Exorcismos 2. Guerra original, la madre de todas las guerras

Presenté ayer el tema general de los exorcismos de Jesús, y entre las respuestas recibidas quiero destacar la de la colega y profesora argentina Graciela Moranchel, a quien agradezco mucho su intervención, que empieza así:

Muy completa la explicación de Xabier Pikaza. Sin embargo, "la" pregunta que se hacen algunos cristianos es si existe el demonio o el diablo como un "ente personal" capaz de poseer, habitar y manipular a su antojo la vida de una persona, situación que sólo podría ser remediada por medio de "exorcismos" realizados por "sacerdotes" especialmente entrenados.

Mi respuesta, como cristiana y teóloga, es que no existen tales seres personales, esencialmente malos, con esa capacidad de ingresar al interior de la gente para destruirla. Lo que en la Biblia se llama "demonios" estaba referido a ciertas enfermedades, físicas, psíquicas o espirituales difíciles de curar, que llevaban a la locura, como muy bien describe Xabier Pikaza (sigue enhttps://www.facebook.com/xabier.pikaza?fref= )


Concuerdo básicamente con G. Moranchel:

-- No creo que los demonios (con el diablo) sean personas, sino que son más bien poderes cósmicos y sociales, como dice con enorme precisión san Pablo. No son personas, con nombre y apellido,sino lo contrario a las personas... Ciertamente, se expresan y actúan en los más débiles de la "cadena humana". Son signos del "poder de destrucción" que "habita" en nuestra historia y tiende a destruirla.


-- Esos poderes provienen de la "estructura de una creación finita y libre..." y de la misma mala voluntad de los hombres y de sociedades...
, como un agujero negro que tiende a succionarnos, y como sigue diciendo san Pablo el responsable de que existan es en último término el hombre, el Adán de Rom 5, no un Diablo mitológico... Hemos sido y somos nosotros, los hombres concretos, que nos alzamos contra la verdad y la gracia de la vida, y nos sometidos a un tipo de esclavitud cósmico-social..., vinculada también a nuestra forma de ser en el mundo).


-- La lucha contra los "demonios" sólo puede establecerse y vencerse con mucha humanidad, es decir, con un tipo de presencia y acción sanadora , con medios técnicos (medicina, psicología... ) y sobre todo con medios "humanos" (cercanía personal, gratuidad, cuidado...). Esos sacerdotes-exorcistas a los que alude G. Moranchel pueden estar bien, si nos ayudan a entender el tema, pero me parecen en gran parte folclóricos e ingenuos (una especie residual, a la que me gusta ver con ternura), pero creo que en el fondo no ayudan a resolver el tema.

-- Los demonios más duros son de tipo "social", como sabe y ha descrito con enorme exactitud el libro del Apocalípsis.. Demoníaco es el poder perverso de un tipo de imperio militar enloquecido (el loco de Gerasa); demoníaco es un "dinero/capital" divinizado (Belzebú y Mammona son palabras emparentadas de Jesús...). Los pequeños exorcismos particulares pueden tener un valor psicológico, sin están bien hechos, por gente seria y sensata, no enfermiza ni mitológica..., pero los causantes de la gran "posesión demoníaca" son lo que llama San Pablo "poderes de las tinieblas" (la violencia y el dinero enloquecido...).

Jesús identificó el demonio con la enfermedad mortal del hombre, la que mata de verdad al ser humano, empezando por los más débiles de la cadena, como he dicho. Lo demoníaco, pues, no es persona, sino lo contrario a la persona. En ese sentido "no existe en sí", pero destruye lo que existe, como parásito militar, económico, social...

-- Ese demonio-parásito lo creamos nosotros, no tiene realidad en sí, pero puede "des-crearnos". Contra ese parásito buscó la Verdad, el Amor cercano, la ternura poderosa...Así apareció y actuó como exorcista personal y social, y fue asesinado por ello.

Seguiré hablando del tema, evocando en especial el gran "exorcismo" del Apocalipsis. Hoy me limito a seguir desarrollando el tema iniciado ayer. Buen día a todos, desde Jesús, el exorcista.

Esenios de Qumrán. Una guerra de exorcismos

Los esenios de Qumrán elaboraron un proyecto de lucha (exorcismo) militar contra Satán, como muestra el Rollo de la Guerra (1QM: Milhama) y como ratifica la Regla de la Comunidad, que manda «amar a todos los hijos de la luz y odiar a todos los hijos de las tinieblas» (cf. 1QS 3-4), interpretando los exorcismo desde un fondo de violencia militar. En esa línea, el verdadero exorcismo sería un tipo de guerra, al menos simbólica, dirigida por sacerdotes, una lucha angélico/satánica donde el mismo Dios combate con los suyos.

Por eso no pueden participar en esa contienda los impuros, enfermos o manchados (como supone la ley de la guerra santa israelita). La Gran Batalla (exorcismo radical) será una lucha de hombres de valor muy puros (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas), de la que se excluye a los «contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos» (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en la asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22).

Jesús, una guerra distinta

Pues bien, en contra de esa ley de pureza de Qumrán y de su guerra, Jesús ha penetrado en el lugar de los impuros y los locos para realizar allí su acción liberadora. Lógicamente, sus exorcismos han resultado escandalosos para muchos, pues parecían contrarios a las normas de pureza y guerra santa del Israel sagrado.

Por eso, los exorcismos liberadores de Jesús han sido discutidos y rechazados por algunos judíos (¿judeocristianos?) que ponían un tipo de ley por encima de la curación y libertad de los endemoniados, dando más valor a la pureza nacional que a la comida compartida.

-- Para entender el mensaje de la vida de Jesús resulta imprescindible conocer y aceptar el impulso liberador de sus exorcismos, en un mundo como el nuestro, que sigue estando demonizado, aunque con rasgos simbólicamente distintos de aquellos que el "demonio" ofrecía en tiempos de Jesús.

Así dice J. D. Crossan: «Jesús defiende una comensalía abierta, una forma de comer unos con otros sin que la mesa constituya una miniatura de las discriminaciones sociales en sentido vertical y horizontal. El desafío social que supone esa comensalía equitativa e igualitaria constituye el principal peligro y la amenaza más radical… Y como, para colmo de males, Jesús vivía conforme a lo que predicaba, esa comensalía abierta es inmediatamente objeto de una acusación, por lo demás casi previsible:

Jesús es un comilón, un borrachuzo, amigo de publicanos y pecadores. En otras palabras, Jesús no establece las distinciones y discriminaciones que debería. Y como ade¬más siempre hay mujeres presentes, y en concreto mujeres solteras, los reproches se amplia-rían y se acusaría a Jesús de sentarse a la mesa con putas, que era el calificativo que habitualmente se aplicaba a las mujeres que quedaban fuera del debido control de los varones. Todos estos vocablos (pecadores y prostitutas) constituyen términos despectivos que cabría aplicar a las personas con las que, a juicio de quienes los utilizaban, debería evitarse toda relación abierta y gratuita» (Jesús. Biografía revolucionaria, Grijalbo, Barcelona 1996, 85, con cita de L. E. Klosinski, The Meals in Mark, Univ. Microfilm, Ann Arbor MI 1988, 56-58).


a. Condenan a Jesús por exorcista peligroso.

En este contexto se sitúa el juicio de los escribas que vienen de Jerusalén, vinculados, según Mc 3, 20-35, con los parientes de Jesús, que dictaminan y dicen que Jesús: «Tiene a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios» (Mc 3, 22; cf. Mt 12 22-32; Lc 11, 14-23; 12, 10). Ellos piensan que, curando a posesos y acogiendo a marginados, él pone en riesgo la sacralidad de Israel, que sólo podría mantenerse expulsando o encerrando a posesos e impuros.

Los escribas aparecen como representantes de una ley nacional (sagrada) que garantiza el orden legal de la sociedad (dominada por los fuertes, los legales), para edificar al buen pueblo, elevando un muro de seguridad según Ley y dejando en la cárcel exterior de su locura o su pecado, a los posesos. Por eso, acusan a Jesús diciendo que, bajo capa de bien (ayudando al parecer a unos posesos), arruina o destruye la sagrada unión del pueblo (casa buena de Dios), haciendo que Israel quede en manos del Diablo.

Según los escribas (=juristas o letrados), aquellos que ayudan y “curan” a los que merecen la cárcel del diablo (asociales, impuros, peligrosos) son una amenaza para el buen orden del pueblo. Por liberar, al margen de la ley, a unos pocos, Jesús pondría en riesgo la Ley de salvación universal, el bien del pueblo. Con la Ley en la mano, la sociedad debe expulsar (controlar, encarcelar), en gesto de legítima defensa, a los posesos, para mantener el orden del sistema: Una buena estructura social sólo se alza y defiende encadenando a los culpables/posesos, separando bien lo puro y lo impuro, lo que favorece el orden y lo que es peligroso. Por eso, quien acepta y cura, quien valora y reintegra en la buena sociedad a un tipo de posesos pone en riesgo el orden de los limpios ciudadanos.


Conforme a los escribas, los buenos exorcistas deberían avalar y confirmar el poder de las instituciones sagradas.
Jesús, en cambio, libera a los endemoniados sin estar (ni ponerles) bajo el control del templo. Ese es su riesgo: Pone la liberación y salud de algunos (posesos) por encima de las normas de seguridad que instauran los escribas para el conjunto del pueblo; y no lo hace por olvido o descuido, sino con argumentos en contra del sistema:

Jesús los llamó y les dijo estas comparaciones: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no puede subsistir... Nadie puede entrar en la Casa del Fuerte y saquear su ajuar, si primero no ata al Fuerte; sólo entonces podrá saquear su casa. En verdad os digo: todo se les perdonará a los hombres los pecados y cualquier blasfemia que digan, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás; será reo de pecado eterno. Porque decían: ¡tiene un Espíritu impuro! (Mc 3, 22-30).

Si yo expulso a los demonios con el Espíritu [Lc 11, 20 pone «dedo»] de Dios el Reino de Dios ha llegado a vosotros (Mt 12, 28).

–- En el fondo hay un tema de política religiosa: ¿Dónde está lo diabólico? ¿Quién controla a los poderes perversos y ofrece estabilidad y justicia al pueblo? En principio, todos los interrogados responderán diciendo que ellos quieren reducir la agresividad personal, familiar y social; pero muchos lo harán de un modo violento, suscitando así nuevas formas de opresión diabólica. Los escribas oficiales piensan que se deben mantener las instituciones actuales: ¡Que se cumpla la ley sagrada! Jesús, en cambio, supone que esa ley, tal como se impone en Galilea, bajo el poder romano, resulta no sólo insuficiente, sino contraria a la verdad y libertad del hombre. En ese contexto, los escribas aparecen como representantes del poder, los únicos capaces de controlar la amenaza diabólica en el mundo. Por eso, ellos acusan a Jesús de estar poseído por Belcebú y de actuar como un subversivo: sus exorcismos representarían un peligro para el orden sagrado del pueblo.

Las palabras del texto anterior, tomadas de la doble tradición (Marcos y el Q), han sido elaboradas por la Iglesia posterior, pero reflejan una experiencia de Jesús. Los escribas le acusan de expulsar demonios con ayuda de Belcebú, «Señor de las moscas», Dueño malo de la Casa perversa del mundo, de manera que al hacerlo pone en riesgo el orden y estructura social del judaísmo. Bajo capa de bien (ayudando externamente a unos posesos), Jesús rompe o destruye la unidad sacral del pueblo (Casa buena de la alianza de Dios), de manera que el conjunto de Israel corre el riesgo de caer en manos de un Diablo destructor de la nación sagrada.

Según ellos, los que ayudan y liberan a “condenados” de la cárcel diabólica (asociales, peligrosos) son una amenaza para buen orden del pueblo. Con el código en la mano, los escribas oficiales afirman que la sociedad ha de expulsar y controlar (=encarcelar) con legítima violencia a los endemoniados, para mantener el orden sagrado.

Una buena estructura social sólo puede edificarse y defenderse separando a culpables y justos, poniendo una valla entre lo puro y lo impuro, lo firme y aquello que amenaza ruina. Por eso, quien acepta y cura, quien valora y reintegra como Jesús a unos posesos peligrosos, apelando a la Palabra de Dios pone en riesgo la buena sociedad de limpios ciudadanos. Estos escribas defienden la vida del pueblo sagrado, que se protege a sí mismo y rechaza a quienes lo amenazan. Fuera de las fronteras de ese pueblo quedan los leprosos y posesos. No hace falta matarles, ni encerrarles en la cárcel, pero hay que expulsarles del espacio sagrado de la buena sociedad, establecida por escribas que definen lo bueno y perverso.

b. Jesús se defiende. Una guerra distinta.

Pues bien, enfrentándose con ellos, Jesús muestra una conciencia superior de envío y presencia divina, afirmando que ha venido a liberar a los encadenados por el Diablo; más aún, en ese contexto, él se atreve a decir que ha vencido al Fuerte que tenía la casa dominada, rompiendo las cadenas con las que apresaba a los hombres .

El Fuerte (Iskhyros) era Satán. Su Casa o familia (oikia) era grande y bien organizada, su reino era una especie de cárcel inmensa donde todos se hallaban en el fondo sometidos. Eso significa que (según Jesús) Satán formaba parte de la estructura social y religiosa de un tipo de judaísmo sagrado, realizando en el fondo una función de Dios. Pues bien, Jesús se ha rebelado en contra de esa función sacral del Diablo al presentarse como Más Fuerte (cf. «iskhyroteros» de Mc 1, 7), afirmando que ha entrado en el reino/casa de Satán, le ha vencido y atado y de esa forma ha comenzado a liberar a sus cautivos, inaugurando el Reino, que es Palabra creadora y compartida en libertad, en gozo de vivir regalándose la vida unos a otros.

Frente a la Casa-cárcel de Satán, que domina a los hombres a través de la violencia (haciendo que ellos hagan aquello que no quieren), ha inaugurado Jesús su nueva Casa-de-libertad (Reino de Dios), que se expresa en forma de comunión en la que todos pueden hacer lo que quieren desde el fondo de su vida, queriéndose entre sí
. Los que acusan a Jesús llamándole servidor de Satán intentan mantener un orden viejo de violencia, que se instaura y triunfa expulsando (encarcelando en su locura) a los más débiles o peligrosos. Los escribas quieren arreglar los problemas del mundo con la cárcel, expulsando a los endemoniados, para así mantener sus estructuras de seguridad nacional israelita. Jesús, en cambio, ofrece la libertad (la nueva humanidad) a los endemoniados y de esa forma muestra que ha llegado el Reino.

En este pasaje no se dice que el Reino vendrá, sino que ha venido: «Si yo expulso a los demonios con el Espíritu [Lc 11, 20: dedo] de Dios, el Reino de Dios ha llegado a vosotros». Jesús no expone aquí una teoría, sino que hace Reino; no dice lo que puede pasar, hace que pase, que acontezca, que se manifieste, haciendo que Dios mismo esté presente y actuando entre los hombres.

Esto es el Reino: Que un loco/poseso, que antes era servidor/legionario de un imperio de muerte, pueda convertirse simplemente en ser humano, en libertad, en diálogo con los demás. Así han empezado las grandes mutaciones de la historia cósmica (el nacimiento de la vida, el despuntar de la conciencia…). Así comienza la nueva y definitiva mutación de la humanidad, que es Mutación de Reino.

6. Excurso. Exorcismos y felicidad de Jesús.

Hay escribas que para mantener su Ley (que juzgan sagrada) necesitan expulsar a los que son distintos, llamándoles “posesos”. Buscan su seguridad como sistema y así, para sentirse ellos firmes, expulsan y demonizan a los otros, no sólo en clave personal, sino económica y social. Pues bien, en contra de eso, Jesús no ha querido expulsar a los posesos, sino acogerles en su camino del Reino, de manera que ellos puedan escuchar la Palabra y compartir el pan fraterno.

Ésta es quizá la “apuesta” más significativa de Jesús, que se atreve a construir el Reino con unos “pilares” que otros expulsan y demonizan. De esa forma actúa en nombre de Dios, como profeta creador, abriendo las puertas del Reino para aquellos que otros juzgan posesos y dementes. En este contexto podemos retomar (en clave de exorcismo), lo ya dicho al final del capítulo anterior, al hablar de los milagros.

1. Jesús abre ante los endemoniados un espacio donde puedan acoger y compartir la Palabra, que les hace ser y entenderse, en apertura al Reino (frente al Diablo que es “ladrón” de la Palabra: cf. Mc 4, 15). De esa forma expresa su experiencia de comunión en contra de una lógica de miedo y exclusión (personal, psicológica y social), propia del Diablo, que se expresa como locura.

2. Jesús pone a los hombres en manos de sí mismos.
Diablo es aquello/aquel que “posee”, invade y utiliza al hombre. Dios, en cambio, es Aquel que le hace capaz de escuchar la Palabra, es decir, de escucharse a sí mismo y de comunicarse con los otros, aceptando el don y camino de la vida. Sus exorcismos son por tanto una terapia de personalización, para que los hombres puedan nacer de Dios, que es el principio de la Vida, es decir, comunicarse entre sí.

–- En una línea ontológica, las cosas son como son, y en ese plano los hombres y mujeres parecen “fijados”, de manera que no pueden cambiar: La racionalidad fáctica las define y encierra en lo que existe. Desde ese fondo, podemos afirmar que el Imperio romano (y el templo de Jerusalén) responden a una misma lógica de fatalidad, pues sancionan lo que existe, de manera que todo sucede necesariamente. Pero el Reino de Dios es libertad (no fatalidad), de manera que en su plano los hombres y mujeres no se encuentran fijados en aquello que ya son, sino que se van haciendo, desde sí mismos (en la Palabra que es Dios), por felicidad (porque se quieren).

–- El principio de los exorcismos es la misma vida de Jesús, que actúa como mensajero de Dios/amor, principio de libertad y responsabilidad expansiva, gratuita, creadora... La vida de Jesús y la de aquellos que actúan como él al servicio de la libertad.
En el centro de su vida y mensaje está su experiencia activa y creadora, como amor de hombre. Por eso, el milagro de Jesús es su amor: la capacidad de centrar y trazar su camino en un gesto de entrega a los demás, gratuitamente, como Dios, dentro de un mundo donde todo parece imponerse por la fuerza.

En esa línea, los exorcismos son una terapia gozosa, como lo indica la expresión jubilosa de Jesús. Los setenta discípulos (a quienes él había enviado para realizar la obra del Reino según Lucas) volvieron con gozo, diciendo: «Señor, ¡aun los demonios se nos sujetan en tu nombre! Él les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10, 17-18). El “nombre” de Jesús se expresa en la “sujeción” de lo demonios, es decir, en el hecho de que “la misma sujeción queda sujeta” (es decir, dominada: hypotassetai).

Los discípulos de Jesús descubren un poder más alto. Ellos, unos simples hombres (sin poderes imperiales o sacerdotales) pueden iniciar e inician un camino dominio sobre lo diabólico. Jesús responde revelando, en ese fondo, su experiencia más profunda, paralela a la que vimos al tratar al tratar de su “vocación” tras el bautismo (Mc 1, 10-11). El cielo se abre nuevamente y ve cómo Satanás, que parecía estar sobre la altura, al lado de Dios (como consejero suyo; cf. Job 1), cae sobre el mundo, rechazado y condenado, Diablo que ha perdido el trono (cf. Ap 12, 1-5).

Ésta es la visión de la victoria de Dios, la señal de que comienza el Reino, de manera que Jesús puede afirmar que Satanás ya no forma parte de Dios (ya no tiene poder), sino que es sencillamente un diablo sometido a sus discípulos. Hasta ahora, de un modo o de otro, el Dios de la religión oficial (y de la mayoría de los hombres) era un “dios mezclado”, de luz y oscuridad, con rasgos positivos y negativos, como si Satán formara parte (¡una parte!) de su misma esencia.

Un dualismo de ese tipo subyacía en gran parte de la apocalíptica judía, y de un modo especial en los esenios de Qumrán (por no hablar de los autores de 1 Henoc). De un modo o de otros, todos ellos parecían admitir una escisión intradivina, como si el Diablo (una violencia oscura, un deseo posesivo y destructor, un odio originario, violador) formara parte del interior de Dios.


Ciertamente, había muchos que querían liberar a Dios de su “parte” satánica, con largos discursos y visiones, pero de hecho seguían atados a esa parte oscura del misterio, a su violencia, a su opresión. Pues bien, Jesús ha llegado hasta el final en esa línea, liberando a Dios de su “rostro satánico”, y lo han hecho de un modo concreto, logrando que Dios sea plenamente divino: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo…». Esa palabra expresa su compromiso, para limpiar el rostro de Dios, para que los hombres crean que ellos pueden ser plenamente humanos, sin parte alguna diabólica en su vida.


En esa misma línea se sitúa aquella confesión en la que alaba a Dios «porque ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a los pequeños». (Mt 11, 25). Así demuestra su alegría, la felicidad del Dios, por la salvación y la salud de los pobres y pequeños, que aparece también en varios parábolas, como en Lc 15, 7 par., que habla del gozo de Dios por la oveja perdida y hallada. Jesús nos sitúa de esa forma ante el Dios que recoge y salva todo lo creado, un Dios sin Diablo.

En este contexto podemos afirmar que Jesús fue un carismático, alguien que podía «ver» cosas ocultas, penetrando en el misterio (como otros videntes y sabios de la historia); pero fue un carismático “liberador” que anunciaba y preparaba la llegada del Reino de Dios, un exorcista al servicio de la vida concreta y de la libertad (autonomía) de los hombres y mujeres de su pueblo, oprimidos por el Diablo.

Sus exorcismos fueron, según eso, un compromiso, a favor de los últimos del mundo. No luchó contra Roma en un plano militar, ni contra el templo de Jerusalén en un plano “religioso” (con reformas de culto). Luchó contra aquello que oprimía en concreto a los hombres y mujeres de su entorno; sus exorcismos fueron el gesto más hondo de su lucha a favor de Dios, para mostrarle en su verdad, es decir, para liberarle de su “rostro satánico”, como seguiremos viendo.
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