.

3. Prueba final. Ante el séptimo cielo: Agua y fuego

La prueba más difícil de todo el proceso se hallaba centrada en el paso entre la sexta y la séptima o última morada. El explorador místico tenía que mostrar aquí que podía distinguir entre mármol brillante y cristalino… y el agua física, distinción que resultaba evidentemente muy difícil. Si en un momento dado el místico confundía el mármol con el agua, no superaba la prueba, se hundía en el mar del mundo, volvía a la tierra. En este caso, enormes masas de agua anegarían al viajero y ya no podría completar su travesía celeste.

También el elemento fuego jugaba un papel importante durante el proceso a través de las regiones celestiales. Algunos relatos afirmaban que, tan pronto como efectuara un juicio equivocado o no conociera la fórmula correcta, el viajero sería consumido por fuego. Otros relatos hablan del fuego como una experiencia extática en el momento de la entrada en el primer palacio.

La forma literaria de los relatos de ascenso está constituida a veces por un diálogo, como por ejemplo cuando, en una conversación, dos o más rabinos se van comunicando la recta manera de alcanzar las visiones del reino celestial. Un rabino que ha realizado ya la travesía en una ocasión anterior comenta con otros su experiencia, los peligros que ha encontrado y las oraciones, himnos o nombres, construidos con combinaciones particulares de letras, que él ha utilizado para ir progresando a través de los palacios. Los demás rabinos responden a su exposición formulando nuevas preguntas o relatando sus propias experiencias. Con frecuencia, el diálogo viene a convertirse en una especie de instrucción: no sólo se le ofrece al viajero el contenido de lo que dirán o cantarán los seres celestiales, sino que se le imparte una enseñanza sobre aquello que debe decir o contestar en concreto y sobre las fórmulas que deberá emplear para enfrentarse con los diversos ángeles en las diferentes fases del ascenso.

4. La visión del Trono celestial

Después que ha superado todas las pruebas, tras un largo y difícil viaje, a través de las regiones celestiales, el viajero místico, que sube con el Carro de Dios hasta el Gran Carro celeste de la Merkabá, alcanza finalmente la meta de su viaje: la visión del Santo sobre el Trono de gloria. Aquí, en el séptimo palacio del séptimo cielo, Dios, el Santo Rey, que ha “descendido” de un lugar que resulta desconocido para la humanidad, ha ocupado su puesto sobre su Trono de gloria. El viajero queda totalmente deslumbrado por la visión de los misterios del Trono divino.

El Santo Dios solía hallarse revestido con una deslumbrante indumentaria celestial, irradiando una luz blanca y llevando una corona que destellaba con rayos de luz. Desde el mismo Trono, hecho de cristales centelleantes y de lapislázulis color azul celeste, brotaban ríos de fuego, cruzados aquí y allí por puentes. Sentado sobre su trono, rodeado por ángeles que cantaban sin cesar himnos a Dios y a su reinado, Dios revelaba su gloria escondida ante el alma del místico.

Cuando el místico iba subiendo, había a veces algunos compañeros sentados a su lado, a su derecha o a su izquierda, que escribían rápidamente lo que él iba experimentando en éxtasis. En sus descripciones extáticas, estos relatos de los místicos de la Merkabá reflejan un enorme respeto por la santidad del mundo del Trono (es decir, del ámbito celeste). Algunos relatos hablan de una cortina o colgadura (pargod) detrás de la cual aparecía representada la figura divina sobre el Trono. Esa cortina separaba a Dios de todos los restantes seres o cosas que pertenecían al Trono-carro. Sobre esta cortina, que era mantenida por ángeles, se encontraban bordados los arquetipos –ideas o pensamientos de Dios –, los modelos preexistentes originarios de todo lo que se va desplegando desde el comienzo al fin de la vida sobre el mundo. Cualquiera que mirara estos modelos conocía los secretos de la creación y de la redención del mundo.


5. Algunas ideas básicas

a. Dominio sobre los ángeles. En todos los textos existentes, la magia de lenguaje ocupa un importante lugar. A menudo encontramos largos sumarios de nombres angélicos. Los “ángeles” en la literatura de los Hekalot son poderes divinos, cada uno de los cuales posee su propio nombre, que indica las cualidades divinas específicas del poder que expresa. En esta literatura, todo parece girar en torno al conocimiento de los nombres de los ángeles. Por medio del uso del nombre de un ángel particular, un hombre se vuelve capaz de alcanzar poder sobre ese ángel. Sin el conocimiento de los nombres secretos de los poderes divinos, resultaba imposible subir a la morada celestial más alta, al séptimo palacio del séptimo cielo, para contemplar al Rey en su Trono divino.

Los numerosos nombres angélicos que se encuentran en los textos místicos están construidos con diversas combinaciones de las 22 letras del alfabeto hebreo. Algunos de esos nombre son largos y resultan impronunciables y carecen de un significado discernible; otros están formados, en particular, por combinaciones sistemáticas de letras. A fin de poner de relieve los poderes (mágicos) de las letras, los místicos de la Merkabá utilizan una forma de escritura especialmente destinada para ello.

b. Fórmulas mágicas. Por otra parte, en las obras místicas hallamos una gran cantidad de fórmulas mágicas, de encantamientos, de pronunciación de palabras y, sobre todo, de utilizaciones mágicas de los nombres (divinos). Además de eso, en muchos textos, el tema central está constituido por la adquisición de sabiduría. Esa sabiduría, formada por un conocimiento intenso de la Torah y de la Ley Oral, sólo podía adquirirse tras años de estudio.

A través de la magia y de la pronunciación de palabras (secretas), el explorador del cielo intentaba adquirir la posesión de esta sabiduría sin necesidad de realizar esfuerzos por sí mismo. De un modo particular, muchos místicos deseaban alcanzar ardientemente la sabiduría divina que se suponía que Moisés había recibido de Dios sobre el Sinaí. A primera vistas, estos hechos pueden ofrecernos la impresión de que la mística de la Merkabá se relacionaba sólo con la magia. Ciertamente, algunos investigadores modernos defienden esa perspectiva: ellos suponen que el elemento mágico constituye el rasgo más importante de la mística de la Merkabá, mientras que el ascenso a través de las regiones celestiales resultaría sólo un tema de menor importancia.

c. Nombre divinos. Himnos y oraciones. El conocimiento de los nombres angélicos constituía un medio para establecer la estructura del mundo divino. En esta perspectiva, lo que ocupa un lugar central en la literatura de los Hekalot es el conocimiento místico de los nombres divinos.

Un lugar importante en la literatura de los Hekalot lo ocupan los numerosos himnos y oraciones, cuyo elemento principal está constituido por la alabanza de Dios. Los ángeles que rodean el carro del Trono cantan sin cesar el carácter sagrado y la majestad de la Divina Figura, sentada sobre el Trono, y ensalzan la gloria de su reino. Unos y otros, los seres celestiales en sus palacios y también los exploradores del cielo cantan himnos que pueden recibir a veces la forma de diálogo entre Dios y el viajero o entre dos o más rabinos que describen las regiones celestiales, mientras el místico va recibiendo instrucciones a lo largo de su ascenso.

La recitación rítmica de himnos servía para suscitar el éxtasis. Por medio de movimientos, ejecutados mecánicamente, y a través de una larga repetición monótona de palabras con sonido semejante, con el retorno regular de palabras clave, enfatizadas en un ritmo cíclico, y a través de encantamientos mágicos, expresados en forma creciente (en crescendo), el místico alcanzaba un estado de éxtasis. La mística del lenguaje jugaba también una función importante en todo este proceso.

A menudo, el vocabulario tradicional hebreo se mostraba evidentemente poco adecuado para describir las experiencias extáticas de los viajeros del cielo en las moradas divinas. Para nosotros, el lenguaje en el que están compuestos los himnos resulta más bien ampuloso y extraño, lleno de oscuras adivinanzas, combinaciones de palabras y neologismos. Pues bien, a pesar del rechazo y de la resistencia que los círculos rabínicos no-místicos han mostrado hacia aquello que, a su juicio, constituía una alabanza exagerada y excesiva de Dios, los himnos y oraciones de la mística de la Merkabá han dejado huellas en la liturgia tradicional posterior del judaísmo.

d. Dios, el Metatron. Las tradiciones del Metatron (Dios-Trono, Hombre celeste…) ocupan un lugar importante en relación con el espacio que rodea al Trono. Metatron puede tomarse como el ser más poderoso del mundo divino, ocupando el segundo lugar tras Dios. Él está sentado sobre un trono que está subordinado al Trono de gloria de Dios y ha sido iniciado por el mismo Dios en todos los secretos divinos, incluidos aquellos de la creación. En los relatos místicos, este Metatron, que es el más alto de los ángeles, ofrece el relato de su metamorfosis, que le ha convertido de ser humano en ángel, y habla de las jerarquías de los tronos y los ángeles. Es más, él revela al místico los misterios de la Merkabá.

Originalmente, Metatron fue un ser humano, que había recorrido un camino que le había conducido hasta su categoría actual, como Primer Ángel, el más alto de todos los seres creados. Otro nombre de Metatron es el de Príncipe de la Faz (Sar ha-Panim). Las tradiciones sobre Metatron hunden sus raíces en la apocalíptica judía, con la figura de Henoc, del que la Biblia dice que caminó según Dios (trató con Dios) y desapareció, porque Dios se lo llevó (Gen 5, 24). En esta literatura se afirma que Henoc ha sido conducido al cielo, donde se le han revelado misterios divinos: el fin del mundo y la redención futura. Estas especulaciones esotéricas desembocaron con el tiempo, dentro de la mística de la Merkabá, en el ángel Metatron.

6. Libros de Ascensiones cabalísticas

El tratado Hekhaloth Rabatthi (Grandes Hekalot) se considera generalmente como la obra clásica y mejor conocida de la mística de la Mekabá. La figura principal de esta obra es el Rabí Ismael, uno de los héroes famosos de la mística de la Merkabá. Resulta aquí notable el hecho de que Dios no aparezca siempre sentado sobre su Trono, en el palacio divino. El mismo Trono se inclina a veces ante Dios y le pide que tome asiento. Parece que existe otro cielo, el octavo, por encima del Mundo del Trono, y que Dios se mantiene generalmente escondido en ese octavo cielo. El séptimo palacio funciona como un salón público de la corte, donde Dios toma asiento unas pocas veces cada día, conforme a los momentos en los que el pueblo de Israel recita sus oraciones.

En el tratado Hekhaloth Zutari (Hekalot Menores) la figura más importante es precisamente la de Rabí Akiva. Resulta interesante observar que ese texto habla también de revelaciones que se ofrecen al explorador celeste a lo largo del ascenso y no solamente al final del viaje. Una gran parte de esta obra se dedica al despliegue de nombres mágicos para realizar encantamientos y resulta de carácter muy técnico. Este tratado es muy importante para el estudio de la magia en la mística judía antigua. Entre otras cosas, ofrece métodos de encantamiento mágico para el estudio y memorización de la Torah. Este tratado se funda en el supuesto de que, además de la Torah “ordinaria”, Moisés recibió en el Sinaí la revelación de un conocimiento extenso, secreto, de tipo mágico-mítico. La adquisición de este conocimiento constituye un elemento significativo de la mística judía antigua. Más aún, aquí se ofrece la impresión de que este mismo tratado, de los Hekalot Menores, fue revelado a Moisés y que en él se contienen, según eso, todos los secretos del mundo y de la Torah.

En el Sefer Hekhaloth (Libro de los Hekalot), que suele llamarse también Libro Tercero de Henoc (III Henoc o Henoc Hebreo), encontramos de nuevo a Rabí Ismael como personaje principal. En su parte más extensa, esta obra constituye más bien un sumario de apocalíptica judía y de tradiciones místicas. Por la forma artificial en que las tradiciones se encuentran combinadas en este tratado, podemos deducir que el Libro de los Hekalot no es una obra original, sino más bien una selección arbitraria de varias fuentes anteriores, que a veces no se acoplan muy bien entre sí. La mayor parte de la obra está formada por las revelaciones del ángel Metatron, que ofrece al Rabí Ismael conocimientos secretos sobre el mundo divino. En la sección precedente hemos visto que las tradiciones referentes al Metatron han surgido de las tradiciones apocalípticas en torno a la figura bíblica de Henoc. Resulta sorprendente el hecho de que sólo aquí, en el Libro de los Hekalot, la figura de Henoc se identifique expresamente con Metatron. En este tratado faltan algunos elementos que resultan familiares para el resto de la literatura de los Hekalot. Así, por ejemplo, aquí no se habla nada sobre la forma de conjurar a los habitantes del cielo, ni sobre la necesidad de mostrar contraseñas mágicas a los guardianes de las puertas. Esta obra no contiene tampoco instrucciones en relación con las técnicas del ascenso.

El tratado Ma‘aseh Merkavah (Obra del Carro) está formado por un diálogo entre Rabí Ismael, Rabí Nehunia y Rabí Akiva. En la sección 5. 4, nos hemos ocupado del lenguaje místico y de la magia del lenguaje. Este tratado utiliza esa forma de entender y emplear el lenguaje: el mismo poder ritual del lenguaje es el que hace posible el ascenso. Este ascenso se logra a través de la pronunciación de oraciones, himnos, nombres divinos, fórmulas mágicas y combinaciones de palabras. El texto se encuentra construido de tal forma que muestra una analogía entre la estructura de los diversos cielos y las estructuras de los diferentes himnos que describen los cielos. Los diálogos del texto contienen exclusivamente instrucciones sobre las formas de utilizar el lenguaje: qué y cómo debe hablar un viajero y lo que él escuchará que se dice en las regiones celestiales.

CONCLUSIÓN
Después de todo esto, si alguien sigue queriendo conocer el aspecto distintivo de la Ascensión de Jesús, puede plantear el tema y podemos continuar dialogando.

Personalmente, creo que el relato de la Ascensión de Jesús en Lc 24 y Hch 1 tiene un sentido muy distinto al de Ascenso de los místicos de la Cábala o al Ascenso de Muhammad. Pero ello debería ser mejor precisado.
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