Curar a la hemorroisa, una mujer creyente (Jesús)


Una historia de libertad. La mujer es persona porque cree
Éste es uno de los pasajes más significativos de la Biblia, como ha mostrado un estudio de Elisa Estévez, El poder de una mujer creyente. Cuerpo, identidad y discipulado en Mc 5, 24b-34. Un estudio desde las ciencias sociales, Monografías, ABE-Verbo Divino, Estella 2003. Tuve el placer de acompañar a la autora en las fases iniciales del trabajo, leyendo para ello gran parte de la literatura antigua sobre el tema de la mujer y sus ciclos menstruales, desde la perspectiva de la religión, la cultura y la medicina de tiempos de Jesús. Yo mismo dediqué una larga página al tema en mi libro Pan, casa, palabra. La iglesia en Marcos (Sígueme, Salamanca 1997) y en Lectura de Marcos (VD, Estella 2003). Ahora evoco ese texto, teniendo como fondo lo que Testos ha dicho ayer. Hoy estamos en otro contexto social y ello se debe también al comportamiento de Jesús en este campo. Estamos ante una mujer que rompe los tabúes y ante un hombre que la acepta así, como persona, la hemorroisa y Jesús.
24b Mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 oyó hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: *Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada+. 29 Inmediatamente se secó la fuente de su sangre y sintió que estaba curada del mal. 30 Y Jesús, dándose cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se volvió en medio de la gente y preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto?
31 Sus discípulos le replicaron:¿Ves que la gente te está estrujando y preguntas quién te ha tocado?
32 Pero él miraba alrededor a ver si descubría a la que lo había hecho. 33 La mujer, entonces, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había pasado, se acercó, se postró ante él y le contó toda la verdad 34 .Él le dijo:Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu mal (Mc 5, 24-34).
Persona disminuida: una hemorroisa
Es persona sin familia ni amigos que puedan "convivir" con ella, compartiendo su casa y tocando su cuerpo. Conforme a la ley sacral judía (Lev 15, 19-30), su condición de hemorroisa (mujer con hemorragia menstrual permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come... Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa.
"Cuando una mujer tenga flujo de sangre, y su flujo salga de su cuerpo, quedará impura durante siete días. Cualquiera que la toque quedará impuro hasta el anochecer.
20 Todo aquello en que se acueste o se siente durante su impureza quedará inmundo.
21 Cualquiera que toque su cama lavará su ropa, se lavará con agua y quedará impuro hasta el anochecer.
22 Cualquiera que toque el mueble sobre el que ella se sentó lavará su ropa, se lavará con agua y quedará impuro hasta el anochecer.
23 El que toque algo que esté sobre la cama o sobre otro objeto sobre el que ella se sentó quedará impuro hasta el anochecer.
24 "Si algún hombre se acuesta con ella y su menstruo se vierte sobre él, quedará impuro durante siete días. Toda cama en que él se acueste quedará inmunda.
25 "Cuando una mujer tenga flujo de sangre por muchos días fuera del tiempo normal de su menstruación, o cuando tenga flujo de sangre más allá de su menstruación, todo el tiempo que dure el flujo de su impureza ella quedará impura como en el tiempo de su menstruación.
26 Toda cama en que se acueste durante todos los días de su flujo será para ella como la cama durante su menstruación. Igualmente, todo objeto sobre el que ella se siente será inmundo, como en la impureza de su menstruación.
27 Cualquiera que toque estas cosas quedará impuro. Lavará su ropa, se lavará con agua y quedará impuro hasta el anochecer.
28 "Cuando ella quede limpia de su flujo, contará siete días y después quedará purificada.
29 Al octavo día tomará consigo dos tórtolas o dos pichones de paloma, y los llevará al sacerdote, a la entrada del tabernáculo de reunión.
30 El sacerdote ofrecerá uno de ellos como sacrificio por el pecado y el otro como holocausto. Así el sacerdote hará expiación por ella delante de Yahvé a causa del flujo de su impureza.
El milagro de Jesús consiste en dejarse tocar por alla, ofreciéndole un contacto purificador. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo.
Jesús no la ayuda para llevarla después a su grupo; no le dice que venga a sumarse la familia de sus seguidores, sino que hace algo previo: le valora como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad, construyendo el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino capacitarla para ser al fin y para siempre humana.
La hemorroisa, enferma de menstruación, sufría en la cárcel de su cuerpo, incapaz de crear comunicación en su entorno. La misma ley (Lev 15, 19-33) establecía las normas de su vida y sujeción femenina. La mujer era un viviente cercano a la impureza, tanto por los ciclos de su menstruación como por el parto, era una persona sometida a leyes de carácter sacral hechas para mantenerla de algún modo atada a sus procesos naturales y a su condición de servidora de la vida (engendradora). Neuróticamente impura era esta hemorroisa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio:
Esta hemorroisa. El gesto de Jesús
1 Era hemorroisa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenia. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la rarifica como enferma, ha creado y ratificado su enfermedad. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse.
2 Es mujer sin curación humana, pues los muchos médicos (pollôn iatrôn) fueron incapaces de curarla (5, 26). Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto. Pero más que la ironía destaca aquí la impotencia. Puede afirmarse que los médicos resultan mejores que los sacerdotes y escribas, pues al menos han intentado ayudarla. Pero al fin se han mostrado incapaces, a pesar del dinero que la mujer les ha dado: no pueden llegar a la persona en cuanto tal, no pueden penetrar (en cuanto médicos) en la raíz de la sangre manchada, fuente de todos los trastornos de la vida..
3 Es mujer solitaria, pues su mismo tacto ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo. Lógicamente, su misma enfermedad se vuelve deseo de contacto personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar en contacto con él: (Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, cuerpo a cuerpo, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).
4 Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente "impura" de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: )cómo lo sabe? )de qué forma lo siente, así de pronto? )No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Lo que importa de verdad es que ella sepa, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que ella sepa, se descubra limpia en contacto con Jesús..
5 Jesús irradia pureza y purifica a la mujer al ser tocado (5, 30-32). También él conoce y actúa por su cuerpo, vinculándose a ese plano con la hemorroisa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo. A ese nivel ha tocado la mujer, a ese nivel sabe Jesús que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado. Los discípulos no saben entender, ni distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico del gentío que aprieta (5, 31). Jesús, en cambio, distingue y sabe que ha sido un roce de mujer, pues antes de mirarla y conocerla se vuelve para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, a "la" que ha hecho esto (5, 32). Estamos en el lugar donde más allá de toda posible magia (algunos buscan poderes misteriosos por el tacto) viene a desvelarse el poder sanador del encuentro de los cuerpos..
6 La mujer debe confesar abiertamente lo que ha sido, lo que ha hecho, lo que en ella ha sucedido (5,33). Estaba invisible, encerrada en la cárcel de su impureza. Ha venido a escondidas, con miedo, pues quien viera lo que hace podría castigarla (5, 27). Pues bien, Jesús reacciona obligándole a romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos interiores. En otras ocasiones, ha pedido a los curados que no digan lo que ha hecho, para que el milagro no rompa el secreto mesiánico o se vuelva propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12). Pero en esta pide a la mujer que salga al centro y cuente a todos lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. Ella debe contar lo que ha pasado y sufrido, mostrando así en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida clausurada en la impureza de su enfermedad. No basta lo que diga Jesús, tiene que decirse ella misma: tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia. Una mujer que dice toda su verdad (pasan tên alêtheian) ante los varones de la plaza: esta es la meta de la curación, este es el principio de la iglesia mesiánica, donde la mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en historia que comparten con los varones.
7 Jesús ratifica en forma sanadora el gesto de confianza y el contacto humano de la mujer que le ha tocado. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano. Cariñosamente le habla: (Hija! Tú fe te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Todo nos permite suponer que esta palabra (hija! resulta en este caso la apropiada, la voz verdadera. Quizá nadie le ha llamado así, nadie le ha querido. Jesús lo hace, dejándose tocar por ella, reconociéndole persona (hija) y destacando el valor de su fe. Ella le ha curado.
[[Sobre la sangre menstrual, como fuente de vida y violencia cf. J.- P. Roux, La sangre. Mitos, símbolos y realidades, Península, Barcelona 1990, 51-82. Sobre el sentido social de la pureza cf. M. Douglas, Pureza y peligro, Siglo XXI , 1991, 1-26, 106-132; Id., Símbolos naturales, Alianza, Madrid 1988, 56-72]].
Conclusión. La libertad de la mujer
Puede seguir existiendo el problema de la sangre menstrual (trastorno físico, cambio emocional) en plano médico y psicológico, pero aquí ha perdido su carácter de maldición y su poder de exclusión religiosa, de rechazo humano. Esta mujer no aparece ya como impura sino como persona enferma a la que ha sanado su fe y su palabra (su forma de decirse en público). Así la ha valorado Jesús, superando una tendencia corporalizante (biologista) del judaísmo, codificada en Levítico y Misná. Frente a la mujer naturaleza, determinada por el ritmo normal o anormal de las menstruaciones, encerrada en la violencia que simboliza su sangre y proceso genético (para los varones), Jesús ha destacado su valor como creyente que vive y de despliega su humanidad a nivel de fe. Jesús ha destacado así el valor de la mujer como persona, capaz de vivir en libertad, de amar en plenitud, sin las limitaciones que el contexto social quiere imponerle en nombre de una falsa religión.
Jesús no se limita a definirla desde fuera, como cuerpo peligroso que se debe controlar, sino que la recibe en su intimidad de mujer, como persona: mano que puede tocar, mente capaz de expresarse y decir lo que siente, corazón que sufre y cree. Sólo una mujer a quien se deja que actúe y se exprese, diciendo lo que ha sido su dolor, puede madurar como persona.
Jesús no la retiene para su posible iglesia, ni le manda al sacerdote (para ratificar su curación sacral). Simplemente le dice que vaya sin miedo y asuma ante todos su camino de mujer en dignidad. De ahora en adelante no la definirá su menstruación sino su valor como persona. Sólo así podrá crear familia, hacerse humana (hermana, madre) dentro del corro de Jesús o de la iglesia (cf. 3, 31-35), abriendo hacia los otros la fe que ella ha mostrado "tocando" a Jesús.
Un espacio de intimidad donde los humanos pueden tocarse en fe, es decir, relacionarse en clave de confianza: eso es la comunidaad de seguidores de Jesús, conforme a este pasaje. Los tabúes de sangre y menstruación pasan a segundo plano, pierden importancia las reglas que han tenido sometidas desde antiguo a las mujeres por la propia "diferencia" de su cuerpo. Ellas son capaces de creer y realizar la vida en gesto de confianza, igual que los varones. Por eso, Jesús no les ofrece leyes especiales de sacralidad o pureza, como han hecho por siglos muchos sacerdotes (incluso cristianos). Que sea mujer, que viva en libertad como persona, eso es lo que Jesús le ha deseado (le ha ofrecido), dentro de una sociedad donde la ley de enfermedades corporales y purificaciones de mujeres ha sido construida casi siempre por varones para proteger sus privilegios.