Novísimos 3. Cielo en la tierra, Nueva Jerusalén (A. Álvarez y X. Pikaza)

He comentado ayer el texto base del “cielo cristiano”, que es Apocalipsis 21, 1-8. Sobre ese texto escribió su tesis doctoral nuestro amigo de blog, Ariel Álvarez Valdés: La nueva Jerusalén, ¿ciudad celeste o ciudad terrestre? Estudio exegético y teológico de Ap. 21, 1-8, Verbo Divino, Estella 2005. Esa obra ha querido mostrar que la visión que Juan de Patmos tuvo sobre la nueva Jerusalén no se refería a una realidad que tendrá lugar al final de los tiempos, sino que la Nueva Jerusalén se identifica con la realidad inaugurada ya con la muerte y resurrección de Cristo. Eso significa que el cielo no es un simple «después», sino que empieza ya aquí, pues se identifica con el Reino de Dios, que Jesús proclamó a lo largo de su vida e instauró en su muerto. Eso significa que no creen de verdad en el cielo de Cristo (que es el Reino de Dios) aquellos que no son capaces de comenzarlo aquí.

Tema

Para iluminar la visión anterior quiero ofrecer una parte de la trilogía que el Profesor Ariel Álvarez dedicó al estudio de la Nueva Jerusalén en Revista Bíblica 56 (1994) 231-236. Es ya un texto clásico, y quiero que los lectores de mi blog puedan conocerlo, para entender así mejor la identidad entre la Jerusalén Celeste y el Reino de Dios en la tierra.


Introducción (Ariel Álvarez y X. Pikaza)

Todo el Apocalipsis (Ap) con sus visiones e imágenes, tiende hacia una última y gran visión que el autor contempla, y que constituye el punto culminante del libro: la aparición de un nuevo cielo y una nueva tierra, y la desaparición de la primera creación (Ap 21,1). Y en esta nueva tierra, el vidente Juan contempla una nueva ciudad santa, una nueva Jerusalén, que ha bajado del cielo (Ap 21,2).

Esta idea de una nueva Jerusalén escatológica, en la que vivirán únicamente los santos de Dios, y con la que se inaugura una nueva etapa para el pueblo de Israel, no es original del Ap. En efecto, diversos textos, tanto del Antiguo Testamento como de la literatura judía, reflejan tal motivo teológico, de manera que podemos afirmar que desde el s. VI a.C. se encuentra ya en gestación.

Pero la idea de una nueva Jerusalén no se mantuvo invariable en el transcurso de los siglos, sino que fue adquiriendo características y connotaciones diversas, según las nuevas vicisitudes históricas por la que pasaban los israelitas, y los anhelos que en ella proyectaban. Es así como podemos descubrir diversas etapas en las cuales fue gestándose la concepción de una nueva Jerusalén. En este contexto se suelen distinguir tres etapas o estadios:


a) Al primer estadio se le puede conocer como estadio de la "Jerusalén reconstruida", Ésta es la idea que aparece en parte del judaísmo antiguo y de cierto judaísmo moderno. En esta línea, el cielo se identifica con la reconstrucción de lo que ha sido (o de lo que se piensa que ha sido) el orden antiguo de cosas. Estamos ante un cielo tradicional, entendido como una vuelta al pasado, como una simple restauración de una edad de oro que habría existido en otro tiempo.

b) Al segundo estadio se le puede llamar el de la "Jerusalén nueva". Ésta es la idea que aparece en Jesús y en el Apocalipsis de Juan. No se trata de una vuelta a lo antiguo…, ni de una. Jerusalén simplemente futura y celeste…, sino del Reino de Dios que empieza ya aquí, con el mensaje de Jesús… El cielo se identifica con una nueva vida en la tierra, una vida liberada de la violencia, una vida sanada, abierta a la concordia, al encuentro de todos los hombres. Entendido así, el cielo es la utopía realizable de la nueva humanidad.No es la vuelta al pasado añorado, sino el despliegue del mundo nuevo que el Dios de Jesús realiza a través de su Hijo, abriendo un camino de amor y de vida que durará para siempore.

c) Pero hay una la última fase de la evolución de esta idea, y de los textos que de alguna manera la reflejan…. donde se habla de una Jerusalén celeste (superior y futura), Ésta ha sido la forma de ver la Jerusalén celestial que se ha impuesto en cierto judaísmo tardía (tras la caída del templo) y en gran parte del cristianismo posterior, que sólo ha puesto de relieve la salvación en el más allá. Éste es el cielo del libro IV de Esdras y del Apocalipsis de Baruc, el cielo de muchos cristianos, a partir del siglo IV d. C., un cielo puramente espiritual y futura. Esta tierra se deja en manos de la muerte y de la prepotencia de los violentos. Por eso, se consuela a los justos con la promesa de una simple redención futura.


La Jerusalén celeste: una Salvación más allá, más arriba (Ariel Álvarez)

Es la tercera etapa en el desarrollo de la idea de una Jerusalén escatológica. Comienza en el año 70 de nuestra era, con la destrucción de la ciudad por las legiones romanas. Este acontecimiento, totalmente imprevisto e imprevisible para cualquier judío, produjo una honda repercusión en el ánimo y en la esperanza no solamente de ellos, sino también de los cristianos, como puede verse por las huellas que dejó en sus respectivas literaturas de los siglos I y II. A partir de entonces los círculos apocalípticos comienzan a comprender claramente la imposibilidad de que se diera la salvación en este mundo. El tiempo presente se halla totalmente bajo las potestades enemigas de Dios, y por lo tanto se encamina hacia su destrucción.

–- (Nota cf. Cfr. Testa, E., "I riflessi letterari della distruzione di Gerusalemme (I-II secolo d.C.)", en La Distruzione di Gerusalemme del 70. Atti del V convegno biblico francescano. Roma 22-27 settembre 1969 (Collectio Assisiensis). Assisi 1971. 15. Sostiene que a partir de la destrucción del 70 nacieron tres corrientes de pensamiento con relación a Jerusalén: a) la de los judíos, que anhelaron una vez más la restauración, sea ésta de naturaleza terrestre, escatológica o trascendente; b) la de los judeocristianos (en la que incluye al autor del Ap), que espiritualizan las promesas pero de un
modo terreno; c) la de los cristianos procedentes de la gentilidad, que interpretaron alegóricamente las promesas proféticas. La repercusión de esta destrucción en la literatura tanaítica puede verse en Manns, F., Pour lire la Mishna (StudiumBiblicum Franciscanum Analecta. 21) Jerusalén 1984. 64-71. Para la relación entre el tema de la Jerusalén celeste y la literatura rabínica posterior)



[233] Con la llegada de ésta, se abrirá paso un nuevo mundo, metahistórico, situado en el más allá, preparado por Dios mismo sin concurso alguno del hombre. Mientras se aguarda su manifestación sólo cabe refugiarse en las buenas obras, y esperar el momento en que hará irrupción el eón salvífico. De todos modos, la esperanza de una etapa mesiánica terrestre pesaba demasiado en la convicción del judaísmo, y nunca pudieron desprenderse de ella totalmente. Es así como se vieron forzados a señalar, antes de la entrada de los fieles a la Jerusalén celeste trascendente, una etapa terrena para el Reino del Mesías. De esta manera, en los textos judíos se encuentra a veces esta secuencia en el devenir escatológico: a) mundo presente condenado; b) reino temporal terreno del Mesías; c) resurrección de los muertos y juicio; d) mundo futuro, trascendente y eterno.


a) El libro 4º de Esdras (Ariel Álvarez)

Esta obra, escrita probablemente alrededor del año 100 d.C. en Palestina, quizás en un original semítico, consta de dos partes: la primera, contiene tres diálogos de Esdras con el ángel Uriel; y la segunda, reporta cuatro visiones. El autor procura armonizar las diversas ideas que acerca del futuro circulaban en Israel en ese
período: la suerte de los justos y de los pecadores después de la muerte, el juicio universal de los justos, la resurrección general. El tema de la ciudad de Jerusalén como morada escatológica aparece en diversos lugares, más o menos identificables.

En algunos de estos pasajes se trata indudablemente de la Jerusalén mesiánica, es decir, del Reino temporal, terrestre, que aunque es "celeste" por su origen, sólo durará 400 años (7,18), y estará ubicado en Palestina (9, 7-8). Sólo cuánto termine este tiempo los hombres morirán y el mundo volverá a ser creado. Entonces llegará el juicio y tendrá principio el mundo futuro, eterno, sin corrupción (7,113-114).

–- ((Notas. Cfr. Diez Macho, A. Apócrifos del Antiguo Testamento I. Madrid 1982. 351-356. Para este libro puede verse Metzger, M. “The Fourth Book of Ezra”, en Charlesworth J.H., The Old Testament Pseudoepigrapha II. 519 s. Por ejemplo 7.26; 8.52; 12.32-34; 13,36.))



Es en 9,38-10,59 donde encontramos que 4º Esdras habla [234] palmariamente de la Jerusalén propiamente celestial. El vidente Esdras se encuentra en las afueras de la ciudad, en medio del campo, y aparece una mujer llorando desconsoladamente. Ella le
cuenta que vivió 30 años estéril con su marido, al cabo de los cuales Dios le concedió un hijo (9,39-47). Pero sucedió que cuando el hijo estaba a punto de casarse, cayó muerto ( 10,1-18). La narración continúa cuando Esdras recrimina a la mujer por llorar por su hijo, en un momento en que Israel ha perdido a tantos hijos, y la ciudad y el templo han quedado arruinados (19-24). Mientras él está hablando, la mujer se transforma en una ciudad luminosa, brillante y magnífica (25-28).

El ángel Uriel da la interpretación: la mujer de la visión es Sión. Los años de su esterilidad son el tiempo que precedió a la construcción del Templo de Salomón. El hijo aludido es el templo mismo, y su muerte hace referencia a su destrucción. La ciudad que finalmente aparece es la nueva Jerusalén-Sión (25-29).

La visión describe aquí a las dos Jerusalén: la terrena, que subsiste históricamente, desconsolada, y la celeste, de la cual aquella no es más que un modelo (10,49).
En este texto aparece, por primera vez, la concepción de una Jerusalén preexistente, concebida desde siempre en la eternidad de Dios. Este rasgo se ve aún más claramente por el hecho de que la nueva ciudad no surge más en el lugar donde se alzaba la anterior, detalle éste que servía para indicar en el fondo la continuidad de la misma, como se ve en 1 Hen, sino que se alza ahora en un solar despoblado, sin huellas de edificación humana.

Vemos cómo ahora desemboca en una nueva etapa, la idea que había venido gestándose y evolucionando en los libros apocalípticos precedentes, pero que hasta el momento no había logrado despegarse totalmente de las categorías terrenales. En 4 Esd no está ausente la observación de que serán muy pocos los habitantes de la ciudad
escatológica. En efecto, se indica que los que se salvarán serán "como una gota de agua en un diluvio", pues para lograrlo habrá sido necesario haber cumplido con toda la Ley.


b) El libro 2º de Baruc (Ariel Álvarez)


Este escrito también tuvo su origen en la destrucción de Para el relato sigo el texto propuesto por Metzger, anteriormente mencionado.

El texto siríaco actual es traducción de uno griego, pero el original parece ser hebreo. Compuesto en Palestina por un autor de tendencia farisaica, desarrolla la trama en un diálogo entre el profeta Baruc y Dios. En él se plantean cuestiones acerca de la tragedia de la destrucción de la capital judía, y el significado de su destino.
De las numerosas alusiones que la obra nos ofrece sobre Jerusalén, nos interesan las de los dos primeros capítulos (1,1-8,5).

Se inicia con el anuncio a Baruc, por parte de Dios, de la destrucción de Jerusalén (en la ficción literaria, se habla de la catástrofe llevaba a cabo por los babilonios contra esta misma ciudad en el año 587 a.C., pero históricamente se trata de la sufrida en el 70 d.C.). Ante las súplicas del profeta para que Dios aleje tal calamidad del pueblo éste le responde:

¿Piensas, acaso, que ésta es la ciudad de la cual yo dije: "en las palmas de mi mano te tengo tatuada"? No. Esta construcción que hoy se alza ante ustedes no es aquélla que será revelada conmigo, aquélla que ya estaba preparada desde el momento en que decidí crear el Paraíso. Se la mostré a Adán antes de que pecara, pero cuando transgredió el mandamiento le fue quitada, así como le fue quitado el Paraíso. Luego se la mostré a mi siervo Abraham, de noche. entre las partes de la víctima. También se la mostré a Moisés en el monte Sinaí, cuando le revelé la imagen del Tabernáculo con todo su mobiliario. Ahora la tengo reservada conmigo, como el Paraíso (4,2-7).



Como vemos, aquí la idea de una Jerusalén preexistente viene formulada aún más claramente que en 4 Esd, a la par que se subraya su carácter divino.
Un elemento de gran importancia, luego retomado por el Ap cristiano de Juan, es la idea de que la destrucción de Jerusalén no obedece únicamente a un castigo divino por los pecados, sino que cumple una función precisa y prevista en la economía de la historia, pues acelera la llegada del fin, del tiempo de la visita de Dios (2 Bar 1,1-2; 20,2; 23,7).


– ((Nota. Para 2 Bar cfr. Bogaert, P., Apocalypse de Baruch. Introduction, traduction du syriaque et commentaire (Sources Chrétiennes), I-II. Paris 1969. Para una introducción de carácter más general. Cfr. Diez Macho, Apócrifos I, 283-292. Para el análisis del tema de la Jerusalén celeste en 2 Bar, puede verse Bogaert, Apocalypse I. 421-425. Sigo en estas reflexiones a Rosso Ubigli, "Dalla 'nuova Gerusalemme'". 75-77.


También el texto evidencia un neto corte entre el eón presente, que está a punto de terminar, y el eón futuro, inaugurado por el juicio que señalará el fin de este mundo y el inicio de una realidad nueva, definitiva e incorruptible. La esperanza del autor está ahora proyectada hacia el más allá de la historia. Ya no se habla más de la "tierra prometida", como era clásico en el Antiguo Testamento, sino de una "era prometida" (44,13), un mundo invisible, un tiempo escondido (51,8).

Esta Jerusalén, creada por Dios desde toda la eternidad junto con el Paraíso, no es más la contrapartida de la ciudad terrestre, sino que la sustituye a ésta, con lo que cae toda esperanza de su reconstrucción.


Conclusión (Ariel Álvarez y X. Pikaza)

a) En la apocalíptica judía de los siglos II y I a.C. la esperanza del futuro de Jerusalén estaba ligada al mundo y a la historia, aun cuando se aguardaba un cambio radical entre pasado y futuro,… En éste período, las ideas del movimiento apocalíptico abrigaban, sí, la noción de los dos mundos, el celeste y el terreno. Pero éstos se encontraban y se vinculaban entre sí. La historia en cierto sentido no se interrumpía… Había una continuidad entre esté mundo y el futuro, entre el cielo aquí… y el cielo después..


b) Tras la caída del templo (después del 70 d.C) en la apocalíptica tardía que acabamos de ver (en los libros de Esdras y Baruc) aparece ya clara la concepción dedos eones, al punto tal que se verifica un salto cualitativo de esta espera: de la historia a la eternidad, de lo corruptible a lo incorruptible, de lo mortal a lo inmortal. La novedad teológica de los apocalipsis de este último período consiste precisamente en el anuncio claro de que la historia deja de existir, se termina. El interés ya no está más dirigido al tiempo presente, sino al mundo invisible del más allá. No importa este mundo, sólo importa el más allá. En esta línea se ha movido una parte considerable del espiritualismo cristiano posterior, que sólo habla del cielo como de un simple y puro más allá y más arriba.

c) Pues bien, la Jerusalén futura del Apocalipsis cristiano (Ap 21, 1-8) no es simplemente una ciudad del más allá, sino esta misma ciudad (este mundo) transfigurado por el mensaje, la vida y la muerte de Jesús. El cielo no es un puro más arriba y más allá, sino este mismo mundo, esta historia, transfigurada por el amor de Jesús, renovada y resucitada. No se trata de dejar el mundo (de negarlo y condenarlo), sino de recrearlo y redimirlo, desde el amor de Jesús, desde el amor a la vida.
Volver arriba