Dom 6.9.13 (2). Creer y ser creíbles: Eso es iglesia (Francisco)

Sigo con el tema de la fe, pero cambiando algo el enfoque. Presenté ayer a Jesús como el gran creyente, citando los textos de la Biblia que lo dicen, con la protesta lógica de algunos habituales, que nunca la han leído la Biblia. Ofrezco hoy la segunda aportación, comenzando con unas palabras del Papa Francisco: ¡Creer y abrir espacios de fe, eso es ser iglesia!

Éste es el año de la fe, que Benedicto XVI convocó en su carta «Porta fidei», a los cincuenta años de apertura del Concilio Vaticano II, para el tiempo que va del 11.10.2012 al 24. XI. 2013 (Cristo Rey).

Me alegré de que B XVI iniciara ese año, y me alegro más de que Francisco haya profundizado de un modo sorprendente en el tema, situándonos ante la fe, en sentido radical, como actitud fe receptiva (creer es acoger don de Dios o, mejor dicho, el don que es Dios, la Vida) y como gesto activo (ofrece/abre un espacio de Vida para los demás, en especial para los expulsados y negados de nuestra sociedad humana).


Retomo este motivo después que el Papa Francisco ha tratado de la Curia Vaticana, diciendo cosas que sabíamos bien, pero que casi no nos atrevíamos a decir.


-- Como funcionarios de una “corte burocrática”, en general, como sistema, los miembros de la Curia Vaticano no creen, no necesitan creer; les basta trabajar para el sistema.

-- El Papa Francisco ha seguido diciendo que son una lepra (cosa que muchos pensábamos, pero no nos atrevíamos a decir).

Pues bien, ha llegado el momento de volver a la fe que pedían los discípulos de Jesús (aumenta nuestra fe…). Ha llegado el momento de asumir la segunda parte: Si tuvierais algo de fe, aunque sólo fuera como un grano de mostaza, diríais a ese árbol o a ese monte: Apartaos, que el fuerte mar os trague. Que el mar se trague al monte o al árbol del sistema, para que puedan elevarse y vivir las personas. Ése es el secreto y poder de la fe.

En ese contexto seguiré diciendo que éste es un tiempo de “fe”, tiempo de ser fieles a la vida y de ofrecer espacios de fidelidad y de acogida a los más pobres, en un día de inmensa tristeza por los muertos del Mar de Lampedusa, donde estuvo Francisco, en manos de traficantes particulares y estados nacionales (y de sistemas económicos), que no les quieren (que quieren que mueran), porque no creen.

Con la vergüenza que me (nos) ofrece lo que hemos dejado ocurrir en Lampedusa, y con la gran esperanza de la fe he seguido escribiendo las páginas que siguen, que han servido de inspiración para mi antigua y nueva Teodicea: ¡Quiero defender a Dios, a pesar de todo, en medio de todo!


Siga leyendo quien quiera acompañarme en esta inmensa, excitantes, aventura de descubrir y desplegar lo que es la fe según la Biblia (es decir, según la Iglesia, conforme a las palabra que nos ha recordado el Papa Francisco).

Para quienes quieran profundizar en el tema de la Fe de Jesús (es decir, sobre Jesús como creyente, con todas las citas bíblicas pertinentes), quiero recomendar sólo dos libros que me vienen acompañando desde hace tiempo, de dos grandes teólogos, por encima de toda sospecha:


J. Guillet,La foi de Jésus-Christ (Paris: Desclée, 1979),
Hans Urs von Balthasar, La Foi du Christ (Paris: Aubier, Montaigne, 1966)


Introducción

La fe constituye el tema y sentido central del evangelio y de la Biblia entera, que hemos definido como libro de fe (entrada anterior). La fe no es sumisión ante un poder superior (que decide las cosas de antemano, de un modo fatal), ni es dependencia pasiva, ni credulidad ante lo desconocido, ni aprobación ciega de verdades superiores, sino la presencia (experiencia) de Dios en la vida del hombre, que así se defina y actúa como aquel que “vive de la fe” (Hab 2, 4).

(1) Fe: ser del hombre.

Creo, luego existo. Ciertamente, el hombre es “animal racional”, como se ha dicho desde antiguo, un viviente capaz de pensar, y en esa línea Descartes ha empezado diciendo “pienso, luego existo”.

‒ Unos le han definido como el animal que es capaz de organizar y dirigir el mundo, produciendo bienes de consumo (en una línea evocada por la Biblia en Gen 128-29, de manera que ha podido decirse “trabajo y produzco, luego existo”.

‒ Algunos le entienden como voluntad de poder (me esfuerzo y dominio, me impongo, luego existo). En el límite han estado y siguen estando los que se definen como conquistadores (exploro, me arriesgo, conquisto, y por eso estoy vivo…).

‒ Otros, en fin, toman al hombre como ser capaz de poseer, aquel que se define por aquello que acumula y tiene, convirtiéndose de esa forma en siervo de su capital (acumulo propiedades, y ellas me poseen, luego, luego existo).

Todas estas perspectivas (especialmente las primeras) pueden tener cierto valor, pero al llegar hasta el final, allí donde se identifica al hombre con su capital, el hombre muere, como sabe bien la Biblia (cf. Mt 6, 24), porque en su verdad originaria el hombre es un “creyente”, y sólo puede realizarse como humano porque “cree”: acepta la vida como don y cree en ella, y así la comparte, como sabe y dice la Biblia en sus páginas más hondas, desde Hab 2, 4 a Rom 1, 17, desde Is 7, 9 hasta Heb 11, 1. Por eso, en el principio de la experiencia antropológica de la Biblia esta una palabra que dice: «Creo, luego existo”, es decir, «Dios cree en mí, y de esa forma puedo vivir como humano».


(2) Fe, primer conocimiento.

‒ Plantas y animales nacen desde fuera, dentro de un proceso cósmico que les hace y determina, no necesitan creen para vivir (aunque en un determinado plano la confianza es necesaria en los vivientes superiores, sobre todo en aquellos que han sido domesticados por los hombres).

‒ Los hombres, en cambio, nacen desde sí mismos porque, en un momento dado, acogen (escuchan, asumen) la palabra que les va diciendo “vive”, y la hacen suya, respondiendo a ella. Esta es la experiencia originaria de la Biblia, que define al hombre como “oyente de la Palabra”, como aquel que es capaz de escuchar la Voz de Dios (Principio de la Vida) y dialogar con él en libertad.

‒ Así lo han descubierto en una historia impresionante de lucidez los grandes profetas de Israel, culminante en Jesús. Su descubrimiento ha tenido, ante todo, un sentido religioso, porque en el principio de la fe humana hay un gesto de confianza básica en la realidad (en el Dios que es la Realidad y la guía), pero puede y debo convertirse en gesto antropológico.

(
a) Sólo por fe sabemos quiénes somos, porque nuestros padres (nuestro grupo humano) nos lo ha dicho, y nosotros confiamos, aceptamos su palabra y su conocimiento.

(b) Sólo por fe, porque acogemos la vida que otros nos han dado, podemos existir, pues todo lo que somos es regalo, nos lo han dado el amor, sembrando en nosotros la palabra; por eso, allí donde un naciente humano rechaza la palabra y se niega a responder a ella (por razones en las que se mezcla lo biológico y lo estrictamente antropológico) el hombre muere o queda como una larva sin desarrollar (desde un tipo de autismo, hasta una forma de disociación personal).

(c) Sólo por fe, porque nos fiamos de otros (y porque en el fondo confiamos en el “poder” de la vida) podemos ser hombres en el mundo. Antes de buscar demostraciones, en el ejercicio mismo de su despliegue, el ser humano existe porque confía en la realidad (en la madre, en los amigos, en la vida…) y en último término en un Dios que es fiable. Éste es el mensaje central de la Biblia. La fe es el primer conocimiento.


(3) Fe, un conocimiento religioso.

La palabra “religión” ha de tomarse en este contexto con mucha cautela, porque en su origen bíblico, toda la vida humana es religión, siendo una vida que pudiéramos llamar “profana”. Por eso, la lucha contra los “ídolos” se entiende como lucha contra todo aquello que domina al hombre desde fuera, identificándole con un poder del mundo o del dinero. La fe bíblica es confianza originaria en la realidad y, de un modo especial, en el despliegue de la historia, entendida como presencia de Dios.

‒ En esa línea, como he dicho, la misma vida humana es imposible sin fe. Las cosas son lo que son, los animales pueden vivir por biología; el hombre sólo es humano y vive como tal por fe. Por eso, si alguien dice "no tengo fe" se está equivocando, o no sabe lo que dice, pues sin fe no viviría.

El tema no está en tener o no tener fe, sino en el tipo de fe que tengamos, pues sin ningún tipo de fe nos habríamos matado o vuelto locos.

La tradición israelita ha definido al justo (hombre auténtico) como aquel que «vive de la fe» en el Dios que guía la historia personal de los hombres, en libertad y solidaridad mutua, un Dios a quien no podemos cosificar en ningún momento (cf. Hab 2, 4).

También Pablo entiende la condición humana como expresión y despliegue de fe (Gal 3, 11; Rom 1, 17. Cf.; Hebr 10, 38). Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, esa palabra (el justo vive de la fe) ha de interpretarse al pie de la letra, en sentido antropológico. En su forma radical, la vida de los creyentes (y en algún sentido de todos los hombres) es vida de fe.


(4) Una experiencia antropológica, antes que ontológica.

‒ En esa línea, de manera sorprendente pero lógica, S. Freud (1856-1939) psicólogo y antropólogo judío, afirma que, en sentido sentido, el ser humano sólo puede vivir “desde la fe”, entendida en forma de confianza en el padre (en relación con la madre). En un primer momento, un ser humano no es “alma” superior (formada desde fuera de sí misma), sino un viviente especial que, en un momento dado, surgiendo en un plano de madre tierra, logra despertar a su conciencia y realizarse en forma de persona, allí donde "se fía" de los padres y de un modo especial de la madre, allí donde escucha su palabra y les responde, en una relación arriesgada y conflictiva (siempre amenaza de violencia), pero que se encuentra abierta hacia la Vida, es decir, a la comunicación creadora. En ese contexto, S. Freud prefiere prescindir de la palabra Dios (es decir, de la experiencia que está al fondo del surgimiento de la vida humana), pero con ello no resuelve el tema, sino que se niega a plantearlo en su radicalidad.

‒ A diferencia de Freud, la Biblia en su conjunto sabe que el hombre (como humanidad y como persona individual) sólo ha podido surgir escuchando la palabra de Dios y respondiendo a ella, en una historia dramática y compleja, pero rica de esperanza (éste es el tema básico de Gen 1-3). La Biblia sabe que el hombre que “pierde la fe” (en Dios y en los demás, como muestra la historia de Caín, Gen 4) es incapaz de amar, se vuelve loco y mata (o se mata).

‒ En ese contexto podemos asumir el giro "copernicano" (judeo-cristiano) de Kant cuando afirmaba que él no acepta las demostraciones ontológicas de Dios (Crítica de la Razón Pura), situadas en un plano de necesidad lógica, para mostrar que lo más importante del hombre no se juega en el plano de la “razón científica” (que quiere demostrarlo todo), sino en el de la fe. De esa forma, tras un larguísimo camino filosófico, él volvió al principio marcha de la Biblia: Que la fe es el primer conocimiento, y que sólo por confianza básica en Dios (en la realidad) podemos comportarnos como humanos.

(5) Emuna, la aportación del judaísmo.

‒ Los griegos tienden a interpretar el conocimiento como sabiduría intelectual, en una línea que se ha expresado a través de la filosofía y después por la ciencia: Conocer es desvelar lo que está en el fondo (aletheia), para contemplarlo y después dominarlo.

‒ Pues bien, en contra de eso, la actitud original del hombre bíblico es la fe, emuna, fiarse de la realidad (de su fundamento divino), y dejarse sorprender y enriquecer por ella, en un camino dialogal, responsable.

Desde un plano científico no existe solución para el enigma del hombre. Tampoco hay solución en un nivel de ideas generales (de tipo hegeliano), y mucho menos desde una perspectiva de poder (producir para conquistar y tener, a costa de los otros).


Sólo por fe personal, entendida como apertura mutua y solidaridad entre los hombres podremos vivir.

Si dejamos de confiar unos en otros (si dejamos de abrir espacios de fe, de acogida mutua), si queremos dominar a los demás y definirnos por aquello que tenemos (atesoramos) a costa de ellos (y los otros quieren hacer lo mismo con nosotros) nos destruimos mutuamente. La vida se sitúa y nos sitúa ante la alternativa de la fe (confiamos en Dios, confiando unos en otros) o la destrucción mutua.

No podemos ser “dioses” posesivos, que luchan para apoderarse cada uno de aquello que tienen los otros (en afán conquistador, de tipo militar, político o económico), y si intentamos serlo nos acabaremos destruyendo. Sólo por fe en Dios (la realidad) y por confianza mutua podremos existir sobre la tierra. Esta es la aportación básica de la Biblia Judía, no sólo a la historia de occidente, sino al conjunto de la humanidad. En esta línea se sitúa la “novedad” cristiana.

(6) Dos tipos de fe.

‒ En la línea anterior, aunque exagerando las diferencias, un gran pensador judío, M. BUBER (1978-1965) solía distinguir dos tipos de fe (Zwei Glaubensweisen, Darmstadt 1950): una sería la fe israelita (y musulmana) que es confianza personal en Dios y diálogo con él (siendo así diálogo entre los hombres); y otra sería la fe cristiana, convertida en “imposición” de una serie de dogmas, que se aceptan por imposición exterior. Esa fe no sería ya diálogo entre personas, sino sometimiento obligatorio a unos principios externos (en una línea que ha venido a terminar en el capitalismo, que es la sumisión a un dinero objetivo como “dogma” universal).

‒ Esa distinción, tiene un fondo de verdad, pero no puede tomarse en sentido estricto, Ciertamente, la tradición israelita ha definido al justo como aquel que «vive de la fe» (cf. Hab 1,4; 2, 4). Pero el cristiano san Pablo se sitúa en la misma línea, al entender el cristianismo como despliegue creyente (Gal 3, 11; Rom 1, 17. Cf. Hebr 10, 38). Tanto en el judaísmo como en el cristianismo, esa palabra (el justo vive de la fe) ha de interpretarse al pie de la letra, en sentido antropológico:

El hombre sólo nace a su existencia personal y sólo vive como humano, si se sitúa en una dimensión de fe, aceptando aquello que le han dado, para darlo a su vez» a los demás, uniendo así el amor de Dios (la fe en Dios del shema* de Israel) con el amor a los demás hombres (cf. Mc 12, 28-34 par), pues de lo contrario, si quiere mantenerse en desconfianza y lucha, se destruye. Entendida en su forma radical, la vida de los creyentes (y en algún sentido de todos los hombres) es vida de fe. Si dejan de creer en el Dios que les funda, y de creer unos en otros, los hombres mueren (se matan), como ha sabido y dicho Jesús, el “culminador de la fe judía” (de la fe humana) como seguiré mostrando.


(7). Judaísmo, una experiencia de fe.

La Biblia judía sabe que la vida del hombre no es una tragedia: no somos vivientes caídos, condenados a mantenernos en un mundo de violencia/dolor (Buda) o de apariencia (Platón); no estamos condenados a negar todo deseo (Buda) o a dirigirlo hacia unos bienes situados más allá del mundo (Platón). La vida nos pone (y se pone) ante la alternativa de la fe (confiamos en Dios, confiando unos en otros) o la destrucción mutua.

En ese sentido, decimos que el judaísmo implica no sólo una nueva teoría del conocimiento, sino también una nueva antropología.

‒ El pensamiento occidental de tipo griego tiende a aceptar sólo aquello que puede demostrarse y cuantificarse de manera operativa. En contra de eso, el judaísmo ha descubierto que el verdadero conocimiento está vinculado a la fe, es decir, a la confianza en la vida (en el Dios creador). De esa manera, su visión del conocimiento por fe nos sitúa en la base de una antropología de la vida que se ofrece, se acoge, se comparte Antes de toda demostración está el descubrimiento del don de la vida, está la fe, entendida en forma de confianza básica.

‒ Esta fe es la única forma válida de conocimiento de las personas: es el único modo válido de encuentro con el otro. Sólo por fe vivimos y somos los hombres. Sólo en fe se entiende el despliegue de la Biblia judía, que es el testimonio de un pueblo de creyentes, que confían en la presencia de un Dios que es fiel (digno de fe) y responden de un modo agradecido con la verdad más honda, que es la verdad de la fe (es decir, la emuná). En ese contexto, resulta a veces limitado el traducir la “emuna” por simple fe (creer en cosas), a no ser que introduzcamos en la “fe” todo el sentido profundo de la emuná israelita, que es la fe en el sentido paulino de confianza básica. En ese aspecto, los cristianos son creyentes, como los judíos, pero judíos que han vinculado su fe fundamental con Jesús, a quien miran como “autor y consumador de la fe” (Heb 12, 2; cf. Ap 14, 12).

(8) Jesús, hombre de fe, judío radical.

Como buen judío, Jesús sabe que sólo por fe vivimos y somos los hombres, confiando en el Dios que es Fiel (digno de fe) y respondiendo de un modo creyente, en gesto de emuná (de amén), que no es superstición, ni es “credulidad” infantil, sino aceptación madura, responsable, creadora, de la vida. En ese sentido podemos y debemos presentarle como judío radical, el gran creyente.

Todo lo que ha dicho, todo lo que ha hecho, ha de entenderse como un despliegue de su fe en el Dios que quiere entregar su vida a los hombres, de tal forma que ellos vivan en salud y fraternidad, preparando así la llegada del Reino de Dios. Expresión de esa fe expansiva de Jesús son sus milagros*, que capacitan a los hombres y mujeres (especialmente a los pobres) para abrirse a un mundo superior de comunión y fraternidad, por la fe que ellos mismos despliegan, en contacto con Jesús.


‒ En ese contexto se entiende el pasaje clave de Lucas 17, 5-6. «En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: Auméntanos la fe. El Señor contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar. Y os obedecería». Ésta es la fe activa, la fe creadora de aquel que confía en su vida y en la vida de los otros, porque sabe que Dios le sostiene y sostiene por él (con él) su obra creadora.

‒ Jesús se sabe emisario y portador de la fe, es decir, de la vida de Dios, de tal forma que Dios de quien vive puede vivir y hacer todo (anunciar y preparar su Reino). Esto es lo que dice y ofrece a los hombres y mujeres que le siguen. Eso significa que ellos (los creyentes, como Jesús) participan del poder de Dios, pues su fe no es aceptación abstracta de verdades superiores, sino comunión en el ser y el poder mismo de Dios, que es el poder de la vida.

(9) Fe en Dios, fe de Dios.

En se contexto podemos comprender el sentido de la fe de Dios, tal como la ha formulado el evangelio de Marcos en el famoso episodio de la higuera, vinculado a la “purificación” del templo (cf. Mc 11, 12-19). Pedro se admira de que la higuera se haya secado, y Jesús le responde:

«Tened la fe de Dios! En verdad os digo, si uno le dice a este monte: ¡Quítate de ahí y arrójate al mar!, y no duda en su interior, sino que cree que va a realizarse lo que dice, lo obtendrá» (Mc 11, 22-24).


‒ Ésta es una palabra clave, no sólo de Marcos, sino de todo el Nuevo Testamento, situada tras la destrucción del templo de Jerusalén (el 70 d.C.). Ha caído el templo material (se ha secado la higuera), pero se abre y potencia el poder de una fe que mueve montañas, la misma “fe de Dios” (pistis theou), que los creyentes pueden y deben hacer suya. Ciertamente, sigue en el fondo “la fe en Dios” (confiar en él) y quizá también la fe en las cosas que él dice y realiza (creer a Dios),

--- pero lo que Jesús pide (y ofrece) aquí a sus fieles es algo distinto: Quiere que ellos tengan la misma fe de Dios (ekhete pistin theou), suponiendo de esa forma que, en su oración, se identifican de tal manera con Dios (con su vida y su reino) que ellos creen (y así pueden) lo mismo que Dios cree, pudiendo hacer lo que él hace, siendo “uno” con él. Algunos manuscritos más recientes (א D N Θ…) formulan el texto de un modo potencial: ei ekhete… (¡si tuvierais la fe de Dios!). Pero resulta preferible mantener el imperativo:

‒ ¡Tened fe de Dios! Frente al templo que, evidentemente, está vinculado a la fe, pero que responde también a impulsos de tipo social y a otras instancias de poder, Jesús destaca aquí la fuerza de la fe, que aparece así como elemento clave del mismo Dios que, según eso, “cree”, es decir, confía (abre un campo de fe) y de esa forma actúa (crea). Es significativo el hecho de que ni Mateo 21, 21, ni Lucas 14, 13-14) hayan conservado esta expresión de “la fe de Dios” que, a mi juicio, no ha sido suficientemente valorada por la tradición de la Iglesia (que apenas ha hablado de ella).

(10) Fe de Dios, vida cristiana.

El mismo Dios aparece así, en Marcos, como fuente y sentido de la fe, el primero de todos los creyentes: ¡Dios cree en los hombres, por eso les crea, de forma que ellos puedan creer y crear, crearse a sí mismos.

‒ De esa manera, frente a la cueva de bandidos reunidos del templo (cf. Mc 11, 17), Jesús identifica la presencia de Dios con la fe, sin necesidad de un santuario como el de Jerusalén. Los cristianos carecen de templos, no se unen por instituciones sacrales como las del judaísmo de los sacerdotes. Pero debe vincularles una fe poderosa (la fe del mismo Dios, con quien ellos se identifican, por medio de Jesús, recuperando así la raíz bíblica de la fe.

‒ Como verdaderos creyentes, ellos no necesitan santuario nacional ni sacerdocio controlado por la ley de escribas, sino que pueden dialogar y dialogan directamente con Dios (están inmersos en él), en gesto de confianza mutua, abriendo con su fidelidad espacios de fe para los demás..., teniendo la certeza de que Dios les ha concedido ya (cf. elabete: 11, 24) lo que han pedido.

La misma fe convertida en oración “es” presencia y obra de Dios, que actúa en (por) ella, de manera que los creyentes no tienen que esperar para “después” el cumplimiento de su plegaria, pues en la misma “petición en fe” se encuentra ya el cumplimiento de aquello que se pide.

Cae o termina así el edificio antiguo de los sacerdotes-escribas. Crece en su lugar la fe del hombre que confía en Dios (y cree en los demás, y actúa como Dios), sabiendo que toda petición está cumplida ya en el mismo momento de formularla desde dentro El verdadero templo del reino de Jesús se identifica con la fe orante que enriquece y vincula a todos los humanos, pues Dios mismo cree y actúa en aquellos que creen y le piden algo.

BIBLIOGRAFÍA

Cf. L. ARMENDÁRIZ, Hombre y mundo a la luz del Creador, Cristiandad, Madrid 2000;

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J. MOLTMANN, El hombre. Antropología cristiana en los conflictos del presente, Sígueme, Salamanca 1973;

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