A. Puig i Tàrrech, Diez textos gnósticos. Un libro clave

Puig i Tàrrech, A., Diez textos gnósticos. Traducción y comentarios, Verbo Divino, Estella 2018, 540 págs.

Digo que se trata de una obra "clave" porque es como una llave que nos permite entrar en la "cámara secreta" de un pensamiento cristiano, propio de los siglos II-IV d.C., que se ha mantenido en general en secreto (como apócrifo, escondido), pero que ha tenido una importancia enorme no sólo en el despliegue de la Iglesia cristiana sino en el pensamiento de occidente.

Su autor, Armand Puig i Tarrech, es profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de San Paciá, de Barcelona, muy conocido entre los especialistas por sus trabajos de investigación sobre los evangelios, pero también conocido entre el gran público por sus obras de síntesis sobre la vida de Jesús y el cristianismo primitivo, escritas en catalán, francés y castellano.

Fruto de su interés por la literatura y el pensamiento cristiano primitivo es este libro, importante por las introducciones y comentarios, pero, sobre todo, por los textos que traduce y publica en castellano.

Existían ya algunas obras significativas sobre el tema, entre ellas las de: F. García Bazán, La Gnosis eterna. Antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos I-III (Madrid 2003-2009); J. Montserrat, Los gnósticos I-II (Madrid 1990) y A. Piñero (ed.), Textos Gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi I-III (Madrid 2007-2009).

Esas obras ofrecen una versión fundamental de la literatura y pensamiento gnóstico, desde una perspectiva histórico-filológica, pero sin insistir en el aspecto teológico, desde una perspectiva de pensamiento cristiano y de pensamiento en general. En esa clave de pensamiento y teología siguen siendo importantes los trabajos ya clásicos de A. Orbe, con otros libros H. Jonas, S. Petrement y H. Ch. Puech, por citar sólo tres más más conocidos.



En esa línea de edición y comentario de textos se sitúa esta obra de A. Puig, que consta de una introducción general (en la que sitúa e interpreta el fenómeno gnóstico “cristiano”) y cuatro partes:

A. Colección de sentencias de Jesús: (1) Evangelio de Tomás.
B. Obras doctrinales: (2) Evangelio de Felipe. (3) Evangelio de la Verdad.
C. Diálogos de revelación entre Jesús y sus discípulos: (4). Diálogo del Salvador (5). Evangelio de María (6) Primer Apocalipsis de Santiago (7) Apócrifo de Juan (8) Evangelio de Judas.
D. Apéndice: (9) Carta a Flora (10) Himno de la Perla.


A. Puig no ha publicado aquí todos los textos gnósticos (sólo diez), ni los que publica pertenecen a un mismo género literario y teológico, pero ellos ofrecen una visión fundamental del fenómeno gnóstico, desde una perspectiva de la vida eclesial de los siglos II-III y del pensamiento teológico. Es de A. Puig el mérito de la obra, pero a ese mérito debe añadirse el buen trabajo editorial de Verbo Divino, que se atreve a presentar en su catálogo una obra de fondo como ésta.
Presentación más extensa de la obra en http://www.verbodivino.es/libro/4624/diez-textos-gnosticos


CONOCER LA GNOSIS. UNA OBRA CLAVE

Sobre la gnosis, y en general sobre los textos llamados “apócrifos” se han escrito y se siguen escribiendo muchas cosas, de forma apresurada, a veces en actitud defensa (para poner de relieve el valor “más alto” de un pensamiento gnóstico cristiano, que sería propio de iluminados) y otras veces en gesto crítico (para rechazar sus pretendidas aportaciones “falsas”). A diferencia de unos y otros, en gesto académico y eclesial de búsqueda de la verdad, A. Puig ha presentado, traducido y comentado en este libro diez textos gnósticos importantes del cristianismo antiguo.

Todos los que nos ocupamos de estudiar el fenómeno cristiano y los principios de la teología de Iglesia hemos debido enfrentarnos de un modo directo con los textos de la gnosis. Yo mismo he presentado en diversos lugares mi visión de tema, y puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que ésta es la obra de conjunto más significativa que se ha publicado en castellano sobre el origen y sent ido teológico (cristiano) de la gnosis, a partir de diez de sus textos más importantes.

He consultado la traducción y me parece exacta y comprensible, pero me he fijado sobre todo en la introducción general sobre la gnosis, en las introducciones a los libros en particular (Evangelio de Tomás, de Felipe…), fijándome sobre todo en su contenido histórico-teológico, que me parece en general muy ajustado a los motivos de fondo y a los temas.

En esa línea puedo recomendar este libro no sólo a los estudiantes de teología y del pensamiento cristiano, sino también a todos los que están interesados por el fenómeno de la gnosis proto-cristiana, que ha sido en parte rechazado por la Gran Iglesia y en parte asumido y recreado en su teología, que tiene numerosos elementos gnósticos, no sólo vinculados al pensamiento helenistas, sino también al pensamiento oriental. Desde ese fondo, con ocasión de este libro, que me parece esencial para el estudio del componente gnóstico y anti-gnóstico cristiano, quiero evocar aquí tres rasgos fundamentales de la gnosis, que A. Puig ha estudiado con toda precisión en la introducción general de la obra y en las introducciones a los diez libros que traduce y presenta en este precioso volumen.

GNOSIS, UN FENÓMENO COMPLEJO, TRES ELEMENTOS BÁSICOS:

1. Dualidades divinas.


Los gnósticos quieren penetrar en la raíz de todo lo que existe, afirmando que el ser originario se ha expandido, formando dualidades (varón-hembra) que se van abriendo de manera armónica dentro del Pléroma o gran totalidad, formando así las syzyguias o parejas sagradas (padre-madre), que tienden a expresarse en forma de trinidad (padre-madre-hijo), para volver nuevamente a la unidad final del Pléroma. En este contexto, los gnósticos suelen distinguir cuatro momentos:

a. Principio de dualidad: el ser existe siempre en forma doble, antitética y sintética, enfrentándose a sí mismo, para así separarse y reconciliarse. En su misma raíz, el Uno divino es polaridad de elementos contra¬puestos, a través de un tipo de matrimonio masculino-femenino.

b. Principio de generación: la polaridad anterior actúa de forma engendradora y, de esa forma, del Padre/Madre (de lo masculino/femenino) surge el Hijo. De la dualidad nace el Tercero, que sale de ella y en ella permanece, recibiendo y/o poseyendo todo el ser de lo divino.

c. Momento de ruptura: si los elementos anteriores se hubieran mantenido en equilibrio (en la polaridad sexual y en la dualidad engendradora) no habría existido caída ni necesidad de redención; pero en esa dualidad y engendramiento se ha introducido un elemento perturbador, representado por la Sabiduría o Divinidad femenina que ha roto la armonía anterior al buscar la fuerza de su maternidad sin contar con su consorte (es decir, con el Padre/Esposo). De esa forma ha engen¬drado en el vacío, introduciendo los gérmenes de Dios/Bondad en el abismo de la ruptura y de la muerte, engendrando a un “dios perverso”, señor de este mundo, al que muchas veces se identifica con el Dios-Yahvé del Antiguo Testamento. De esa manera se enfrentan Dios bueno y Dios malo, en un tipo de batalla que se expande en la historia de los hombres.

d. Exigencia de retorno y reconciliación. Todas las cosas tienen que volver a su unidad originaria, en el pléroma divino, que se expresa en la reconciliación de Dios consigo mismo y del mundo con Dios: la Sofía divina debe volver a su Esposo y los hombres caídos a su padre bueno, abandonando al Dios-Yahvé perverso (que volverá de esa forma a la nada).

2. Tríadas gnósticas. La ruptura divina.

En la línea ya indicada, los gnósticos tienden a rechazar al “dios creador” del Antiguo Testamento, Señor de este Mundo, que sería imperfecto y material, buscando al verdadero Dios en su misma hondura sagrada (en su interior divino). Eso significa que no buscan a Dios fuera, sino que lo llevan y lo encuentran dentro, pues a pesar del pecado en que han nacido conservan en sí mismos la verdad de lo divino, la Trinidad perfecta:

a. El primer elemento de esa trinidad interior de cada ser humano iluminado se llama Bythos Propator o simplemente Padre, principio de todo, siempre vinculado a su pareja femenina (la Sophía-Madre buena). Dios no es una mónada a solas (Deus solus, eterno e infecundo), sino Padre con Madre, fuente dual de la que todo brota. En el interior de cada hombre iluminado se encuentra por tanto la divinidad entera.

b. El segundo elemento (Sophia, Madre, Dynamis o Ennoia, Barbelo, Charis...) es el aspecto femenino de ese Dios que, siendo padre, es al mismo tiempo madre y engendradora por tanto del hijo. Quizá se pueda afirmar que la Madre divina interior se relaciona con el Padre como la dynamis o potencia con la sustancia en la filosofía aristotélica. Sin esta Madre, el Padre-Dios no podría generar, ni podría existir Hijo divino. Por eso, al decir Padre estamos diciendo, al mismo tiempo Madre.

c. Tercer elemento (Nous, Arkhe, Monogenes). Lógicamente, al decir padre/madre estamos diciendo al mismo tiempo Hijo, aludiendo así al que surge del proceso interior de lo divino, pues el vástago divino surge y se despliega dentro de nosotros, partiendo de la dualidad (padre, madre) y ratificando así el engendramiento en el que desemboca el despliegue divino.

La figura más discutida del mito gnóstico suele ser el segundo elemento (la divinidad femenina o Sophia), que puede recibir dos formas o momentos. En sí misma, la Sophia es buena, está unida con el Padre y así engendra al Hijo divino, dentro del Gran Pléroma. Pero esa Sophia o Madre original puede pervertirse, de manera que el proceso divino se exprese y despliegue en forma de pecado. Para los gnósticos (lo mismo que para muchos mitos del lejano oriente) el principio del pecado existe en el mismo interior de lo divino.

Hombres y mujeres formamos parte de un Dios que, siendo perfecto, puede llevar en sí la semilla de la imperfección y la ruptura. Dios es perfecto: «El Espíritu invisible... no encierra dentro de sí nada imperfecto, puesto que lo mejor está en él, siendo él solo absolutamente perfecto... Es incircunscriptible, porque nadie le precede para circunscri¬birle; es indistinto, porque nadie le precede para imponerse una distinción; es inconmensurable, porque nadie le precede para medirle; invisible, porque nadie le ve; eterno, porque siempre es; inexpresable, porque nadie puede captarlo para expresarlo; innombrable, porque nadie le precede para nombrarle» (Apoc. Juan: NHL II, 1, 2-3).

Pero, mirado en otra perspectiva, ese mismo Dios es imperfecto, pues incluye dentro de sí un principio de desequilibrio (choque) y de engendramiento frustrado, desde una perspectiva femenina.La Sabiduría-Madre es buena, es engendradora de Vida positiva (del Hijo divino salvador), pero sólo mantiene su bondad cuando se mantiene bien unida al Espíritu paterno. Pues bien, en un momento determinado, esa Sabiduría ha roto el equilibrio, haciendo que surja así, desde ella misma, una realidad pervertida, imperfecta. Esta caída de la realidad divina sólo puede expresarse de forma simbólica o mítica:

«La Sabiduría deseaba hacer manifiesto a qué se parecía lo que ella pensaba, sin aguardar el beneplácito del Espíritu, que no estaba de acuerdo, ni su colaboración y aprobación. Como conse¬cuencia del desacuerdo de la persona de su pareja, no encontró su conformidad... y sin el beneplácito del Espíritu (masculino) y sin el reconocimiento de su pareja realizó su salida. Presa de la fuerza irresistible que hay en ella, su pensamiento no quedó improductivo y fue entonces cuando apareció viniendo de ella un producto incompleto y discordante, ya que lo había creado sin su pareja. El no se parecía en nada al aspecto de su madre, siendo él mismo de otra forma. Cuando ella (Sofía) se dio cuenta de que el objeto de su deseo había tomado la forma anómala de una serpiente, con cuello de león, de ojos crepitantes y brillantes de relámpago, lo rechazó lejos de ella y lejos de los lugares celestiales, para que no lo viene ninguno de los inmortales, ya no lo había creado por ignorancia» (Apócrifo de Juan II, 1, 9-10, NHL 103-104).


3. El gran retorno.

Conforme a lo anterior, la divinidad es polaridad sexual (lo masculi¬no y femenino se completan) y es generación o proceso de vida que puede pervertirse y que de hecho se ha pervertido (de manera que estamos inmersos dentro de un proceso de muerte). Por nosotros mismos no podemos superar esa caída, pero Dios puede hacerlo y nosotros con su ayuda, recuperando de nuevo la raíz divina de la vida, retornamos al círculo pleno y perfecto de cuatro elementos: Padre y Madre con dos hijos buenos, en movimiento sin fin de vida positiva.

Eso significa que los hombres y mujeres deben superar el desequilibrio actual, volviendo a la unidad perfecta de lo divino, fuera de este mundo malo. Para eso es necesario que brote y se despliegue de nuevo, desde el Padre original el Hijo bueno, que rescate a la Madre caída (Sophia pecadora) y que lleve a los hombres al encuentro pleno con Dios, en la «cámara nupcial» de lo divino, representada y expresada en símbolos matrimoniales (familiares):

«El Padre envió desde el cielo al marido, que es hermano primogénito de la mujer caída. Entonces el esposo bajó a la esposa. Ella dejó su prostitu¬ción primera, se purificó de las manchas de sus amantes y se renovó en el estado de desposada. Se purificó en la cámara nupcial, la llenó de perfume, se sentó en ella, esperando al esposo verdadero. Ya no corre por la plaza pública, uniéndose al que quiere, sino que se ha quedado acechando el día en que él venga... Entonces el esposo, según la voluntad del Padre, bajó a ella en la cámara nupcial que estaba dispuesta, y adornó la cámara nupcial. Este matrimonio, en efecto, no es como el matrimonio car¬nal... En este matrimonio, cuando se unen uno a otro, se hacen una sola vida. Por eso el profeta (Gen 2, 24) dice del primer hombre y de la primera mujer: se harán una sola carne» (NHL II, 6, 132-133).


Esta unión de esposo-esposa constituye la imagen y presencia del Dios que es Pareja de vida engendradora en lo divino. Los hombres redimidos por el Cristo, esposo de la humanidad (representada por la Virgen María), pueden superar el pecado de la madre mala y retornar al lugar originario de la paternidad-maternidad, en el nivel de la vida divina, en el principio de la vida humana, alcanzando así el equilibrio eterno. De esa forma la Trinidad, que había aparecido como forma imperfecta del proceso de Dios, vendrá a convertirse en dualidad (cuaternidad) reconciliada, vinculación de los contrarios, redención de Dios y plenitud de los hombres. Al fin, lo humano e histórico desaparece y Dios vuelve a ser todo en todos, reconciliación perfecta, puro pensamiento de sí mismo.

Ésta es la base y centro de la teología gnóstica. Ella parece la más espiritual, la más perfecta. Pues bien, en contra de ella, los Padres de la Gran Iglesia (partiendo de Hipólito e Ireneo) han optado por lo más difícil: han puesto de relieve el carácter positivo y bueno de la creación y han añadido que este mundo no es el resultado de una “caída” sexual de Dios, sino efecto de su palabra creadora. Ellos han afirmado que mundo no ha surgido de un pecado de Dios, sino que es efecto de su voluntad amorosa. Ellos han añadido también que el pecado proviene del hombre (es pecado del mundo, no de Dios), de manera que han podido añadir que Dios (su Mesías) quita los pecados del mundo (no sus pecados divinos).

Conforme a la gnosis, en el fondo, Dios se redime a sí mismo, de manera que los hombres y mujeres son espectadores de un gran drama teológico, como indica el Himno de la Perla, que habla del Gran Dios-Redentor que busca su perla perdida en el mundo, buscándose en el fondo a sí mismo. Por el contrario, conforme a la visión de la Gran Iglesia, que quiere apoyarse en el mensaje y vida de Jesús histórico, Dios no ha venido a redimirse a sí mismo (para culminar así su gran círculo divino), sino que ha salido de sí para buscar y acoger a los hombres caídos, dentro de una historia de pecado. En esa línea se sitúan ya los Padres Apologistas (Justino) y los teólogos posteriores de la iglesia, apelando para ello al Nuevo Testamento y a la experiencia cristiana.


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