Esoterismo 2. Testimonio y condena de la Biblia: Dt 18, 9-22.
Escojo para ello un texto clásico (Dt 18, 9-22), incluido dentro de la legislación sobre las diversas funciones o estructuras religiosa (Dt 16-19): en el centro de Israel se encuentra el templo que actúa como tribunal donde se resuelven los juicios administrativos y penales (Dt 16,8-13); hay también un rey con su derecho social y militar (Dt 17, 14-40) y unos sacerdotes-levitas que aparecen como cuerpo legislativo del pueblo (18,1-8). Pues bien, ellos resultan insuficientes. Para contrarrestar el riesgo de la magia esotérica ambiental (propia de la religión cananea), resulta necesario el más alto poder de los profetas.
En ese contexto establece la Biblia la gran diferencia entre la profecía (que aparece como experiencia de fe, en gesto de reverencia ante el misterio, en exigencia de conversión) y un tipo de esoterismo/magia (que sería un intento de dominar a Dios). Éste es uno de los pasaje más importantes de la Biblia, un texto plenamente actual, pues las condiciones de la realidad y del hombre no han cambiado básicamente en los tres últimos milenios:
Texto:
Cuando entres en la tierra que Yahvé tu Dios va a darte
no aprendas a imitar las abominaciones de esos pueblos:
-No haya entre los tuyos nadie que pase a su hijo o hija por el fuego,
-ni adivino, ni observador de nubes (=astrólogo), ni encantador, ni brujo;
-ni hechicero, ni observador de espíritu, ni sabedor de oráculos,
-ni evocador de muertos.
Porque quien practica tales cosas es abominable para Yahvé;
y por tales abominaciones los va a expulsar Yahvé tu Dios delante de tí
Sé perfecto ante Yahvé tu Dios;
pues estos pueblos que tu expulsarás escuchan a astrólogos y adivinos;
pero a tí no te lo permite Yahvé tu Dios.
Un profeta como yo (= como Moisés) de en medio de ti, de tus hermanos,
te suscitará Yahvé tu Dios y a él escucharás... (Dt 18, 9-15)
((He desarrollado el tema en Diccionario de la Biblia. Lo he tratado presentado extensamente en Dios judìo, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 160-167.Sobre la magia y religión G. Widengren, Fenomenología de la Religión, Cristiandad, Madrid 1976, 1-16; D. Salado M., La religiosidad mágica. Estudios crítico-fenomenológico sobre la interferencia magia-religión, San Esteban, Salamanca 1980. Sobre magia y religion bíblica: J. Neusner (y otros), Religion, Science and Magic: In concert and in conflict, New York 1989; A. Ohler, Elementi mitologici nell'AT, Marietti, Torino 1970; Rh. Patai, The Hebrew Goddess, Ktav, Philadelphia 1967; J. G. Frazer, El folklore en el Antiguo Testamento, FCE, México 1981. Sobre el asesinato mágico/ritual de una hija ha escrito L. Feuchtwangen su bella novela: Jefta y su Hija, Madrid 1995)).
El pasaje está compuesto de una forma quiástica: al principio y fin (18, 9.12) condena la abominación de los pueblos cananeos (entregados a la magia): al centro expone una tabla concreta de sus prácticas, presentando el esoterismo mágico a manera de principio de muerte: es propio del hombre que busca seguridad (quiere dominar a Dios y así salvarse) pero se convierte de esa forma en esclavo de su propia inseguridad, de su miedo y muerte.
Así nos presenta el supermercado mágico propio de los viejos cananeos (es decir, de los malos israelitas), que sin duda alguna constituye una amenaza para los mismos "buenos" israelitas. Templo, rey y sacerdotes (poder judicial, social y legistativo) resultan incapaces de solucionar los problemas más hondos del pueblo. Por eso, muchos israelitas (en el centro y en los márgenes de la sociedad) acuden a prácticas de magia negra y blanca, sanginaria o inofensiva. El texto bíblico distingue tres fundamentales que también nosotros debemos evocar por separado:
– Sacrificio del hijo o la hija (Dt 18, 10) a quien se quema (cf. Gen 22) para obedecer de esa manera a un duro Dios y para conseguir determinados fines (aplacar la violencia, someterse a las fuerzas del destino). Dt 12, 31 ha condenado esa práctica, aunque sabemos por la historia israelita que ha sido normal en tiempo antiguo (cf. 2 Rey 21, 5-6; 23, 10): al Dios que impone su dominio con terror hay que ofrecerle aquello que más cuesta, el propio hijo, en terrible sacrificio expiatorio, apotropáico y oracular: esa muerte nos obtiene el favor de Dios en tiempos especiales de peligro, como piensa el rey Mesa de Moab en 2 Rey 3, 27: sobre la muralla de la ciudad sitiada sacrifica a su heredero y paraliza con terror a contrarios. Así ha sacrificado Jefté a su propia hija en Jc 11. En esa línea se mantiene todavía un tipo de magia negra o asesinato ritual que llega de cuando en cuanto a las páginas de nuestros periódicos. La muerte de otro aparece como un medio para dominar el destino.
– Evocación de los muertos (Dt 18, 11) o necromancia. Es bien conocida dentro de la Biblia (cf. historia de Saúl y la pitonisa de Endor, en 1 Sam 28, 3-25). Ella está cerca del gesto anterior: hay en ambos casos una misma obsesión de muerte: se sacraliza a un ser humano al ofrecerlo a Dios (o a los poderes demoníacos), se lo diviniza al evocarlo. Ambos gestos reflejan una misma falta de aceptación de la vida como lugar de revelación de Dios, en claridad racional, en responsabilidad personal. El sacrificio ritual ha dejado en general de realizarse (o toma otras formas, no mortales); por el contrario, la necromancia ha crecido y está en el centro de casi todas las sesiones de espiritismo esotérico actual. Hoy como antaño son muchos los que necesitan comunicarse con los muertos.
– Evocación y observación de los espíritus (Dt 18, 11). Esta práctica se encuentra muy cerca de la anterior, pues entre muertos (metim) y espíritus (´obim) existe una gran continuidad (casi identidad) para los esotéricos antiguos y modernos. Los evocadores de espíritus eran y son hombres-mujeres que se dicen expertos en las fuerzas profundas y sagradas de la naturaleza, a la que ponen (=dicen poner) al servicio de la vida de la vida humana. Los espíritus pueden habitar en lugares especiales (pozos, fuentes, cuevas, casas, templos, montes, sres humanos...). Sólo el experto o sabedor de oráculos logra ponerse en contacto ellos a través de palabras misteriosas que luego traduce o interpreta para los demás. De esa forma nos introducimos dentro de un saber mántico, sagrado, que define desde fuera nuestra vida. Son en nuestro mundo miles y miles las personas que se diden "observadoras de espíritus"; utilizan para ello cartas o esferas de cristal, acuden a las nubes o a los astros. Piensan que así pueden decir lo que vendrá a pasar a un individuo o sociedad determinada.
Estos gestos nos introducen en el centro de un jardín mágico donde no existe racionalidad científica objetiva (observación de las leyes cósmicas) ni racionalidad religiosa dialogante (apertura a Dios en clave de fe personal, de cumplimiento ético). El Dios de estos gestos no es una persona para los creyentes; él se identifica más bien con lo divino, un poder que se extiende por encima de nosotros y que algunos pueden controlar por medo de la magia.
Entendida así, la magia no es una actitud residual, de primitivos, un gesto que desaparece con el triunfo de la ciencia, como han dicho los racionalistas. En la casa de nuestra vida moderna seguimos teniendo una puerta mágica que lleva al "cuarto de los milagros". Ciertamente, tenemos otras puertas que llevan a la ciencia, a la sabiduría personal, quizá a la religión ritualizada. Pero en nuestra casa moderna sigue habiendo un lugar para la magia. Por eso, la crítica de Dt 18 (cf. también Lev 18, 21; 20, 2-5) sigue siendo actual en nuestro tiempo. Estos son los gestos principales de la magia antigua, que apenas debemos actualizar, pues no han cambiado en los últimos 2.500 años, que son los que nos separan del texto bíblico:
– Adivino (qosem qesamim: Dt 18, 10b) es alguien que descubre lo oculto o predice el futuro, echando a suertes, por el viento, por los sueños... Se le pone al principio de la lista de prácticas mágicas y así parece incluirlas a todas Es el mago en general, en cuanto distinto del profeta israelita (o cristiano y musulmán).
– Observador del cielo (me´onen: Dt 18,10b). Es el que mira hacia las nubes, leyendo allí los libros del destino. En sentido más amplio le podemos llamar astrólogo: descubre conexiones entre el ser humano y los fenómenos cósmico/atmosféricos. Puede ejercer una función adivinatoria (anticipa el porvenir) o sólo mágica (pone los poderes de la naturaleza, al servicio propio o de aquel que le paga).
– Encantador de serpientes (menahes: Dt 18, 10b). Sabe descubrir y manejar las fuerzas ocultas que se manifiestan en ofidios (nhs), conforme a una asociación que parece estar ya al fondo de Gén 3,1. La serpiente es animal de encantamientos: vinculada con el mundo subterráneo, con la sabia desnudez y el sexo; por eso es portadora de un fuerte potencia de sacralidad mágica. A partir de aquí se llama encantador a todo el que influye en los demás, para cambiarle sobre todo en sentido positivo.
– Brujo (mekassep:Dt 18, 10b) es, en sentido extenso, alguien que puede influir en los demás de forma sobre todo destructiva, evocando o causando sobre él algún tipo de maleficio. El brujo no es adivino, encantador o mago, aunque este cerca de ellos. Es más bien alguien (sobre todo una mujer) que tiene la capacidad de dañar a los demás, destruyendo así los vínculos comunitarios que mantienen unido a un grupo..
– Hechicero (hober haber: Dt 10, 11) es alguien experto en crear relaciones, tanto positiva como destructivas, entre personas. Tiene el poder de vincular, de crear "hechizos" que llevan al amor o al odio. Parece influir sobre todo en las relaciones afectivas.
Estas son las acciones que la Ley del Dt ha prohibido, para superar el jardín mágico de una relación inmediata y posesiva con los poderes ocultos de la naturaleza. En contra de sa magia ha presentado la palabra de la profecía. No basta la ley del sacerdote, el poder del rey, el juicio del templo. Para que los israelitas superen la magia (que está unida con la angustia cósmica) se vuelve necesaria la experiencia profética que pone al creyente en contacto con la palabra y voluntad de Dios, tal como se expresa a través de un mandamiento ético.
Dios se ha expresado a través de la creación (cf. Gen 1, 1-2, 4a), pero de tal manera que ninguna realidad o fuerza de este mundo es ya divina o sagrada por sí misma... Por eso, aquellos que cultivan el poder sacral del cosmos, encerrándose en su sacralidad, los que quieren escuchar la voz divina en las voces de este mundo se equivocan: ni los muertos ni los pozos (por poner estos ejemplos) nos revelan lo divino. El mundo (incluidos espíritus y muertos, si es que ellos pudieran hablarnos) es solo mundano.
El Dios de la creación se ha expresado a través palabra creadora de los profetas. Ellos no exploran la sacralidad de Dios en la naturaleza; no se han puesto a explicar voces de espíritus o muertos, no han investigado en nubes o serpientes. Desde su misma radicalidad ética, desde la afirmación del valor de la persona (desde la alianza con Dios), escuchan la voz de lo divino.
Superando el atrevimiento vacío de la mántica/magia que quiere controlar el jardín encantado de la realidad, los israelitas han sabido escuchar a Dios a través de la profecía: habló Dios por Moisés en el principio de la historia de Israel, ofreciendo a los humanos su ley (Ex 4,12); les hablará a lo largo de la historia de Israel por sus continuadores los profetas. Así desaparecen (quedan superados) los gestos de búsqueda mágica de sacralidad; el verdadero Dios se expresa a través de la palabra humana, creadora del profeta de Moisés (ley primordial) y los profetas (transmisores de esa Palabra en la historia).
Frente a la magia, que evoca la potencialidad engañadora de la naturaleza sacralizada, la profecía viene a presentarse como fuente de revelación personal de un Dios que se revela en lo más alto del mundo: en la palabra humana. Más que las sentencias concretas de Moisés (codificadas en su Ley), más que los oráculos aislados de algunos profetas importa aquí el hecho de que Dios se expresa a través la palabra de aquellos que hablan en su nombe, buscando la transformación moral (social) de los humanos.
– El mago es hombre de control: quiere controlar a Dios, se siente controlado por aquellos a quienes dirige su gesto. Tiene valor y acierta si sacia la curiosidad religiosa de los hombres, si responde a sus necesidades de seguridad, si les ofrece una visión coherente de la vida, dentro de sus propias coordenadas de presencias y poderes espirituales.
– El profeta es hombre de creatividad y libertad. No quiere manejar a Dios ni a los demás, pero su palabra abre un futuro de de historia para los humanos. Habla en nombre de Yahvé (cf. Dt 18, 20) y no en nombre o por virtud de otros poderes religiosos. No habla como un mago/adivino, diciendo lo que va a pasar con independencia de aquello que hagamos nosotros. El profeta nos abre al futuro de Dios en gesto de fe, diciéndonos aquello que nosotros mismos debemos realiza.
El profeta es un humano de la palabra en la historia. No se aisla en un plano resguardado de misticismo o contemplación interna. No habita en un mundo de espíritus contradictorios, como adivino o mago a merced de influjos que operan a capricho, como prestidigitador sobre la cuerda floja de una realidad que resbala. El profeta es persona de la palabra en la historia: sabe que Dios dialoga con el sre humano y que ese diálogo está abierto hacia un futuro, es decir, hacia la manifestación total del sentido de la historia en la que Dios se manifiesta.