Llaranes, Semana Solidaria. Emigración y/o venta de personas

Se celebra en Llaranes/Aviles (Asturias) una semana solidaria, dedicada al tema de la emigración.



Intervengo en ella, exponiendo el tema de la emigración y trata de personas. Mi exposición tendrá un sentido histórico/social, y culminará en dos opuestos, que marcan el sentido de nuestra sociedad:



-- Por un lado me ocupo del mercado desde la perspectiva del Apocalipsis, donde todo se compra y vende, todo tiene un precio, de manera que el hombre es sólo mercancía.



-- Por otro lado expongo la llamada de Jesús, cuando afirma que Dios se hace presente en los emigrantes y extranjeros. Entre esos dos extremos se mueve nuestra historia...



(a) O el mercado nos destruye, destruyendo la humanidad, convertida en rebaño al servicio de los intereses de algunos...



(b) O nosotros transformamos el mercado y lo convertimos en diálogo de humanidad, de respeto y servicio humano, de manera que nadie se puede convertir en extranjero.



1. Apocalipsis. Todo se compra y se vende.



El Apocalipsis no desarrolla expresamente el tema de la migración y la trata, pero lo supone, ofreciendo un esquema brillante de la perversión humana, de origen diabólico (cf. Ap 12), que se expresa en tres figuras simbólica, vinculadas entre sí, que forman una especie de tríada o trinidad satánica:



La primera figura es la Bestia Imperial, simbolizada básicamente por el Poder militar de Roma, entendida como revelación de lo satánico. Ante ese Poder (que es el cumplimiento pleno de las bestias de Dan 7) deben inclinarse todos, estando dispuestos a perderlo todo, por mantener la integridad creyente (la adoración del Dios verdadero). Por eso, al que le toque el destierro ha de estar dispuesto a la esclavitud o el destierro, y al que le toque la muerte ha de estar dispuesto a morir (Ap 13, 1-10).



La segunda es la Bestia ideológica, el falso profeta, la falsa religión que se pone al servicio del Poder absoluto de Roma. Aquí está la gran novedad del Apocalipsis, que no se fija sólo en la Bestia imperial, sino que pone de relieve la “raíz” y justificación del poder de esa bestia. Eso significa que el poder político-militar depende de un poder aún más hondo y más fuerte, de tipo ideológico, representado por la falta religión (la idolatría) del imperio, que organiza y regula la vida y comercio de los hombres, que no pueden comprar ni vender si no llevan el signo de la Bestia (cf. Ap 13, 11-18).



La tercera figura, plenitud y compendio de las anteriores es la Prostituta, la ciudad del comercio mundial, Babilonia la grande, que depende del poder militar, pero que es más que el poder militar; que depende del poder ideológico, pero que es más que el poder ideológica. Esta prostituta es la ciudad del comercio mundial, que se ha prostituido al servicio del poder. En otras palabras, es el mismo poder de la Ciudad (Roma), pero entendido como prostitución económica, un gran mercado de esclavitud y mentira (cf. Ap 17).



Desde aquí se entiende el argumento del Apocalipsis, que culmina en el anuncio de la caída final de esta Ciudad Prostituta:



“Aquella que ha dado a beber a las gentes el vino de ira de su prostitución y con ella se prostituyeron los reyes de la tierra, y los comerciantes de la tierra se enriquecieron con el poder de su lujo”.



Ésta es la Ciudad Suprema del mundo, que ha querido hacerse diosa, subiendo hasta el cielo, en la línea de las viejas ciudades perversas del Antiguo Testamento (cf. profecías de Isaías, Jeremías y Ezequiel), como son Tiro, y especialmente Babilonia. Ella se decía en su corazón: “Estoy sentada como reina; no soy viuda ni veré nunca la pena" (Ap 18, 7-8). De un modo muy significativo. El Apocalipsis describe la caída de la Ciudad Prostituta a través del lamento de los reyes y de los comerciantes del mundo, a través de una gran liturgia de muerte:



Llorarán y se lamentarán por ella los reyes de la tierra, los que con ella cometieron adulterio y compartieron con ella placeres, cuando vean la humareda de su incendio. A distancia y estremecidos de espanto ante el desastre de la ciudad, exclamarán:¡Ay, ay, la gran ciudad, Babilonia, ciudad poderosa! ¡Porque en una hora ha llegado tu condena!

Por ella lloran y gimen también los comerciantes de la tierra, porque ya nadie compra sus mercancías: y plata; piedras preciosas y perlas; lino, púrpura, seda y escarlata; madera de sándalo, objetos de marfil; utensilios de madera preciosa, de bronce, de hierro y de mármol y clavo; perfumes, ungüentos olorosos e incienso; vino y aceite; flor de harina y trigo; ganado mayor y ovejas y caballos y carros; cuerpos y almas de hombres (Ap 18, 9-13).






Llanto de reyes (18, 9-10). El poder necesita a la prostituta. La habían prostituido, viviendo en delicias con ella (bebiendo su sangre criminal, compartiendo su riqueza; cf. Ap 18, 3); ahora lloran su muerte porque la necesitaban, a pesar de que ellos mismos la habían matado: Esos reyes no lloran como inocentes, ni como víctimas, sino como culpables.



‒ Primero la han matado, pues han visto en ella un dique que se opone a su pasión de violencia (poder) infinito. La asesinan y devoran en desmesura criminal (cf. 17, 15-18).

‒ Después la lloran, como llora el "protector" por la mujer a quien ha prostituido, como el asesino por su víctima. Auténtico es el primer gesto (asesinato); auténtico el segundo (llanto), pero ya incapaz de divinizar a la víctima "culpable" (como en el signo del chivo emisario).



Llanto de comerciantes (18, 11-17). Los comerciantes que ahora lloran han pactado con la ciudad prostituida para bien de ellos mismos. No representan la riqueza buena, gozo de la vida, sino aquella que ha sido amasada con Prostituta e injusticias (18, 15). Lo que Juan, el autor del Apocalipsis, condena al condenar a los comerciantes no es la economía en abstracto, sino su estructura de prostitución organizada al servicio de la opresión.



La 1ª Bestia era el poder puro, violencia imperial; la 2ª era mentira organizada, religión y/o pensamiento al servicio del poder perverso. Ahora vemos a su lado la Prostituta/Ciudad como riqueza injusta, mala compraventa. Al servicio de ella ha estado toda gala y todo brillo (18, 14): vestidos de reina y diamantes (18, 16; cf. 17, 4), comercio de ricos mercaderes. Han comprado y vendido por ella, en ella han crecido, con ella se pierden.



El Apocalipsis ha mostrado el secreto de la economía imperial al servicio del lujo y sangre de la ciudad prostituida. No es economía humanizada, para bien de los pobres, ni un comercio creador de vida, que ayuda a compartir lo producido y que así vale como medio (espacio) de encuentro los seres humanos. Este es el comercio de la muerte, cueva de bandidos de la Prostituta (cf. Mc 11, 17). Entre riqueza y poder de perversión hay relaciones hondas.



Estos representantes del comercio mundial terminan comprando y vendiendo cuerpo y almas humanas. Éstas son las mercancías de su comercio:



Lujo: oro, plata, piedras ricas, perlas.



Tejidos caros, vestidos: lino, púrpura, seda, escarlata.



Materiales caros: sándalo, marfil, madera fina, bronce, hierro, mármol.



Especias: canela, clavo, perfumes, ungüentos, incienso.



Alimentos caros: vino, aceite, harina, trigo.



Animales: reses, ovejas, caballos y carros.



Personas: cuerpos y almas de seres humanos




Parece una lista comercial y lo es. Roma es un mercado universal, que empieza en oro y acaba en esclavos. Todo se compra y vende, incluidas las vidas humanas. Significativamente, en esta lista no aparecen expresamente mujeres, ni niños… pero están incluidos en la compra-venta de cuerpos y almas de hombres (seres humanos), como dice el texto con una precisión sorprendente.



Ciertamente, en el mercado de Roma se compran y venden cuerpos (sômata) de seres humanos, entendidos como pura mercancía, para el trabajo o para el sexo. Pero en ese mercado se venden también almas humanas (psykhas antrôpôn). El mercado mundial no quiere sólo esclavizar el cuerpo (el poder del trabajo, la exterioridad humana), quiere esclavizar las almas, es decir, la interioridad, el pensamiento.



Aquí se describe, quizá por vez primera, en la historia humana la pornografía diabólica del mercado universal donde se empieza comprando y vendiendo oro (objetos de lujo, tejidos, materiales nobles, especias, alimentos, animales…), para acabar vendiendo (al principio y al fin) seres humanos. Aquí está el gran problema, esta es la gran trata, organizada en forma de mercado universal.



Allí donde se compra y vende todo, al servicio de la Gran Prostituta, en un mercado que se apoya en la armas (1ª Bestia) y en la mentira o propaganda ideológica (2ª Bestia), la vida humana pierde su valor, está sólo al servicio del mismo mercado. Estos comerciantes que así se lamentan por la caía de Roma no tienen religión ni patria, o no importa que la tengan (al Apocalipsis no dice nada de ellos). Su patria es el negocio, su religión la ganancia. Roma, Ciudad sagrada de la Paz Eterna, encarnación de la justicia eterna (así pregona la propaganda político/sacral del tiempo), se ha venido a convertir en una simple y pura prostituta que vive de la compra-venta de cuerpos y almas.



Pero el autor del Apocalipsis ha sabido ver la mentira de ese comercio, de esa trata de muerte. Sabe que Cristo ha muerto por liberar a los hombres de esa esclavitud, y así proclama la caída de esta ciudad prostituta, para que pueda surgir la nueva Ciudad de los Hombre (Ap 20-22).



2. Acoger al extranjero (Mt 25, 35), misericordia y justicia.



En contra de la Prostituta del Apocalipsis está la ciudad de Jesús, donde todos los hombres y mujeres son hermanos, donde la tarea principal es acogerse unos a otros, empezando por los más pequeños:



Dar de comer a hambrientos y sedientos

Acoger y vestir a extranjeros y expulsados, a los pobres

Cuidar de los débiles. Enfermos y encarcelados.




Éste es el tema de Mt 25, 31-46, que comenzaba en un plano alimenticio (dar de comer, dar de beber) para pasar a un plano social, conforme a la gran tradición israelita donde se insistía en acoger extranjeros (gerim, prosêlytoi), con los huérfanos y viudas. Estos extranjeros de Mt 25 no son simplemente forasteros, personas de otra nación, sino también hombres y mujeres que pertenecen a otro grupo social y cultural, los expulsadas de cualquier grupo humano. Pues bien, estos xenoi, ajenos a la comunidad y al grupo dominante, son presencia de Cristo, que dice era extranjero y me acogisteis.



Acoger se dice en griego synagô, recibir, reunir en un grupo, para acoger y cuidar..., palabra de la que viene singoga, reunión o comunidad, en sentido social. Pues bien, en ese contexto, Jesús pide que acojamos en nuestro grupo (asamblea) a los extraños (xenoi), en un plano de hospitalidad humana más que simplemente espiritual. No se trata de recibir sólo en un “iglesia” entendida como grupo confesional creyente, sin más vínculos que un tipo de oración, sino en la “sinagogé” o comunidad social.



Este pasaje exige supone que, de un modo individual o en grupo, los seguidores de Jesús han de estar dispuestos a recibir a los xenoi o extranjeros, no integrados en la comunidad mayoritaria.





Entendido así, tanto en un plano personal y familiar como grupal, este pasaje eleva una propuesta de inmensas consecuencias para una iglesia, que no puede encerrarse como grupo/secta separada, sino que ha de abrirse a los de fuera, para ofrecerles un espacio de vida física y social, una casa, en el sentido que tenía entonces ese término. No se trata sólo de no rechazar (de respetar, de no matar), sino recibir al xenos en la comunión vital de los creyentes, en un tiempo como aquel en que los no integrados en un grupo se hallaban amenazados de muerte social e incluso física, pues era muy difícil vivir sin grupo (patria), sin un espacio que garantice una experiencia de humanidad.



Estos xenoi provenían de otros lugares, con otras culturas, pues habían debido abandonar su tierra, casi siempre por razones económicas, para vivir en entornos económicos, culturales y sociales extraños, en medio de un ambiente casi siempre adverso. Solían ser pobres y así carecían en general no sólo de bienes económicos, sino también personales y afectivos. Lógicamente, ellos formaban parte de los estratos socialmente menos reconocidos (valorados) de la población, condenados al ostracismo, dentro de una sociedad de clases, donde era muy difícil cambiar de estamento social.



Por eso, al decir “fui xenos y (no) me acogisteis”, el texto piensa ante todo en una iglesia o comunión creyente que ha de ser casa para los sin casa (como se dice en 1 Pedro). Ésta es, sin duda, una propuesta universal (todos los hombres y pueblos están invitados a acogerla), pero Mt 25 piensa de manera especial en los cristianos, que debían ofrecer a los extraños un espacio de vida, una casa, como sucedía al principio de la Iglesia.





Esta obra de misericordia nos sitúa ante un tema social de máxima importancia, en el que se decide el futuro de nuestra sociedad, e incluso de la vida humana, en un momento de grandes migraciones y cambios sociales. Es evidente que la iglesia no puede sustituir la responsabilidad política de la sociedad. Más aún, es posible que una emigración indiscriminada y una apertura indistinta a los extranjeros puede resultar poco eficaz, e incluso peligrosa para todos. Pero, desde un punto de vista cristiano (conforme a esta obra de misericordia) la solución no está en cerrar fronteras sino en abrir espacios de colaboración y acogida, poniendo tierra y bienes al servicio de todos, de manera que nadie tenga que salir por fuerza y todos puedan hacerlo, si quieren, pues el mundo es hogar de comunión universal.



La patria del cristiano es el diálogo y la acogida, abierta con y por Jesús a los más necesitados. Sobre los derechos estatales, por encima de las imposiciones de tipo nacional o militar, los cristianos creemos en la palabra, esto es, en la comunicación y la acogida (sinagoga). Hogar para los sin hogar, casa para los sin casa, ha de ser la Iglesia, conforme a 1 Pedro y Mt 25.



(El tema está tomado del libro de la Misericordia, que hemos escrito H. A. Pagola y un servidor)
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