Dom 28.2.16. Todos igualmente moriréis

-- Le dicen que han muerto dieciocho cuando ha caído la torre de Siloé, y él recuerda entonces que otros muchos galileos han muerto, asesinados por el gobernador de Roma en el mismo templo.
-- Las circunstancias son serias sigue diciendo Jesús, tanto en un plano físicos (torres caídas) como social (matanzas políticas), para añadir que el tiempo exige una gran conversión (meta-noia), cambio de ser y pensar, pues de lo contrario todos igualmente moriremos (nos mataremos, pereceremos).
Éste es el argumento de la primera parte del evangelio del domingo (los muertos de la torre, los muertos de Pilato: Lc 13, 1-5); la segunda trata de la higuera humana que lleva mucho tiempo sin dar frutos, de forma que el Señor quiere ya cortarla, pues no hace más que estorbar en su campo, como diciendo así que le especie humana está en peligro inminente de destrucción (Lc 13, 6-9).

Las dos “historias” (los muertos y la higuera) son distintas, aunque se encuentran vinculadas por la urgencia de la “hora” y por el riesgo de la muerte. Las dos son importantes, y por eso las quiero presentar por separado, para así poner de relieve su escalofriante actualidad, su gran realismo.
Hoy me ocupo pues de la primera, que evoca dos tipos de muertes.
(a) Una parece de “accidente” cósmico: Una torre de Jerusalén se cae y mata a dieciocho. Pero es un accidente "provocado" por aquellos que construyen torres de seguridad soberbia (bombas atómicas, obras que polucionan aires, mares y tierras), como la de Siloé... torres que al fin caen sobre aquellos que las edifican (como la de Babel: imagen).
(b) La otra historia plantea el tema del asesinato político directo, del riesgo de genocidio universal: Pilato, gobernador imperial romano, mata a un grupo de peregrinos galileos, pensando que son peligrosos(como unos terroristas), pero con ello sólo hace una cosa: aumenta la espiral de la violencia (en esa línea puede verse el coloso de Goya).
Ante esos riesgos sólo hay un camino: La con-versión radical (meta-noia): Si no cambiamos de forma de ser (pensar y actuar) pereceremos todos.
No se trata pues del juicio final de Dios, sino del riesgo de la muerte final de una humanidad que se destruye a sí misma. Un tema de increíble actualidad, que el Papa Francisco ha planteado de un modo fuerte en su encíclica sobre la “ecología” o, mejor dicho, sobre la posible eco-thanatología (la destrucción de la humanidad).
Siga leyendo quien quiera conocer su actualidad, discutir su sentido.
Lucas 13, 1-5
Eu una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús contestó:
-"¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.
Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera."
1. Una torre que cae, un asesinato político:
‒ La caída de la torre.En principio parece una catástrofe natural: puede haber sucedido por fallo del suelo o por un terremoto (a no ser que su derrumbe se deba a la mala construcción a la desidia de los hombres, que no se han preocupado por asegurarla )¿O se trata de una torre de vigilancia militar, como la de Babel, que acaba matando a quienes la construyen y quieren vivir seguros a su sombra?.
En esa línea se podría hablar de un río desbordado que inunda todo el pueblo, de una tormenta o tsunami del mar que destruye las ciudades de la costa, o de un terremoto como el de Haiti que destruye numerosas poblaciones, produciendo millares de muertos. En esa línea se debe seguir hablando del efecto invernadero, de la polución del agua y del aire, de la destrucción muy posible de la vida del mundo, por efectos de ruptura o muerte cósmica
‒ Los galileos matados por Pilato fueron víctimas de la conflictividad política en un mundo donde resultaba difícil (por no decir imposible) el control de la violencia. Dentro de una creación positiva donde, en principio, Dios quiere hace que alumbre el sol y llueva para justos y pecadores (Mt 5, 45), nos hallamos amenazados no son por las catástrofes “naturales”, sino por la violencia social, que para algunos proviene de los “galileos” levantiscos y para otra de la opresión imperial de toma.
Estos galileos a quienes Pilatos mató por entonces no murieron en cualquier lugar, sino en el templo de Jerusalén, que sigue siendo quizá el lugar más “caliente” de la conflictividad humana, lugar donde podría nacer una nueva guerra mundial de dimensiones cósmica. Estos galileos podían buscar un Reino Judío tipo ISIS, era quizá unos “terroristas” de grandes torres (¡la imagen de las Torres Gemelas de Nueva York planea en el fondo). Pero Pilatos no era mejor y ahogó en sangre su “revuelta”.
Primera lectura del texto: Bienes y males para todos. A Dios no le importamos
En un primer momento, la función del texto es clara: si los bienes de Dios (agua y sol) son para todos (Mt 5, 45), lo mismo han de ser ahora los males, pues mueren de igual forma justos y pecadores: Los caidos bajo la torre no eran peores que los otros, ni los asesinados por Pilato. Así parece que estamos por igual ante un mismo riesgo de muerte, justos y pecadores, buenos y malos.
La bondad moral no sirve para liberarnos de los males de la tierra; la oración no impide la caída de la torre ni la matanza de los galileos. Estamos ante un Dios que resulta misterioso y que parece mantenerse y planear con soberana indiferencia ante los muertos de la torre y los asesinados de Pilato, muy por encima de aquella división moralizante que divide dentro de la historia a buenos y perversos.
Esta muerte que amenaza por igual a justos e injustos no es la muerte de Adán pecador de la que hablaba Pablo en Rom 5, ni es la ruina “justa” de aquellos perversos que se ahogaron en el tiempo del diluvio (Gen 6-8), ni el desastre de Sodoma y Gomorra, arrasadas por el fuego vengador de Dios puesto al servicio del triunfo los justos (Gen 19).
El Dios de este pasaje parece indiferente. No es que sea malo, sino que es peor, pues no le importa el mal ni el bien de los hombres, y así deja que caigan las torres y no detiene la mano asesina de los viejos o nuevos Pilatos, con sus soldados de muerte.
No hay distinción intramundana de justos y culpables: todos aparecen como iguales ante el tema de la muerte, en un mundo amenazado por violencias naturales y sociales. Éste es el argumento central de todo un libro de la Biblia: el Eclesiastés o Qohelet.
Una solución demasiado corta: Los buenos al cielo, los malos al infierno.
Lo anterior claro es claro: los que han muerto aplastados por la torre o asesinados por Pilato no son, en principio, más culpables que los otros. De esa manera, con su respuesta, Jesús refuta de un solo plumazo, toda la teología barata de la retribución inmediata de gran parte del Antiguo Testamento (¡no del libro de Job!) y de los catecismos y las predicaciones moralistas de muchos clérigos de Iglesia:
Desde una perspectiva cósmica da lo mismo hacer el bien que hacer el mal. En un primer momento, el Dios de este mundo no premia a los buenos, ni castiga a los malos, sino que parece situarse y callar, indiferente, ante unos y otros.
Ciertamente, Jesús podría haber respondido, con esa teología barata: Aquí, en este mundo, Dios calla y deja que las cosas pasen como pasan y mueren los que mueren, como si no le interesaran. Pero hay un premio y castigo más allá de la muerte, cuando los buenos irán al cielo y los malos al infierno. Sin duda, esta respuesta tiene pare de verdad, de manera que hasta el mismo Manuel Kant, el mayor de los filósofos racionalistas modernos, tuvo que acudir a ellas, postulando la existen de Dios que distinguirá al final a los que han muerto bajo la torre o por la espada de Pilato, separado a los buenos (para el cielo) y a los malos (para el infierno).
Digo que esa respuesta de juicio y separación final puede tener parte de verdad, pero de un modo inquietante (y luminoso) Jesús no acude a ella. Jesús no dice que habrá un juicio final, y que entonces se sabrán (y se distinguirán) las cosas y personas. Lo que dice es algo distinto y más profunda: Si no os convertís, todos pereceréis de igual manera.
Jesús no niega el juicio final de Dios, pero aquí habla de otro juicio que nosotros provocamos en el mundo
Como he dicho, Jesús, buen judío creyente, no niega el “juicio” o gran discernimiento del fin de los tiempos (en la línea de lo que Mt 25, 31-46 ha dicho, al utilizar la imagen de las ovejas y las cabras), pero aquí no le importa ese juicio del fin, cuando el mundo acabe, sino el juicio de la misma historia.
Jesús habla de un riesgo ante el que estamos todos, riesgo de torres que caen (terremotos, fenómenos del cosmos) y de tiranos de un tipo o de otro que matan: los gobernadores del imperio hablarán de los terroristas “galileos”, siempre prontos al motín…; por el contrario, los “buenos” galileos hablarán del riesgo de Pilato, representante de un Estado/imperio terrorista, que mantenía el orden (su orden) por la pura espada.
La ruina con que Jesús amenaza a los oyentes va en la línea de una torre derrumbada (caerán los edificios, se polucionará la tierra, la misma naturaleza dejará de ser casa habitable)... o de un homicidio político mundial (los galileos rebeldes y/o Pilato matarán a todos, de forma que la humanidad se destruirá a sí misma). En ese contexto añade Jesús:
‒ Si no os convertís, es decir, ei mê metanoêite, si no cambiáis de mente (de pensamiento y acción), si no creáis una humanidad distinta, en equilibrio con el mundo, en justicia social… todos moriréis.
Este pasaje no habla pues de una conversión puramente penitencial: darse golpes de pecho y lamentarse, vestir saco y cilicio y humillarse, ayunando y haciendo sacrificios (renunciando al gozo del amor o al sexo), a las comidas y placeres… La conversión que aquí pide Jesús es mucho más: Es cambiar de forma de ser y pensamiento, meta-noia (como dije en la postal del miércoles de ceniza).
‒ Pereceréis (con apoleisthe) igualmente todos (pantes), y os destruirás a vosotros mismos, quedando en manos de una gran catástrofe cósmica (de tipo ecológico o, quizá mejor, antiecológico) y social. Jesús nos sitúa de esa forma ante el riesgo de nuestra propia destrucción, en un mundo frágil que nosotros mismos podemos destruir, a través de nuestra violencia cósmica o social.
‒ Si no cambiáis de mente (de forma de pensar y de vivir…).
Ésta es una respuesta típica de Jesús. Le han hablado de una torre caída que ha matado a dieciocho, él mismo alude después libremente a las muerte de “Pilato”, es decir, del orden imperial que destruye y mata a los distintos, a los que la propaganda del Estado llama terroristas galileos, que quizá no son más que piadosos peregrinos (aunque quizá tampoco esos galileos eran santos, de forma que algunos podrían compararlos con los de la ISIS actual…).
Jesús no entra en este caso en distinciones de tipo cósmico o político, sino que nos sitúa ante el fondo del problema de la destrucción que nos amenaza a todos (¡que todos estamos provocando!), si no cambiamos. De forma de ser, pensar y actuar. De esa manera proclama su gran palabra “convertíos” (cf. Mc 1, 14-15): Cambiad de mente y de conducta, para que podáis seguir viviendo en este mundo, para que podáis superar la violencia de los galileos o Pilato. Así podemos decir, resumiendo, que el mensaje de Jesús se centra en dos afirmaciones radicales:
‒ Por un lado, Jesús niega la culpabilidad especial de los que mueren bajo la torre o bajo la espada de Pilato, conforme a lo que estamos indicando. Aquellos que han muerto no son peores que los otros. Todos corremos pues el mismo riesgo, todos somos responsables de un mundo hecho de torres que caen y de políticos que matan por terrorismo galileo o terrorismo romano (por citar el texto)
‒ Pero, en un plano más algo, Jesús pide que nos convirtamos, es decir, que “subamos de nivel”, que aprendamos a pensar y sentir de otra manera, descubriendo mejor (y respetando) el sentido del mundo (para que no caigan las torres), superando el pensamiento (la acción y reacción) de la violencia, para que no existan “pilatos” que maten a los peregrinos galileos. Sólo este tipo de con-versión (cambio de dirección) que es una “meta-noia” (pensamiento distinto, más alto) logrará hacer que este mundo resulte habitable.
El tema está pues en “con-vertirnos”, en cambiar de mente, es decir, de pensamiento y de opciones radicales en la vida. Al llegar aquí descubrimos la inquietante actualidad de este pasaje de Jesús, que acepta el riesgo de la vida (ligada a las torres, los pilatos…), para decirnos que cambiemos, que podemos y debemos cambiar, pues de lo contrario nos destruiremos todos (no al final de todo, en el juicio universal), sino aquí, en este mismo mundo, en esta historia:
‒ Se trata pues de “invertir” el tipo de pensamiento… y acción de este mundo.... Un mundo que construye torres como las de Siloé (torres de defensa militar o de dominio técnico desmesurado…), sin contar con la resistencia de la tierra, del agua y del calor… se acaba destruyendo a sí mismo. No morirán sólo 18 por caía de torre, inundación o polución… Si sigue esta carrera de construcción de muerte moriremos todos. Si sigue esta cultura de dominio del mundo, sin cuidado, sin respeto al medio, caerán un día las torres que estamos construyendo, y moriremos todos.
‒ Se trata de invertir la forma de vida social… y política… Ciertamente, hay “galileos” (del ISIS o del hampa de la droga, de organizaciones mafiosas y grupos terroristas) que matan… Pero la respuesta del Imperio (Pilato) va en la misma línea… si no cambiamos todos construyendo una humanidad hecha de misericordia y justicia, de concordia y respeto moriremos todos.
Conclusión: Desactivar las dos bombas, que son en el fondo una misma
Jesús pide “conversión” (meta-noia) a todos sus oyentes, haciéndoles responsables de aquello que pueda pasar.
Esta conversión no es un simple cambio en la línea de lo algo mejor, algo menos malo, en la misma perspectiva, sino que es un cambio radical de perspectiva, superando un tipo de escisión actual entre lo lo bueno y lo malo para así pasar a una lógica más alta de comunión con el mundo y de gratuidad social. gratuidad). Por medio de ella emerge en nuestra vida el logos o palabra del no-juicio que nos libra de la muerte verdadera; de ella trata Jesús cuando dice que si no nos convertimos moriremos; si impedimos que la gratuidad nos trasfigure, terminamos pereciendo todos sobre un campo de juicio.
‒ Hay que desactivar la bomba-fortaleza, representada por la gran Torre de Siloé, en el ángulo sud-oriental de la muralla de Jerusalén. Una torre que se había hecho para defender la ciudad de los ataques enemigos, una gran ingeniaría de guerra (una especie de escudo-antímisiles del tiempo), en la línea de la gran torre de Babel que construyeron antaño los acadios, y que ahora estamos construyendo nosotros
. Pues bien, esa torre se cae, acabará cayendo y matando no a 18 simples diablos que buscaban un día a su vera la sombre. Caerán las torres que hacemos, bombas atómicas, complejos militares inmensos… y podremos morir todos, por la polución de la tierra y por el veneno de las mismas armas.
‒ Hay que desactivar la bomba-pilato, que es la bomba del ejército imperial que, por un lado, suscita terroristas (como aquellos galileos) y que por otro lado los mata. Superar la espiral de la guerra y contra-guerras, aprender pensar y vivir de otra manera, sin violencia
Eso es eso es lo que Jesús quiere y dice, sigue diciendo este tercer domingo de cuaresma, con imágenes que pueden parecer antiguas, pero que son muy actuales, porque estamos construyendo torres peores que la de Siloé (que acaban cayendo indefectiblemente), porque estamos suscitando imperios peores que el de Pilato y Roma, que mató entonces no sólo a los pobres galileos del templo, sino al mismo Jesús, que está subiendo de nuevo al templo de Jerusalén, para decir allí su palabra, como escucharemos el día de Ramos.
(Buen domingo a todos, y no olvidéis que el tema tiene cola, y que seguiremos viéndolo mañana, con la imagen de la higuera).