(Papas 5) Sólo los que pueden equivocarse y rectifican son infalibles

Hay un principio filosófico que dice que sólo los que se arriesgan y pueden equivocarse pueden ser y son infalibles, porque reconocen el error y rectifican, en un camino abierta a la vida. En esa lína K. Popper y otros filósofos afirman que sólo pueden ser verdaderas unas proposiciones que pudieran ser «falsadas», es decir, criticadas y superadas, dentro de una historia que es infalible precisamente en su frágil camino de búsqueda y tanteo siempre falible. En ese sentido quiero decir, que CREO EN LA VIDA, creo en la pervivencia del camino de la vida, creo en el camino abierto por Jesús y expresado en una iglesia. Por eso digo que ella, la Iglesia, siendo muy falible es infalible. Desde ese fondo quiero presentar los diversos planos de la infalibilidad de la Iglesia

1. La infalibilidad pertenece a la iglesia de Dios,

de manera que ella ha de entenderse, antes que nada, como una afirmación sobre el Dios que es infalible amando a los hombres. Un Papa que hablara por si mismo y no en nombre de los pobres, llamados por Jesús al Reino (como si él tuviera la Palabra y los demás no la tuvieran), un Papa que organizara las cosas desde arriba e impusiera su dictadura espiritual sobre los creyentes, no sería infalible según Cristo sino todo lo contrario, un hombre no sólo falible sino equivocado, opuesto al evangelio, opresor de otros hombres.

Por eso, el Vaticano I afirma que el Papa tiene la misma infalibilidad de la iglesia universal (católica-protestante-ortodoxa), conforme a la verdad del evangelio, al servicio de los pobres y de la palabra compartida, en diálogo de libertad (de mesa común), como ha formulado Hech 15, 28, para garantizar la salvación de los gentiles, antes expulsados de la gracia mesiánica: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros». Entendida así, la infalibilidad no es más que la expresión de la presencia del Espíritu de Dios (de Cristo) en la experiencia de amor y en la esperanza de los pobres.


2. Ésta es la infalibilidad de Jesús y de los pobres.

No es la verdad de un individuo separado que enseña desde arriba a los demás (porque tiene más conocimiento), sino la de todos los que aceptan el don de la vida, sean o no seguidores explícitos del Cristo, siempre que sean solidarios con los crucificados y expulsados del sistema. Precisamente ellos, los marginados de la humanidad (de los que habla Mt 25, 31-46), cristianos o paganos, hacen la iglesia infalible. Sólo allí donde regalan la vida y la comparten con los pobres, los hombres y mujeres son de verdad infalibles.

Sólo porque los pobres son portadores de «verdad y futuro» podemos hablar de una infalibilidad de la iglesia, que no se expresa en unas proposiciones declaradas por la fuerza, en unos dogmas ya fijados de manera intemporal, sino en el valor definitivo del mensaje de Jesús, es decir, en el sentido de la obra creadora de Dios. Es la infalibilidad de los crucificados de la historia, no la de unos poderes o instituciones que pudieran elevarse sobre los demás, como si unos pocos sabios (de tipo platónico) o un Papa más dotado conociera cosas que otros ignoramos.

3. Ésta es la infalibilidad de la vida compartida, es decir, de la iglesia católica, no la de unas proposiciones racionalistas,

que podrían separarse de la vida de los hombres y mujeres concretos de la historia humana. Es la infalibilidad de camino mesiánico, tal como Jesús lo ha expresado, haciendo posible que unos hombres y mujeres (unidos a los pobres y expulsados) puedan vivir con la certeza de que están abiertos al Reino de Dios. Unas proposiciones que pretendan ser verdaderas para siempre (sin cambio alguno), separadas de una comunidad que las comparte y proclama acaban siendo siempre falsas. Sólo en este contexto recibe su sentido la palabra ex cathedra, que alude al hecho de que el Papa no habla como un simple particular, sino en nombre de la iglesia «católica», desde un espacio de encuentro que se abre a todos los creyentes, en la cátedra o silla del diálogo universal cristiano, al servicio del anuncio del evangelio. Jesús fue infalible en su entrega por el reino. Así pueden ser y son infalibles los creyentes, en unión con expulsados y enfermos, a quienes proclaman la buena noticia, conforme al mensaje de Jesús: «Bienaventurados vosotros, los pobres (cristianos o no) porque es vuestro el reino de los cielos».


4. Ésta es una infalibilidad dentro la falibilidad de la historia.

Una verdad humana que quisiera situarse fuera del camino de la historia no sería nunca verdadera . La infalibilidad de Jesús y de los suyos no puede situarse más allá del tiempo, sino en el mismo proceso de un tiempo hecho de entrega a favor de los demás. Si alguien pretende tener la verdad para siempre, por encima de los otros, separándose así de su historia de sufrimiento y esperanza se convierte en dictador y mentiroso.

Sólo puede ofrecer la verdad de Jesús quien asume el riesgo de la vida, la posibilidad de equivocarse, en un camino donde no existe más dogma que la gracia, ni más «costumbre cristiana» que la entrega de la vida a favor de los otros, desde la esperanza del Reino de Dios.

En ese sentido, sólo puede ser infalible una iglesia que acepta su radical falibilidad, siempre que se abra a la esperanza, desde los pobres y expulsados del sistema. No estará de más recordar que una visión inmovilista y doctrinaria de la infalibilidad no podría aplicarse a varias afirmaciones de Jesús (sobre la llegada inminente del Reino) que, en su sentido externo, no se cumplieron. Jesús fue infalible en el don del amor y en la entrega de la vida, pero insertándose dentro de la falibilidad de la historia. En esa misma línea decimos que es infalible la iglesia.

Si la Iglesia católica supone que su Papa es infalible en línea de poder

e interpreta esa infalibilidad como un privilegio que le permite situarse sobre las restantes instituciones o movimientos religiosos, no sólo se opone a su historia, volviéndose peligrosamente orgullosa, sino que niega el evangelio, rechaza a los pobres y se alza contra Dios. La iglesia «católica» sólo puede hablar de infalibilidad cristiana allí donde, renunciando a ponerse por encima de las restantes iglesias, religiones o culturas, mantiene su anuncio de Reino a favor de los más pobres, compartiendo su vida con ellos (que son los infalibles).

La infalibilidad de la iglesia significa que la historia humana tiene un sentido, que la marcha del hombre no son sendas que se pierden en un bosque sin fin y sin salida, en algún rincón de un cosmos sin alma ni sentido. Eso significa que la iglesia tiene que decir al mundo, con su propia vida, que el mundo tiene un sentido y tiene que caminar así con las demás instituciones religiosas o sociales, no para imponerse sobre ellas o darles lecciones, sino para compartir gozosamente la vida con ellas, en diálogo y búsqueda común, porque sólo en el diálogo y búsqueda se expresa la verdad infalible del Dios que es vida compartida, en comunión con los más pobres.
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