A los cuarenta días de la Navidad Purificación de María, presentación de Jesús

De la mujer impura a María la purificadora

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El 2 de Febrero, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús (culminada la cuarentena "impura" de María madre), la Iglesia celebra una fiesta que tiene varios nombres:

-- Purificación de la madre María, a la que Simeón descubre su destino sufriente y activo de Madre. En el Antiguo Testamento todo el proceso del parto representaba una impureza legal para la mujer, que debía purificarse para estar limpia ante Dios. Ésta es para el Nuevo Testamento la fiesta de los siete dolores de María que iluminan y transforman su vida, al servicio de los demás.

-- Presentación de Jesús en el Templo, para así ofrecerlo a su Dios. Así pudiéramos decir, que los hombres (los padres) representados por María y José “regalan” a Dios lo más grande que tienen, su hijo primogénito, la Luz de las Naciones.

-- Ésta es, según la tradición, la fiesta de la Luz, día de las Candelas… que se ha venido celebrando en gran parte del mundo católico. A los cuarenta días del nacimiento de Jesús (terminando el ciclo "cuaresmal" de Navidad), los creyentes (especialmente las mujeres) acudían a la iglesia con velas/candelas, dando gracias por la vida.

Voy a insistir hoy en el trasfondo bíblico del tema: La necesidad de “purificar” a las mujeres, conforme a la ley del Antiguo Testamento... para señalar que en el NT María no aparece como impura que debe puriricarse, sino todo lo contrario, como colaboradora mesiánica de Jesús

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Ley Básica. Purificar a las mujeres: Levítico 12, 1-8

Habló el Señor a Moisés y le dijo: 2 "Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer, cuando conciba y dé a luz un hijo varón, quedará impura durante siete días; como en los días de su menstruación será impura. 3 Al octavo día se circuncidará al niño. 4 Pero ella permanecerá treinta y tres días purificándose de su sangre. Ninguna cosa santa tocará, ni vendrá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación... Esta es la ley para la que da a luz un hijo o una hija. 8 Y si no tiene lo suficiente para un cordero, tomará entonces dos tórtolas o dos palominos, uno para holocausto y otro para expiación. El sacerdote hará expiación por ella, y quedará limpia.

Nuevo Testamento: Lucas 2,22-40

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Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones." 1. El hombre, nacido de mujer… La impureza de ser mujer

 Antiguo Testamento, la mujer es un ser paradójico:

‒ Por un lado es lo más grande que existe: La mujer es madre, portadora de vida. Por eso es “bendita” por excelencia, como dice Isabel a María en la visitación: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…

‒ Por otro lado, la mujer, vinculada a los ciclos de la sangre, aparece como impura… Y así tiene que “purificarse” a los 40 días del nacimiento del hijo…

Desde ese fondo se entienden dos textos famosos del libro de Job:

El hombre, nacido de mujer, corto de días y cargado de desgracias, brota como una flor y es cortado, huye, como una sombra y no permanece. ¿Y sin embargo tú abres tus ojos contra él y me arrastras ante tu tribunal? (Job 14, 1‒3)

 El mismo surgimiento del hombre, al que se llama aquí Adam, ser humano, en forma de varón, es ya expresión y signo de fragilidad e impureza, pues nace de mujer, concebida como “impura” (cf. Job 14, 4). Ciertamente, no nace del “pecado” (en pecado), como dirá más tarde cierta tradición más gnóstica que cristiana, que apela a San Agustín y que aparece en ciertas interpretaciones del “dogma” de la Concepción Inmaculada de María, concebida sin pecado, es decir, sin mediación sexual, sin los procesos impuros de menstruación, gestación y nacimiento “entre sangres” (cf. Jn 1, 12‒13).

Parece que, en sentido estricto, sólo el varón es persona; la mujer, en cambio, no lo es, es un viviente sin individualidad estricta, y además en línea de impureza corporal. Lógicamente, el hombre (Adam) no aparece aquí como Hijo de Hombre, como dirá una tradición apocalíptica que le presenta como poder de salvación, alguien que viene del “cielo” de Dios (Dan 7; 4 Esd 13; 1 Henoc…), sino es más bien hijo de mujer, nacido de fragilidad, rápida flor que muere por la ira sombría del Dios Juez que le persigue, como nos ha dicho el texto: El hombre, nacido de mujer, corto de días y cargado de desgracias…

Estas palabras provienen de la misma “escuela” de Gen 2, pero con variantes muy significativas: Ellas no nos sitúan ante el primer hombre que nace directamente de Dios, sin mediación de mujer (como humanidad que precede al proceso biológico simbolizado por el nacimiento de mujer), sino ante el hombre posterior, que se define originalmente como nacido de mujer, de la frágil tierra impura.

En esa línea se sitúa la ambigüedad de la mujer que, según Gen 2‒3, viene del varón y tiene por tanto su misma condición de creatura divina, pero es capaz de un pensamiento y deseo distinto, apareciendo como “instigadora de la sabiduría superior de la serpiente”, con la que dialoga. Desde ese fondo se podrá decir después que ella ha sido el “principio del pecado”, en línea de condena, por su enfrentamiento contra Dios (a través del signo satánico de la serpiente).

Pues bien, en esa línea, la mujer aparece aquí como “impureza”, de manera que su fragilidad (su principio de muerte) se entiende por tanto como expresión y consecuencia de “impureza” (es decir, de su naturaleza “carnal”, si es que se puede utilizar esa palabra: es decir, como principio de una vida que se acoge y despliegue entre la la sangre menstrual y puerperal, concebidas en el judaísmo de ese tiempo como signo de impureza. Por eso sigue el texto:  

¿Podrá lo puro (un hombre limpio) provenir de lo impuro (de la mujer que es cuerpo impuro)? ¡Ni uno podrá! Ciertamente sus días están determinados. y el número de sus meses tú (Dios) lo conoces: has dispuesto para él unos límites, que no traspasará (Job 14, 4‒5).

De la impureza del “cuerpo” de la mujer y de sus funciones “engendradoras” trata extensamente la legislación judía de ese tiempo (en especial Lev 11). La mujer no se entiende como “pecado sexual” (en el sentido posterior de la palabra, como ha pensado cierta iglesia cristiana), ni es tampoco un “pecado moral”, pero su misma condición es signo de la impureza de la vida humana, peligrosamente situada entre el nacimiento y la muerte.

Esa impureza no tiene que ser “perdonada” (como pueden perdonarse los pecados morales), pero puede y debe ser limpiada, a través de unos ritos de separación y lavado (ablución) que permiten que ella (a pesar de su condición “peligrosa”, cerca en un sentido a la divinidad) pueda habitar con los varones. De todas formas, esa distinción entre impureza ritual y pecado no ha quedado siempre bien marcada, de manera que en el salmo de purificación (51, 7: Miserere), el hombre confiesa: “en pecado me concibió mi madre” (in peccatis concepit me mater mea.

La palabra aquí empleada es   pecado, en un sentido extenso, ritual y moral. Sea como fuere, ese “pecado”, que consiste en haber sido concebido y nacido de mujer, sitúa al hombre en un contexto de fragilidad y muerte, es decir, de miseria, agudizada por el hecho de que el mismo Dios “se fija” en él, le vigila (Job 14, 6), exigiéndole un tipo de pureza que él no le ha concedido, teniéndole siempre cansado, como un jornalero sin tiempo de reposo. 

3 María, la madre de Jesús, no necesita purificación 

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma...".

   Conforme a esta visión del evangelio María no aparece ya como impura. No sube al templo para purificarse, sino para compartir el camino redentor de Jesús. El “anciano Simeón” ha dicho que Jesús será causa de caída y resurrección de muchos en Israel (una señal controvertida)...   Pues bien, en ese contexto, María aparece como colaboradora de Jesús, compartiendo su camino al servicio del pueblo de Dios. No es mujer impura sino purificadora. (Evidentemente, desde esta nueva perspectiva de María, las mujeres no son ya impuras, sino realizadoras de la obra de Dios, igual que los varones)

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