(Pablo 10). Tesalónica, una ciudad para esperar a Jesús


La carta a los tesalonicenses
Es un texto fresco, rico, inesperado, un tesoro de carta en la descubrimos ya los elementos básicos de lo que será la iglesia de Jesús, a lo largo de los siglos, unos elementos que se habían desarrollado y fijado en los años anteriores. Todo había sido dicho, todo proclamada, en unas pocas semanas de catequesis y presencia de Pablo en la nueva comunidad.
Pablo les había dejado dejó con la fe bien recién estrenada, esperando la llegada de Jesús, mientras él siguió su camino. Pero surgieron algunos problemas (persecuciones exteriores, muerte de algunos creyentes…).
Por eso, los nuevos cristianos enviaron a Pablo una delegación para preguntarle qué pasa, cómo debían seguir el camino iniciado. Conforme a ese mandato, los delegados de la comunidad preguntaron a Pablo y Pablo les respondió con una carta preciosa, el primer texto del Nuevo Testamento, el primer documento cristiano conservado.
De manera sorprendente, todo el cristianismo está ya ahí, nuevo, palpitando de amor y de esperanza. Es como para hincarse de rodillas: poner la carta ante nosotros y leer como si fuera algo que Pablo nos dice a nosotros. Con esta carta empieza la reflexión cristiana (que ahora conservamos), de manera íntima y apasionada, que debemos reinterpretar desde nuestra situación . Así empieza la carta
Texto básico:
1:1 Pablo, Silas y Timoteo; a la iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: Gracia a vosotros y paz… 4 Porque hemos conocido, hermanos amados de Dios, vuestra elección; 5 por cuanto nuestro evangelio no llegó a vosotros sólo en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo, y en plena convicción… Porque la palabra del Señor ha resonado desde vosotros, no sólo en Macedonia y en Acaya, sino que también vuestra fe en Dios se ha extendido a todo lugar, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada. 9 Pues ellos mismos cuentan de nosotros lo bien que reaccionasteis a nuestro mensaje y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para poneros al servicio del Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de los muertos, a Jesús que ha de librarnos de la ira que se acerca (1 Tes 1-11)
Servir a Dios y esperar a su Hijo
Quiero fijarme en las últimas palabras.. Pablo ha querido condensar en una breve fórmula el centro y meta de la nueva cristiana. La experiencia básica de conversión cristiana se funda en dos pilares: creer en Dios y esperar a su Hijo. Frente a los ídolos antiguos de mentira y muerte, el Dios cristiano ofrece a los creyentes la esperanza y vida de su Hijo. Por eso, ellos han abandonado los ídolos y se han convertido:
(a) para ponerse al servicio del Dios vivo y verdadero, dejando a los ídolos
(b) para esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de los muertos,
a Jesús que ha de librarnos de la ira que se acerca.
(a) La conversión (como los judíos, como los musulmanes…).
Pablo utiliza aquí una tradición antigua que aparece en otros textos…: los tesalonicenses se han transformado o convertido (epestrepsate; cf. 2 Cor 3, 16 y Gál 4, 9), abandonado los ídolos, con todo lo que implican de violencia y soledad humana, es decir, de lejanía y de esclavitud. Antes, los tesalonicenses estaban sometidos a los ídolos, no conocían a Dios.
Esta conversión de la que habla Pablo forma el corazón de la experiencia judía. Los judíos son los convertidos a Dios, los que han dejado a los ídolos. En esa línea, Pablo sigue siendo un misionero judíos. Quiere que los de Tesalónica dejen a los ídolos y vuelvan a Dios para servirles, es decir, para someterse a él, para reconocerle.
Esta es la primera tarea de la misión cristiana, que sigue siendo misión judía (o musulmana): enseñar a los hombres a dejar a los ídolos, para ponerse ante Dios, en claridad, para servirle Servir al Dios vivo y verdadero (douleuein theô zônti kai alethinô) es la tarea de los israelitas , que superan así el cautiverio y mentira de los ídolos. Pablo sitúa de esta forma su mensaje en el centro de la experiencia judía.
(b) La esperanza cristiana
Esa conversión judía… tiene ahora una finalidad distinta. Los paganos de Tesalónica se convierten no sólo para servir a Dios, sino para esperar a su Hijo… Éste es el elemento específico cristiano: Dios se define como aquel que ha resucitado ya a su Hijo, para enviarlo como salvador a los humanos.
Creer en Dios (base judía) y esperar a su Hijo (identidad cristiana) se unen formando una misma actitud originaria. Los nuevos cristianos no sólo creen en Dios, sino que esperan a su Mesías, le esperan pronto, ya, inmediatamente. La novedad de los cristianos frente a otros judíos no está en el hecho de abandonar a los ídolos (eso lo hacen todos los judíos), sino en el hecho de esperar a Jesús.
También otros judíos esperan: esperan al Hijo del Hombre celeste, esperan el Día de Yahvé, esperan el juicio. Pues bien, la novedad de los cristianos está en que ellos esperan a Jesús. Ellos esperan al Jesús, muerto y resucitado a quien descubren como novedad absoluta, acontecimiento escatológico, el gran liberador.
Ellos esperan al mismo Jesús crucificado a quien Dios resucitó de los muertos. El texto acentúa su venida futura de tal forma que pone en paralelo los dos rasgos centrales del cristianismo
servir a Dios
esperar a su Hijo, que viene del cielo como resucitado y liberador.
(c) Cómo y cuándo viene Jesús
– Viene de los cielos (ek tôn ouranôn), como el Hijo del Hombre de Dan 7, 13-14. Viene del cielo, que se abrió en su bautismo (cf. Mc 1, 9-11), viene de Dios, porque Dios mismo es el Cielo. Allí, en el Cielo que es Dios, está Jesús y de allí ha de venir pronto. Viene del cielo porque es Hijo de Dios (es decir, aquel que proviene y nace de Dios)
– Viene como resucitado, es decir, porque Dios le ha resucitado. Sólo es en verdad Hijo de Dios el que ha vencido a la muerte. Por eso, su salvación, siendo humana, proviene de Dios (el único que puede vencer a la muerte).
– Para liberarnos de la ira que se acerca. Los de Tesalónica viven inmersos en el gran terror que se acerca; el día de la ira es inminente, como indicaba Juan Bautista (cf. Mt 3, 7). Pero Jesús, Hijo de Dios, vence esa ira (terror escatológico) ofreciéndonos así la salvación.
Nos convertimos a Dios esperando a su Hijo, con la certeza de que al fin no triunfará la muerte ni el terror, sino la vida de Dios. No esperamos la llegado de un persona mítico, ni el despliegue de una idea superior o de un juicio más justo, sino al mismo Jesús que ha vivido y ha muerto por nosotros. Dios se revela de esta forma como redentor, por Cristo; de manera consecuente, ser cristiano significa esperar el triunfo de Dios, el despliegue de su gracia.
La pascua se interpreta así como garantía de plenitud escatológica. Dios no es sólo aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, sino el que ha de enviarle al fin para realizar su acción salvadora. ¿Cuándo sucederá todo eso? ¡Ya, inmediatamente!
Precisamente por eso, porque Cristo viene ya, Pablo ha seguido caminando, sembrando esa esperanza, preparando grupos de fieles para esperar a Jesús cuando venga. Eso los ha dicho los meses (o semanas) que ha estado con ellos. Eso les sigue diciendo ahora. Os habéis convertido “para espera a Cristo”.
Eso es la vida cristiana: Seguir esperando la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo.