B. Lahoz. Dios en la cárcel ( intelectual, eclesial y social), Dios libertad

Cárcel eclesial, la Iglesia como cárcel religiosa.
Miradas las cosas desde la actualidad, debo afirmar que el P. Lahoz vivió en una cárcel intelectual y eclesial, controlado por un tipo de régimen “policial” de conjunto, un régimen de iglesia y estado que tenían la obligación de mantener bajo vigilancia (bajo un tipo de protectorado social y personal) a los ciudadanos.
Fue una cárcel “aceptada” quizá por obediencia religiosa… quizá por cálculo social y político. No había otra posibilidad, no se podían cambiar las cosas. Había trabajar y cambiar las cosas desde dentro de la misma “cárcel”.
Fue una cárcel abierta a la esperanza de un mundo futuro distinto… de una libertad que vendría. Él no tuvo posibilidades (ni quizá deseos) de luchas contra esa cárcel intelectual de un modo político… No fue un revolucionario o militante externo…Pero fue un verdadero militante interior.
Él nos decía a los jóvenes que lleváramos adelante lo que él había intuido y descubierto, que fuéramos capaces buscar una nueva filosofía y teología de la libertad. Estaba convencido de que nosotros, la nueva generación de intelectuales cristianos, que entrábamos en contacto con la cultura europea, en la década de los sesenta, nosotros lograríamos hacerlo.
Libertad política, el primado de la igualdad y fraternidad
Fue un hombre del diálogo y de la libertad, pero con “orden”. Para él, fue decisiva la experiencia de los enfrentamientos sociales y de la guerra fratricida en Barcelona. Lucha entre nacionalitas y anarquistas (con comunistas y socialistas). Según yo pude entender, él aceptaba el franquismo como una terapia pasajera que debía dar lugar a un diálogo y entendimiento distinto en el que, para él, sería básico el factor cristiano. En ese contexto puedo recordar dos cosas:
La revolución francesa. Yo le oí el año 1962/3 una conferencia sobre la revolución francesa, poniendo de relieve sus aportaciones y valores, en un contexto en el que, en España, se rechazaban los elementos básicos de esa revolución. Quería la política fuera un medio radical para vivir la igualdad, la libertad, la fraternidad.
Era partidario de la libertad democrática y republicana, es decir, del diálogo como modelo social y político. Quería una sociedad sin cárceles… Una sociedad en la que todos pudieran dialogar. Por eso, a su juicio, la cárcel era un fracaso, la expresión de una falta de comunión social y personal… una negación de Dios. Por eso había que hacer presente a Dios (al Dios del diálogo universal) en la cárcel.
La obra en las cárceles.
A partir de la guerra, desde el año 1939, al no podemos desarrollar una actividad intelectual, el P. Lahoz centró básicamente su actividad en la asistencia a los encarcelados. Él alimentaba la utopía de una sociedad sin cárceles. Le oí hablar con pasión de la libertad para todos, del diálogo entre todos los hombres y mujees. Entre los elementos de su acción en este campo puedo destacar los siguientes.
Exilio interior. Lo mismo que en el plano intelectual, mantuvo un tipo de exilio interior. Admitía por un lado el orden social existente…No quería criticar directamente lo que había, pero quería humanizarlo por dentro.
Vocación mercedaria. Se sentía vinculado a una tradición mercedaria de “liberación de los cautivos y presos”. Para él la labor de acompañamiento a los presos era signo de la presencia de Dios, del “diálogo” de Dios con los hombres.
El tema sigue sin resolver: se trata de “humanizar” las cárceles… dentro de una gran utopía o esperanza donde al final se puedan superar las cárceles, conforme al ideal de la Revolución Francesa (la toma de la Bastilla). No pudo resolver el tema en plano social. Por eso centró su actividad en ayudar a los encarcelados.
El Dios de los “fusilados”
El testimonio más claro que conservo sobre su visión de las cárceles y de los encarcelados está relacionado con la pena de muerte. Estoy convencido de que él era contrario a la pena de muerte, aunque no encontraba la manera de poder articular y defender ese convencimiento desde una perspectiva política, en la España del Franquismo. Por otro lado, la Iglesia oficial era partidaria de la Pena de Muerte. En ese contexto parece que lo único que podía hacerse es acompañar a los condenados a muerte, en un sistema donde “la verdad” objetiva se hallaba y triunfaba por encima del valor de las personas. En ese “espíritu de cruzada” y de verdad objetiva donde se podía matar mantener la verdad, dentro de un sistema de guerra constante, se sitúa la “confesión” del P. Lahoz:
Los fusilados de la Modelo. Nos habló de que había asistido a unos 4.000 condenados a muerte, entre el 1939 y el 1945. No puedo recordar exactamente los datos, pueden ser 3.000 o 5.000 fusilados, de todas formas, una cifra inmensa.
Nos dijo que nunca había querido “confesar” a nadie ni obligarle a morir como “cristiano”, sino que quiso dejar a cada uno con su propia verdad, con su conciencia… Ante la muerte, el “Dios supremo” no es el Dios de la verdad exterior y objetiva (que no existe), sino el Dios del diálogo personal y de la libertad.
Que lo único que hacía es ofrecer una “asistencia humana”: les preguntaba si podía hacer algo por ellos, mandar una carta a sus familiares algún recuerdo…
Nos aseguró que ninguno de esos se había “condenado”, lo que significa que ninguno había sido radicalmente infiel a la “verdad” (a lo que él llamaba Dios) y, de un modo más profundo, que Dios quería ofrecer a todos los encarcelados y a los fusilados no sólo su presencia general, sino su amor y palabra especial de diálogo. De esa manera estaba afirmando que ninguno pudo ser del todo “malo”, que ninguno debió ser condenado.
De esa forma, el P. Lahoz no se situaba en un plano de moral o de “juicio de conducta”, sino ante el plano de la libertad y dignidad de cada hombre… y se situaba, sobre todo, ante el Dios de Jesús, que es Dios de los condenados a muerte. Cuando la sociedad expulsa a un hombre o mujer de la “palabra”, cuando le “mata” está confesando que no cree en Dios (en el yo-tú-nosotros de la comunicación universal). Matar a un hombre es negar a Dios. Afirmar a Dios es amar y recibir de un modo incondicional a los “condenados” a muerte.
Así los decía que la Cárcel Modelo donde habían matado a tanto… era la verdadera Catedral de Barcelona, la Iglesia de la Merced… Allí estaba Dios, ofreciendo vida a los condenados a muerte.