"La evangelización de Mesopotamia se remonta a Mari, discípulo del apóstol Tomás" Mesopotamia (2). Del cristianismo sirio al maniqueísmo no cristiano

Apóstol Tomás
Apóstol Tomás

Conforme a una antigua tradición, la evangelización de Mesopotamia se remonta a Mari, discípulo del apóstol Tomás, que habría predicado en Édesa, antigua Osroene. Sea como fuere, la expansión del cristianismo en esa zona tomó un impulso fuerte en el tiempo de las guerras del siglo III d.C. entre el imperio romano y los reyes persas, partiendo de la alta Masopotamia.

Esas  iglesias han solido llamarse nestorianas, aunque es difícil afirmar que hayan sido “heréticas” en el sentido estricto de la palabra.  Su primera identidad e historia está marcada por los avatares del imperio sasánica/persa (240‒638 d.C.) y después por la "invasiónn" de  los árabes musulmanes, que conquistaron (desde el 640) grandes zonas Siria y todo el imperio de Persia.  

Fue un tiempo de graves conflictos de pueblos y duras conquistas,que culminaron con la invasión de los mogoles, que mantendrán por siglos los grandes imperios de Asia, desde China hasta la India y Persia (a partir del siglo XIII d.c.). E 

 PRINCIPIO

La llegada del Islam no significó el final de la iglesia siro-oriental, sino al contrario, precisamente entonces, a partir del siglo VII, ella tuvo un gran florecimiento espiritual y misionera, con teólogos como Dadisho‘Qatraya, Simón de Taibuteh, Isaac de Nínive, Juan de Dalyatha y José Hazzaya.

Los misioneros de esa iglesia llegaron hasta la India (donde crearon comunidades florecientes, que siguen manteniéndose en el momento actual) y hasta China, donde eran importantes en los siglos XIII-XIV. Sus escuelas y monasterios trasmitieron la sabiduría de occidente no sólo a mundo musulmán, sino que se asomaron también en el lejano oriente, en la India y China.

            Hubo un momento en que pareció que la cristiandad siro‒maniquea, centrada en la Alta Mesopotamia podría volverse dominante en el oriente, incluso al comienzo de las grandes invasiones de los mongoles, a lo largo del siglo XIII, en especial cuando conquistaron y destruyeron Bagdad el año 1258. Al principio, ellos no persiguieron a los cristianos, pues la mujer del Kan Hulagu era cristiana, de una comunidad siro-nestoriana, del entorno de China (y ellos mismos fluctuaban entre el budismo, el islam y el cristianismo nestoriano). Pero la situación cambió radicalmente cuando, a partir del 1295, la mayor parte de los mongoles, de la zona central de Asia, desde Persia hasta las fronteras de China se hicieron musulmanes, y empezaron a perseguir con violencia a los cristianos.

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            A partir de entonces, las iglesias siro‒nestorianas, centradas en gran parte en la Alta Mesopotamia, que eran quizá el grupo más extenso de la cristiandad (más que el latino, germano, griego o eslavo), empezaron a declinar ante el avanza imparable del Islam, que se ha mantenido hasta el día de hoy. No sabemos si ese decrecimiento ha sido imparable o si existen semillas cristianas de religión universal (principio de una nueva iglesia) en ese oriente hoy marcado de manera casi monolítica por el Islam.  

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ISAAC DE NÍNIVE,PADRE DE LA IGLESIA (640-700)[1].

Monje, y obispo de la iglesia arameo parlante de  Mesopotamis, uno de los autores espirituales más importantes de la historia cristiana. Nació en una zona del Golfo Pérsico (en la actual Qatar),  cerca de Ur de los Caldeos, fue ordenado obispo de Nínive, pero renunció poco después, para dedicarse a la vida espiritual y al estudio.

Sus trabajos, traducidos del sirio al árabe, al griego, al latín y después al ruso, han influido en la teología ortodoxa bizantina y eslava (incluso en escritores como Dostoievsky). En esa línea, Isaac ha sido y sigue siendo uno de los maestros fundamentales de una espiritualidad universal, fundada en la presencia del Espíritu Santo y en la libertad interior, testigo de la inmersión del hombre en el misterio de Dios, en una línea que abre caminos de diálogo entre místicos cristianos, judíos y musulmanes.

La experiencia y pensamiento de Isaac trasciende las oposiciones anteriores, el monofisismo alejandrino, y un dualismo nestoriano, sin necesidad de formular el dogma con las palabras de Nicea. A su juicio, um hombre que vive en un nivel de realidad externa tiene necesidad de leyes para vivir, y de libros para pensar y orar. Pero el creyente que vive y siente en un nivel radical de unión con Dios, como Jesús, no necesita libros ni leyes; no necesita introducirse en Cristo, pues vive en él

Isaac ha sido y sigue siendo uno de los maestros fundamentales de una espiritualidad fundada en la presencia del Espíritu Santo y en la libertad interior, con la inmersión del hombre en el misterio de Dios, en una línea que abre caminos de diálogo entre místicos cristianos, judíos y musulmanes:

Mientras el hombre no ha recibido el Espíritu, tiene necesidad de escritos de tinta que, a través de las imágenes, fijen en su corazón memorias útiles, a fin de que, meditando continuamente en ellas, renueve los estímulos para la perfección y discierna en su alma la manera de ponerse a salvo de las sutiles vías del pecado. Pues de hecho ese hombre no ha adquirido todavía la potencia de la guía del Espíritu, capaz de alejar aquel olvido que le despoja de las memorias utilitarias y que le va llevando a la quietud a través de la disipación del Entendimiento.

Pero cuando la potencia del Espíritu entra y habita en las potencias inteligibles del alma que actúa, entonces, en lugar de las leyes [escritas] con tinta, se fijan en el corazón los mandamientos del Espíritu y el corazón los aprende, en el secreto, por obra del Espíritu, sin tener necesidad ni de la ayuda de cosas sensibles, ni de la meditación de los sentidos. [Entonces, el corazón] ora sin relajación, pide con lágrimas, suplica ardientemente e implora con gran diligencia, sin cansarse nunca, hasta que reciba [lo que pide]. Tú serás retenido digno de estas cosas si es que, ante todo, haces violencia a tu alma, poniendo tus afanes en manos del Dios de la fe [cf. Sal 55, 23], si intercambias tu solicitud con su solicitud de Dios.

 Entonces, cuando tu voluntad vea que, por tu parte, tú has creído en Dios con toda la limpieza de la inteligencia y que te has hecho violencia a ti mismo, confiando en Dios más que en ti mismo, entonces, aquella Potencia [Espíritu Santo], de la cual tú no eres experto, habitará en ti; y así podrás padecer sensiblemente aquella potencia que está dentro de ti. No hay duda de que, sintiendo esta Potencia, muchos entran en el fuego sin miedo y caminan sobre el mar sin que sus pensamientos duden [teniendo miedo] de ser tragados [por ese mar]. Porque la fe fortifica los sentidos del alma; y [ésta] experimenta un tipo de persuasión invisible, que no puede ser debilitada por el pensamiento, que le lleva a no fijar la atención sobre la visión de las cosas que producen terror, sino sobre aquella mirada que se alza sobre los sentidos (El Don de la Humildad)[2].

“HEREJÍA” MANIQUEA[3] 

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       Mani, reformador religioso, de origen judeo-cristiano, nació en la región de Babilonia, dentro del imperio persa, en torno año 216 d.C. Parece que se llamaba Curbicus o Curbicius, pero en un momento dado recibió el nombre arameo de Mani Hayya, que significaría «Recipiente o Vaso de la Vida» (del que proviene el término Maniqueo). De esa manera ha sido recordado como Vaso o Recipiente de la Vida de Dios, como aquel que ha recibido la revelación definitiva.

        Fue en su origen un judeo-cristiano, pero no de tipo legalista, sino gnóstico. Era persa de Mesopotamia, de ascendencia no judía. En esa línea tendía a rechazar el Antiguo Testamento, porque le parecía demasiado vinculado a la materia, y buscaba un Dios más alto, de tipo interior, más allá de este mundo. Vivió en un tiempo y lugar donde se mezclaban y vinculaban diversas tendencias religiosas que contenían elementos judíos, cristianos, budistas y zoroastrianos, aunque los más importantes en su vida parecen haber sido los cristianos, lo que explica la importancia que para él ha tenido Jesucristo, de quien se considera sucesor y enviado o apóstol, lo mismo que Pablo, a quien admira e imita.

Su ciudad, Babilonia (centro del imperio persa, en Mesopotamia), era una encrucijada de movimientos sacrales e iglesias, donde junto a Zoroastro influían esquemas religiosos orientales (hinduismo, budismo), judíos y cristianos, en línea ortodoxa o heterodoxa. En ese contexto, Mani, hombre de gran cultura espiritual, se sintió inspirado por Dios para unificar las religiones. Perteneció a una comunidad cristiana de tipo elcasaíta, que vinculaba rasgos tradicionales del judaísmo (bautismos de purificación), con un tipo de rechazo del Antiguo Testamento y de los valores de la creación, considerada perversa (en una línea que puede compararse con la  Marción).

Experiencia fundacional

En el centro de la vida de Mani encontramos, según la tradición, dos experiencias. 

Una habría sucedido cuando sólo tenía doce años (en torno al 228 d.C.) y en ella el joven Mani habría descubierto su naturaleza trascendente, superior a la materia, por lo que tuvo que apartarse interiormente de su comunidad, aunque en lo externo siguió viviendo dentro de ella.

La otra le sobrevino doce años después, a los veinticuatro (en torno al 240 d.C.), y en ella descubrió la verdad plena, con la que se identificó, como receptor y destinatario del Paráclito que Jesús había prometido (en Jn 14-16). De esa forma pudo superar el «particularismo» judío (religión de un pueblo) y la «imperfección cristiana» (vinculada a la materia), descubriéndose depositario de todas las promesas anteriores, compendio y plenitud de las religiones del mundo. 

Esta experiencia, que pude compararse a la de Pablo (cf. Gal 1-2), fue el punto de partida de su nueva vida y misión religiosa. Se sintió de tal manera llamado y transformado por el Dios de Jesús, que a su juicio era cercano al del zoroastrismo, que vinculó y transformó en su vida las tradiciones anteriores, incluyendo en ellas el budismo, y de esa manera pudo presentarse como creador de una religión, que tomaba los valores de todas, desde una perspectiva en la que dominaba el componente cristiano, no porque él se entendiera como Apóstol de Jesucristo, sino por su manera de organizar la nueva iglesia.

En esa línea se sintió inspirado, añadiendo que el mismo Dios le había nombrado Paráclito, presencia divina superior anunciada por Jn 14-16. Así se dice que «el Espíritu santo, el Paráclito prometido por Jesús, reveló al niño (=Mani) la Verdad total, el Pasado, el Presente y el Porvenir» (cf. Puech, Maniqueísmo, Madrid 1957, 31-32). Partiendo de esta experiencia, elaboró una teología dualista, de tipo gnóstico, concibiendo al Espíritu como interioridad espiritual, en oposición a la materia, pues Dios se manifiesta allí donde los hombres se elevan sobre el mundo material del Diablo para alcanzar su verdad divina.

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Habitado por el Espíritu Santo, Mani tuvo el convencimiento de que Dios le había elegido como Revelador final, último de sus enviados, mensajero de la gnosis, la Verdad completa, manifestación corporal del Paráclito anunciado por Jesús. De esa forma se insertó, como testigo supremo, en una línea de profetas (Adán, Set, Henoc, Noé, Sem, Abraham, Jesús) que habían sido ya bien “organizados” por la gnosis anterior (judeocristiana), pero introduciendo en esa línea algunos personajes nuevos (como Buda o Zoroastro).

A su juicio, los enviados de Dios habían repetido siempre un único misterio, pero no lo habían hecho de un modo perfecto; por eso, sus religiones sólo fueron valiosas por un tiempo y debían superarse. El último profeta de los anterior (el más grande) habría sido Jesús, que anunció como precursor su venida final (la de Mani, Portador pleno del Espíritu), Paráclito de Dios más que profeta.

Este esquema de la sucesión de profetas, que van diciendo una misma verdad, siempre parcial, hasta que llegue la culminación, aparecía ya en las Pseudo-clementinas, de tipo judeo-cristiano gnóstico, que hemos visto en cap. 1[4]. Mani lo retomó y se consideró a sí mismo como el Vaso o Portador de la Vida de Dios, que ahora se manifiesta plenamente. No se presenta como encarnación (en contra del Jesús, Jn 1, 14), pues, estrictamente hablando, no existe encarnación, ya que lo divino es incapaz de identificarse con un cuerpo de carne (materia, apariencia), sino como presencia del Espíritu Santo, Paráclito manifestado en el mundo.

El Dios del evangelio de Juan (cf. Jn 1,14; 4, 24) era Espíritu, pero no como opuesto a una materia, sino a unos cultos y conocimientos particulares, imperfectos. Por el contrario, el Dios de Mani es puro Espíritu, de forma que no puede encarnarse, pues supera toda carne al revelar la presencia salvadora de la divinidad buena en la etapa final de la historia. De todas formas, en contra de Gal 4, 4, Mani no pudo vincular su venida a la «plenitud de los tiempo», pues la historia no tiene plenitud.

Conforme a la visión de Mani, la biografía humana (generación y nacimiento, crecimiento y comunicación personal) no es signo de Dios, sino un proceso de caída por el que las partículas divinas son esclavizadas por la materia, de manera que para salvarse las almas deben reintegrarse en el pléroma divino (no en la pléroma de los tiempos, como en Gal 4, 4). De esa manera, él ha interpretado el mensaje de Jesús en claves dualistas, de escisión entre espíritu y materia, entre el bien divino y el mal cósmico (diabólico), aunque sin un dualismo total (con dos dioses, uno bueno y otro malo).

  1. Una iglesia espiritual

En sentido radical, según Mani sólo existe un Dios el bueno, y él (Mani) viene a presentarse como su Apóstol, anunciado y preparado por Jesús, revelación final de lo divino, para que el Dios del bien triunfe sobre el mundo. Así pensó desde Babilonia (en el imperio persa), añadiendo que su tierra era centro del mundo, entre oriente (India, China) y occidente (Israel, Grecia, Roma).

Cruzada contra los cátaros

               Por eso quiso unir las religiones anteriores, añadiendo que la divinidad le había llamado para liberar a los seres humanos de la materia y para conducirlos a la libertad del Espíritu, por encima de este mundo. No se limitó a recibir una revelación interior y a cultivarla en un pequeño grupo de iniciados, como otros gnósticos de fondo cristiano, sino que vinculó su experiencia y tarea con un estilo de vida organizado al servicio de la transformación de la humanidad, con un proselitismo cercano al cristianismo, instituyendo un movimiento universal de salvación. 

                   Los que tienen su iglesia en occidente (cristianos) no han alcanzado el oriente; los que han elegido su iglesia en oriente (budistas) no han llegado hasta occidente... En cambio, mi esperanza irá hacia occidente, e irá también hacia oriente. Y se oirá la voz de mi mensaje en todas las lenguas, y se anunciará en todas las ciudades. Mi iglesia es superior en este punto a las iglesias anteriores, porque ellas fueron elegidas en países determinados y en ciudades determinadas; la mía, en cambio, se difundirá por todas las ciudades y mi evangelio llegará a todos los países. 

Mani interpretó su religión como cumplimiento de las anteriores, como el nuevo y más alto cristianismo del fin de los tiempos, pero no fue un “padre” de la Iglesia de Jesús, sino fundador y centro de su propia iglesia. Tuvo la certeza de que la historia ha de acabar y sólo queda tiempo para que los hombres se conviertan y liberen de este mundo material, retornando a lo divino. Con ese finse esforzó por fundar una iglesia bien establecida, con una Escritura sagrada, iniciando así un movimiento que se extendió por más de diez siglos, desde China hasta el extremo occidental de Europa, expresándose en grupos como los cátaros y albigenses.

Quiso vincular las religiones, pero no fue hombre de diálogo externo entre grupos, sino de silencio y mística negativa, fundador de una iglesia de negación de la carne, de lucha contra el mal del mundo. Su iglesia no ha pervivido, pero algunos de sus elementos retornan con regularidad, presentando a Dios como lo opuesto a la materia, de manera que él puede aparecer como representante de una teología del juicio y de la separación (con rechazo del mundo, en línea de espiritualismo puro).

A pesar de llamarle Paráclito de Cristo, sus seguidores no le han divinizado, pues él no se presentaba como portador personal de salvación, sino como mensajero de la negación del mundo y de un tipo de individualidad humana imperfecta. Así había anunciado el fin de la individualidad egoísta y la destrucción del tiempo de maldad y ruina de la historia, a fin de que las almas volvieran a su origen divino, superando la situación actual de ruina en que existen. 

Maniqueísmo, un cristianismo anti‒cristiano

A juicio de Mani, el mundo no es creación, sino efecto de un pecado, una realidad perversa. Por eso, el verdadero Dios (espíritu, no mundo) se distingue del «dios de la materia» (que es el mal, el deseo pervertido). Siendo portador de una revelación supra-mundana, Mani no quiso salvar la historia de esta humanidad (como Jesús, al anunciar el Reino), sino liberar a los hombres de ella, elaborando un tipo de cristianismo dualista, no en línea apocalíptica, a partir de la venida del Espíritu Santo, como había hecho Montano (cf. cap. 2), sino en clave gnóstica (rechazando materia y carne, deseo y vida, buscando una interioridad sagrada).

 ‒ El Dios de Mani es puro espíritu y su religión es anti-material. Él y sus discípulos (iluminados, pneumáticos) se sintieron «caídos» (extraños) en un mundo de perversión, de enfrentamiento y muerte, pero descubren en sí mismos un germen de divinidad, que les permite superar la opresión de la materia y del mal deseo. Cada uno ha de salvarse a solas, cultivando su interior divino, sin mediaciones ajenas (sin encarnación de un Cristo redentor). De esa forma, los iluminados liberan su chispa de divinidad, que estaba caída y perdida en ellos mismos, superando la materia y retornando a su verdad en el Espíritu, sin necesidad de verdadera iglesia, ni de amor al prójimo, en contra de la gran tradición patrística de la Iglesia, que ha insistido siempre en el mensaje social de Jesús.

La religión de Mani es tambiénanti-histórica. A su juicio, la historia no es revelación de Dios, ni producto de una acción positiva de los hombres, sino olvido y exilio. El alma es parcela divina, que ha caído del alto, que sufre en el mundo y que desea liberarse de su encierro histórico, donde la dominan dos grandes deseos perversos: placer sexual y violencia asesina. El mensaje de Mani no quiere que los hombres transformen la historia, de manera que puedan descubrir su plenitud en ella, sino ayudarles a dejarla: El verdadero Dios no enseña a vivir y crear, sino a morir y des-vivirnos. En contra de eso, el Dios de los Padres de la Iglesia ha sido siempre un Dios de encarnación y de compromiso social en la historia

  Sexo y violencia (placer y muerte) son los dioses falsos de la historia pervertida, dos caras de un mismo sistema de opresión donde los hombres se atraen y repelen, procrean y matan por pecado. Deseo de vida propia y lucha mutua (sexo y batalla) definen y destruyen la historia de Dios en el mundo, pues en el mundo no hay Dios. De manera consecuente, él condenó la violencia del sexo (y el mismo sexo), como deseo perverso y destructor, una trampa de muerte. También condenó otras formas de violencia social (caza de animales, guerra entre naciones).

En contra del maniqueísmo, a pesar de ciertas vacilaciones, los Padres de la Iglesia no habían identificado ni vinculado el sexo con el pecado, pues el Dios de Jesús es “Dios encarnado”, esto es, un Dios que habita y se revela en la carne‒historia de los hombres. El maniqueísmo se situó de esa manera en la línea de la gnosis, cuyos principios histórico‒teológicos he destacado en cap. 2, poniendo de relieve la respuesta anti‒gnóstica de los Padres Apostólicos, especialmente a partir de Justino e Ireneo. En ese contexto debemos recordar que el maniqueísmo fue para la Iglesia un fenómeno tardío, de manera que podemos llamarle post-cristianismo. De hecho, cuando Mani comenzó a crear su sistema gnóstico (hacia 240/250 d.C.), el conjunto de la Iglesia (con Justino e Ireneo) ya había superado el gnosticismo.

Una religión dualista

En el fondo anterior sitúa Mani su visión de Dios y el Diablo, entendido como deseo de carne e impulso de violencia. A su juicio, el verdadero Dios habita más allá de los deseos y contiendas de la historia, de manera que no puede encarnarse (en contra del himno de Flp 2, 6‒11) y de la fórmula de Jn 1, 14: “Y el Logos de Dios se hizo carne”. Según eso, está más cerca del Budismo (¡todo es dolor, todo dolor nace del deseo!), como culto y camino elitista de anti‒creación.

Lógicamente, conforme a la visión de Mani, el verdadero Dios no habla por el Antiguo Testamento, que es una religión de violencia, sino que se opone a su mensaje. Por eso, él asume vida de ascesis consecuente y de renuncia a los deseos materiales (procrear, poseer, luchar). Por eso, como he dicho, el Dios del Antiguo Testamento se identifica con el Diablo, que se expresa en el deseo sexual, que puede concretarse en el mito de la Mujer perversa (que cautiva y encierra al alma en la materia) y que actúa a través del deseo sexual y la violencia interhumana (guerra). Por eso, el hombre religioso no debe transformar y salvar este mundo, sino salir del mundo, procurar que termine.

Según eso, para Mani el matrimonio no es signo de Dios y tampoco lo es el nacimiento pues introduce a los hombres en el proceso de la vida material en sus reencarnaciones. Todo lo que encadena o encierra la luz de Dios (el alma divina) en la materia es negativo. Por eso, la sexualidad procreadora es una perversión, es la manera que Satán ha escogido para engañar a los seres humanos.  En esa línea, en algún sentido, la religiónmaniquea está más cerca de Zoroastro que de Moisés, no un movimiento creador, sino limitador de la vida, que empieza con el sexo y termina con la muerte:

        El pecado capital es la fornicación, que es en sí abyección, bestialidad, inconsciencia; y, por consiguiente, la procreación de nuevos hijos en este mundo de materia nos hace cómplices e instrumentos del plan forjado por el Mal, llevándonos a prolongar en el cuerpo de nuestros descendientes la cautividad de una parte de la Luz que estaba en nosotros[5].

 La forma de vida actual del hombre en el mundo carece según Mani de sentida, no solamente es mala, sino que es ilusoria.  Según eso, en contra de la teología anti‒gnóstica de Ireneo (abierta a la promesa de la historia salvadora), conforme a la visión de Mani, los hombres debemos des-hacernos, superando el deseo de la vida (sexo, fuerza agresiva). No deberíamos haber nacido, pues el nacimiento nos escinde de Dios, pero una vez nacidos tenemos que limitar y superar el mal del nacimiento. El buen vivir es aprender a morir, para que volvamos al Dios supramundano.

En esa línea creó Mani su iglesia, de un modo jerárquico, dividiendo con todo cuidado a los hombres, conforme a sus méritos y capacidades, suponiendo que casi todos son imperfectos y débiles, siguen vinculados a los deseos de la tierra; por eso sólo pueden ser oyentes o principiantes de la iglesia maniquea. Sólo son maniqueos de verdad los perfectos, liberados de la carne y los poderes violentos de la vida. Los auténticos maniqueos han vencido, de manera programada, los deseos de poder-placer, conforme a la doctrina de las tres prohibiciones: Deben abstenerse de la carne y bebida fermentada (sello de la boca), deben superar toda violencia (sello de la mano) y, finalmente, tienen que renunciar a toda relación sexual (sello del vientre). Mala es la procreación (por su placer perverso) y es mala toda forma de creatividad mundana (que nos sigue vinculando a la materia).

En contra de eso, tanto el mensaje de Jesús como el proyecto de evangelio de Pablo (cf. 1 Cor 1‒2) está dirigido básicamente a proclamar y fomentar la vida, a partir de los “pobres” y excluidos, en gratuidad, superando un deseo egoísta, pero al servicio del amor concreto a los demás (cf. Rom 13, 8‒14). La redención cristiana no consiste en evadirse del mundo, sino en liberarlo. En contra de eso, según Mani no hay libertad, ni gratuidad, ni comunión positiva mientras seguimos esclavizados en el mundo, atados a una tierra de materia antidivina a la que hemos caído por pecado y de la que debemos liberarnos por ascesis interior.

En ese contexto, los maniqueos cultivan una experiencia extrema de extrañamiento y negación de Dios en la historia. Para encontrar al Dios bueno hay que separarse de todo aquello que nos ata y encierra en esta tierra de bebidas embriagantes, de sexo y violencia. No hay atracción sexual buena, ni deseo positivo, ni generación portadora de vida. Por eso, la misma afirmación de Dios exige la negación del Dios del mundo, con los deseos y poderes malos de la historia.

‒ Ciertamente, muchos cristianos, incluidos algunos Padres de la Iglesia, en una línea cercana al maniqueísmo, entendieron el mundo como cautiverio. Pero en conjunto, ellos no lo condenaron, ni rechazaron la historia, sino que la vieron como lugar y camino de salvación. En esa línea debemos afirmar que la condena del mundo y la renuncia a la solidaridad carnal no son actitudes cristianas. Tampoco es cristiano un elitismo, que divide a los hombres en perfectos (que han superado el deseo de la vida) e imperfectos (que siguen vinculados a ella).

Por eso, en sentido estricto, el maniqueísmo (como los sistemas gnósticos radicales) es contrario al cristianismo de los Padres de la Iglesia. A pesar de ello, ha influido y sigue influyendo en la historia cristiana, de manera que todavía hoy se suele acusar de “maniqueos” a quienes juzgan a los otros, condenan la vida del mundo y dividen la realidad en dos grupos: por un lado estarían aquellos que tendrían la verdad y podrían presentarse como buenos; por otro estarían aquellos que viven y piensan de un modo distinto.

Desde este fondo, a modo de conclusión, para situar el maniqueísmo en el contexto de un “curso de patrología”, debo añadir tres reflexiones de base que nos ayudan a plantear el tema, desde una perspectiva histórico‒teológica, que debería desarrollarse una forma mucho más precisa y más extensa:

Maniqueísmo y oriente cristiano. He situado el maniqueísmo en el contexto de la patrología sirio‒oriental porque Mani ha surgido en ese contexto, en el ancho espacio de la cristiandad aramea, sobre la base de un judaísmo mezclado de zoroastrimo, en un campo de cruce entre oriente y occidente. Babilonia (el imperio persa de los partos) se situaba entonces en el ámbito de influjo de la iglesia y tradición aramea abierta hacia el oriente de Asia (India y China).

               Ciertamente, parece que Mani escribe algunos textos en persa medio, retomando la tradición zoroastrista, pero el idioma principal de su Escritura y Mensaje fue el arameo, entre el mundo helenista de occidente, y el ancho mundo de oriente. El maniqueísmo se extendió pronto en un contexto helenista e incluso romano (proclive a la gnosis), como muestra la vida y obra de San Agustín, pero su expansión natural más duradera se ha dado en un contexto originario de lengua aramea, pero abierto pronto al persa y a los diversos idiomas del centro de Asía, hata China, confundiéndose a veces con el “nestorianismo”, de un modo especial en las iglesias o comunidades China occidental, desde el siglo XII hasta el XVII, en zonas que han terminado siendo musulmanas.

2. Desde finales del siglo III hasta el V‒VI d.C., el maniqueísmo ha sido un riesgo (amenaza) para el cristianismo helenista y romano, siendo rechazado de diversas formas,como muestra la historia de San Agustín, y de un modo especial la visión crítica de Epifanio de Salamina (Ancoratus…) que presenta el maniqueísmo como riesgo y herejía principal de los cristianos. Así aparece también en Juan Damasceno  , quien escribió un tratado especial Contra los Maniqueos, que son, a su juicio, más peligrosos para la fe la iglesia que los musulmanes.

               De un modo muy significativo, un tipo de maniqueísmo llegó hasta el occidente romano, como muestra la “herejía” de Prisciliano, en España, de la que trataré en cap. 5. El mismo imperio romano vio el maniqueísmo como un reto, mucho más peligroso al fin que el cristianismo, por su forma de rechazar el orden social, los “valores” del poder y la conquista militar. En esa línea, debemos recordar que la “dualidad en Dios” y el riesgo del mundo entendido como potencia mala ha sido una amenaza no sólo para los padres de la Iglesia, sino para los poderes imperiales.

               Es importante el hecho de que el maniqueísmo fuera condenado no solo por los concilios “imperiales”, empezando por Nicea I (325), hasta Nicea II (680), sino por muchos Padres de la Iglesia (desde Atanasio a Juan Damasceno, desde Teodoreto de Ciro a Efrén, desde Epifanio de Salamina hasta Agustín). Sin embargo, la persecución y condena más eficaz fue la promovida por las autoridades civiles, que vieron el maniqueísmo como un peligro para la extensión de su poder, y para el tipo de paz económico‒militar que ellos querían imponer en reinos e imperios. Así podemos citar el hecho de que imperio romano terminara aceptando y “consagrando” el cristianismo como religión oficial, pero rechazando al maniqueísmo, con duras persecuciones e incluso guerras de exterminio, desde el tiempo de Teodosio I, quien, tras proclamar el carácter oficial del cristianismo decretó una durísima persecución contra los maniqueos (año 381)[6].

Es también importante el hecho de que, al final del período antiguo de la iglesia de occidente (entre el siglo XII‒XIII d.C.) el maniqueísmo de tipo albigense, apareciera de nuevo como herejía y riesgo principal para los cristianos.    Ese momento de la iglesia y cultura cristiana de occidente está  marcado por el enfrentamiento de la iglesia romana en contra con la gnosis maniquea explícita, no sólo en forma de doctrina, sino también en forma de violentísima “cruzada antialbigense”, que se extiende del año 1209 al 1219, precisamente en el tiempo en que nace la nueva escolástica latina, con su poder argumentativo, militar y económico.

NOTAS 

[1] Sobre su vida y obra, en español: S. Chialá, Isaak de Nínive. El don de la humildad: itinerario para la vida espiritual, adaptación X. Pikaza, Sígueme, Salamanca 2007. Cf. también Discorsi spirituali, Qiqayon, Bose 1985; Y de Andia, Hèsychia et contemplation chez Isaac le Syrien, Colactánea Cisterciensia 53 (1991) 20-48; S. P. Brock, St. Isaac the Syrian: two unpublished texts, Sobornost 19/1 (1997) 7-33; St Isaac of Nineveh and Syriac spirituality, Sobornost 7/2 (1975) 78-89; P. Bettiolo, "Avec la charité comme but". Dieu et création dans la méditation d'Isaak de Ninive, Irenikon 65 (1990) 323-345; D. A. Lichter, Tears and contemplation in Isaac of Nineveh, Diakonia 11 (1976) 239-258; P. T. Mascia, The gift of the tears in Isaac of Nineveh, Diakonia 14 (1979) 255-265.

[2] Las numerosas versiones que conoció la obra de Isaac muestran que tuvo un gran éxito. Isaac se convirtió pronto, en un maestro indiscutido de la vida espiritual, sobre todo en los ambientes monásticos, y sus obras se difundieron con mucha rapidez. Allí donde el recuerdo de la ruptura con la iglesia de Mesopotamia, de la que Isaac era hijo, y de la así llamada «teología nestoriana» permanecía particularmente vivo, los traductores y copistas supieron adaptar el texto para evitar oposiciones, omitiendo, y a veces incluso sustituyendo, los nombres de Evagrio y de Teodoro de Mopsuestia, que Isaac cita con frecuencia. Quizá con el intento de hacerlo aparecer más «ortodoxo», algunos manuscritos pusieron al principio de su obra una noticia biográfica, absolutamente privada de fundamento histórico, según la cual Isaac habría trascurrido la última parte de su vida en el desierto de Escete, en Egipto. Una tradición, esta vez de origen occidental, afirmaba, en cambio, que, después de haber abandonado el episcopado, Isaac Isaac vivió como eremita en Spoleto, Italia (cf. S. Chialá, Introducción a Isaac de Nínive,El don de la humildad).

[3] Cf. F. Bermejo, El maniqueísmo. Estudio Introductoria, en F. Bermejo y J. Montserrat, El maniqueísmo. Textos y fuentes I‒II, Trotta, Madrid 2008. Cf. también Ch. Puech, El maniqueísmo, I. Estudios Políticos, Madrid 1957. Para el estudio de la historia y doctrina del maniqueísmo sigue siendo esencial G. Widengren, Mani und der Manichäismus, Kohlhammer, Stuttgart 1961 (trad. inglesa Mani and Manicheism, Weidenfeld,London 1965); Die Religionen Irans, Kohlhammer, Stuttgart 1955; Id. (ed.), Der Manichäismus, WB, Darmadst 1077; J. A. Asmussen, Maniqueísmo, en C. J. Bleeker y G. Widengren, Historia Religionum I, Cristiandad, Madrid 1973, 561-590; A. Böhlig (ed.), Die Gnosis III. Der Manichäismus, Artemis, Zürich 1980.

[4]Cf. O. Cullmann, Le Problème littéraire et historique du Roman Pseudoclémentin, Alcan, Paris 1930; Cristología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1998, 65-104; L. Cerfaux, Le Vrai Prophète des Clémentines: RSR 18 [1928] pp. 143-163).

[5] Ch. Puech, El maniqueísmo, Estudios políticos, Madrid 1957, 65

[6] Esta “historia” ha sido narrada con fidelidad por A. Ropero, Mártires y Perseguidores: Historia General de las Persecuciones siglos I-X, Clie, Viladecavalls  2011.

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