Carlos Osoro: Universidad Pont. de Salamanca: La iglesia del Señor, con Francisco de Asís, Domingo de Guzmán e Ignacio de Loyola
Hoy, 1.12.23, se presenta en la Univ. Pontificia de Salamanca, el volumen-homenaje dedicado al magisterio y figura de Mons. Carlos Osoro, arzobispo emérito de Madrid y cardenal de la iglesia. El volumen de más de mil páginas, preparado por su amigo y colega Diego Sabiote, Prof. de la Universidad de Palma de Mallorca, consta de dos partes: (a) Una antología de textos de C. Osoro, sobre la iglesia del Señor.
(b) Un centenar de colaboraciones de amigos, colegas y hombres y mujeres de la cultura, la iglesia y la vida social, sobre diversos temas de iglesia y cristianismo.
Entre esas colaboraciones se incluye la mía, que publico a continuación, dedicada a a Carlos Osoro: amigo, colega y maestro, Arzobispo de Madrid, cardenal del Papa Francisco, que ha retomado el espíritu de Francisco de Asís, Domingo de Guzmán e Ignacio, tres de los grandes fundadores de la Europa moderna (a los que puede añadirse Teresa de Jesús).
Entre esas colaboraciones se incluye la mía, que publico a continuación, dedicada a a Carlos Osoro: amigo, colega y maestro, Arzobispo de Madrid, cardenal del Papa Francisco, que ha retomado el espíritu de Francisco de Asís, Domingo de Guzmán e Ignacio, tres de los grandes fundadores de la Europa moderna (a los que puede añadirse Teresa de Jesús).
| Xabier Pikaza

Siendo jesuita (de la línea de Ignacio de Loyola), el Papa Francisco ha querido "reformar" la iglesia universal, siguiendo el modelo de Francisco (pobreza, ecología), de Domingo (democracia representativa) y de Ignacio de Loyola
Iglesia de Domingo, Francisco e Ignacio
La Iglesia católica de Occidente renació en el siglo XIII, por obra de Domingo y Francisco, siendo configurada tres siglos después, en forma universal y misionera por Ignacio de Loyola. En este momento (año 2022) esa Iglesia quiere refundarse, conforme al deseo y programa del Papa Francisco, retomando, en un contexto nuevo, el espíritu e impulso de Domingo, Francisco e Ignacio. En esa tarea ha estado y sigue estand especialmente implicado Don Carlos Osoro, que ha sido Arzobispo de Madrid y que sigue siendo Cardenal de la iglesia de Roma.
A él he querido dedicar este trabajo, pues, significativamente, seguimos estando ahora (año 2023) en un contexto que puede compararse al de Domingo, Francisco e Ignacio, pues el ciclo de transformación cristiana que ellos e iniciaron no ha terminado ni se ha completado todavía. Espero que esta meditación de fondo sobre tres "santos" básicos de la iglesia de occidente pueda agradarle (poniendo de relieve tres componentes básico del camino eclesial del Papa Francisco

El papa Francisco es discípulo de Ignacio (jesuita), ha tomado el nombre de Francisco (asumiendo su espíritu de fraternidad, pobreza y ecología cristiana de Francisco de Asís) y está iniciando un camino de sinodalidad (autoridad compartida representado en la iglesia de occidente por Domingo de Guzmán y los hermanos predicadores.
Pienso que Carlos Osoro se ha situado desde el principio de su ministerio episcopal en esa triple línea, definida por la iglesia de Domingo, Francisco e Ignacio.
Punto de partida. En un tiempo de cruzadas
No hay actualmente cruzadas como las del siglo XII, pero el espíritu de aquellas perdura en diversos espacios de la Iglesia, pues existen hoy grupos cristianos que siguen pensando con categorías propias de antiguos caballeros de órdenes militares
La más famosa fue antaño la del Temple (*1119), defensora de una Iglesia-Templo, al servicio de una cristiandad militante, más de Antiguo que de Nuevo Testamento. En esa línea debemos recordar también la Orden de los Caballeros Teutónicos, fundados en 1190 para combatir como Abrahám (cf. Gn 14, 1-24) contra los enemigos del entorno germano y liberar a los cristianos del peligro de los reyes (pueblos) adversarios (Regula 2, 15-30)[1]. Los caballeros han de estar dispuestos a padecer como Cristo, dispuestos a morir con él para defensa de la cristiandad. (2) No luchan solo contra paganos, sino contra cristianos que a su juicio están en riesgo de herejía y abandono de su fe (Ibid. 3).
Esa visión se impuso en el Decreto de Graciano, (1160) donde se afirma que la iglesia debe proclamar su guerra santa (de cruzada) contra los infieles que no tienen fe, y los herejes que corren el riesgo perderla. El mismo Tomás de Aquino (1325-1374) ratificará más tarde ese Derecho de Cruzada contra enemigos de la iglesia y herejes:
"Por esta razón, los cristianos suscitan con frecuencia la guerra contra los infieles, no para obligarles a aceptar la fe… sino para forzarles a no impedir la fe de Cristo. Hay también infieles que han tenido en otro tiempo fe y la profesaron, como son los herejes y apóstatas. Estos deben ser compelidos, aun por la fuerza física, a cumplir lo que han prometido y mantener lo que una vez han aceptado"[2].
Actualmente (siglo XXI), en sentido externo, no se hace guerra santa contra enemigos de la fe o herejes, pero a veces se mantiene un espíritu de lucha, para imponer o mantener por ley unas normas pretendidamente cristianas, en la línea del discurso de san Bernardo a favor de los templarios
"Ha nacido una nueva Milicia, precisamente en la tierra que un día visitó el sol que nace de lo alto (Jesús), haciéndose visible en la carne. En los mismos lugares donde Cristo dispersó con brazo robusto a los Jefes que dominan en las Tinieblas; aspira esta milicia a exterminar ahora a los hijos de la infidelidad en sus satélites actuales, para dispersarlos con la violencia de su arrojo y liberar también a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo"[3].
Bernardo proclama así una especie de guerra santa del fin de los tiempos, en contra de los soldados enemigos (musulmanes) y en contra de poderes diabólicos del mal. Sus nuevos cruzados, defensores de un Templo que Jesús había criticado (anunciando su destrucción) mantienen un combate que, librándose por un lado en este mundo, enfrenta a los príncipes del bien (de Cristo) y a los poderes del Malo (Diablo). Por eso, esta guerra es sacramento de Cristo:
Marchad, pues, soldados, seguros al combate y cargad valientes contra los enemigos de la cruz de Cristo (cf. Flp 3, 18), ciertos de que ni la vida ni la muerte podrán privaros del amor de Dios que está en Cristo Jesús (cf. Rom 8, 38), quien os acompaña en todo momento de peligro, diciéndonos: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor (San Bernardo, De laude 2: cf. Rom 14, 8).
Las palabras que Pablo había utilizado en sentido simbólico para expresar la entrega de la vida en comunión con el Señor pascual, se entienden aquí en forma literal, aplicándose a la guerra del Cristo de Dios en forma humana
Cristo acepta gustosamente como una venganza la muerte del enemigo y más gustosamente aún se da (se entrega él mismo) como consuelo al soldado que muere por su causa. Es decir, el soldado de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor seguridad aún... No peca como homicida, sino que actúa, se podría decir, como malicida, pues mata al pecador para defender a los buenos, actuando considera como defensor de los cristianos y vengador de Cristo en los malhechores... La muerte del pagano es una gloria para el cristiano, pues por ella es glorificado Cristo... (Ibid. 4).
Domingo y Francisco, recreación del evangelio
El tiempo de las grandes cruzadas (siglo XII) terminó cuando los cristianos perdieron el dominio sobre Jerusalén, sin haber logrado triunfar contra los enemigos. Los mejores cristianos vieron entonces la necesidad de superar ese paradigma de cruzada, volviendo a la verdad más honda, a la pobreza radical del evangelio. No se trataba de luchar contra pretendidos infieles o herejes, sino de recrear por centro la fe de los creyentes, conforme al evangelio, como dijo más tarde, en el siglo XVI un historiador y teólogo de la Universidad de Salamanca, refiriéndose a la obra de Domingo y Francisco:
Cuando la mayor parte de España estaba oprimida... surgió la orden de predicadores de Santo Domingo, para iluminar la fe de Cristo y para que pudieran enseñarse los caminos verdaderos de la salvación… Cuando el mundo se encontraba lleno del deseo de riquezas, cuando ardía y casi se encontraba poseído por el furor de la soberbia, surgió la orden más humilde San Francisco, para abajar la soberbia, templar el ansia de riquezas y dar ejemplo de humildad y de paciencia[4].
Así diagnosticó F. Zúmel (1540-1607) los problemas de la Iglesia. El primero era la ignorancia de la verdad”, que no dejaba que los cristianos descubrieran el sentido de su fe, como mensaje de libertad y conocimiento superior de Dios. El segundo era la opresión económica y social, que no les dejaba vivir en fraternidad, en comunión de amor, desde os más pobres[5].
Domingo de Guzmán (1170-1221). Salvación por el conocimiento, iglesia de hermanos Nació en Caleruega (Burgos, España); estudió teología (Palencia), fue clérigo, (canónigo del Burgo de Osma y acompañó a su obispo como embajador de Castilla ante el Rey de Dinamarca, estableciéndose después en el sur de Francia y el Norte de Italia como hermano predicador, para instrucción y “conversión” de los cátaros, rechazando (superando) así la cruzada militar que señores feudales y obispos habían decretado contra ellos
Fundó con ese fin una fraternidad de predicadores, mendicantes (pobres), una institución “sinodal”, sin señores feudales ni obispos, de manera que fueran los mismos “hermanos”, iguales entre sí, los que trazaran las líneas de conjunto de la acción y vida de las comunidades, de abajo hacia arriba, eligiendo por votación de todos, para un tiempo limitado, a sus representantes (superiores o priores).
Esa fue la gran “revolución” de los predicadores pobres de Domingo, que vivieron en comunión de pobreza y libertad compartida, sin instituciones de poder (sin obispos ni señores feudales), abriendo entre todos un camino “sinodal” de comunión, asumiendo y recreando así, desde la iglesia católica, algunos de los rasgos principales de los “cátaros”, a quien otros condenaban falsamente pensando que eran enemigos de todo tipo de evangelio. Estos hermanos (no “padres”) predicadores se establecieron así como mendicantes, sin más autoridad que la palabra y ejemplo de su vida, hecha presencia (salvación) de Cristo[6]
Estos hermanos pobres de Domingo descubrieron que los problemas no se pueden resolver por medio de la fuerza: Que no hay cruzada militar que pueda transformar para bien a las personas, ni ejército que pueda conquistar la paz por guerra. El camino de Jesús se expresa a través de la palabra, como sabe la parábola del sembrador (cf. Mc 4).
Esos hermanos, predicadores pobres, de Domingo no imponen la Palabra por la fuerza, sino que dan testimonio de ella con su vida, en comunión, sin que ningún hermano pueda imponerse sobre otro por su autoridad de gobierno o de dinero. Por eso no tienen “cargos permanentes” (ni abades u obispos que actúen como señores feudales). Ellos han sido y son los mejores representantes de una democracia cristiana, siempre que se utilice en sentido radical esa palabra[7].
Francisco de Asís (1181-1226). En perspectiva convergente, Francisco de Asís, hijo de un comerciante rico, ofreció un testimonio de vida cristiana en un mundo donde la mayor amenaza era la riqueza convertida en principio de opresión. A juicio de Francisco, la amenaza para los cristianos no era la milicia musulmana, sino la avaricia de llamados fieles, la espiral de riquezas y poderes que destruyen la vida de los fieles. Desde este fondo, condenando el ideal de conversión por la violencia que late en las cruzadas, Francisco ha formulado nuevamente los principios de la paz cristiana:
Los hermanos, dondequiera que se encuentren sirviendo o trabajando en casa de otros, no sean mayordomos ni cancilleres, ni estén al frente de la casa en que sirven... Y por el trabajo pueden recibir todas las cosas que son necesarias, menos dinero. Y cuando sea menester, vayan por limosna, como los otros pobres. Y pueden tener las herramientas e instrumentos convenientes para sus oficios... Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido, sea acogido benignamente (Francisco de Asís, Regula, I, 7)[8].
En esa línea redescubre y explicita Francisco, desde la raíz del evangelio aquellos valores que pueden ayudarnos a seguir al Cristo, dentro de la nueva situación en que se encuentran los pueblos europeos con el surgimiento de la burguesía. Estos son los principales:
- Ley del trabajo. Como los pobres del mundo, los Menores de Francisco deben trabajar: llevan su herramienta y la utilizan allí donde alguien pide o necesita su servicio, como verdaderos obreros, en la línea de Jesús. Ellos no venden su trabajo, como harán más tarde los obreros explotados, sino que lo regalan, dándolo de balde, allí donde alguien pide o necesita su servicio.
- Superación del sistema salarial. Los Hermanos no rechazan el sistema salarial por sentirse superiores, ni tampoco por protesta, sino por solidaridad con los más pobres. Así ofrecen y comparten lo que tienen; no exigen nada, nunca obligan, no se imponen. Regalan su riqueza y confían recibir la que otros les ofrezcan, en fraternidad de amor, de hermanos siempre menores.
- Rechazo del capital. Conforme a lo anterior, los Hermanos no se apropian cosa alguna como propietarios, ni siquiera se hacen dueños de la tierra donde duermen (cf. Mt 8, 10): quieren compartir trabajo y bienes, caminos y pobreza, con los habitantes de su entorno.
Ignacio de Loyola, nueva misión cristiana en la modernidad.
Ignacio de Loyola (1491-1556) quería ser y fue un caballero militar al servicio del nuevo emperador “cristiano”. Pero fue herido, y en su convalecencia (hace 500 años, 1521/1522 d.C.), pudo descubrir otra manera de hacerse caballero al servicio de la misión del evangelio), fundando así la “Compañía de Jesus” (Societas Iesu, SJ). En un sentido, Ignacio fue el último cruzado medieval, siendo, al mismo tiempo, el creador de una espiritualidad "moderna", centrada en la entrega de la vida al servicio de la libertad interior y eclesial más que social de los creyentes. Los símbolos que emplea siguen siendo claramente militares:
1.Poner delante de mí un rey humano, elegido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedecen todos los príncipes y todos los hombres cristianos.
- Mirar cómo este rey habla a todos los suyos diciendo: mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por eso, quien quisiera venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etc.
- Considerar qué deben responder los buenos súbditos a rey tan liberal y tan humano… que a cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria[9].
Ignacio fue un instructor y director de caballeros cristianos al servicio de la iglesia… para conquistar toda tierra de infieles, en batalla superior y religiosa, sin armas de guerra, sin posesiones económico-políticas de ningún de poder propio del mundo. Esta cruzada de Ignacio, caballero-peregrino, tendrá aspectos de búsqueda interior y total desprendimiento, pero vendrá a manifestarse de una forma aún más intensa como entrega al servicio del apostolado eclesial.
Ciertamente, la iglesia estaba al fondo de todo lo anterior, en los caminos de Domingo y Francisco. Pero sólo ahora aparece como centro de preocupación, tema directo de la gran batalla que empieza a librarse sobre el mundo, como indica la meditación sobre las dos banderas: (1) Considerar cómo Cristo Nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso. (2) Considerar cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas(Ejercicios 143-145; cf. 135-147).
De esta forma, Ignacio de Loyola ha transformado la cruzada militar antigua, dirigida a la conquista externa de Jerusalén, en apostolado al servicio concreto de la iglesia. Esa iglesia es la nación y/o tierra de los seguidores de Jesús, dispuestos a dejarlo todo (tierra y casa, patria y familia o comunidad), para anuncio y servicio de evangelio. Por eso los jesuitas aparecen como Compañía de soldados escogidos para las misiones más difíciles y urgentes de la Iglesia, sobre todo el mundo, en cualquier país o tierra donde les destinen. Este programa de Ignacio ha marcado la tarea posterior de la Iglesia Católica, desde el siglo XVI a la actualidad, pero debe completarse o reinterpretarse desde el modelo de Domingo (sinodalidad, democracia fraterna) y de Francisco (experiencia y tarea radical de pobreza).
Conclusión. Ignacio de Loyola ha marcado el último gran reto de la iglesia católica, pero seguimos necesitando las aportaciones de Domingo y Francisco, entendidos como representantes de un programa evangélico de transformación de la violencia en fraternidad dialogal (palabra) y en riqueza/pobreza compartida.
Ordinariamente los esquemas simples (como éste de la iglesia dominicana, franciscana e ignaciana) suelen ser forzados y por eso no podemos interpretarlos de un modo cerrado pedirles demasiado. Pero el esquema que aquí he presentado (iglesia dominicana, franciscana e ignaciana) me parece especialmente valioso porque nos permite enmarcar el programa de renovación eclesial que el Papa Francisco promueve con celo ejemplar, en contra de la oposición de ciertos partidarios de una iglesia de cruzada, contando para ello con la colaboración de cardenales y hermanos como Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, a quien he dedicado estas reflexiones.
Sigue siendo básico el programa de Domingo, que ha destacado la misión de la verdad (en nivel de palabra y comunicación de servicios y responsabilidades). Es importante el modelo de Francisco de Asís, en un plano de pobreza y comunicación de bienes. Ambos se vinculan por su visión de la fraternidad: Domingo es fundador de una “orden” de hermanos predicadores (OFP: Ordo Fratrum Praedicatorum), Francisco de un movimiento de hermanos menores (OFM: Ordo Fratrum Minorum). Retomando los modelos de Domingo y Francisco (que trazaron los principios ejes de su conversión, en un camino que le lleva de Loyola a Manresa y después a París y Roma), Ignacio transformó la fraternidad de predicadores y menores, todos hermanos, en una Sociedad o Compañía de militantes apostólicos al servicio de Jesús (SJ: Societas Iesu).
Los cardenales del Cónclave del año 2013 eligieron Papa a Mario Bergoglio, sabiendo (por saber) que era jesuita, de la compañía de Ignacio de Loyola, cuyo “espíritu” de nueva misión él ha querido y quiere recrear en la Iglesia. Pero este papa jesuita no tomó el nombre de Ignacio, sino el de Francisco (sabiendo que Francisco de Asís no puede separarse de Domingo, fundadores del nuevo cristianismo post-medieval). En esa línea, resulta claro suponer que la nueva iglesia del Papa Francisco, de la que el Cardenal Carlos Osoro es un fiel colaborador, ha de ser una iglesia no sólo franciscana (de fraternidad desde los pequeños) y dominica (de libertad y palabra, en línea sinodal), sino también ignaciana (de apertura misionera a la nueva sociedad problemática y prometedora del siglo XXI).
ooooooooooooo
[1] Cf. M. Perlbach, Die Estatuten des Deutschen Ordens nach den ältesten Handschriften, Niemeyer, Halle 1890.
[2] Cf. S. Th., 2,2, q. 10, a. 8., BAC, Madrid 1949, 375. He desarrollado el tema en. Violencia y religión en la historia de Occidente, Tirant lo Blanch, Valencia 2005.
[3] San Bernardo, De laude novae militiae. Ad milites Templi, 1. Obras completas I, BAC, Madrid 1983, 496-543.
[4] F. Zúmel, De initio ac Fundatione Ordinis 13, en Regula et Constitutiones O de Mercede, Salamanca 1588.
[5] F. Zúmel, Ibid 12-14.
[6] Cf. Santo Domingo de Guzmán,Liber Consuetudinum, BAC Madrid 1947, 864.
[7] Cf. Fray Mark de Caluwe op, Introducción a la regla de San Agustín y constituciones y ordenaciones de los frailes de la Orden de Predicadores, Sevilla 2015.
[8] Edición y traducción en J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos. Madrid 1978. Reglas, en págs. 91-118.
[9] Ignacia de Loyola, Ejercicios Espirituales 92-95. Cf. S. Arzubialde, Ejercicios espirituales de San Ignacio, Mensajero, Bilbao, 2008.