Espíritu de Dios. 2. La vida eterna († Manuel R. Carrajo)

Ayer, 13 de Mayo, Virgen de Fátima, día de San Nolasco, moría en Salamanca el P. Manuel Rodríguez Carrajo, en manos de la Madre Universal, para alcanzar la plena libertad de su Patrono, San Pedro Nolasco, redentor de cautivos y sufrientes. Razones muy superiores me impiden asistir hoy a su funeral (5 de la tarde, Vera-Cruz de Salamanca). Pero quiero enviarle desde aquí mi despedida, con un saludo y abrazo a todos los amigos comunes. Ofrezco primero una breve semblanza de su vida en el mundo. Sigo desarrollando después el tema del Espíritu Santo, en esta semana que va de Pentecostés a la Trinidad, tratando precisamente del Espíritu y la vida eterna. Adiós Manolo, “sempre mais”.


M. R. Carrajo. La vida Temporal


Vida. Nació en Queirugás – Verín (Ourense) el año 1925. Cursó las Humanidades en los colegios de los Mercedarios de Sarria (Lugo) y Verín (Ourense). Hizo la carrera sacerdotal en los Mercedarios de Poyo (Pontevedra), ordenándose de sacerdote el 27 de marzo de 1949; se doctoró en Ciencias Sociales en el Instituto Social León XIII de Madrid el 5 de mayo de 1971; se licenció en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense el 11 de abril de 1978. Fue director de “Estudios” desde 1957 a 1975, profesor por oposición de la cátedra de Sociología y Economía de la Educación en la universidad Pontificia de Salamanca desde 1984 a 1996 en que se jubiló; fue también subdirector del Instituto de Estudios Europeos (1994-96). Impartió clases en el Instituto Teológico “Gaudium et Spes” de Salamanca y en la Universidad de San Esteban de la misma ciudad. Fue llamado a impartir clases en las Universidades de Castelo Branco (Portugal), ULBRA (Porto Alegre, Brasil) y Católica de Lima. Entre 1992 y 2000 fue profesor de la Universidad de la Experiencia de Castilla-León.

Obras. Entre libros y artículos, merecen citarse los siguientes: Mella y su pensamiento social (Estudios, Madrid, 1972), Vázquez de Mella: sobre su vida y obra (Estudios, Madrid, 1973), El pensamiento sociopolítico de Mella (Estudios, Madrid, 1974), Cartas inéditas de Concepción Arenal (Diputación Provincial de A Coruña, 1984), Cristo, el Señor (PPC, Madrid, 1984), Doctrina sindical Pontificia (Universidad Pontificia de Salamanca, 1986), Santuarios Marianos Mercedarios en España (Lancia, León, 1989), La Sociología de la Educación en España; pasado inmediato y presente (en colaboración; Universidad Pontificia de Salamanca, 1991), Política educativa de la Unión Europea (Universidad Pontificia de Salamanca, 1996), Sociología de los Mayores (Universidad Pontificia de Salamanca, 1999), El derecho a la educación de la infancia y de los jóvenes en desventaja sociocultural en el marco de la Unión Europea (Universidad Pontificia de Salamanca, 1997).

El Espíritu Santo, la vida eterna

El P. M. R. Carrajo, fue siempre devoto del Espíritu Santo y María, postulador de las Causas de los Santos de la Orden de la Merced; creía en la santidad, creía en la vida eterna. Por eso, este día, en su memoria, siguiendo en la línea de mis reflexiones sobre el Espíritu Santo, quiero presentar y desarrollar brevemente el artículo del Credo que dice: “Creo en el Espíritu Santo… la vida eterna. Amén”. R. I. S., Manuel R. Carrajo, Requiescat in Spiritu Sancto, que Descanse en el Espíritu Santo.

Cuando os persigan:

Jesús ha presentado el misterio del Espíritu a la luz de su mensaje sobre el reino: Espíritu es la misma presencia escatológica de Dios que irrumpe sobre el mundo viejo para suscitar una experiencia nueva y ya definitiva de la verdad y comunión, de vida eterna. En ese mismo trasfondo se sitúa la palabra sobre la asistencia del Espíritu en el tiempo de la prueba:


Cuando os lleven a entregaros (a los tribunales)
no penséis de antemano lo que habéis de contestar;
hablad más bien aquello que (Dios mismo) os inspire aquella hora.
Pues no seréis vosotros los que habléis
sino el Espíritu Santo (Mc 13,11 par).


En medio de la persecución final, cuando se cierran todos los caminos de los humanos, el Espíritu de Dios se hace palabra de asistencia y vida para los creyentes. Ésta es una certeza que ha sido desarrollada de formas convergentes por Pablo y Juan, los dos grandes teólogos del Espíritu Santo, es decir, de la experiencia de culminación humana, en amor creador, en vida compartida. El P. Manuel creyó siempre en el Espíritu de Dios, que asiste a los perseguidos.

Experiencia y teología de San Pablo

Pablo sabe que el Espíritu de Dios es la fuerza de la resurrección: es el Espíritu de aquel que ha respondido a Jesús en la muerte de Jesús, liberándole del sepulcro, elevándola a la vida pascual definitiva. Por eso, los cristianos tienen la certeza de que Aquel que ha resucitado a Jesús les resucitará también a ellos, culminando así una obra que ha comenzado a realizarse ya en el mundo. (Rom 8, 11-12). Esta experiencia escatológico-pascual nos sitúa en la cumbre del misterio trinitario, allí donde la vida de Dios y la vida de los creyentes se vinculan:

* Sabemos, por un lado, que el Espíritu es el culmen del proceso intradivino: Dios no es vida errante, un peregrino que jamás logra encontrarse, llegando a su descanso; Dios es vida culminada, realizada, es un proceso de amor que se clausura de manera eterna, originaria, en el Espíritu.
* Por eso, el mismo Espíritu de Dios puede y debe desvelarse en el camino de la historia como garantía y culmen del proceso de los humanos. Tampoco los humanos son errantes peregrinos, seres perdidos que jamás hallan su esencia. Sustentados por la vida y fuerza del Espíritu ellos pueden culminar y así culminan su camino para siempre.

No hay dos escatologías, una de Dios otra de los humanos. No hay dos espíritu, uno de Dios otros de los humanos. La misma culminación del misterio de Dios que es el Espíritu (como plenitud de vida en amor, vida compartida) aparece por Cristo como plenitud de la existencia para los humanos. De esa manera, la fe en el Espíritu Santo es fe en la vida eterna; la oración al (del Espíritu Santo) es oración de vida eterna. Allí donde los humanos en cuanto tales no saben lo que hay ni lo que viene, allí donde de la mente se pierde, el Espíritu se expresa como palabra de oración y esperanza de eterna plenitud (de gemido eterno):

Sabemos que toda la creación gime y sufre hasta el momento,
como en dolores de parto.
Pero no sólo ella, sino también nosotros,
que tenemos la primacía del Espíritu,
gemimos muy por dentro, esperando la filiación,
la redención de nuestro cuerpo.
El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad,
pues no sabemos pedir como se debe,
pero el mismo Espíritu intercede por nosotros
con gemidos inefables
(Rom 8, 22-26).


Esta es sin duda una experiencia doble. Por un lado, el mismo Espíritu Santo penetra en nuestra vía de dolor y de esperanza, asumiendo nuestra debilidad, animando y dirigiendo nuestra marcha hacia la vida. Pero, al mismo tiempo, somos nosotros los que entramos en la hondura del Espíritu, asumiendo su camino de amor, participando así en su misma plenitud intradivina. En esta perspectiva se ilumina la esperanza, la obra del Espíritu

* Aguardamos la filiación completa, en una línea ya evocada por Gal 4, 5. Vivimos como siervos, arrojados sobre el mundo, dominados por las cosas; pero el Espíritu de Cristo nos eleva y nos conduce al plano donde podemos realizarnos como hijos, abiertos con Jesús hacia la pascua de la vida. Esperamos la filiación: queremos descubrirnos como hijos, herederos de la vida de Dios, en la casa de la Vida.

* Esperamos la redención de nuestro cuerpo, en clave de esperanza pascual, es decir, de transformación de nuestra vida e resurrección. Aguardamos nososotros, y nos hace aguardar el Espíritu. Rogamos nosotros y ruega en en nosotros el Espíritu de Dios, manteniendo en nosotros su tensión de pascua. Nos hallamos como dominados por un cuerpo de muerte, de fragilidad, de enfrentamiento mutuo. Esperamos la redención del cuerpo, es decir, que nuestra vida quede llena del Espíritu de Dios, abierto al mutuo encuentro, a la existencia compartida, en amor que triunfa de la muerte, en vida que desborda todas las enfermedades y muertes de la historia.


Experiencia y teología de San Juan.

Y con esto pasamos de Pablo a Juan. Siguiendo su técnica habitual, el evangelio de Juan ha introducido la experiencia escatológica del Espíritu dentro de la misma historia cristiana, en el corazón de la iglesia. El Espíritu no es sólo el que nos une con Jesús para vencer al fin la muerte; es el que actúa desde ahora, de manera que vivamos ya en hondura final de transparencia y vida.

Tengo otras muchas cosas que deciros,
pero no podéis comprenderlas ahora.
Cuando llegue aquél, el Espíritu de la verdad,
os guiará hacia la verdad completa. Él me glorificará,
porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.
Todo lo que tiene el Padre es mío, por eso os he dicho
recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn 16, 13-15).


La escatología se identifica con el despliegue de la verdad, la transparencia de la vida de Jesús, abierta hacia los humanos por medio del Espíritu. No hace falta que esperemos ya la vida tras la muerte. La vida verdadera se realiza y explicita desde ahora, en forma de verdad, como experiencia del Espíritu.

Conclusión. Resurrección y Vida eterna.

Más de una vez he conversado con el P. Manuel R. Carrajo sobre la resurrección y la vida eterna, en relación con los mártires y santos (éste era su tema de conversación en los últimos años). Así puedo resumir las conversaciones.

* En una primera perspectiva, el Espíritu Santo se identifica como poder de resurrección, conforme a lo esbozado ya tratando de la pascua de Jesús: el Espíritu aparece como "poder de futuro" que, asumiendo el camino de la vida, lo recrea por dentro y lo transforma. Todos sus restantes rasgos (perdón y comunión dentro de la iglesia) culminan de esta forma en ámbito pascual: sobre un mundo que parece condenado a la muerte, sobre un fondo de juicio y destrucción universal, el Espíritu de Dios viene a mostrarse como victoria del amor sobre la muerte. Creemos en el Espíritu de Dios los que creemos en la resurrección, viviendo desde ahora con deseo de la gloria.

* En una segunda perspectiva, fe en el Espíritu se expresa como fe en la vida eterna. Desde un plano más superficial las dos posturas parecen oponerse. Una cosa es la resurrección, que se formula desde un ámbito judío, como victoria de Dios sobre el presente humano de la muerte. Otra cosa es la vida eterna, concebida como profundidad divina de los humanos, en línea helenista u oriental. Los cristianos no creemos en la eternidad del alma o de la vida sino en el Dios que resucita a los muertos.

Pero una vez hecha esa distinción, podemos afirmar (y hoy puede afirmar el P. Manuel R. Carrajo) que las dos formulaciones pueden completarse, apareciendo así como variantes de un misterio. Así podemos afirmar que el Espíritu es resurrección porque reasume y vivifica el camino de la muerte, haciendo que los humanos renazcan con Jesús y por Jesús a la vida verdadera de la pascua. Pero también podemos afirmar, en línea más cercana a la de Juan, que el Espíritu de Dios es vida eterna: vida ya presente como don de gracia dentro de la misma historia vieja de la tierra en la que estamos todavía caminando. Y con esto podemos cerrar nuestro trabajo.

R. I. S, Descansa en el Espíritu Santo, P. Manuel.
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