Dios en la cárcel 2. Vida y mensaje de Jesús

Jesús no vino a liberar a encarcelados y cautivos en sentido militar, iniciando una guerra en contra de los dominadores, ni de un modo meramente judicial, a través de un cambio jurídico, sino que lo hizo de un mesiánico, mucho más profundo:

proclamó la presencia del Reino de Dios, abrió un camino de ayuda y comunión humana, dirigido de manera especial hacia los marginados de la sociedad.

Por eso asumió, conforme a Lc 4, 18-19, el cumplimiento de la utopía profética del año jubilar (año mesiánico) como motivo y tarea central de su vida.


− Lógicamente, no pudo visitar a los encarcelados en sentido físico, porque entonces (en su entorno) apenas existían: la autoridad civil y militar mataba directamente a los rebeldes y "bandidos" o los esclavizaba o desterraba. La cárcel era entonces un elemento secundario (temporalmente limitado) del sistema penal.


− No pudo visitar a los encarcelados, pero compartió la vida lo marginados, que eran entonces (como hoy) el “caldo de cultivo de todas las dolencias y condenas”, se encarnó en su mundo, les ofreció un camino de solidaridad y de esperanza. Por eso, ha podido decir, con la tradición jubilar, que ha venido a liberar a los encarcelados.



1. Introducción. Mesías de pobres y oprimidos

No fue maestro de teorías discutidas, dentro de un pequeño grupo de eruditos (escribas, abogados, sacerdotes) que utilizan su mayor “sabiduría” para dominar a los menos dotados o educados de su entorno, ni renovador de la sabiduría escolar, sino un profeta mesiánico que, actuando en la calle (en caminos y aldeas) ofreció a los marginados de su pueblo una enseñanza nueva y salvadora, un camino de liberació (Mc 1, 27).

a. Fue profeta pacífico. No quiso convocar a los soldados más celosos de la ley judía, para hacer la guerra santa contra los romanos, como pretendían otros hombres influyentes (sobre todo los celotas) de su tiempo. No fue peligroso en un plano de política externa, pero los representantes del orden militar (romanos) pensaron que lo era, pues rompía los esquemas de su paz violenta. Por eso se unieron con algunos sacerdotes y escribas del mismo judaísmo, condenándole a muerte, como a tantos otros a lo largo de la historia.

b. Fue mensajero del Reino de Dios, y en su nombre proclamó la venida del fin de los tiempos, es decir, la culminación y cumplimiento de la historia. Ciertamente, esperaba y preparaba la llegada de ese fin, creía que era inminente la llegada de Dios, que se revela como liberador para todos los oprimidos (enfermos, encarcelados, aplastados) de este mundo (cf. Mt 11, 2ss). Pero más que el fin después del mundo, le importaba la presencia de Dios en la misma historia, como perdón y gracia.

Como maestro, profeta y mensajero de Dios, realizó Jesús un profundo servicio liberador. No lo hizo en el sentido concreto del mundo actual , pues no existían nuestras cárceles, pero ofreció su mensaje y realizó su misión en el entorno carcelario, en el mundo o submundo en que habitaban (malvivían) los diversos tipos de oprimidos y expulsados de su tiempo, allí donde habitaban los condenados de la ley y de la religión más limpia de su tiempo. Más que una religión en el sentido espiritualista o jerarquizado (oficial) del término, vino a fundar un movimiento liberador especialmente dirigido a los pobres (oprimidos, marginados, hambrientos) de su tiempo.

a. Los macabeos habían respondido a la violencia del ambiente con un tipo más fuerte de violencia militar, logrando así un ámbito de independencia nacional para el judaísmo, pero no lograron resolver los problemas de fondo del judaísmo, ni ofrecieron un camino de paz universal para todos los humanos. Tampoco los judíos que más tarde se alzaron en armas contra Roma (a los 35 años de la muerte de Jesús) lograron su objetivo.

b. Jesús no respondió en forma violenta a la violencia del ambiente: no fundó un ejército, no quiso establecer por medios políticos un nuevo estado israelita. Quiso algo más alto: inició desde los pobres un proyecto de transformación o revolución mesiánica, abierta a todos los humanos. Lógicamente, conoció las opresiones de la historia: los responsables del sistema legal (los defensores de los derechos humanos de los justos y legales) desconfiaron de él, le temieron y juzgaron. Murió ajusticiado (asesinado) por la justicia oficial (civil y religiosa) de su tiempo. Fue experto en opresiones.

Desde ese fondo quiero entender su servicio de liberación en favor de los oprimidos y, de un modo especial, de los encarcelados. No quiso que el pueblo siguiera como estaba, impotente, resignado, derribado. Precisamente con (entre) aquellos que se hallaban despojados y arrojados, como ovejas sin pastor, a merced de las fieras de violencia de la tierra (cf. Mt 9, 36) inició Jesús su camino, ofreciéndoles palabra y curaciones:

2. Concreción: Jesús y los marginados

Jesús no vino a defender el orden de la buena sociedad, sino a ofrecer su amor gratuito y su poder liberador a los marginados del sistema. Estos son los rasgos de su acción:

1. Amó a los pecadores oficiales, varones y mujeres que la tradición legal judía consideraba como impuros: indignos de participar en banquete (mesa, templo) del buen pueblo de la alianza. La tradición le coloca al lado de publicanos y prostitutas (cf. Mt 21, 31), es decir, de aquellos que "vendido" su propia dignidad (su identidad de hijos de Dios) por razones de dinero. En las márgenes de Israel se hallaban, como carne de cultivo de las diversas violencias y opresiones.

2. Buscó de un modo especial a los enfermos, en particular a los leprosos y posesos que aquella "buena sociedad" consideraba malditos, expulsándolos del entorno social de la familia y de la comunidad sagrada. No había para ellos cárcel, entendida como reclusión o encerramiento, pero muchos vivían encerrados en los muros de su enfermedad y su impureza, separados de la pura comunión religiosa y política del tiempo. Pues bien, Jesús se acercó a ellos para ofrecerles su solidaridad humana, la esperanza del reino. Muchos encarcelados de nuestro mundo son como aquellos antiguos leprosos: apestados a quienes se expulsa del buen mundo de poder y bienestar de la sociedad dominadora.

3. Compartió su camino con los pobres, ofreciéndoles no sólo su bienaventuranza de Reino (Lc 6, 20 par), sino un lugar en su mesa, que se vuelve así mesa abierta para todos los humanos (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10 par). Evidentemente, los pobres no eran sin más los piadosos, los buenos anawim, llenos de Dios, incapaces de cometer crimen alguno. Hoy como entonces, muchos de ellos resultan "peligrosos" para la buena sociedad que les expulsa, ignora y/o utiliza. Jesús no empezó por convertirles, trazando para ellos un programa penitencial de cambio e inserción en la buena sociedad constituida. Al contrario, Jesús les acogió tal como eran, ofreciéndoles a ellos y a todos los humanos, un camino de esperanza mesiánica, una buena nueva de riqueza y reconciliación abierta al Reino.

Así inició un mensaje y camino de liberación al servicio de unos necesitados, que pueden compararse con los marginados actuales: prostitutas, compradas y vendidas por cuestión sexual; publicanos, manipulados por cuestión económica; niños sin familia, militares odiados de un ejército de ocupación, extranjeros rechazados por los puros judíos... Entre ellos se mantuvo, por ellos ofreció su palabra. Ciertamente, no quiso ser un separado en el sentido purista del término, no estuvo sólo con los excluidos, ni tampoco sólo con los puros. Con unos y otros habló, para unos y otros ofreció su mensaje, en gesto de doble pertenencia.

1. Se mantuvo cerca de la “buena” sociedad: enseñó en las sinagogas, predicó en las plazas, recorrió los caminos del pueblo, conversó con todo tipo de personas, buscando la transformación social del conjunto de Israel, en línea de reino. Por eso subió a Jerusalén ofreciendo allí su palabra y siendo asesinado.

2 Vivió y ofreció su mensaje a la “mala” sociedad, es decir, a los excluidos del sistema. En favor de esos pecadores y menores (cf. Mt 18), quiso realizar su tarea, acabando por identificarse con ellos: condenado como un asocial (contrario a la ley judía) y ejecutado como un hombre peligroso (un bandido o guerrillero), padeció Jesús en su condena el estigma de la cárcel y el suplicio.

3. Anuncio. Liberar y visitar a los encarcelados

Desde ese fondo se entiende el gran anuncio de Jesús: Los ciegos ven, los cojos andan (Mt 11, 4-6 par). Como emisario del reino y profeta escatológico, Jesús ha venido a romper la cárcel de Satán, para liberar a los humanos que se hallaban sometidos bajo su dictado. Los posibles exorcistas del sistema defendían la estructura y poder de la ley. Jesús, en cambio, busca un nuevo nacimiento: así ha venido a presentarse como delegado s de Dios y creador de libertad para los humanos, rompiendo los barrotes de la casa/prisión del Diablo y liberando a los que estaban en ella encadenados. Su obra ha de entenderse en dos niveles:

a. Por un lado, ayuda a los posesos (los encarcelados de aquel tiempo), haciéndoles capaces de vivir en libertad y de expresarse como seres personales, con autonomía. No les exige nada, nada les impone después de liberarles: que vivan como humanos, ese es su mensaje y su deseo.
b. Por otro, exige un cambio fuerte en el conjunto de los “ya limpios”. Los buenos “judíos” de entonces y ahora mantener al margen (en la cárcel de su locura) a los posesos, separándose de ellos.

Así lo indica su respuesta a los enviados de Juan Bautista, que le preguntan si es él quien ha de venir. Jesús responde

[Principio] Id y anunciadle a Juan lo que habéis oído y habéis visto:
[Obras] – los ciegos ven, los cojos andan,
– los leprosos son curados, los sordos oyen,
− los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia
la buena noticia.
[Conclusión] y dichoso aquel que no se escandalice de mí (Mt 11,4-6)

Estas palabras testifican una experiencia y enseñanza originaria. Asumiendo el mensaje de una vieja profecía (cf. Is 35, 5-6; 42, 18), Jesús ha interpretado la llegada del reino como liberación integral del ser humano, como sanación completa de los individuos y transformación de la sociedad (cf. Mt 9, 36; 14, 14 par). En este contexto se entiende su gran mensaje en Nazaret. Frente a los nazarenos, que siguen defendiendo las viejas tradiciones de un judaísmo cerrado en sí mismo, Jesús inicia un camino de liberación universal:

[Principio] Entró en la sinagoga, tomó el libro...
y encontró el pasaje donde está escrito:
El Espíritu del Señor esta sobre mi;
[Unción] a. por eso me ha ungido
1. para evangelizar a los pobres;
[Envío] b. por eso me ha enviado
2. para ofrecer la libertad a los presos,
3. y la vista a los ciegos;
4. para enviar en libertad a los oprimidos
5. y proclamar el año de gracia del Señor.
[Conclusión] Enrolló el volumen... y dijo:
Hoy... se ha cumplido esta Escritura (Le 4, 16-21).


a. Principio. El Espíritu del Señor está sobre mi (Lc 4, 18 a). Jesús se sabe poseído, no por Satán, espíritu impuro (como juzgaban los escribas de Mc 3, 22), sino por el Espíritu Santo, como sabe y dice el texto paralelo de Mt 12, 28: "si expulso a los demonios con (la fuerza de) el Espíritu de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros". Jesús se define como aquel que ha recibido el Espíritu de Dios (cf. Mc 1, 10), actuando así como su "ungido”: le llena Dios y le libera para ser liberador.

b. Ampliación. Por eso me ha ungido..., por eso me ha enviado (Lc 4, 18-19). El Espíritu suscita y consagra a Jesús, para que proclame y realice su acción liberadora. Partiendo de esos gestos, podemos dividir el texto en dos mitades: a. Dios le ha ungido para evangelizar a los pobres; b. Le ha enviado para proclamar la libertad etc. (cf. esquema de traducción). Este es un texto mesiánico: Jesús ha sido ungido y ha venido para realizar la obra de Dios, cumpliendo las promesas de la Biblia israelita.

La redención de Jesús no es materialista ni espiritualista, es integral y universal, libertad de la persona. En ella se unen todos los humanos, judíos y gentiles.

1. El judaísmo decía (y sigue diciendo) que la libertad completa es imposible en este mundo, porque no ha llegado todavía "la hora", el hoy mesiánico de Dios: estamos en un tiempo de esperanza y resistencia, dominados todavía por fuerzas opresoras; sólo cuando llegue el Mesías cesarán las opresiones.

2. Jesús, en cambio, ha proclamado que el tiempo de la libertad y plenitud ya ha llegado (cf. 4, 21). Se ha cumplido la Escritura, ha sonado la hora de la libertad: precisamente aquí, en este mundo de opresión, ha proclamado Jesús la libertad de Dios, la fiesta del gran jubileo para los humanos.

Jesús ha comenzado a realizar la promesa de la libertad. La misma buena-nueva de Dios se expresa por la vida-nueva que él ofrece a los pobres, ciegos y oprimidos de su pueblo. Ésta es la buena nueva del “jubileo” final de Jesús, que ofrece a los humanos la noticia y obra de la liberación. Esta es la buena nueva del evangelio:

a. Me ha "ungido" para anunciar la buena noticia a los pobres. La unción se encuentra vinculada a la persona de Jesús, que es el Ungido por excelencia (=el Cristo): Dios le ha regalado su Espíritu para que exprese su don y presencia en el mundo, evangelizando a los pobres, esto es, a los necesitados, hambrientos de pan u otros bienes de la tierra. Evangelizar significa ofrecer vida, camino de esperanza. Esta es la afirmación general, el punto de partida del mensaje de Jesús y del compromiso jubilar de la iglesia. Los cuatro momentos posteriores del envío de Jesús expresan y expanden el sentido de esta unción básica.

b. Me ha "enviado" para proclamar la libertad a los prisioneros
(=cautivos, presos), es decir, a los más pobres de la tierra.
Estos prisioneros no son ya marginados en general, sino los cautivados en guerra, esto es, aquellos a quienes la violencia de la historia ha esclavizado, encerrándoles en cárcel o destierro, como signo vivo de violencia. Son los derrotados, aquellos que han caído bajo el poderío de los fuertes. Prisioneros de una violencia universal son los humanos y de un modo especial los últimos del mundo, los vencidos y esclavos, expulsados y encadenados de la historia.


c. (Me ha "enviado") para proclamar (=ofrecer) la vista a los ciegos.... Ciegos son, sin duda, los pobres y presos,
aquellos a quienes la misma historia (la violencia del sistema) ha reprimido, encerrándoles en su impotencia. Así van por el mundo, incapaces de ver, prisioneros en la cárcel de su oscuridad. Sólo libera de verdad a los demás quien les enseña a descubrir por sí mismo las cosas y a entenderlas; sólo puede ser liberador quien capacita a los hombres y mujeres para vean, de manera que ellos se valgan y piensen por sí mismos. Por eso, en el centro de este texto (Lc 4, 18-19) hallamos la experiencia de Jesús que ofrece a los ciegos del mundo un más alto nivel de conocimiento, haciéndoles capaces de expresarse como humanos.

d. (Me ha" enviado") para enviar en libertad a los oprimidos. Lo que antes era anuncio (proclamar la libertad a los encarcelados) aparece ahora como gesto realizado: Jesús ha venido para "enviar en libertad". Leído el texto en un sentido estricto, deberíamos suponer que quiere romper los muros de las cárceles, abriendo de par en par sus puertas. Dios le ha enviado para enviar (=dejar) en libertad a los oprimidos, iniciando el acto final de transformación humana. Pues bien, debemos añadir que lo ha hecho de una vez y para siempre, pero lo está haciendo a través de los cristianos, por medio de la iglesia. Lo que él ha comenzado sigue, la libertad que ha empezado a ofrecer la sigue ofreciendo por la iglesia a los humanos.

e. (Me ha enviado) para proclamar el año de gracia (=aceptable) del Señor. Así culmina la unción de Jesús y los momentos anteriores de su acción mesiánica. La plenitud humana (apertura de los ojos, vida en libertad) se expresa como fiesta jubilar: año de gracia, tiempo de gozo universal que, conforme a la tradición de Israel, se vuelve celebración de fraternidad, experiencia de amor abierto, bienes compartidos. Este era en Israel el año en que se perdonaban las deudas, los esclavos quedaban libres, los prisioneros sin cadenas, año en que se abrían las cárceles y todos comenzaban de nuevo la vida, repartiéndose entre todos, por igual, los bienes de la tierra (cf. Lev 15). Este es el tiempo de Jesús, la pascua final de su historia. Ya no se espera nada: ha llegado la plenitud, ha comenzado el reino, que debe expresarse en el "hoy" de Jesús.

Los cinco momentos del programa mesiánico de liberación se encuentran implicados, de un modo circular. Todo comienza en el anuncio del evangelio (1) y culmina con la fiesta o jubileo del Señor (5). En los interiores hallamos el anuncio de la libertad (2) y el envío de los liberados (4). En el puro centro emerge la exigencia más profundo de abrir los ojos a los ciegos (3), ofreciendo así una experiencia de verdad y comprensión a todos los humanos. Difícilmente se podían haber relacionado de manera más honda y hermosa los momentos de la acción liberadora de Jesús. Así deben asumirla y recorrerla los cristianos, sus discípulos mesiánicos, recorriendo su mismo camino gozoso y arriesgado (4, 18-19).

4. Visitar a los encarcelados: Mt 25, 31-46

Lc 4, 18-10 nos había situado en un contexto mesiánico de libertad, proclamando la abolición del sistema carcelario. Conforme a su mensaje, los seguidores de Jesús buscaban la liberación de todos los humanos, superando así el esquema penal (legal) de las cárceles. En ese contexto se sitúa Mt 25, 31-46, para proyectar desde la meta del juicio final una luz distinta sobre el camino de la historia: ya no proclama la utopía mesiánica de liberación final, sino que promueve la acción asistencial de visitar a los encarcelados. Ciertamente, la utopía de Lc 4, 18-19 sigue viva, como fuente y meta de esperanza humana. Pero en el camino es necesario el gesto Mt 25, 31-46: la ayuda concreta a los enfermos y presos, dentro de un sistema legal:

− Liberación mesiánica. Lc 4, 18-19 formulaba el ideal de abolición escatológica de las cárceles: Jesús ha venido a romper las cadenas. Por eso, los cristianos han de ser abolicionista: quieren que las cárceles acaben, para que este mundo se convierta en casa sin opresiones.
− Visita asistencial. Mt 25, 31-46 ha formulado, en cambio, su propuesta de ayuda social durante un tiempo que sigue dominado por la vieja ley del mundo. Externamente, los cristianos aceptan esa ley, con la violencia que implica (ella encarcela a los humanos) y los derechos que ofrece (permite visitarlos). Pero quieren superarla internamente y por eso asisten a los encarcelados (y enfermos).

Mt 25, 31-46 supone que Jesús ya ha redimido el mundo, pero la vieja ley que encarcela (y en un plano ha de hacerlo) sigue aún vigente todavía, pues habitamos una tierra de violencia económica (hambre), social (exilio) y legal (cárcel). Nuestro texto no cuestiona la legalidad de las cárceles, ni intenta cambiar por violencia su estructura. Pero quiere introducir e introducen ellas, por encima de la ley, un principio más alto de evangelio: la exigencia de visitar, es decir, de compartir la vida con los encarcelados.

1. Texto:

[Escena]
Cuando el Hijo del Humano venga en su gloria, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su gloria; y serán reunidas delante de Él todas las naciones; y separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

[Acción] A. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.

[Pregunta] B. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿y cuándo te vimos forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? Y cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?

[Respuesta] C. Respondiendo el Rey, les dirá:
En verdad os digo: cada vez que lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis... (Mt 25, 31-46)

Se reúnen ante el Hijo del Humano todos los pueblos de la tierra, culmina el juicio de la historia y se descubre, por Jesús, la verdad de lo que ha sido: lo que Dios ha realizado, lo que han hecho o padecido los humanos.

1. Necesidad humana: del hambre a la cárcel. Leído en perspectiva social, Mt 25, 31-46 sintetiza las necesidades de la humanidad, estructuradas en tres niveles: material (hambre y sed), social (exilio y desnudez), abarcador (enfermedad y cárcel). El texto no discute la razón de esos males. Arranca de ellos y busca una forma de solucionarlos, no en clave de ley, sino de más alta gratuidad. Frente al posible riesgo del intimismo religioso (cf. budismo), del refugio en la contemplación divina (hinduismo) o de la aceptación de un destino más o menos trágico (taoísmo, pensamiento griego), Mt 25, 31-46 pone de relieve la exigencia concreta y activa de ayudar a los necesitados.

2. Dolores mesiánicos: el sufrimiento del Hijo del humano. Jesús, mesías de Dios, no es un superhombre que libera a los humanos desde arriba. Por el contrario, él asume como propios los dolores de la historia, incluyendo en su "yo" necesitado (muerto por los otros) los dolores de todos los humanos. Sin esta revelación de la gracia de Dios que asume el dolor de la historia no existe evangelio. Otras religiones han podido hablar en general de un sufrimiento divino; los israelitas han profundizado en ese tema. Pero sólo el cristianismo, con su experiencia concreta de encarnación personal de Dios, puede hablar en estos términos. Jesús, Hijo de Dios, ha hecho suyos, en su vida concreta y en su pascua, todos los sufrimientos de la historia humana y de esa forma se define a sí mismo diciendo:¡tuve hambre, estuve encarcelado!

3. Ayuda humanizadora: servicio, acogida, episcopado. Los dolores mesiánicos se identificaban con los sufrimientos normales de la historia humana: hambres y sed, exilio y desnudez, enfermedad y cárcel. Lógicamente, las obras de ayuda serán la inversión de esos dolores: dar de comer y beber, acoger y vestir, visitar y acudir al lugar de la opresión. Significativamente, los “condenados” las definen y unifican como obras de servicio: ¿cuándo te vimos... y no te servimos? (25, 44).

No se trata, por tanto, de un gesto de caridad que se añade a las obligaciones normales de la vida, sino de la obligación o tarea (=diaconía) mesiánica primera, donde se fundan y reciben su sentido las restantes. Pues bien, dando un paso más, podemos afirmar que todas esas obras (de alimentación y acogida de los exilados) culminan en la “visita”, entendida como “episcopado”: ¡estaba enfermo o en la cárcel y no cuidasteis de mi¡ (25, 43). Cuidar se dice “episkopein”, que es la tarea primera de aquellos a quienes la iglesia posterior llamará “epískopoi” u obispos.

4. Salvación final: Venid, benditos de mi Padre. Ciertamente, Cristo está presente en los que sufren y, al mismo tiempo, pide a los humanos que le ayuden (que sirvan a los necesitados). Pero la salvación mesiánica culmina sólo al fin del tiempo. A partir de ella se plantea la acción liberadora o, quizá mejor, comunicativa en favor de los expulsados del conjunto social (hambrientos, exilados, enfermos, encarcelados). Ella no se ejerce en plano de antítesis violenta (lucha entre pobres y ricos, libres y encarcelados), sino de solidaridad creadora, que se pide a todos los que puedan ofrecerla.

De esa forma, el texto identifica el reino de Dios con el amor gratuito (supralegal) que se dirige hacia los necesitados, en camino que empieza en el hambre (dar de comer) y culmina en la ayuda a los presos (visitar a los encarcelados). La ley social deja al humano en este mundo, dentro de la conflictividad de la historia; la gracia de Cristo le abre a la comunicación total, que culmina en la resurrección, cuando el Hijo del Hombre diga a los salvados: ¡Venid, benditos de mi Padre!
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