Muhammad: Chamanismo sí, mística no (A. Aya)

Este es el tema de fondo del libro de A. Aya, El secreto de Muhamma. La experiencia chamánica del Profeta del Islam (Kairós, Barcelona 2006). Aquí he querido recoger la reflexión temática conclusiva del libro (¡Gracia Abdelmumín). Si el tema interesa puede ofrecer, en días sucesivos, algunos capítulos concretos de la obra, donde se documenta de forma sorprendente el fondo chamánico de Muhammad. Teniendo eso en cuenta podremos concretar después mejor el sentido de la mística.
La tesis de Aya es muy sencilla: la mística acaba siendo un refinamiento espiritual de gentes elitistas (critianas, musulmanas o hindúes...; en contra de eso, el Islam no es una mística, sino una "sumisión radical" a la Realidad, en la línea del chamanismo originario (anterior al surgimiento de las grandes religiones de oriente y occidente). En esa línea, el Islam no es una religión más, sino "la religión originaria", el chamanismo universal, que una experiencia profunda de inmersión del hombre en la realidad, en sus poderes.
Ciertamente, para A. Aya, Muhammad es un profeta o, mejor dicho, "el profeta". Pero puede serlo porque es un "chamán universal", hombre concreto que ha sabido introducirse desde au Arabia materna, en las raíces de lo humano. El libro de V. Aya está lleno de estudios parciales concretos sobre los aspectos chamánicos de Muhammad y del Islaar originario, a partir de los textos más antiguo de la tradición musulmana. Si sigue habiendo interés en el tema podemos evocar algún elemento chamánico especial. Aquí he querido reproducir las conclusiones del libro (págs 148-153). Es evidente que quien quiera entenderlas mejor tendrá que leer el libro entero, que le recomendamos.
Muhammad, un chamán (elprofeta chamánico)

Alinead las filas y agrupaos, porque –por Aquel en cuyas manos está mi alma- puedo ver al Shaytân atravesar los huecos en las filas como si fuera un rebaño de corderos color tierra (Sahîh al Yâmi’, vol. 1, pág. 384. El hadiz se remonta a Abû Dâûd).
Nosotros, en este ensayo, hemos creído probar las similitudes entre 25 rasgos que se dan en las experiencias muhammadianas y sus equivalentes en la experiencia chamánica universal. El objetivo que nos habíamos propuesto es destruir un tabú que sólo contribuye a privarnos de la dimensión más tremenda y cotidiana de la espiritualidad muhammadiana. Y ello por una sencilla razón: si se nos roba a Muhammad como lo que fue, un hombre que consiguió encontrar el modo de hacerse cargo de su mundo, se nos obliga a sustituir la experiencia que Muhammad tiene de la existencia por una espiritualidad más de amor al Ser Supremo. Y se nos exige centrar en este amor –amor a una entelequia- la aspiración del musulmán, perdiendo la trascendental importancia para nuestros días del mensaje coránico.
Algunos de los rasgos chamánicos del Profeta Muhammad que hemos citado, en resumen, han sido los siguientes:
Elemento 1 El mensajero alado
Elemento 2 Violencia de los mensajeros celestes
Elemento 3 La apertura del pecho
Elemento 4 El mismo chamán, testigo de la operación
Elemento 5 El urgamiento en las entrañas
Elemento 6 La víscera que se toca
Elemento 7 El cerramiento de la herida
Elemento 8 Las visiones de luz interior
Elemento 9 Los dolores de cabeza
Elemento 10 La cueva como lugar de encuentro
Elemento 11 El sueño como momento propicio
Elemento 12 El calor místico durante el trance
Elemento 13 La destrucción del mundo
Elemento 14 Los muertos salen de las tumbas
Elemento 15 El paso por el puente del horror
Elemento 16 El agua de la vida
Elemento 17 El centro del Mundo
Elemento 18 Ascenso desde la montaña
Elemento 19 Una cabalgadura alada
Elemento 20 Un guía en lo desconocido
Elemento 21 Una descripción de las regiones beatíficas
Elemento 22 El Árbol del Centro
Elemento 23 El alma como pájaro
Elemento 24 Las esposas celestes
Elemento 25 El descenso a los infiernos
Y todos estos datos no son ofrecidos a la fe del creyente [mu’min] para que sean aceptados como objeto de creencia sino propuestos a la capacidad del hombre de desvelar signos. El musulmán tiene ocasión de experimentar lo que a otros creyentes se le pide que acepten por fe para salvarse. Y, en la medida que el musulmán no pudiera experimentarlo, no se le exige que sea un símbolo válido para él. Porque el Misterio –y de ello debiera tomar buena cuenta la Iglesia Católica- no se impone; se sugiere.
Quién y qué era Muhammad
Muhammad no era un casto varón, un beato, un personaje blando representable en sfumatto, como tampoco Jesús fue el Cristo de Zefirelli. Muhammad y Jesús, y Moisés, y Zaratustra eran, como ya hemos dicho, hombres que irradiaban fuerza, chamanes, seres humanos que removían las energías de lo que les rodeaba. Un hadiz que se remonta a ‘Alî describe a Muhammad de un modo revelador:
Cualquiera que lo veía de repente, se espantaba de él
¡Se espantaba de él..! Tal era la impresión que ejercía a simple vista su rostro, su mirada.. Y, sin embargo, continuaba diciendo el primo del Profeta:
quien tuviera contacto cercano con él, le amaba
Cuando los musulmanes conversos de Europa dejen de perder el tiempo con Guenon, con Schuon, con Corbin, incluso con Rumi, o Ibn ‘Arabî, y vayan directamente a Muhammad, a su vida y a sus hadices, descubrirán a un hombre que les fascinará y que también les helará la sangre. Y, si quieren seguir siendo musulmanes, tendrán, o bien que negar el hadiz como fuente de conocimiento, o bien resituar su Islam en la tradición semita.
De antemano anunciamos que no nos conformaremos con “un Islam semita”; tenemos que llegar a la raíz de la universalidad de Muhammad. Pero no podemos llegar a Muhammad desde otra tradición que la suya. No se llega a Muhammad desde el Islam griego de los filósofos aristotélicos o neoplatónicos, ni desde el Islam persa de los ishraquíes, ni desde el Islam cristiano de los sufíes y los wahabíes, ni desde el Islam al gusto de los intereses colonialistas. A cada profeta hay que llegar desde la tradición que lo engendró. Y para hacer de Muhammad el Hombre Universal que es hay que llegar al desierto. Sólo cuando lo logremos y entremos en el pellejo de Muhammad tal como fue y como sintió, y carguemos con el peso de la Revelación como Jesús cargó con la Cruz, sentiremos que dejamos de ser semitas, griegos o cristianos y somos universales, como él lo fue.
Muhammad, del desierto de Arabia
Pero lo primero es lo primero. Y lo primero es volver al desierto de Arabia del siglo VII, un mundo con una propuesta ética y estética diferente a aquel en el que hemos sido educados los conversos. Un mundo en el que Al-lâh tiene dos manos derechas, en el que los mártires resucitarán con sus heridas brotando sangre que olerá a almizcle, que es también a lo que olerán los eructos de los bienaventurados; un mundo en el que la orina y los excrementos del caballo que hemos donado para el yihâd será pesado en la balanza de nuestras buenas obras, en el que quien menos obras buenas haya realizado recibirá en “la otra vida” una luz en el dedo gordo del pie que alumbrará intermitentemente, y en el que los barcos podrán navegar por los surcos que les deje en las mejillas la sangre que llorarán los incrédulos en el Último Día; un mundo en el que se nos dice con desparpajo que el Shaytân se escapa soltando pedos al oír la llamada a la oración, que las muelas de los habitantes del Fuego serán como la montaña de Uhud, que la primera comida de los bienventurados será hígado de ballena o que Moisés le pegó al Ángel de la Muerte y le sacó un ojo… Sencillamente, un mundo diferente.
Será en ese desierto de Arabia de hace catorce siglos donde nos encontraremos con Muhammad, el Profeta, el chamán, y su mundo mágico de baraka, de genios y demonios. Descubriremos, entonces, una tradición que tiene algo trascendental que enseñar al mundo de hoy: el autocontrol, el miedo a carecer de límites, la postración ante lo que nos supera, la vergüenza de habernos constituido en tiranos de la existencia.
Ahora sí, ya podemos entrar en la estancia de Muhammad como Hombre Universal, como ser humano que podía “ver” las relaciones invisibles entre las cosas porque estaba en ellas.
El chamán es el que, porque está dentro, observa cómo las cosas se entraman sin por ello dejar el mundo de la acción, el mundo de la gestación de lo nuevo. Ambos ámbitos son el mismo: la contemplación desde dentro y la acción que produce realidad. Porque las cosas se comienzan a relacionar unas con otras sólo cuando han sido llevadas a su culminación. De ahí la importancia que daba Muhammad al correcto acabado de lo que se emprendía. Nos lo enseñó ‘Uzmân al-Adzami: “Sólo cuando se completa con cuidado cada una de nuestras obras pueden interaccionar unas con otras y crear a su vez nuevas cosas”. Efectivamente, el secreto del Nombre de Al-lâh al-Jâliq [el Creador] es el cariño que nosotros hemos puesto en lo que hemos hecho. Esto es lo único que tenemos que hacer: quemarnos en la realidad, y dejar que nuestras cenizas penetren con la lluvia de la rahma en la dura realidad material que nos soporta.
El Islam que le quede al converso tras sus pesquisas a duras penas podrá ser llamado “religión”, en el sentido en que se entiende hoy día, porque no es “camino de salvación”; es camino, a secas, para andar por esta tierra con dignidad. No es un pensamiento que se articule en una serie de dogmas en los que debamos creer sino que son mandatos, intuiciones, palabras, sonidos, que tratan de crear estados de conciencia con los que hacernos cada vez más dueños de nuestro mundo. No tiene por meta conseguir para el creyente una santidad con la que sirvamos de modelo al mundo; el objetivo es ser Muhammad: saber cómo relacionarnos con las cosas y los seres, crear vínculos donde no los hay y reforzar los que existan, trabajar con las energías presentes en nuestro mundo. Y curarlo. Porque no otra cosa que curación es lo que necesita un mundo en el que las palabras ya no sirven.
Concluimos ya este libro. Para el entendimiento de una figura como la del Profeta hay que llegar al punto de sinceridad que él logró. Muhammad fue siempre trasparente a todos los que le rodeaban. Nunca mintió. Nunca fingió. Por eso, le llamaban en Arabia –ya antes de recibir la Revelación- al Amîn [el Digno de confianza]. Bastaba con mirarle a los ojos para darse cuenta de que la historia más inverosímil le había sucedido de verdad. Y lo comunicaba todo tal como lo había sentido y a cualquiera que estuviese interesado en escucharle. Ése es el secreto de Muhammad: su trasparencia, su sinceridad, su falta de pretensión. El secreto de Muhammad es que no tenía secretos. Centró su vida en la taqua, la toma de conciencia al actuar, e invitó a hacer lo mismo a los hombres y mujeres de toda condición.
Wa-l- hamdu li l-lâhi rabbi l-‘alamîn
De nuevo Pikaza, unas preguntas
¿Volver al chamanismo, no será volver a una época ya pasada de la humanidad? Para muchos, el chamanismo significa la arbitrariedad.
¿Por qué condenar la mística? Muchos han pensado que la mística es el chamanismo "evolucionado", que ha pasado por el tamiz de la razón, para buscar en lo divino el hogar verdadero del hombre.
¿No se podrá decir que, en contra de lo que afirma A. Aya, que el chamanismo signifique una vuelta al mundo imaginario pre-racional?
Muchos han hablado y siguen hablando de la relación entre chamanismo y diversos tipos de drogas o de métodos de trans-posiciòn mental, de sugestión y creacion de visiones que responden al propio deseo del sujeto. ¿No se podría decir que sucede algo de eso en Muhammad?
¿Por qué tenemos que confiar en el chamán Muhammad y tomarlo como profeta universal?
¿Cómo se relacionan el chamanismo de Muhammad profeta y la urgencia del amor al prójimo de Jesús mesías?
Estas son sólo preguntas elevadas al aire, no en tono de seguridad, sino desde la perspctiva de alguien que, creyendo en Jesús, siente y tiene la libertad de buscar con todos los que buscan. Un abrazo, Vicente-Abdelmumín; quiero que tu libro nos sirva para seguir pensando, es decir, para ser fieles a la Realidad (que yo considero Amor)