Fundamentalismo 2. Judaísmo y cristianismo

El texto ha sido tomado de DICCIONARIO DE LAS TRES RELIGIONES (Verbo Divino, Estella 2009), donde aparecen otras entradas relacionadas con este motivo: Antisemitismo, cristianismo, exclusión, Iglesia, inquisición, Judaísmo, misión, nacionalismo, Rut, shoa, universalidad, víctima, violencia...
Mi reflexión es de tipo general, pues ofrece los marcos básicos del fundamentalismo judío y cristiano. Quiero recordar, como hice ayer, que el mejor "antídoto" contra un mal fundamentalismo es la búsqueda del fundamento religioso del judaísmo y cristianismo, como mensaje abierto a la totalidad de los pueblos (de los hombres y mujeres) de la tierra.
En contra de lo que suele decirse, judaísmo y cristianismo, vividos de un modo radical, constituyen la mejor defensa frente un riesgo de fundamentalismo que empieza a cernirse sobre nuestro mundo, en esta etapa confusa de post-modernidad, amenazada por nuevos tipos de lucha social, económica, política, "racial" e ideológica.
La modernidad racionalista y política, capitalista y científica, había prometido vencer todos los fundamentalismo, abriendo la vida humana a la concordia universal, y en parte lo la logrado. Pero de hecho ella ha corrido el riesgo de venderse a los nuevos impulsos de un mercado y capital que acaban siendo fundamentalistas, en el peor sentido del término.
En ese contexto he querido situar el tema del riesgo del fundamentalismo judío y cristiano (que también existe). Mi exposición es genérica, casi esquemática, de manera que puede y debe ampliarse, matizarse o, incluso, criticarse, como sabrán hacer sin duda los lectores interesados. Sea como fuere, el tema de la búsqueda del fundamento y el riesgo de fundamentalismo se han vuelto muy importantes en nuestro tiempo, desde la perspectiva de las dos religiones bíblicas, judaísmo y cristianismo
1. JUDAÍSMO
El fundamentalismo es un concepto muy extenso, que puede entenderse en forma estrictamente religiosa (como búsqueda de los fundamentos de la fe) y en forma política (como imposición social de esa fe, incluso con medios de violencia). En el primer caso, más que de fundamentalismo se puede hablar de radicalidad. Siempre han existido grupos radicales de tipo pacífico, como los → hasidim, muchos maestros de la → Misná y del Talmud y algunos de los grupos más religiosos del judaísmo actual, que no son defensores del Estado de Israel. Entre los fundamentalistas en sentido político podemos citar algunos grupos antiguos, como los que están en el fondo de la reforma de Esdras-Nehemias y ciertos movimienentos políticos del actual Estado de Israel.
1. Fundamentalistas antiguo: Esdras y Nehemías, el rechazo de los extranjeros.
El fundamentalismo social suele nacer del miedo a la pérdida de identidad. En un momento dado, entre el siglo V y IV a. C., los judíos que habían vuelto de exilio quieren establecerse como una comunidad de puros, marcando sus límites frente a los riesgos de disolución nacional, que pueden venir de fuera (mezcla cono otros pueblos del entorno) o de dentro (mujeres que no forman parte del grupo de los puros). En aquel momento, la identidad del pueblo se empieza a determinar a través de las mujeres (judío es el que nace de una mujer judía). Por eso resulta esencial el control sobre las mujeres no asimiladas, de manera que la presencia de extranjeras aparece en Esd 9-10 como el riesgo mayor contra la identidad judía. El gran peligro para el pueblo no un tipo de potencia exterior, ni la pobreza económica, sino las mujeres extranjeras que pueden pervertilo. Por eso, para conservar la identidad del pueblo, resulta absolutamente esencial crear una especie de “tribunal” de mujeres, expulsando de la comunidad a las extranjeras, que no son simplemente las de otra raza (de otros pueblos), sino las que no forman parte de la “golah” o comunidad pura de los que han vuelto del exilio.
La exclusión de las mujeres “impuras” y de todos aquellos que pueden considerarse extranjeros (aunque lleven viviendo muchos siglos en la tierra) constituye el tema básico de la reforma de Esdras-Nehemías. La buena comunidad la forman los que han “vuelto” del Exilio, con la ayuda de la administración persa, bajo el liderazgo político de Nehemías y religioso de Esdras. Ellos dictan lo que es justo y lo que no es justo; ellos deciden y definen quienes son israelitas y quienes no lo son, obteniendo el poder suficiente (y necesario) para expulsar de Jerusalén y de su entorno (del pequeño distrito de Judá) a los que no forman parte del grupo, en especial a las mujeres. El conflicto de fondo se establece entre los repatriados de Esdras (que imponen su ortodoxia religiosa y política) y los “pueblos de la tierra”, que son básicamente aquellos judíos que han quedado en la tierra de Israel (que no han ido al exilio) y que conservan un tipo de religión y de identidad social distinta, más abierta hacia los pueblos del entorno (idumeos, moabitas, filisteos y, sobre todo, samaritanos). Pudo haber triunfado un Israel de pactos, como el que se formó al comienzo de la historia israelita (federación de → tribus). Triunfó un Israel de exclusiones, como el que aparece en algunos textos en los que se narra la conquista de Palestina como efecto de una destrucción de los cananeos que habitaban antes en la tierra (cf. → Josué).
De esa forma se establece el “pacto de separación” de Neh 9, con el triunfo de un particularismo judío: «Se comprometieron a caminar en la Ley de Dios que fue dada a través de Moisés, siervo de Dios, y a guardar y cumplir todos los mandamientos de Yahvé... y sus juicios y preceptos y a no dar nuestras hijas a extranjeros, ni a sus hijas tomarlas para nuestros hijos» (Neh 9, 30-31). Éste es un pacto fundamentalista, asumido por los sacerdotes-levitas y padres de familia que han vuelto del exilio (¡de fuera!) y que se imponen sobre el resto de los habitantes (¡judíos!) de la tierra. Ciertamente, el judaísmo de los que establecen este pacto no es el único que ha existido. Al lado de Esdras-Nehemías, la Biblia ha recogido el testimonio de otros libros más abiertos, incluso en línea sacral (como el 1 y 2 Crónicas) y en línea profética (algunos capítulos finales de Isaías). Pero en la historia de Israel ha existido casi siempre un elemento fundamentalista, que, en general, no ha podido imponerse de forma política, porque los judíos no han tenido poder político para hacerlo, de manera que este mismo pacto de Esdras-Nehemías ha tenido que ser avalado por el alto poder persa.
2. Fundamentalismo moderno: el Estado de Israel.
Los judíos han sido por siglos un pueblo en diáspora, que sólo ha podido conservar su identidad siendo “fundamentalista” en sentido religioso, pero sin violencia externa. Quizá se pueda decir que el judaísmo se ha mantenido porque ha conservado la separación de mesa (¡judíos son los que comen juntos, alimentos puros!) y de lecho (¡judíos son los que se casan con judías!). De esa forma han mantenido sus tradiciones y lo han hecho de un modo admirable, como pueblo distinto, en medio de los grandes imperios. Los imperios han pasado (babilonios y persas, griegos y romanos…), pero ellos permanecen como pueblo distinto, corriendo siempre el riesgo de ser perseguidos; de esa forma, al mismo tiempo, ellos han podido ser germen de utopía a lo largo de la historia: han alimentado las esperanzas de una parte considerable de la humanidad occidental.
Pues bien, a pesar de su actitud básicamente pacífica y habiendo sido mártires del mayor nacionalismo violento de este siglo (holocausto nazi → soah), esos mismos judíos (o, al menos, muchos de ellos) se han convertido en la segunda mitad del XX en un grupo fundamentalista, cerrado en sí mismo (en el estado de Israel), expulsando a cientos de miles de palestinos, para conservar ellos su pureza de religión y/o de raza. El pueblo de la utopía mesiánica (que se presenta a sí mismo como germen de reconciliación final del conjunto de la humanidad) se ha convertido en amenaza concreta de guerra, no sólo para aquella parcela de tierra (en Palestina), sino para todo el mundo. Éste es un fundamentalismo parecido al que aparece en los libros de Esdras-Nehemías, pero con algunas diferencias. Entonces, los judíos separados no tenían poder para luchar por sí mismos contra los enemigos del entorno (aunque contaran con el apoyo del imperio persa). Ahora lo tienen. Los judíos de entonces parecían más preocupados por el aspecto religioso de la vida. Los de ahora parecen más preocupados por el plano político.
De todas maneras, dicho esto, debemos volver sobre el concepto de fundamentalismo, distinguiendo de nuevo sus formas. Hay una minoría de judíos “religiosos” (sobre todo de la línea de los → hasidim), que son muy fundamentalistas en el plano de la lectura literal de la Biblia y del cultivo de la Ley, pero no apoyan el Estado de Israel, porque juzgan que sólo podrá establecerse cuando se cumplan las profecías de la paz mesiánica; por eso, a su juicio, el Estado actual de Israel, aún pudiendo tener algunos rasgos positivos, va en contra de la voluntad de Dios y de la verdadera tradición israelita. Hay otros judíos muy fundamentalistas en el plano político y militar que no son “religiosos”; ellos apoyan, más bien, un fundamentalismo político nacionalistas y están dispuestos a defender y propagar el estado judío de Israel con exclusiones y muros. De esa manera, su fundamentalismo se identifica, en el fondo, con otros tipos de exclusivismo político y nacional que se han venido dado y se dan en diversos lugares del mundo, aunque pocos de ellos tengan la radicalidad del fundamentalismo nacionalista del Estado de Israel. Hay también judíos que son fundamentalistas en el plano religioso y político.(X. PIKAZA)
2. CRISTIANISMO
Hay un fundamentalismo cristiano muy positivo, propio de aquellas reformas que a lo largo de los siglos han buscado la purificación de la Iglesia, volviendo a las raíces del evangelio. En esa línea se puede decir que algunos movimientos monacales, como el de Francisco de Asís y el de otros reformadores han sido y son fundamentalistas. Por otra parte, a veces se confunden los fundamentalistas con los defensores de doctrinas y prácticas religiosas tradicionales; pero debemos indicar que hay tradicionalistas que no son fundamentalitas y viceversa. En este campo es muy difícil separar líneas y conceptos. En sentido estricto, sobre todo en USA, suelen llamarse tradicionalistas a los defensores de una lectura literal de la Biblia, que va en contra algunos principios de la ciencia (como la evolución de las especies…). De todas formas, el concepto resulta mucho más amplio y así quiero evocarlo:
1. Puede haber un fundamentalismo jerárquico, vinculado al poder doctrinal y ministerial de las autoridades, en especial de la Iglesia católica.
Éste es un tipo de fundamentalismo que puede vincularse con el “integrismo” de aquellos que quieren defender la doctrina “íntegra”, en un sentido que se dice tradicional (aunque a veces va en contra de la verdadera → tradición). De la impresión de que fundamentalistas de tipo jerárquico tienen miedo de la democracia eclesial y del diálogo de la fe con la razón, de manera que defienden una visión cerrada de la Iglesia, propia de otros momentos de absolutismo político y de dominio de la Iglesia sobre la sociedad civil.
Se dice que dentro de la Iglesia católica este tipo de fundamentalismo está ganando terreno tras el Concilio Vaticano II. Parece que hay grupos que tienden a cerrarse en sí mismo, buscando la seguridad doctrinal e institucional. En esta línea hay que insistir en la existencia de un fundamentalismo jerárquico, cuyas notas básicas serían: (a) La defensa de la iglesia jerárquica como portadora de todos los poderes de Cristo; (b) La separación de la Iglesia católica respecto de las demás iglesias y comunidades cristianas, pues sólo la Iglesia católica es la verdadera. (c) El rechazo de las demás religiones, poniendo de relieve que sólo en la Iglesia Católica se puede dar y se da la salvación.
2. Puede haber y hay un fundamentalismo imperial,
vinculado de hecho a la pretendida supremacía de occidente y a la necesidad de mantener y aún de expandir los valores de un tipo de cristianismo occidental en todo el mundo, incluso por medio de las armas, volviendo al espíritu de cruzada, propio de algunos momentos de la Edad Media. Éste es el que domina en algunos sectores del cristianismo de Estados Unidos (y de otros países de occidente) y tiene un gran influjo en la administración y en la política de esos pueblos.
Puede manifestarse en tomas de postura impositivas en el campo de la moral sexual y en la lectura de la Biblia, que suele hacerse de tipo literal, sin verdadero diálogo y sin valoración de las posturas de los otros. Quiere asumir los valores de la modernidad ilustrada, pero en el fondo los rechaza, buscando un nuevo tipo de imposición de occidente sobre el mundo, como expresión de la misión cristiana; en esta línea fundamentalista se sitúa la defensa de la “guerra religiosa” o cultural contra los enemigos de la democracia, que serían, sobre todo, algunos países musulmanes o del lejano oriente. Este fundamentalismo va en contra de los valores centrales del Sermón de la Montaña, donde aparece la exigencia de no juzgar y la invitación al amor a los enemigos (es decir, a los distintos). En este sentido, la defensa de los pretendidos “valores cristianos” tiende a identificarse con una forma determinada de ver y defender los intereses de occidente.
3. Puede haber un fundamentalismo sectario,
propio de pequeños grupos que tienden a absolutizar sus posturas de un modo agresivo e impositivo, tanto dentro de las grandes iglesias (grupos católicos de tipo integristas) como, sobre todo, fuera de ellas: sectas y movimientos eclesiales que se presentan como depositarias únicas de la verdad. Suelen ser grupos con fondo religioso, pero a veces esconden otros fines, de tipo económico y político. Suelen tomar sus posturas al pie de la letra, como verdad inmediata de Dios, sin respetar la trascendencia divina y los diversos aspectos de la revelación.
Los miembros de estos grupos, que pueden terminar siendo violentos en la defensa de sus intereses y en el rechazo de las visiones religiosas y sociales de otros, pueden terminar acudiendo a medios violentos de coacción, sobre todo psicológica. Allí donde la religión pierde su hondura, dejando de ser experiencia de gratuidad, y donde los pretendidos creyentes son incapaces de asumir los valores “racionales” de un tipo de democracia (de respeto a las posturas de los otros) pueden surgir y surgen movimientos fundamentalistas. En esa línea, el mejor antídoto contra el fundamentalismo es la experiencia radical (fundamental) de la religión propia y la capacidad de diálogo con los que piensan y viven de una forma distinta.
4. Puede haber un fundamentalismo que se dice “antifundamentalista”,
vinculado básicamente a un cristianismo de izquierdas, propio de aquellos que condenan todos los restantes fundamentalismos (imperiales, jerárquicos…), sin darse cuenta de que ellos se han vuelto intolerantes y sectarios. Suele ser propio de grupos radicales, que se dicen “de izquierdas”, que buscan un tipo de cristianismo purista, que se identificaría con su propia opción social, en la línea de una revolución anti jerárquica que acaba cerrándose en sí misma, perdiendo su propia base cristiana.
Son fundamentalistas de este tipo los que condenan a todos los restantes movimientos cristianos (especialmente a los "jerárquicos"), creyéndose diferentes, y tomándose a sí mismos portadores de la única verdad, utilizando así la religión (el evangelio) como arma arrojadiza contra un tipo de historia y estructura de la iglesia.
En ese contexto se puede hablar de un fundamentalismo no sólo de derechas, sino también de izquierdos, distintos en un plano, muy semejantes en otro. Sobre cual de ellos es más abundante y peligroso en nuestro tiempo discrepan los sociólogos. Por eso quiero dejar el tema abierto (recordando que todos los fundamentalismos tienen su "inquisición", aunque no todos acudan a un tipo externo de condenas al exilio, cárcel y muerte de los contrarios).