Jesús y la misión universal de la Iglesia (La siro-fenicia, ffin)

El movimiento de Jesús
Jesús no ha querido reunir a un pequeño resto, sino realizar una obra profética al servicio de la redención o plenitud del conjunto de Israel. Por eso, no podemos llamarle profeta de un grupo de pobres de Yahvé (piadosos y buenos israelitas), sino más bien, de todos los elegidos y amados de Dios, ovejas perdidas de la casa de Israel, en apertura a todas las casas o naciones del mundo (como ha recogido Mt 28, 16-20, ratificando una trayectoria que había comenzado en el mismo Jesús). Como venimos indicando, Jesús se ha identificado de un modo especial con los excluidos, pero lo ha hecho para cumplir y culminar así la historia de Israel, representada por sus Doce escogidos (apóstoles), enviados a las Doce Tribus de Israel y por ellas al conjunto de la humanidad .
Los Doce, todo Israel.
Jesús no ha desarrollado una teología de elegidos, propia de unas minorías de puros o limpios, sino que puso en marcha un movimiento universal, desde los más pobres. Casi todos los grupos israelitas de aquel tiempo (fariseos y esenios) se situaban en la línea del resto elegido, destacando elementos de resistencia y piedad que eran buenos, pero que podían volverse elitistas. En ese contexto, al centrarse en los excluidos del sistema, Jesús puso en marcha un movimiento que podía y debía abrirse a todos, desde Israel, y así lo hizo vinculando dos signos importantes de la historia israelita:
(1) El signo de los Doce, representantes de las Doce tribus de Jacob, portadoras de una esperanza nacional que, en un segundo momento, puede abrirse a todos los pueblos (en la línea de Gen 12, 1-3).
(2) El signo de los pobres-marginados, que siendo de hecho israelitas, son expresión del conjunto de la humanidad, pues, estrictamente hablando, los pobres como tales no tienen nación ni elección particular sagrada. Esta unión de los Doce y de los pobres forma un elemento distintivo del mensaje y de la vida de Jesús.
Los Doce arraigan el movimiento de Jesús en el Israel histórico, pero son un signo que se abre desde el mismo Israel (con y como los pobres) a todos los hombres. No representan una a una a las Doce tribus de Jacob, pues la memoria concreta de algunas se había perdido, sino al conjunto de Israel, pueblo de la alianza, desde la perspectiva de los pobres. Ellos fueron una expresión viviente de la apertura a la totalidad de Israel y así los envío Jesús, para anunciar y preparar el Reino, pero perdieron pronto su importancia dentro de la Iglesia, no sólo por la traición de Judas, “uno de los Doce” (Mc 14, 43 par; Jn 6, 71), sino también porque ella, la Iglesia, no se estructuró como unión de Doce tribus, sino como pueblo universal a partir de la misión de los helenistas y del despliegue de la comunidad de Santiago, hermano del Señor, en Jerusalén (cf. Hech 5-7; 12-15), como indicaremos en La Historia de los primeros cristianos (segunda parte de este libro).
Los doce y los itinerantes pobres
Sea como fuere, los Doce deben vincularse desde el principio con los itinerantes/pobres, es decir, con los rechazados de la alianza básica del pueblo de Israel (pues carecen de tierra y propiedades). Nos hallamos, sin duda, ante una paradoja.
(1) Por un lado (a través de los Doce), Jesús viene a mostrarse como heredero de las tradiciones legítimas de Israel y de la restauración de las doce tribus.
(2) Por otro, él aparece también como alguien que supera la estructura israelita, abriéndose a través de los pobres de Israel a todos los pobres del mundo. Los nombres de los Doce, pueden en tres grupos (uno de cuatro, otro de cinco y otro de tres). Los cuatro primeros son más conocidos, de los cinco siguientes la tradición sinóptica no sabe casi nada. Los tres últimos, a excepción de Judas Iscariote, pueden variar .
En contra de una visión “mágica” del evangelio (según la cual todo lo que Jesús hizo y dijo tenía que cumplirse al pie de la letra, en un sentido externo), los Doce son un signo particular y fuerte del fracaso o, mejor dicho, del cumplimiento “distinto” de las promesas de Jesús. De esa manera, sean once o doce, ellos evocan un signo no cumplido (y reinterpretado) de esperanza mesiánica (las “Doce tribus” no han aceptado todavía el mensaje de Jesús, pero siguen llamadas a un Reino abierto ya a todos los pueblos). De una forma lógica, aunque quizá un poco unilateral, la Iglesia posterior les ha interpretado como “apóstoles”, es decir, como mensajeros de salvación universal, fundadores de una iglesia que se abre por ellos a todos los pueblos. Esa interpretación es valiosa, pero no responde del todo a la intención primera de Jesús, a no ser que vinculemos a los Doce con los pobres, y les hagamos no sólo un signo del “nuevo Israel”, abierto desde los pobres a toda la humanidad, de manera que las Doce Tribus de Israel vengan a entenderse (desde los pobres) como un signo de las Doce Tribus de la Humanidad, es decir, de todos los pueblos, como parece haber pensado el Apocalipsis (cf. Ap 21-22).
Un movimiento de itinerantes sin itinerario previo.
Como vengo diciendo, Jesús no buscaba un resto, ni un pequeño grupo de pureza, sino todo Israel y como signo de totalidad ha convocado a Doce, que no son estructura administrativa, ni poder sagrado, sino garantía de la misión e identidad israelita de Jesús. No son guerreros ni escribas, no destacan por sabiduría o riqueza. Son hombres de pueblo, de Galilea, no de Jerusalén (cf. Hech 1,11; 2, 7; Mc 14, 70 par). Son memoria del tiempo de Jesús y del comienzo cristiano y así recuerdan que la misión israelita debe mantenerse hasta que todo Israel sea salvado (Rom 11, 25). En ese sentido, su tarea sigue pendiente. Los cristianos posteriores han iniciado y realizado una eficaz misión a los paganos; pero, en un sentido, el signo de los Doce no se ha cumplido todavía, pues, como sabe Pablo, el conjunto de Israel no ha aceptado aún el evangelio de Jesús .
Toda la historia del judaísmo, al menos desde el tiempo de los macabeos, ha estado centrada en la separación de Israel y, al mismo tiempo, en su apertura al conjunto de la humanidad. Todos los grupos judíos querían universalizar de alguna forma el proyecto mesiánico de Israel, pero los medios que proponían eran diferentes (y algunos inviables): sumisión de todos los pueblos a Israel, apertura universal del culto del templo, irradiación supra-racional de la ley judía, un tipo de simbiosis filosófica con el helenismo (Filón)… Sólo Jesús, que sepamos, ha logrado encontrar e iniciar un camino práctico de apertura universal de Israel, desde el fondo de sus tradiciones, haciendo a los Doce “enviado” (pobres) un signo de apertura israelita al conjunto de la humanidad. En esa línea, las doce tribus de Israel (representadas por los Doce apóstoles) han de interpretarse como signo de salvación mesiánica, abierta, desde los itinerantes-pobres de Israel, a todos los pueblos.
Un movimiento abierto
Ésta es, a mi juicio, la gran aportación de Jesús y de su movimiento. Pero es una aportación en germen y, por ahora, es mejor no empezar trazando demasiadas precisiones, pues el movimiento de Jesús se hallaba esencialmente abierto (era un movimiento en camino) y Jesús no quiso “fijarlo”, ni lo dejó fijado, en el momento en que le ajusticiaron, aunque podemos y debemos afirmar que estaba abierto por los pobres (con los Doce) a los israelitas y a todos los hombres. Como gran parte de los judíos de su entorno, Jesús suponía que al final de los tiempos vendrían los gentiles a unirse con el pueblo de Israel, para así participar en el banquete del Reino, que él quiso ofrecer a (por) los pobres, añadiendo que muchos israelitas corrían el riesgo de quedar fuera, pues no eran fieles a las promesas de Dios (cf. Mt 8, 11).
Recopilando lo anterior, podemos decir que en el principio de la iglesia están los itinerantes y/o los pobres, con aquellos que les reciben y, de un modo especial, los Doce, que pertenecen al grupo de los itinerantes y que marcan el carácter israelita del movimiento de Jesús. Así se pueden unir ambos grupos y decir que los Itinerantes/Doce anuncian el Reino de Dios, en nombre de Jesús. Van sin llevar nada y de esa forma convocan y anuncian el Reino, desde la pobreza, quedando en manos de aquellos que quieran acogerles. Sólo allí donde surjan personas como estos itinerantes de Jesús podrá darse iglesia, con el gran poder de su palabra y de sus curaciones.
(1) La Iglesia nace de un fracaso. Brota por impulso de Jesús, que pone en marcha un movimiento de Reino, pero, al mismo tiempo, nace del “fracaso” de Jesús y de sus compañeros, pues el Reino que anunciaban no vino.
(2) En otro sentido, ella constituye un signo positivo de la plenitud y permanencia de la obra de Jesús, de la fuerza de su Espíritu, pues ella conserva y expande su movimiento, reuniendo a los itinerantes y sedentarios, en una comunidad abierta al Reino.
Nota final. La sirofenicia de Marcos
Éste es un tema de teología y experiencia posterior a la pascua, pero retoma las claves del movimiento de Jesús…. y traduce su experiencia.
-- Jesús llega a los confines de Tiro y se refugia en una casa, no queriendo conocer a nadie (Mc 7, 24). Este ocultamiento pertenece a su estrategia: se acaba de enfrentar a la ley del judaísmo (7, 1-23) y tiene que esconderse, para observar las consecuencias de su gesto; paradójicamente, ese ocultamiento es principio de nueva revelación (como en 6, 30-44). Esa casa en la frontera entre Israel (Galilea) y la región de Tiro es punto de partida de misión cristiana.
--Llega una pagana (sirofenicia, griega) pidiendo curación para su hija enferma (Mc 7, 25-26). Los escribas no vienen a Jesús, se cierran en su legalismo particular. Por el contrario, esta madre descubre más allá de la ley, desde su mismo paganismo, su poder de curación mesiánica. Con el dolor más profundo de mujer y madre (su hija está enferma), viene ante Jesús, pidiéndole ayuda.
--Deja que primero se sacien los hijos (tekna). No es bueno tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos... (Mc 7, 27). Así responde Jesús, con la tradición y teología israelita: primero han de comer los judíos, en abundancia mesiánica; sólo después, como en consecuencia, podrá extenderse la hartura a los gentiles. Es fuerte esta palabra, pero Jesús debe decirla, si quiere mantener la tradición israelita. No responde en nombre suyo, sino en nombre de la ley y teología de su pueblo. Ha de ofrecer a los hijos de Dios (hijos de Israel, judíos necesitados) el pan del reino. Lógicamente, esta mujer y su hija humana tendrán que esperar. No forman parte de la familia de Dios, de la nación mesiánica; son sencillamente unos "perrillos" que ladran; su lugar se encuentra fuera, separado de la mesa de la casa. Ciertamente, Jesús no les condena al hambre para siempre, pero quiere que primero se alimenten los hijos. No ha llegado aún el tiempo de los gentiles .
--(Señor!, pero también los perrillos comen las migajas que caen debajo de la mesa... (7, 28). Así responde la mujer, respetando el argumento israelita y profundizándolo de forma sorprendente. Ella acepta esas palabras (distingue entre hijos y perrillos), pero las invierte recordándole al Señor (Kyrios) de Israel que su banquete es abundante, que sobra pan (se desborda de la mesa), que es tiempo de hartura universal. No pide para el futuro (cuando se sacien los hijos...) sino para el presente, para este mismo momento, suponiendo que los hijos (si quieren) pueden encontrarse ya saciados .
- Por esta palabra que has dicho (Vete! Tu hija está curada (7, 29). Jesús acepta el argumento de la mujer, aprendiendo por ella a ser Kyrios universal. De esa forma avanza hasta las últimas consecuencias de su propio mensaje: el banquete de pan compartido, la mesa abundante de nueva familia (la iglesia) ha de abrirse desde ahora para todos. Así supera o rompe el muro que escindía a judíos y gentiles: en la casa de frontera, Jesús ha recibido la fe de la madre pagana que le ha convertido al mesianismo universal .
--La primera respuesta de Jesús ((deja que se sacien los hijos!...: 24, 27) es duramente negativa, suscitando una fuerte disonancia respecto a los temas y argumentos anteriores. Alguien pudiera pensar que Jesús se vuelve atrás, que olvida el carácter universal de su pan multiplicado, que vuelve a distinguir puros e impuros (hijos y perros), separando de esa forma el alimento de unos y otros. Es como si quisiera cerrar el camino que ha iniciado y no asumiera las consecuencias de su gesto. Pues bien, esta disonancia ha de entenderse desde la figura sorprendente de la madre que sabe penetrar en la estrategia de Jesús, para recordarle lo implicado en su mensaje. Desde el puro judaísmo resultaba difícil comprenderlo: hay que pasar a la otra orilla y mira del otro lado. Es lo que hace esta mujer, ayudando a Jesús:
-- Ella aduce la lógica de su maternidad frustrada (se le muere la hija) y razonante. Sabe más que el padre Archisinagogo de Mc 5, 21-43 y el semicreyente de 9, 14-29: sabe que el inicio de su maternidad tiene sentido y que Jesús, Mesías de Israel, debe ayudarla en el camino de maduración de su hija. Ante su necesidad pasan a segundo plano los argumentos de pureza e impureza, de buen pueblo y mal pueblo. Si Jesús ha ofrecido pan multiplicado para los "hijos" (han sobrado doce cestos de migajas: cf. 6, 43) debe haber comida para los perrillos. Por encima de las leyes de pureza, que acaban dividiendo a los humanos, por encima de todas las teorías que pueden emplearse para oprimir o expulsar a los pequeños, esta mujer presenta ante Jesús su argumento de madre: su hija necesita "el pan del reino"; si Jesús es mesías verdadero se lo tiene que ofrecer.
B Jesús acepta ese argumento, como Mesías que escucha a los humanos. No tiene la respuesta ya fijada, no posee una verdad inmutable. Su respuesta y verdad se mantiene y despliega en diálogo con ella. La madre ofrece a Jesús su palabra de dolor esperanzado y todos los argumentos del viejo o nuevo mesianismo cesan ante ella. Esta mujer pagana, humanidad sufriente, es principio hermenéutico supremo del nuevo mesianismo. B Ella conoce algo que ignoran los varones. Lo sabía también la hemorroísa de 5, 24b-34, que iniciaba en contexto israelita el cambio en la visión de la impureza. En esa línea sigue esta mujer pagana, descubriendo una verdad que los grandes escribas de Israel, fundados en la ley de los presbíteros varones (cf. 7, 1-7), ignoraban, por hallarse dominados por su propia ley patriarcal. Aquí, en el momento clave de la historia, cuando se rompe el nacionalismo religioso israelita y el pan del reino se abre a los gentiles (los perrillos), ha sido necesaria una pagana. Ella es mujer-madre, nueva Eva de la reconciliación: no rechaza a los "hijos" antiguos (a los israelitas como tekna: 7, 27); pero quiere un puesto para los "perrillos" en la mesa grande del banquete mesiánico
Esta mujer ha visto claro por hallarse en la otra parte (en la opresión de los gentiles). Ella es la "exegeta de Dios" y así sabe que ha llegado el momento de compartir la comida mesiánica, superando la ruptura entre antiguos hijos (que comían el pan sobre la mesa) y perrillos (que quedaban fuera). Con esta escena podría haber culminado la primera parte de la sección de los panes (6, 6b-8, 27) e incluso de Mc (1, 1-8, 27). Jesús ha ofrecido su pan y misión, en tierra de gentiles; puede comenzar la etapa final de su entrega en Jerusalén. Pero Mc ha querido explicitar lo anterior en nueva catequesis .