Camino de Cuenca. Riesgo místico, amor humano (Fernando-Pikaza)

Reparos de Fernando
Mística fascista. Lo siento, pero no. La experiencia de lo sagrado NO siempre es una experiencia poética. Místicos hay –si damos por supuesto que el término “místico” no es ese batiburrillo festivo-literario-experiencial que se afirma– que no han sido poetas o han sido pésimos traductores de la «sublime condición poética». A su vez poetas, muchos y variados, de lejos han sido místicos o con experiencia de sagrado, salvo algún que otro filósofo alemán, que ha visto en uno insondables apariciones. Una formidable (y temible) experiencia de sagrado fueron los movimientos de masa fascio-comunistas del siglo pasado, y no los veo muy poéticos. Además, sobre este particular cajón de sastre místico-poético, convendría leer atentamente las palabras de Margaret Salinger en el «Guardián de los Sueños» sobre su padre escritor J.D. Salinger, denunciando la inmensa verborrea de tono religioso que hoy abunda por mor de este banal mito romántico de lo místico-poético.
strong>Mística y droga. El curso [se refiere al curso de Cuenca] tiene buena pinta y seguramente hablarán de cosas muy importantes. Pero hoy en día creo que se tiende a confundir mística con estética, sobre todo cuando se «desciende» a la literatura, y lo digo con el mejor sentido del verbo «descender». Además, ¿qué experiencia sagrada o mística? Porque hoy en día somos muy exquisitos en escoger ciertas frecuencias espirituales respecto de otras. Mística hay de la sangre como lo vino a definir Rosenberg en su nefasto libro «El mito del siglo XX». Alan Watts, que sabía mucho de religión y mística orientales fue el primero que observó la importancia del experiencialismo espiritual, y no tuvo ningún problema en recomendar el uso del LSD para tal proceder. ¿Es ésta una apreciación “poética”?
Mística y alienación. Místicos, aunque en sentido impropio, son para ciertas tradiciones musulmanas (chiís) la sabiduría de sus Ayatolláhs, que por ser impecables nadie puede replicar. Ibn Arabi habló de que el amante de Dios debe estar «alienado» (gharim), humillado, sometido, que es estado adecuado junto al deterioro y el decaimiento de quien ama al Altísimo. Sobre Molinos y su «Guía Espiritual» puede decirse que la conciencia a lo que se reduce la existencia es la propia conciencia de cada uno –la frase no es mía–, de lo que se deriva que cada experiencia espiritual es tan válida como cualquier otra, se dirija a donde se dirija. Y, por último, mística puede ser Simone Weil, que dijo aquello que un análogo de Dios es la obediencia y por eso ha dejado el mundo a la necesidad.
No fiarse demasiado de los místicos. Como puedes ver, la gama es infinita. En cualquier caso, y es opinión mía, conviene no fiarse demasiado de los místicos, ya que tienden peligrosamente a ver las cosas desde un sentido muy polarizado. Las cosas no sé si transmiten realidades sagradas como vino a defender Mircea Eliade, el estudioso de las religiones, pero si sé que el místico así lo cree; pero nosotros, ¿cómo podemos reconocer que es así cuando al final muchos de ellos quedan en el silencio? Simplemente nos quedan sus lenguajes, sus metáforas y su sin fin de elipsis, y todo ello es dificultoso de interpretar. En todo caso, sí reconozco que sin las palabras Dios queda en suspenso. Como dijo Rosa Chacel en una obra suya: «allí alcanzo a tocar algo que raras veces tiene alcance la palabra humana. Digo raras veces porque en algunas ocasiones, la palabra misma puede ser ventana o flecha lanzada desde la ventana».
Distinciones de Pikaza. La mística es el amor humano
Desde las observaciones y reparos de Fernando quiero “superar” un tipo de mística en general y hablar de la esencia de la contemplación cristiana, en perspectiva de amor, a partir de Jesucristo.

La mística cristiana es contemplación y comunión de amor humano . El cristianismo en cuanto tal no es mística sino “contemplación” (descubrimiento del Otro) y comunión, comunicación personal con los demás (en Dios, es decir, desde la Presencia creadora). Ciertamente, algunas comunidades cristianas muy antiguas (como las de Jerusalén o Corinto, según el Nuevo Testamento) han sentido y cultivado la experiencia de un transcendimiento místico, de manera que muchos de sus miembros han "hablado en lenguas", superando el ritmo normal de la racionalidad discursiva. Pero en el centro de la experiencia cristiana no están esos fenómenos, sino la experiencia de fe, es decir, de comunicación personal con Jesús (con los demás hombres y mujeres)
Jesús no ha sido un místico. Es evidente Jesús no ha sido un místico en ese sentido ordinario del término, ni ha querido que sus discípulos lo sean. Ciertamente, Él ha creído en los "espíritus" o fuerzas sagradas de tipo perverso (demoníaco) y las ha combatido con la ayuda del Espíritu de Dios (cf. Mt 12, 28), es decir, apoyándose en la fuerza divina del reino. Pero, en sentido estricto, él puede y debe interpretarse como un contemplativo: un hombre abierto al encuentro con los demás, empeñado en trazar cauces de encuentro liberado y de comunión entre los humanos de su tiempo. Si le llamamos místico, debemos añadir que es místico liberador, es decir, creador de libertad y comunión humana.
Jesús, un Mesías de la comunión. Quizá debamos presentarle como profeta del amor o Mesías de la comunión (comunicación) gratuita entre los hombres y mujeres: su palabra de Dios, su mesianismo, se identifica con el impulso de amor que vincula en libertad a los hombres y mujeres, que les cura, que abre hacia la libertad, para amarse entre sí. Por eso ha entregado la vida por los otros. Su cruz no es puro gesto de inmersión en Dios, signo de mística pasiva, una especie de droga erótica de dolor (como quiso ver Bataille, cuando vinculaba muerte, erotismo y mística). Su cruz es la expresión de la posibilidad y exigencia de una comunicación amorosa con los demás (a favor de los demás. En ese sentido, la única mística es la contemplación-comunión, es decir, la experiencia concreta del amor a los demás. Ésta es la “droga”, éste es el “placer” cristiano: contemplar a los demás y amarles. En ese amor está Dios, eso es Dios.
– La contemplación es la esencia más honda del mesianismo de Jesús: él ha querido a los hombres y mujeres concretos (desde Padre), les ha mirado y ha entregado su vida por ellos, para suscitar así el reino del Espíritu, es decir, de la comunión universal (=civilización de amor), sobre la tierra. Jesús ha sabido mirar y ha mirado en amor gozoso a los hombres, entregando su vida por ellos. Ésta es su aportación, esta es su mística: los hombres pueden dialogar en amor concreto (vinculándose así con Sócrates que, en otra línea, decía que los hombres pueden vincularse a través de la palabra).
– La contemplación constituye un elemento específico del cristianismo, pero ella es, al mismo tiempo, un fenómeno de tipo muy hondamente humano y por tanto religioso, vinculado al "ver y escuchar" en profundidad, en la línea de aquello que siempre han sabido videntes y profetas, poetas y amantes de las grandes religiones. El contemplativo no quiere explorar sin más la hondura de su mente, ni busca el misterio general de lo divino, sino que abre los ojos y oídos, para dejar que la realidad de los demás le alumbre y acompañe. La “droga” del contemplativo-místico cristiano es amar a los demás, gozarse en ellos y con ellos, en camino de vida siempre limitado y potenciado por la muerte (como sabía Bataille, aquí bien).
El contemplativo no planea y quiere desarrollar fenómenos psíquicos o mentales del misticismo, sino que quiere dejarse transformar por el poder y belleza de la realidad que sale a su encuentro y le habla, especialmente a nivel de encuentro humano. No se evade del mundo para encerrarse en el vacío de su mente, sino que admira el mundo, ama a las personas, dejándose amar por ellas. No se impone sobre las cosas, sino que deja que ellas le llenen e interroguen, le impresionen y transformen
Místicos y contemplativos. Camino de Cuenca.
Así quiero dejar mi diálogo con Fernando, sobre el sentido de la mística y la contemplación, camino de Cuenca.
El místico puede acabar siendo un solitario, alguien que explora su propio misterio divino, buscando su hondura superior, un nivel de realidad que sobrepasa el nivel sentimientos y deseos de la mente. Por el contrario, el contemplativo está siempre abierto al encuentro personal: sabe mirar con intensidad, descubre y admira el valor de los demás, pudiendo avanzar así en la línea del diálogo personal, del amor mutuo.
Quizá pudiera decirse que el místico ama su propia verdad interior (o su vacío). Por el contrario, el contemplativo está preparado para amar a los demás en cuanto tales, pues goza al mirarles y goza al dejar que ellos le miren. Lógicamente, para que culmine y alcance su plenitud, como hermana de la amistad y/o el amor, la contemplación tiene que ser recíproca: mirar y ser mirado, amar y ser amado.
Por eso, decimos que el evangelio de Jesús (quizá otras grandes religiones), buena nueva de reino, ha sido y sigue siendo una experiencia contemplativa. Jesús ha buscado a los hombres y mujeres de su entorno, les ha ofrecido amor en gesto poderoso de transformación y ha dialogado con ellos por encima de todas las posibles leyes que separan y distinguen a unos de los otros.
Estrictamente hablando, Jesús ha sido un contemplativo en el mundo, por amor a los más pobres. Así ha desplegado el amor como mirada directa, diálogo de amistad fundada en Dios, en transparencia fuerte, desde el centro de una sociedad convulsionada por todas las imposiciones y mentiras del mundo. Por eso, la herencia de su reino (su Espíritu) debe expresarse en formas de comunicación contemplativa: en diálogo de amor inmediato, de mirada a mirada, de corazón a corazón. Lógicamente, los grandes creadores cristianos han desarrollado la contemplación cristiana en formas de diálogo con Jesús. Entre ellos podemos citar a Juan de la Cruz.