Perú. La nueva extirpación de idolatrías

De la Iglesia en Perú, y en el macizo andino, hemos venido hablando en este blog desde diversas perspectivas. A unos les preocupa la resistencia de las religiones antiguas, vinculadas a la tierra sagrada, a otros la presencia de una teología de la liberación; otros tienen miedo de un nuevo clericalismo que destruya las redes de convivencia que se habían ido trazando en la tierra. En este contexto hemos querido hablar de una nueva cruzada de extirpaciòó de idolatrías, por la importancia que el tema ofrece no sólo en Perú, sino en todas la iglesia y la cultura de nuestro tiempo

Introducciòn. Adrianzén

Nos hallamos ante uno de los retos principales de la Iglesia del futuro. Así lo ha destacado Alberto Adrianzén, es uno de los sociólogos y analistas políticos más conocidos de Perú, su tierra, y de todo el mundo hispano. Algunos de sus artículos pueden leerse en su blog: http://www.albertoadrianzen. org/index.php. El trabajo que hoy recojo ha sido publicado el 16 del XII de 2006 en La República, periódico de Lima. El lector interesado puede verlo también en http://www.servindi.org/ archivo/2006/1485.

Me atrevo a publicar este trabajo en mi blog porque así me lo han pedido algunos amigos peruanos (que me lo han enviado) y, de un modo especial, por la solidaridad que siento por la tierra andina. Lo que allí ha sucedido en la conquista hispana y lo que ahora sucede es un reflejo de lo que ha sido el camino cristiano en la Edad Moderna, con los desafíos y tareas que hoy encuentra. Más adelante volveré al tema de la simbiosis de la religión andina con el cristianismo, retomando elementos de mi libro Hombre y mujer en las grandes religiones (Verbo Divino, Estella 1997).

Alberto Adrianzén. La nueva extirpación de idolatrías

Hace algunos años un grupo de intelectuales, entre los cuales destacaba Umberto Eco, señaló que la humanidad marchaba hacia una “Nueva Edad Media”. Ha pasado el tiempo y lo que parecía una afirmación exótica en su momento, ha cobrado sentido e importancia cuando se observa lo que sucede en el mundo y en el Perú. Nos estamos refiriendo no solo a la expansión del fundamentalismo e integrismo islámicos sino también a lo que viene sucediendo en sociedades desarrolladas. En EEUU se levantan monumentos a los Diez Mandamientos, se busca reemplazar la teoría evolucionista de Darwin por la creacionista bíblica como parte de la enseñanza escolar, se combate el homosexualismo y el aborto, se prohíbe la lectura de determinados libros en las bibliotecas públicas, entre otros puntos.

Nuestro país no es ajeno a ello. Se nos propone que “paremos de sufrir”, las pantallas de nuestros televisores están copadas por mensajes que nos anuncian que “Cristo vuelve y santifica otra vez” y que el diablo existe. Se experimenta un “revival” del integrismo y fundamentalismo cristiano. Ahora bien, todo indica que ese “revival” ha logrado penetrar e instalarse con fuerza en la iglesia católica.

Eso al menos es lo que parece suceder en Puno, territorio en el cual la Iglesia católica desarrolló hasta hace muy poco una evangelización de cara al pueblo. Según información que circula en Internet, hoy se vive un peligroso proceso autoritario de regresión religiosa y política que amenaza con hacer más explosiva una zona ya de por sí difícil. Este proceso está asociado con el arribo de nuevos obispos, todos ellos conservadores, a esa región, y que representan, en la práctica, la puesta en marcha de una nueva Santa Inquisición en pleno siglo XXI.

Estos obispos ya no hablan de los pobres o de un “pueblo pobre y creyente” sino más bien de un pueblo pagano e idólatra que requiere de una nueva evangelizació. Por ejemplo, el nuevo obispo de la Prelatura de Juli, José María Ortega Trinidad, durante su homilía en una misa de difuntos por el padre Domingo Llanque, sacerdote y teólogo aimara que ejerció durante muchos años su ministerio en esa localidad, habría dicho que los aimaras no son católicos sino paganos, y por tanto pecadores; y que el P. Llanque por ser aimara, no se sabe si se encuentra en el purgatorio o en el infierno.

De otro lado, en una carta pública un sacerdote del surandino se lamenta de una serie de hechos protagonizados por el nuevo obispo de la Prelatura de Ayaviri, Mons. Kay Martin Schmalhausen, quien tendría también una actitud similar contra la cultura y el pueblo aimara. Este obispo, que pertenece a la filas de la secta conservadora “Sodalitium Christianae Vitae” (SCV), viene desarrollando una serie de acciones hostiles contra sacerdotes de esa zona, lo que ha llevado, como se afirma en la carta citada, a que “esos pastores que asumieron el Vaticano II, pisando barro y mezclándose con la gente, hoy no están”. Se vive, pues, una suerte de “limpieza” o “purificación” religiosa que ha traído como consecuencia la remoción de una parte significativa del clero que venía trabajando hace muchos años en Puno.

No sería nada extraño que, en este nuevo contexto oscurantista e integrista, el Instituto de Pastoral Andina (IPA) y la revista Allpanchis, verdaderos esfuerzos intelectuales por estudiar y comprender mejor la cultura indígena como un signo moderno de apertura religiosa, sean clausurados o, simplemente, cambien de giro para dedicarse a una catequesis tradicional para unos pueblos que son calificados de “pecadores”. Al parecer, se estaría iniciando en esa región un nuevo proceso de “extirpación de idolatrías” que niega los derechos del pueblo aimara y la propia diversidad cultural que existe en nuestro país. La idea de que estos pueblos (aimara y quechua) son “paganos” e “idólatras” y que, por lo tanto, requieren de una nueva evangelización, representa, en realidad, el retorno a las viejas prácticas coloniales desarrolladas en los siglos XVI y XVII por la iglesia católica. Pero también el regreso de una cultura basada en “la cruz y en la espada”, en el “ora y labora” como fue en el pasado.

Porque el otro componente que puede notarse en la actuación de estas nuevas autoridades religiosas en la región, es el de una misericordia mal entendida, por no decir interesada. Estos obispos han creado la organización “Ayuda a la Iglesia que Sufre” (AIS) bajo el supuesto de que en estas tres décadas se han enfatizado más los “intereses sociales” y no “el cuidado pastoral para las poblaciones indígenas”. No sería nada extraño que en este nuevo contexto colonial se diga, como en el siglo XVI, que los pobres deben existir siempre para que los ricos puedan practicar la misericordia y acercarse así más a un Dios que los mira complacientemente.

El objetivo es claro: liquidar, con la venia del Vaticano y de los sectores más conservadores y reaccionarios del clero peruano, a la corriente progresista de la iglesia católica. Esto sucede en Puno, pero también en otras partes del país. Por eso ser hoy progresista, demócrata o liberal, no importa si ateo o creyente, es ser como los aimaras y quechuas: idólatras, paganos y pecadores. No me extrañaría que en poco tiempo, los progresistas tengamos que caminar con un “sambenito” por cualquier calle del país. Y ahí estarán los nuevos extirpadores de idolatrías con la antorcha en una mano y la Biblia en la otra, listos, como siempre, a prender fuego a la hoguera para “salvar nuestras almas”, cantando “Viva Cristo Rey” y levantando fascistamente el brazo, como esos tres jóvenes chilenos frente al cadáver del tirano Pinochet.

Reflexión de Pikaza. La levadura cristiana

Posiblemete, muchos encontrarán lagunas en el análisis de Adrianzén. Lamentarán quizá la cita de Pinochet o la manera de entender el progresismo. Otros dirán que la "nueva extirpación de idolatrías" no puede compararse con la extirpación de idolatrías proyectada y realizada por los grandes Concilios de Lima (1577, 1583...), que fijaron por siglos la identidad de las iglesias americanas en su relación con los cultos/culturas e "idolatrías" de los nativos. Hoy ya no sería "lucha" de invasores con nativos, sino de nativos con nativos...

Por otra parte, es posible que Adrianzén esté más interesado en la política de su país que en el cristianismo; no le importa la iglesia en sí, sino el posible "pregresismo" del Perú, de un Perú capaz de asumir, al fin, su raíz cultural, social y religiosa autóctona. Sea como fuere, en el fondo de su trabajo, ha venido a expresarse uno de los problemas básicos de la iglesia actual no sólo en Perú, sino en todo el mundo: la identidad del cristianismo como levadura universal de humanidad y como experiencia particular de identidad, asumida y desplegada por el mismo pueblo, desde su raíces culturales, con el fermento del evangelio.

Cuando Adrianzén alude al riesgo de volver a una nueva Edad Media, está hablando de una Edad Media occidental, dominada por un tipo de feudalismo y de imposiciones sociales y religiosas, dirigidas por los grandes poderes fácticos. Esa fue la Edad Media de las inquisiciones y del despliegue de la Iglesia Católica como poder social dominane. Aquella Edad Media tuvo sus valores, pero, desde una pespectiva cristiana, debe ser superada a partir del Evangelio, de la dinámica moderna de la libertad y del nuevo descubrimiento de la pluralidad de las culturas humanas.

Da la impresiòn de que algunos estamentos de la Iglesia quieren aplicar en Perú y en otros lugares una visión eclesial de Edad Media, sin haber pasado por el Renacimiento y la Ilustración, sin lo que implican de descubrimiento de la libertad humana y cristiana. Quieren volver a una Edad Media sin haber asumido nuevamente los valores de encarnación y de solidaridad con los pobre que implica el evangelio. En esa línea, yo añadiría que el peligro mayor no está en la simple vuelta a la Edad Media, sino en la conexión entre una Edad Media eclesial y una Modernidad imperial, que tiende a imponer su dominio sobre el mundo.
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